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FLORECER PARA ÉL / ANSIEDAD, Tim Challies

 


En una carretera desierta, lejos de los enjambres de gente que abarrotaban Bryce y Zion y las demás grandes atracciones, lejos de casi todo y de todos los demás, nos estacionamos y salimos. Debajo de nosotros había tierra reseca, arriba de nosotros había un cielo feroz, ante nosotros había un cactus imponente. Y allí, bajo las nubes oscuras, allí contra el desierto inhóspito, allí ante las afiladas espinas, contemplamos la brillante belleza de flores delicadas y preciosas. Observamos flores en el desierto que hablaban del poder de su Creador.

Dios ha creado este mundo de tal manera que hay algún tipo de flor que florece en casi todo tipo de condiciones. Nunca estamos lejos de las muestras de su belleza, de las muestras de su misericordia, de los recuerdos de su genialidad creadora. Y del mismo modo que Dios adapta las flores a cada clima, adapta a los cristianos a cada circunstancia. No importa lo que ocurra a nuestro alrededor ni lo que nos hagan, podemos florecer para Él, para mostrar el amor más verdadero, la mayor mansedumbre, las cualidades más altas del carácter cristiano. 

Como las flores de un jardín botánico, cuidadas profesionalmente y perfectamente arregladas, nosotros florecemos en tiempos de tierno cuidado y de gran tranquilidad. Cuando todo va bien, mostramos la bondad y la gloria de nuestro Dios. 

Como flores en el desierto, florecemos cuando parece que nos han abandonado. Incluso cuando las circunstancias son más dolorosas de lo que podemos imaginar; incluso cuando parece que nos están privando de las cosas de la vida; incluso cuando nuestras almas se sienten secas y estériles, continuamos sirviendo y adorando.

Como las flores en la cima de una montaña, florecemos en circunstancias en las que parece que las condiciones son demasiado duras. Mucho más allá del punto en el que parece que la vida espiritual debería ser sostenible, mucho más allá del punto en el que los corazones se rompen y la fe falla, sobrevivimos e incluso avanzamos. 

Como las flores al borde de un vertedero, florecemos incluso cuando estamos rodeados por la suciedad y el fango del mundo. Al igual que una flor puede permanecer brillante e inmaculada a pesar del desorden que la rodea, nosotros podemos permanecer sin mancharnos con la ira, el clamor y la suciedad de un mundo depravado. Aunque crezcamos en un vertedero, nunca pertenecemos a ese vertedero. 

Como flores al borde de un volcán, florecemos en medio del calor de las pruebas más ardientes. Con las erupciones de la persecución que explotan a nuestro alrededor, con la lava caliente de la injuria que fluye a nuestro lado, seguimos pensando los pensamientos de Dios, seguimos hablando las palabras de Dios, seguimos actuando como emisarios de Dios. Seguimos siendo fieles y leales a Dios. 

Dios ha creado flores para los bosques y las selvas, las cimas de las montañas y los humedales, las llanuras y los desiertos, las cumbres y los valles. En todas partes declaran su gloria. Y, del mismo modo, Dios ha salvado a su pueblo para que muestre su gloria y canten sus alabanzas en todo tiempo, en toda prueba, en toda situación, en toda circunstancia. Sea cual sea nuestro entorno, sea cual sea nuestro contexto, sean cuales sean nuestras alegrías o nuestras penas, debemos y, por su gracia, podemos florecer en Él.


Yo podría haber pensado que la larga y constante marcha de la santificación significaría que solo vería progreso contra los pecados, las luchas y las tentaciones. Pero estoy aprendiendo que puede haber algunas áreas en las que en realidad experimento una clase de retroceso. Una de ellas es la ansiedad, pues cuanto más envejezco, más propenso me encuentro a ella. Me atrevo a decir que ahora lucho más contra la preocupación que en cualquier otro momento de mi vida. 

Lo que es especialmente frustrante y desalentador es que mucho de lo que me preocupa y de lo que me mantiene despierto por la noche es algo menor e intrascendente. Una noche de la semana pasada me desvelé durante horas preocupándome sobre qué pantalón ponerme para una ocasión que se aproximaba. Otra noche no dejé de dar vueltas en la cama mientras pensaba sobre una decisión poco importante que tendré que tomar dentro de seis meses. También hay algunas cosas importantes, por supuesto. Pero hay muchas cosas de menor importancia. Y todas juntas ponen de manifiesto lo débil que soy en realidad. 

Supongo que no debería sorprenderme. A menudo he estudiado el libro de Eclesiastés, especialmente el capítulo 12. A menudo he expresado mi opinión de que este capítulo contiene un tipo de biografía universal que nos describe a cada uno de nosotros. A través del uso de la metáfora de una casa en ruinas, se describe el declive y la decadencia del cuerpo y la mente humanos que envejecen. En las palabras poéticas del Predicador vemos que los ojos se oscurecen y los oídos pierden su capacidad de oír, las manos empiezan a temblar y las piernas se vuelven cada vez más inestables. Y luego esto: “Se levante uno al canto del ave, y todas las hijas del canto sean abatidas; cuando también teman a la altura y a los terrores en el camino” (Ec 12: 4-5 LBLA). Eso parece hablar de miedos y ansiedades que plagan la mente e interrumpen un sueño reparador. 

Ahora bien, no estoy diciendo que el autor del libro de Eclesiastés tuviera en mente a alguien que simplemente tuviera cuarenta y tantos años como yo. Pero sí digo que proporciona una perspectiva realista del envejecimiento e indica que todos estamos en trayectoria hacia él. Y así como es natural que el cuerpo que envejece se aflige por la debilidad física, es natural que la mente que envejece se aflige por la debilidad emocional. Así como se debe contar con la pérdida de algunos dientes (“las que muelen estén ociosas porque son pocas” [v 4]), se debe contar con la pérdida de alguna resiliencia. Así como se debe contar con que el pelo se volverá blanco (“florezca el almendro” [v. 5]), se debe contar con que la confianza en uno mismo se debilitará. La vida te golpeará en cuerpo y mente y te dejará no sólo débil, sino enfrentado a nuevas luchas, nuevas pruebas, nuevas tentaciones. 

Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿Qué debo hacer cuando mi mente se acelera, cuando mi corazón se turba, cuando otra noche se desvanece rápidamente? Hay muchas estrategias para hacer frente a la ansiedad y cada una puede ser eficaz a su manera. Pero yo soy parcial a una que encontré en un viejo libro polvoriento de otra época. Al fin y al cabo, la ansiedad ha asolado a todas las generaciones de cristianos. 

Charles Ebert Orr me ha aconsejado que hable con mis ansiedades y les diga que si van a hacer residencia en mi corazón y en mi mente, primero tendrán que obtener el permiso del Dueño de mi corazón y de mi mente. En otras palabras, si esas preocupaciones quieren molestarme, tendrán que obtener la luz verde de Jesús. Es un consejo sencillo, pero inteligente, efectivo y verdadero. 

¿Has entregado tu corazón al Señor? ¿Le has dado la propiedad de tu cuerpo, mente y todo lo que eres? Entonces, las ansiedades no tienen derecho a hacer residencia, a menos que el Señor les conceda permiso para compartir lo que es suyo por derecho. A los humanos pecadores se les prohibió entrar en el huerto del Edén y a los gentiles en el templo de Jerusalén, porque esos eran los lugares que Dios había elegido para habitar.

Hoy habita en su pueblo y no está más dispuesto a compartir su morada ahora que en aquel entonces. Y ciertamente no está dispuesto a compartirla con la preocupación, la ansiedad, la inquietud, el miedo.  

Lo que necesitamos entender y practicar es una resistencia activa a la ansiedad; una resistencia activa que nos obligue a echar nuestras preocupaciones sobre el Señor. No es suficiente que un pescador permanezca pasivo con un anzuelo en la mano. No le servirá de nada quedarse en su barca y orar: “Dios, te ruego, pon un pez en mi anzuelo”. Él debe echarlo al agua si quiere capturar un pez. Y no es suficiente que permanezcamos pasivamente en la oscuridad, deseando que Dios nos quite nuestras ansiedades. Puede que ni siquiera sea suficiente orar: “Dios, te ruego, llévatelas”. Se nos dice que las echemos sobre Él. Y podemos hacerlo hablando con nuestras ansiedades y diciéndoles que son bienvenidas a quedarse sólo si el Dueño les da permiso. Porque al hablarles, en realidad estamos hablando con nosotros mismos, en realidad nos estamos recordando que hemos sido entregados al Señor que gobierna y reina, al Señor que concede paz y descanso, al Señor que examina cada centímetro cuadrado de su pueblo y declara “¡Mío!”.

Tim Challies

(Gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)

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