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INTRODUCCIÓN A EFESIOS
En Romanos 1-8 se expone la verdad sobre la rectitud del pecador que, por el bautismo, ha muerto y ha resucitado a una vida nueva (Romanos 6: 4). En su carta a los Efesios, Pablo construye sobre ese fundamento, diciéndonos que el creyente ahora está sentado con Cristo en su trono.
Habiéndonos librado de la esclavitud del pecado (Romanos 7: 23-25), ¿cuál debe ser entonces nuestro curso de la vida diaria? ¿Cómo cambia nuestra forma de vida nuestra nueva posición en Cristo? Romanos 8: 16-17 nos dice que somos “herederos de Dios y coherederos con Cristo”. También nos dice que toda la Creación expresa un “anhelo ardiente” (Romanos 8: 19) de experimentar la misma gloria que se ve actualmente en los creyentes. Cristo y los creyentes son las primicias de la cosecha, dando esperanza a la Creación misma en su conjunto.
Pablo concluye en Romanos 8: 36-37 que somos más que vencedores, aun cuando seamos abatidos y degollados como ovejas.
Pero luego Pablo pasa a un nuevo tema, exponiendo sobre los israelitas perdidos. Tenemos que mirar a Efesios para ver la continuación de Pablo sobre Romanos 1-8. El octavo capítulo de Romanos sienta las bases doctrinales de su carta a los Efesios.
Asimismo, en Romanos 16: 25-26, Pablo menciona la “revelación del misterio que se ha mantenido en secreto desde tiempos remotos, pero que ahora se ha manifestado”. Esos misterios (secretos) se establecieron a lo largo del Antiguo Testamento, pero se entendieron poco antes de la muerte y resurrección de Cristo. Por ejemplo, el principio del sacrificio era bien conocido y establecido en Levítico, pero la gente no sabía que un Mesías sufriente vendría como el Cordero de Dios para quitar los pecados del mundo (Juan 1: 29).
Bajo el Antiguo Pacto, los hombres pensaban que su salvación dependía de la voluntad del hombre, es decir, del cumplimiento del voto del hombre a Dios, como se ve en Éxodo 19: 8. La salvación parecía estar condicionada a las obras del hombre. Desde nuestra perspectiva actual, si entendemos el Nuevo Pacto, vemos que nuestra salvación se basa en el Pacto Abrahámico, no en el pacto mosaico. En otras palabras, se basa en la promesa de Dios, no en la promesa de los hombres.
La promesa a Abraham era bien conocida en todo el Antiguo Testamento, pero seguía siendo un misterio a simple vista. Pablo desarrolla ese misterio en Romanos 1-8 y lo expone más en Efesios 1: 9, llamándolo “el misterio de SU voluntad”. Es por eso que Pablo comenzó su carta con el hecho de que Dios “nos escogió” y “nos predestinó para adopción como hijos” (Efesios 1: 4-5).
Bajo el Antiguo Pacto, elegíamos a Dios; bajo el Nuevo Pacto, Dios nos escogió. Este es el núcleo del misterio que Pablo nos revela en Efesios. Todo lo demás es un corolario de esta revelación básica de la soberanía de Dios. Si captamos este misterio, entonces seremos capaces de comprender el resto de los secretos que la mayoría de los hombres no han entendido desde el principio.
Desafortunadamente, la Iglesia en su conjunto ha tenido dificultad para comprender este misterio, porque ven el Nuevo Pacto como una función de la voluntad del hombre. Tienden a pensar que su salvación se basa en su propia voluntad, en su propia decisión de seguir a Cristo, en lugar de ver que su propia voluntad es una respuesta a la voluntad de Dios y su predestinación. Así que piensan que el Nuevo Pacto es donde el Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestra promesa (o voto) del Antiguo Pacto a Dios. No parecen darse cuenta de que los israelitas en el Monte Sinaí también creían eso. Ellos también juraron obediencia por su propia voluntad y luego oraron para que Dios los ayudara a cumplir su promesa.
El Antiguo Pacto no salva a nadie, porque se basa en la voluntad del hombre. El Nuevo Pacto salva a toda la Creación, aunque no al mismo tiempo, [Traductor: sino en diferentes etapas], porque Dios es Quien hizo la promesa y es el responsable de cumplir su Palabra. Juan 1: 13 dice claramente que nuestro derecho de llegar a ser hijos de Dios “no es de sangre (línea genealógica), ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
Por eso Pablo pudo hablar en Romanos 8: 21 de que toda la Creación espera la Manifestación de los Hijos de Dios. Luego el apóstol confirma esto en Efesios 1: 22, mostrando cómo al final toda la Creación estará sujeta a Cristo.
Si la salvación se deja a la voluntad del hombre, no puede sino fracasar, pues según el Antiguo Pacto Dios no juzga a los hombres por sus buenas intenciones, sino por la obediencia real que le prometieron. Si la salvación se basa en la voluntad de Dios, no puede dejar de salvar a toda la Creación a pesar de la oposición de la voluntad del hombre. O creemos esto o no. O tenemos fe abrahámica en la capacidad de Dios para cumplir su promesa (Romanos 4: 21-22), o tenemos fe en que el Espíritu Santo nos ayudará a cumplir nuestra promesa a Dios.
El misterio de Dios ha permanecido mayormente como algo oculto o escondido en la Iglesia a lo largo de la Era Pentecostal. Aunque Pablo expuso este misterio, haciéndolo mucho más claro que en siglos anteriores, los hombres se han negado obstinadamente a creer que Dios es soberano. Han seguido depositando su fe en su propia voluntad, en lugar de en la voluntad de Dios.
Una extraña ceguera se ha apoderado de la Iglesia como un todo. Es una ceguera por la que piensan que el Nuevo Pacto es solo un voto revisado del Viejo Pacto. Es una ceguera por la que hablan de soberanía de Dios, pero hacen del hombre el autor de su propio destino y el destino de la Creación. Todo tipo de travesuras han venido debido a esto.
EFESIOS, ESTUDIO DE, Dr. Stephen Jones
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