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ZACARÍAS, PROFETA DEL RECUERDO DE DIOS, Parte 18: Sólo Jesús puede traer la paz y prosperidad al templo, Dr. Stephen Jones (GKM)

 


Fecha de publicación: 20/05/2025
Tiempo estimado de lectura: 7 - 9 minutos
Autor: Dr. Stephen E. Jones
https://godskingdom.org/blog/2025/05/zechariah-prophet-of-gods-remembrance-part-18/

Zacarías 8: 12 dice:

1 Entonces llegó la palabra del Señor de los ejércitos, diciendo: 2 «Así dice el Señor de los ejércitos: “Estoy sumamente celoso [qana, “celoso”] por Sion; sí, con gran ira estoy celoso [qana] por ella”». 3 Así dice el Señor: “Regresaré a Sion y moraré en medio de Jerusalén. Entonces Jerusalén será llamada la Ciudad de la Verdad, y el monte del Señor de los ejércitos será llamado el Monte Santo”.

La NASB traduce la palabra hebrea qana (o Caná) como "celoso". La palabra tiene un significado más amplio, por lo que los traductores pueden elegir entre varias maneras de traducir la idea. La NASB decidió vincular esta profecía con los "celos" de Dios de Éxodo 34: 14.

14 Porque no te inclinarás a ningún otro dios; porque Yahweh, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es.

No obstante, el contexto suele indicarnos cómo debemos entender las palabras con más de un significado. En este caso, el versículo 3 nos da ese contexto. Se refiere a la obra en curso de construcción del segundo templo, desde donde la "Verdad" de la Ley de Dios, que revelaba su naturaleza, debía ser proclamada y enseñada a las naciones. Este contexto se revela con mayor detalle en Zacarías 8: 9, donde Dios vuelve a hablar del templo de forma más directa.

En cuanto al templo, Dios es más celoso que envidioso.


Jesús purifica el templo

Cuando Dios dice en Zacarías 8: 3: «Volveré a Sion», se trata de una profecía mesiánica, similar a la que vemos en Malaquías 3: 1: «El Señor a quien buscáis vendrá de repente a su templo». Ambas profecías mesiánicas se cumplieron cuando Jesús vino al templo (Juan 2: 13-21) y expulsó a los cambistas que habían convertido el templo en una casa de comercio. Leemos en Juan 2: 17:

17 Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: «El celo de tu casa me consumirá».

Esta fue una cita directa del Salmo 69: 9, donde qina se traduce como “celo”.

Recordemos que el Evangelio de Juan se estructura en torno a ocho señales milagrosas, cada una seguida de un comentario que las explica. Cuando Jesús purificó el templo con celo (qina), esto formó parte del comentario sobre el significado de la primera señal milagrosa en las bodas de Caná (qana).

La verdad de la transformación del hombre a la imagen de Cristo se ilustra así cuando Jesús convirtió el agua en vino. El templo era el Cuerpo mismo de Cristo (Juan 2: 21), y en segundo lugar, nuestros propios cuerpos, pues también son templos de Dios (1ª Corintios 3: 16). Nuestros templos carnales necesitan purificación, tal como fue purificado el templo de Jerusalén, para hacerlos «santos».

El contexto de Caná sugería que esto se debía al celo de Cristo (qina). Los hombres no podían purificar sus propios templos mediante su propio celo. Su voto del Antiguo Pacto (Éxodo 19: 8) era una expresión de su celo y buena intención, pero nadie podía cumplirlo por su propia voluntad. Se requiere el celo de Dios y su voto del Nuevo Pacto para lograr esta purificación.

Esto nos da un excelente ejemplo del celo de Dios por su templo. Por lo tanto, creo que Zacarías 8: 2 se refiere al celo de Dios, más que a su envidia. Esto, a su vez, señala el cumplimiento de la profecía en el Nuevo Pacto en su conjunto, y muestra que Zacarías profetizaba acerca del verdadero templo que estaba por venir. No se trataba de la estructura física, sino del Cuerpo de Cristo y del templo espiritual descrito en Efesios 2: 20-22.

Por supuesto, era difícil esperar que la gente de la época de Zacarías, incluido el propio profeta, conociera la manera en que se cumpliría la Palabra de Dios según el Nuevo Pacto. En aquel entonces, sólo sabían que estaban construyendo un templo en obediencia al mandato del Señor. El cumplimiento real quedó oculto hasta que fue revelado por Jesús y sus apóstoles.

Debido a la falta de comprensión plena del pueblo, los maestros bíblicos modernos tienden a interpretar estos versículos como lo habrían hecho en la época de Zacarías. Por lo tanto, creen que en los últimos días debe construirse un "tercer templo" en el mismo monte del templo en Jerusalén. La solución, por supuesto, es comprender que cuando la profecía se cumpla después de la resurrección y ascensión de Cristo, debe cumplirse según el Nuevo Pacto. Es necesario tener en cuenta ciertos cambios en la Ley (Hebreos 7: 12) para reflejar las mejores promesas.

«Jerusalén» será llamada la Ciudad de la Verdad. Esto no se refiere a la ciudad terrenal, sino a la ciudad celestial (hay dos Jerusalén-es). El «monte» (gobierno) bajo el Antiguo Pacto era el Monte Sion; pero el «monte» del Nuevo Pacto está simbolizado por el Monte Sión (Hermón, Deuteronomio 4: 48), donde Jesús se transfiguró.


Paz y prosperidad

Zacarías 8: 45 dice:

4 Así dice el Señor de los ejércitos: «Ancianos y ancianas volverán a sentarse en las calles de Jerusalén, cada uno con su bastón en la mano a causa de la edad. 5 Y las calles de la ciudad se llenarán de niños y niñas que jugarán en ellas».

Bajo el Antiguo Pacto, el sueño de todo israelita era ver la ciudad como un lugar feliz y próspero, donde los niños pudieran jugar en las calles y los ancianos pudieran sentarse a verlos jugar. Desafortunadamente, el pecado había perturbado la paz y la prosperidad de la ciudad terrenal. Por lo tanto, esto sólo podía cumplirse mediante el Nuevo Pacto y en la Jerusalén celestial, cuya gloria Juan vio descender del Cielo a la Tierra (Apocalipsis 21: 2).

Zacarías 8: 6 continúa,

6 Así dice el Señor de los ejércitos: «Si esto parece demasiado difícil a los ojos del remanente de este pueblo en aquellos días, ¿será también demasiado difícil a mis ojos?», declara el Señor de los ejércitos.

Esto implica que era demasiado difícil lograr la paz y la prosperidad mediante el celo del remanente de Judá que había regresado a la tierra para reconstruir el templo. ¿Por qué? Porque el Antiguo Pacto carecía del poder para traer la gloria de Dios a la Tierra y santificar la ciudad. Pero, ¿será también demasiado difícil para Dios lograr esto mediante su promesa del Nuevo Pacto? No, porque Dios sí puede.

Zacarías 8: 7 dice:

7 Así dice el Señor de los ejércitos: «He aquí, Yo salvaré a mi pueblo de la tierra del oriente y de la tierra del occidente; 8 y los traeré de regreso, y habitarán en medio de Jerusalén, y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios en verdad y en justicia.»

Bajo el Antiguo Pacto, Éxodo 19: 5 dice que los israelitas podrían ser su pueblo si obedecían las Leyes de Dios. Sin embargo, después de 40 años en el desierto, seguían sin serlo. Así que Dios hizo un Segundo Pacto con ellos en las llanuras de Moab (Deuteronomio 29: 1), basado no en los votos del pueblo, sino en el voto (“juramento”) de Dios mismo. Este Segundo Pacto fue precursor del Nuevo Pacto, porque se basaba en el juramento de Dios.

En Deuteronomio 29: 1213, Dios juró hacerlos su pueblo y ser su Dios. El éxito de este pacto ya no dependía de la voluntad del hombre, sino sólo de la voluntad de Dios. Sin embargo, en una perspectiva más amplia, esto sólo podría cumplirse después de que el Nuevo Pacto fuera ratificado por la sangre de Jesucristo. Ser su pueblo como Dios lo dispuso, significa ser transformados por el poder del Espíritu Santo, con la Ley escrita en sus corazones. Si afirmamos ser el pueblo de Dios hoy, es sólo porque Dios nos imputa justicia por la fe. En otras palabras, esta promesa aún no se ha cumplido en términos prácticos.

La profecía de Zacarías, sin embargo, tenía como objetivo animar al pueblo recordándoles la promesa de Dios a pesar de sus fracasos carnales en cumplir sus votos del Antiguo Pacto.

Zacarías 8: 9 dice:

9 Así dice Yahweh de los ejércitos: Esfuércense vuestras manos, los que escucháis en estos días estas palabras de la boca de los profetas, que hablaron el día que se echó el cimiento de la casa de Yahweh de los ejércitos, para reedificar el templo.

Sabemos por la declaración de Pablo en 1ª Corintios 3: 11,

11 Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.

El Remanente de Judá en los días de Zacarías recibió aliento de las palabras proféticas cuando se colocaron los cimientos del Segundo Templo. Sin embargo, su visión era vaga a través del velo del Antiguo Pacto (2ª Corintios 3: 1314). Nosotros, los del Nuevo Pacto, podemos contemplar la gloria de Dios sin ese velo, pues ahora sabemos cómo se colocó la verdadera Piedra Fundamental del verdadero Templo cuando Jesús fue sepultado en la tumba de José.


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