7 de abril de 2021
Isaías 43: 2
Cuando pases por las aguas, Yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.
Ezequiel 47: 5
Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado.
Pero dando en un lugar de dos aguas, hicieron encallar la nave; y la proa, hincada, quedó inmóvil, y la popa se abría con la violencia del mar.
Salmo 37: 8
Deja la ira y desecha el enojo. No te excites en manera alguna a hacer lo malo…
Ayer escribíamos un artículo sobre el río arrollador de aguas procelosas titulado “En Algún Momento…”. Hoy, 18 de abril de 2016, publicamos otro de Gary Wilkerson, “Un Camino entre las Portentosas Aguas”, que nos parece una confirmación muy clara del Señor, de estar tocando algo de lo que Dios quiere hablar ahora, a quienes están siendo llevados por la impetuosa corriente del río o están a punto de decidirse a entrar en él.
Si usted es uno de ellos estará en un momento espiritual muy próximo a la entonación del trágico “miserable de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”, y del glorioso y victorioso “¡Gracias doy a Dios, por medio de Jesucristo nuestro Señor!”, que le seguirá.
Se supone que a estas alturas sea ya casi un cadáver apestoso para usted mismo y para cuantos te rodean. ¡Cuán difícil es ese estado para usted y para los que están a su lado! Seguramente se encuentre en medio de un frenesí carnal; es decir, que su carne, a punto de morir, entona el mejor canto del cisne, el mejor 'réquiem', que haya entonado jamás: depresión, angustia, emociones incontroladas, agresividad, verborrea venenosa y mordaz, exabruptos de incontinencia verbal desbocada…; es decir, Satanás manifestándose a través de su carne y de su lengua viperina, hiriente, irrespetuosa, vejatoria… Todo le es confusión y oscuridad, pero por supuesto usted no lo ve así, sino que culpa a los demás por todos sus males reales o imaginarios; por lo que hacen o dejan de hacer; por lo que hablan o dejan de hablar, ¡hasta por lo que usted piensa que ellos estarán pensando e incluso hasta por lo que cree que ellos pensarán de lo que otros piensan! Su mente es como una pista de aterrizaje de toda ave inmunda; es decir, de todo pensamiento diabólico, carnal, terrenal, animal… Se comporta como un puerco espín al que nadie se le puede acercar y si usted se acerca a alguien les pincha inexorablemente y huyen de usted.
Toda su vida es vivida ahora a través del prisma color de hiel de su carne, de su YO. Usted está sentado en el trono de su EGO y no deja espacio suficiente para que otro se cruce en su camino. ¡Usted es el rey! ¡Su regio EGO todo lo llena en todo!, y es el centro del Universo y todo él ha de girar a su alrededor.
Con ese enfoque en usted mismo sólo puede manifestar un estado corrupto y depresivo. Como decía Corrie Ten Boon:
“Cuando te enfocas en ti mismo, te deprimes; cuando te enfocas en las circunstancias, te angustias; cuando te enfocas en Dios, entonces te gozas” (ver Hab. 3: 17-19).
Ese estado puede que sea la contestación a las oraciones que hizo pidiendo morir a la carne y entrar a la vida victoriosa. Realmente la carne tiene que manifestarse en todo su esplendor para que no le quepa ninguna duda de que es eso, ¡CARNE! Sí, eso es usted, su naturaleza adámica y diabólica, su EGO abominable, al que tiene que llegar a aborrecer hasta desear más que nada que se vaya para siempre jamás; o como lo diría un buen amigo mío, inobjetablemente.
¿Cómo te ayudarán los que no tienen más remedio que estar a tu lado?
Pues te diré que ni pueden ni les dejas. No pueden porque a la cruz hemos de ir solos. No les deja porque usted cree que lo sabe todo… Esto me recuerda una ilustración de Watchman Nee sobre como actúa el socorrista experto ante alguien que se está ahogando:
Cuando alguien está en el agua agitándose violentamente porque se está ahogando, está angustiado, asustado, y pierde todo control y raciocinio, con lo que cuanto más trata de hacer para salvarse a sí mismo complica más la situación.
El socorrista experimentado habiéndolo avistado, permanece en la orilla tranquilo esperando a que agote sus fuerzas y deje de tratar; porque sabe que si acudiera en su auxilio en esos momentos de agitación violenta, correría el riesgo de que la víctima tratara de aferrarse a él de tal forma que podrían acabar ahogándose ambos. La víctima piensa que el tranquilo socorrista no se preocupa ni se da cuenta del peligro que está corriendo y que no quiere ayudarlo; pero es justo lo contrario. Cuando al fin, sin fuerzas, deja de luchar, de agitarse, el socorrista se lanza y en unas pocas brazadas está presto a su lado y lo hala hasta la orilla. Si al llegar a la víctima ésta aún hiciera algún gesto de agitación deberá noquearla para poder rescatarla.
¿Le suena familiar esta situación? Ese que se está ahogando es usted cuando está a punto de cruzar el río de la muerte, su Jordán. El temor, la incredulidad —lo opuesto a la fe—, se agitan; la fe confía, se está quieta y obtiene la paz.
Si Dios le ha llamado para ser un Vencedor, es inexorable que cruce este río. No se podrá sustraer de sus aguas turbulentas; pero hay dos formas de cruzarlo. La primera es con balsa o con ka-yak, que le protegerá de los golpes más grandes y le hará la travesía un poco menos violenta y dolorosa. Esa balsa tal vez represente que se deje conducir por Alguien experimentado, o por quien se le envíe para el intento del descenso del río, confiando en su gracia. Recuerde el texto de Isaías: “Cuando pases por las aguas, Yo estaré contigo”. Esta es la actitud de dejarse caer sobre la Roca para ser quebrantado. El ayuno regular y, circunstancialmente, el coyuntural, le ayudarán a embridar su carne y a tener bien ajustada la tapa de su vasija; es decir, de su bocaza.
La otra actitud es la de dar rienda suelta a su rebelión, a su carnalidad, negándose a ser dirigido y descender por los rápidos “a pelo”; quejándose, gritando, pataleando y permitiendo aflorar todas las lindezas de su vida adámica. Eligiendo, además, descender a Egipto en busca de la ayuda material y/o afectiva de los incrédulos, aunque sean sus padres, hijos o nietos carnales, o amigos, sólo conseguirá empeorar las cosas, por no salir de su tierra y de su parentela de una santa vez.
Si ese es el caso o actitud, habrá elegido que la Roca caiga sobre usted para aplastarle; es decir, el electrochoque, la camisa de fuerza (ver http://josemariaarmesto.blogspot.com.es/2016/01/los-que-entranran-con-electroshock-y.html), o que la temperatura del horno sea aumentada… Esto supondrá el peor descenso por ese río que pudiera imaginar y los golpes contra las peñas y la zozobra, tal vez, traigan consecuencias trágicas a su vida, que pudieran haberse evitado. Consecuencias tales como pérdidas económicas, pérdida del trabajo o negocio; deterioros graves de la salud, como infartos, hernias de hiato, úlceras estomacales o intestinales, estreñimiento crónico, hemorroides, etc.; daños familiares irreparables, como adulterio, divorcio, enemistades, pleitos, pérdida de amigos; vergüenza pública, oprobios… Y sí, ¡incluso la perdida de su predestinación, de su llamado, incluso de su corona…!
A la vista de lo antedicho, ¿está seguro de que enconarse en su rebeldía merecerá la pena? ¡Piénselo bien! ¡No le facilite el trabajo al diablo! “Deja la ira y desecha el enojo. No te excites en manera alguna a hacer lo malo…”, dice Salmos 37: 8.
El río es caudaloso y violento y ya no puede hacer pie. ¡Y eso es justo lo que Dios quería: Arrebatarle el control! Pero recuerde, atravesar ese río cogido de su mano, en su balsa, aunque no sea como piloto sino de copiloto, hará que “el agua no le anegue, que el fuego no le queme ni la llama arda en usted” (Is. 43: 2).
Eso es mucho mejor que permanecer en su situación actual, de estar encallado entre dos aguas, que azotan su popa amenazando engullirlo y están destrozándole a usted y a los que le rodean. Abandone de una vez la nave del doble ánimo; despida a todos sus ídolos, suelte todas las amarras que aún le queden, para que al fin pueda alcanzar refugio en la playa del 'Shalom' de Dios, en las arenas suaves y refulgentes de la Vida Victoriosa…
José
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