“Si empezamos a contar todas las estrellas de nuestra galaxia a razón de una estrella por segundo, acabaremos de contarlas en 3.000 años”.
Datos curiosos que científicos han investigado con el transcurrir de los años, pasan por mi cabeza cuando veo los cielos, obra de nuestro Creador, y contemplo esos luminares que brillan sin cesar.
En el principio creó Dios los cielos y la tierra, el sol, la luna e hizo también las estrellas (Gén 1: 16). No hay duda de que por siglos los hombres han sido fascinados por estos objetos incandescentes que se sitúan a la distancia.
A Abram, el padre de la fe y amigo de Dios, se le dio una promesa cuando estaba una noche dentro de su tienda. La Escritura dice en Génesis 15: 5 que “(Él) lo llevó afuera y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia”. Según los estudiosos, tan sólo en una noche clara, desde la Tierra pueden observarse alrededor de 3.000 estrellas a simple vista. No creo que Abraham haya podido contarlas todas esa misma noche y si las hubiera contado, su descendencia superaría a todas las que pudo observar en ese espacio de tiempo.
Esto nos enseña algo muy interesante: El Señor y sus promesas se nos revelan cuando estamos “fuera de nuestra tienda o campamento”. Abraham tuvo que ser llevado afuera y ser puesto en la oscuridad. No queremos ser llevados a la oscuridad, pero es el único medio para llegar a vislumbrar el propósito divino que se encuentra delante de nosotros (Gén 22: 17; 26: 4)
Otro aspecto importante es el hecho de que en esa promesa las estrellas representaban personas que aún no se habían manifestado. El joven José, en su sueño, observó once estrellas que se inclinaban ante él, representando a sus once hermanos (Gén 37: 9). El número once en la Biblia quiere decir “imperfección, desorden, desorganización, caos”. Por eso el Señor escogió doce hombres que fueron sus apóstoles (Mar. 3: 14), y después que Judas se ahorcó, los discípulos escogieron y completaron al número doce, ya que este número es sinónimo de perfección y autoridad (Hch 1: 12-26). ¡Qué podamos atravesar el número once, por así decirlo, saliendo del caos espiritual y así poder encontrar dirección y propósito!
Ahora lo más precioso de todo esto es un pasaje encontrado en Apocalipsis 1: 16, donde Juan habla sobre nuestro Señor Jesucristo que “tenía en su diestra siete estrellas…”. El número siete en este caso representa algo más que el número doce. Este número en la Escritura quiere decir: “la Plenitud de Dios”.
La distancia más cercana de una estrella a la Tierra es de aproximadamente 4.3 años luz. Sería algo así como pasar el Océano Pacífico nadando con los brazos de punta a punta. ¡Es Imposible! Bueno, nuestro Señor nos invita a ser esas estrellas que no están a kilómetros de Él sino en sus propias Manos.
Que la gracia de Dios nos permita ser "entendidos" como lo escribe Daniel en el capítulo 12, versículo 3. Sólo ellos, los que tienen ojos para ver y oídos para oír y corazón para enseñar Justicia a la multitud, brillarán a perpetua eternidad.
El ciclo de vida de una estrella es de mil millones de años, según los informes. Y entre más grande sea una estrella menor será su tiempo. Acá hay otra enseñanza. No seamos grandes ante nuestros propios ojos. Sólo existe una Estrella mayor, la Estrella resplandeciente de la mañana, nuestro amado Señor Jesús (Ap 22: 16). A Él, cuáles diminutas estrellas, nos postramos y nos disponemos en sus manos para que, a través de nosotros, sus rayos de amor y compasión alcancen a los que están a nuestro alrededor y alumbren a los que están en tinieblas (Hch 13: 47).
Sé que aún hay estrellas entre nosotros, reflejando la luz que emana nuestra lumbrera mayor (Jesús), y otros que nos precedieron en el tiempo y que brillan cuales lumbreras en nuestro cielo.
Ellos han sido precursores y han pagado el precio con sus propias vidas para dejarnos un legado de enseñanza y fidelidad al Señor. Ya han terminado su carrera, como el apóstol Pablo, guardando su fe (2ª Tim 4: 7-8).
No nos desanimemos. A pesar de la oscuridad de nuestros días, el cielo aún espera por muchas más humildes estrellas que preparen el camino para el nacimiento del Sol de Justicia, trayendo en sus alas salvación (Mal 4: 2-3), y disipando con sus rayos como salidos de la mano del mismo Dios (Hab 3: 3-4), toda la oscuridad de este mundo.
(Gentileza de Esdras Josué ZAMBRANO TAPIAS)
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