February 10, 2016
Hoy en día muchos creyentes están preguntándose: “¿Por qué Dios no ha entregado a Norteamérica a juicio? ¿Por qué no ha tratado con nosotros de acuerdo a nuestros pecados? Él le dio a la generación de Noé 120 años de advertencias, pero después de eso dijo: ‘Basta’, y trajo una inundación. Dios ha soportado los pecados de América por mucho tiempo, así que ¿por qué no hemos visto sus juicios justos sobre nosotros?
Amo a esta nación, y yo personalmente, no quiero ver el juicio final de Dios caer sobre América. Como muchos, estoy completamente asombrado sobre por qué el juicio de Dios ha sido retrasado.
Creo que estamos viendo los principios del juicio. Veo las terribles calamidades que están teniendo lugar en el mundo como advertencias. Sin embargo, debido a que la economía de Estados Unidos no ha colapsado, y nuestra nación sigue siendo capaz de funcionar como lo ha hecho, pareciera que estamos avanzando a tropezones de crisis en crisis, y se nos está dando una oportunidad tras otra.
Estoy convencido que hay una sola respuesta a esta perplejidad: todo esto es debido a la ternura y paciencia de nuestro Salvador. Encontramos la prueba en la profecía de Isaías: “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare” (Isaías 42:3). ¡Norteamérica se ha convertido en una nación de cañas cascadas!
Una caña es un junco largo o planta con tallo hueco, que usualmente se encuentra en áreas pantanosas o cerca de un suministro de agua. Es una planta tierna, así que se dobla fácilmente cuando los vientos fuertes o las corrientes de agua la golpean. Sin embargo, la caña solo puede doblarse hasta cierto punto hasta que finalmente se rompe y es llevada por la corriente.
Como una caña en buen clima, Norteamérica una vez se erguía orgullosa y alta, llena de promesa y propósito. Nuestra sociedad entera honraba a Dios, y la Biblia era tenida en alto como el estándar de nuestras leyes y sistema judicial. Aún durante el curso de mi vida, los libros académicos consistían de lecciones e historias de la Biblia. Jesús era reconocido como el Hijo de Dios, Aquel que le da a nuestra nación favor e incalculables bendiciones.
Sin embargo, en nuestra prosperidad, nos convertimos como el antiguo Israel: orgullosos y malagradecidos. Y hemos caído mucho en corto tiempo. Dios ha sido excluido de nuestros sistemas judiciales y de nuestras escuelas, y su nombre ha sido burlado y ridiculizado.
Nuestra sociedad ha perdido totalmente su moral rectora y como resultado, aquella Norteamérica que una vez se erguía alta, ahora está lisiada, como una caña cascada.
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