13-02-2016
Padre celestial:
Te rogamos que expongas toda idolatría en nuestros corazones.
Permítenos poder estar delante de Ti completamente desnudos de toda nuestra teología y doctrina preconcebidas, por muy atávicas que éstas sean o por muy seguros que estemos de ellas.
Que podamos salir de todo cajón denominacional y de tradiciones religiosas o eclesiásticas, porque Tú eres más grande que cualquier denominación y que cualquier concepto carnal que de Ti tengamos.
Señor, que podamos estar dispuestos a cambiar o retocar nuestra teología tantas veces como sea necesario. ¡Que en tu Luz veamos la luz!
Quita de nosotros todo velo, Señor: afectos humanos y emocionales, gustos, preferencias, fortalezas y argumentos mentales, razonamientos humanos, altiveces, prejuicios, presunciones…
Conforme a tu Palabra, destruye nuestras fortalezas derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.
Despójanos, oh Padre, de toda afección y afectación humanas, de cualquier apego a líderes o instituciones que esté por encima de Ti, de cualquier tipo de fingimiento frente a los demás.
Padre bueno, que nuestros corazones sean prismas tan transparentes, que reflejen tu luz tal cual, sin teñirla o distorsionarla con nuestras apreciaciones carnales subjetivas.
Danos la gracia de una justa apreciación de nosotros mismos, conforme a la medida de fe que nos has dado y de la madurez del Cristo que has formado en nosotros; para que no nos veamos ni más chicos, ni más grandes de lo que Tú nos ves; y que sigamos creciendo en todo, hasta la estatura del varón perfecto que Tú planeaste para nosotros.
Señor, que nosotros queramos y creamos sólo lo que Tú crees y quieres.
Haznos dóciles y sumisos al silbo apacible del Espíritu Santo.
Como oraba tu ilustre hijo Evan Roberts, protagonista del Avivamiento Galés: “¡Dobléganos Señor! ¡Doblega a tu Iglesia!”
¡Ensancha nuestros corazones, oh Dios!, para que podamos correr por el camino de tus dichos (Sal. 119: 32).
Oramos en el precioso nombre de tu amado Hijo y Señor nuestro, Jesucristo.
Amén.
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