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Autor: Dr. Stephen E. Jones
https://godskingdom.org/blog/2024/12/the-filet-mignon-of-the-word-part-23-laws-of-blood/
Levítico 17: 10, 11 nos dice:
10 Y cualquier hombre de la casa de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, que coma alguna sangre, Yo pondré mi rostro contra la tal persona, y la cortaré de entre su pueblo. 11 Porque la vida [nephesh, “alma”] de la carne en la sangre está, y Yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas [nephesh]; y la sangre, por causa de la vida [nephesh], es la que hace expiación.
Esta prohibición de comer sangre se mantiene vigente en el Nuevo Testamento, como se vio en el primer concilio de la Iglesia en Jerusalén. Santiago, el líder de la iglesia de Jerusalén, emitió su veredicto en Hechos 15: 19, 20, diciendo:
19 Por tanto, considero que no molestemos a los gentiles que se convierten a Dios, 20 sino que les escribamos que se abstengan de cosas contaminadas por los ídolos, de fornicación, de lo estrangulado (ahogado) y de sangre.
La razón de esto es que la sangre de los animales no era para alimento sino para expiación. El alma (nephesh) reside en la sangre, y, por lo tanto, la sangre del sacrificio era el alma que se daba para hacer expiación por nuestras almas. Esto, por supuesto, se hizo necesario después de que el alma de Adán fuera contaminada por el pecado original, volviéndolo mortal. Así que Ezequiel 18: 4 dice:
4 He aquí que todas las almas son mías, tanto el alma del padre como el alma del hijo son mías. El alma que pecare, esa morirá.
Adán fue hecho “alma viviente” (Génesis 2: 7), pero su pecado trajo muerte (mortalidad) para él y para sus hijos después de él. La identidad propia de Adán, su persona, era su alma. La Ley se refiere a su alma como “el alma de la carne”, es decir, el alma carnal. El alma, entonces, no es espiritual sino carnal. En contraste, Jesucristo, siendo engendrado por el Espíritu Santo, era espiritual. Él era un Espíritu dador de vida que se hizo carne, pero como no fue engendrado por un descendiente de Adán, no era un alma carnal.
Así nos dice Pablo en 1ª Corintios 15: 45:
45 Así también está escrito: «El primer hombre, Adán, se convirtió en alma viviente». El último Adán [Cristo] se convirtió en Espíritu vivificante.
Como el Hombre Espiritual original, Jesús fue el Precursor para todos nosotros, a medida que obtenemos la promesa de convertirnos en hijos de Dios. La principal diferencia entre Él y nosotros es que Él era el Hijo de Dios desde su concepción por el Espíritu, mientras que todos nosotros nacemos con alma y debemos ser engendrados una segunda vez (por el Espíritu) para convertirnos en hijos de Dios.
Es esa entidad espiritual, o persona, la que llega a ser el verdadero YO por la fe en Cristo. Por la fe ya no sois hijos de Adán, el “alma viviente”, sino hijos de Dios por medio de Cristo, el “Espíritu vivificante”. Por la fe en Él, experimentamos un cambio de identidad, convirtiéndonos legalmente en una “nueva criatura” (2ª Corintios 5: 17) que ha sido engendrada por el Espíritu Santo.
Los sacrificios de animales no eran suficientes para convertirnos en nuevas criaturas con una nueva identidad. La sangre de los animales podía proveer expiación (kipur, “cobertura”), pero no podía quitar el pecado. Cubrir el pecado era una maniobra legal que nos imputaba justicia hasta que viniera el verdadero y apropiado Sacrificio como “el Cordero de Dios” (Juan 1: 29). Fue su sangre, derramada en la cruz, la que fue más allá de la expiación y proveyó la reconciliación plena entre Dios y el hombre.
Así leemos en 1ª Juan 3: 5:
5 Y sabéis que Él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en Él.
Por lo tanto, se puede decir que la sangre de los sacrificios de animales proveyó expiación para cubrir el pecado, pero la sangre de Cristo realizó la obra mayor de eliminar el pecado y reconciliarnos con Dios. Esta reconciliación establece nuestra condición de hijos de Dios.
La original Ley de Filiación aparece por primera vez en Génesis 1: 26 cuando Dios creó al hombre, diciendo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (demoot). La palabra hebrea demoot (semejanza) viene de la raíz damah, “sangre”. Mientras que “imagen” es la imagen del reflejo en un espejo, “semejanza” representa el ser de una misma sangre, es decir, estar emparentados por sangre. Implica que el hombre fue creado para ser hijo de Dios. Esta posición se perdió por el pecado y se pospuso para un tiempo posterior, pero la humanidad ciertamente cumplirá su propósito en la Restauración de Todas las Cosas, cuando toda rodilla se doble y toda lengua confiese a Cristo por fe.
La conversión en hijos de Dios fue posible desde el principio, pero se fue entendiendo poco a poco, a lo largo de muchos siglos. De hecho, no se entiende ampliamente, ni siquiera en la iglesia actual, en parte porque las Leyes de la Sangre se han ignorado a menudo, junto con el resto de las Leyes de Dios.
Nuevamente, Dios consideró conveniente revelar esta verdad paso a paso, como ya lo he demostrado. La sangre de los sacrificios animales cubrió el pecado, y 1.500 años después la sangre de Cristo proveyó la restauración que eliminó el pecado. Los Vencedores, los hombres y mujeres de fe mencionados en Hebreos 11, fueron hijos de Dios porque fueron obedientes a la verdad que les fue revelada en su época.
Después de que Cristo derramó su sangre en la cruz y llevó su propia sangre al Lugar Santísimo del templo en el Cielo (Hebreos 9: 12), se requería algo más para llegar a ser hijo de Dios. El nuevo requisito era depositar la fe en la obra de Cristo y en la eficacia de su sangre. Bajo el Nuevo Pacto, la fe en la sangre de animales ya no era suficiente.
Juan 1: 11-13 nos dice (traducido literalmente),
11 A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. 12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
Nosotros que hemos cumplido el requisito de la filiación podemos decir con Juan en 1ª Juan 3: 2:
2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es.
Aun así, todavía somos imperfectos, pues todavía estamos en proceso de madurar espiritualmente para ser conformados a la imagen de Cristo. Los siguientes versículos dicen (1ª Juan 3: 3, 4):
3 Y todo aquel que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro. 4 Todo aquel que practica el pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.
Si ya fuéramos perfectos, no tendríamos necesidad de purificarnos ni de abstenernos de la maldad. Tener fe en Cristo, entonces, asegura nuestra posición como hijos de Dios e incluso nos da una justicia posicional a los ojos de Dios, pero es necesaria una Segunda Obra de Cristo para completar la obra de perfeccionarnos.
Vemos, entonces, que emigrar del Antiguo Pacto al Nuevo es sólo el primer paso hacia la filiación. Una vez que hemos llegado a estar bajo el Nuevo Pacto a través de su Mediador, descubrimos que la Obra de Cristo se divide en dos partes. La primera parte fue su muerte, resurrección y ascensión; la segunda parte, traer a perfección a los Vencedores, todavía está por cumplirse en su Segunda Venida. La Primera Obra de Cristo nos dio justicia imputada (objetiva); la Segunda Obra de Cristo nos dará justicia real (subjetiva o experiencial).
Esto también está profetizado en la Ley. Levítico 14: 1-7 habla de dos aves que se necesitaban para limpiar a los leprosos. La lepra, al ser una muerte lenta, representa la mortalidad. La Ley de Limpieza de los Leprosos, entonces, presenta la base legal para llegar a la inmortalidad. Ambas aves profetizan acerca de Jesucristo. La primera ave era sacrificada, estableciendo así el hecho de que Cristo tendría que morir en su Primera Venida. La segunda ave era sumergida en la sangre de la primera ave y liberada a campo abierto (“El campo es el mundo”, Mateo 13: 38).
Así leemos en Apocalipsis 19: 13 acerca de la Segunda Venida de Cristo:
13 Está vestido de un manto teñido en sangre, y su nombre es: El Verbo de Dios.
Su manto fue “teñido en sangre” para identificarlo como Aquel que cumple la profecía de la Segunda ave en Levítico 14: 6. Por lo tanto, en la Segunda Obra, Él vuelve al mundo para traer inmortalidad a los Vencedores.
Una segunda profecía es similar, pero revela cómo somos hechos justos. Levítico 16 habla de dos chivos en el Día de la Expiación. El primero era sacrificado y su sangre rociada sobre el propiciatorio en el templo. Jesús cumplió esto cuando roció su propia sangre sobre el propiciatorio en el Cielo. El segundo chivo era enviado vivo al desierto. Esta es otra manera de expresar su Segunda Venida al mundo.
Ahora somos templos de Dios. Cuando Cristo sale de nuestros corazones, llevando nuestras iniquidades, pecados y transgresiones con Él, significa que Él está quitando el pecado de nuestros templos. En ambos casos (el del ave y el del chivo), Cristo debe venir dos veces para completar la Obra. Para completarla es necesario hacernos inmortales y justos. Si bien ambas Obras se basan en la primera Obra de Cristo, ninguna se completa hasta que se haya realizado la Segunda.
En ambos casos, hay sangre involucrada. La Primera Obra de Cristo se basa en su sangre derramada en la cruz. La segunda ave es sumergida en la sangre de la primera; en cuanto a los dos chivos, el primero provee expiación en el templo, mientras que el segundo elimina el pecado por completo.
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