Hay
un asunto el cual debemos entender claramente. Tener vida eterna es
diferente de entrar en el reino de los cielos. Todo aquel que no
puede ver la diferencia entre la vida eterna y el reino de los
cielos, nunca podrá estar claro con respecto al camino de la
salvación y la manera de presentarla. El Señor Jesús dijo que
desde Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos es tomado
con violencia (Mt. 11:12). Los violentos lo toman. La ley y las
profecías de los profetas terminaron con Juan (11:12-13). Basados en
esta palabra, algunos han dicho que debemos ser violentos, es decir,
debemos esforzarnos antes de que podamos ser salvos. Si no nos
esforzamos, no seremos salvos. Una persona dice esto porque no puede
ver la diferencia entre el reino de los cielos y la vida eterna. Hay
una diferencia entre la vida eterna y el reino de los cielos.
La segunda diferencia está en la manera en que el hombre entra en el reino de los cielos y la manera en que obtiene la vida eterna. Recibir la vida eterna es el tema de todo el Evangelio de Juan. La manera de tener vida eterna es creer. Una vez que creemos, la obtenemos. Nunca vemos otra manera. Sin embargo, entrar en el reino de los cielos no es tan simple. Todo el Evangelio de Mateo menciona al reino de los cielos treinta y dos veces. Ni una sola vez dice que el reino de los cielos se recibe por fe. ¿Cómo obtiene un hombre el reino de los cielos? Mateo 7:21 dice: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos”. Podemos ver que la entrada al reino de los cielos es un asunto de obrar más que de fe. Mateo 5:3 además dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Aquí, no dice vida eterna sino el reino de los cielos. Para tener el reino de los cielos, necesitamos ser pobres en espíritu. El Señor dice: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (v. 10). No tenemos que ser perseguidos para recibir la vida eterna, sin embargo, el reino es para aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia. Incluso si un hombre tiene vida eterna, si él no ha sido perseguido por causa de la justicia y si no es pobre en espíritu, él puede incluso no tener parte en el reino.
Existe una tercera diferencia. Ella yace en la actitud que los cristianos deben tener con respecto a la vida eterna y el reino de los cielos. Con respecto a la vida eterna, Dios nunca nos ha dicho que lo busquemos. Más bien, cada vez que es mencionada, El nos muestra que ya la tenemos. Sin embargo, con respecto al reino, la palabra de la Biblia dice que necesitamos buscarla y perseguirla diligentemente. Hoy día, con respecto al reino, estamos en la etapa de búsqueda; no lo hemos obtenido todavía. Todavía tenemos que hacer un esfuerzo para buscar y alcanzar el reino.
La cuarta diferencia yace en la manera en que Dios trata el reino y la vida eterna. Dios trata la vida eterna como un don dado a nosotros (Ro. 6:23). Nunca vemos que una persona va al Señor para buscar la vida eterna. Nunca ha acontecido esto, porque la vida eterna es gracia gratuita; es dada por medio del Señor Jesús a aquellos que creen en El. No hay diferencia entre uno que busca y uno que no busca. Pero el reino no es lo mismo. Recuerden a la madre de los dos hijos de Zebedeo que vino al Señor Jesús y quería que el Señor sentara a sus dos hijos a los lados de El en el reino (Mt. 20:21). Pero el Señor Jesús dijo: “Pero el sentarse a Mi derecha y a Mi izquierda, no es Mío darlo, sino que es para quienes está preparado por Mi Padre” (v. 23). La gracia se obtiene cuando clamamos a El. Pero el reino depende de si podemos ser bautizados en Su bautismo y de si podemos beber la copa que El bebió. Los dos discípulos dijeron que podían. Pero el Señor dijo que aunque ellos prometieran hacerlo y lo pudieran hacer, el asunto de todas maneras no depende de Su decisión. El Padre es el que lo da.
Además, el criminal que fue crucificado juntamente con el Señor le dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en Tu reino” (Lc. 23:42). ¿Escuchó el Señor esa oración? En verdad, la oyó. Pero no concedió su petición. El criminal le pidió al Señor que lo recordara cuando el Señor recibiera el reino. El Señor Jesús no le respondió que estaría con El en el reino. Más bien le respondió: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (v. 43). El Señor no respondió la pregunta con respecto al reino. Pero le dio una respuesta con respecto al paraíso. Mientras clamemos a El, podemos ir al Paraíso. Pero no es tan simple entrar al reino. Por lo tanto, en esto existe una gran diferencia. La actitud de Dios hacia la vida eterna y el reino de los cielos es diferente: una es el don de Dios, y la otra es la recompensa de Dios.
Con respecto a la diferencia entre el reino de los cielos y la vida eterna, hay otros pasajes en la Biblia que son muy interesantes. Ahora llegamos a la quinta diferencia. Apocalipsis 20 nos muestra que los mártires reciben el reino, aunque no dice que ellos son los únicos que reciben el reino (v. 4). Sin embargo, la Biblia nunca nos muestra que el hombre deba ser martirizado para recibir la vida eterna. Si ese fuera el caso, el cristianismo llegaría a ser una religión de muertos, porque el hombre debería morir. Pero no vemos tal cosa. Sin embargo, el reino es diferente. El reino requiere esfuerzo. Incluso requiere al martirio para obtener el reino. Por ejemplo, la pobreza es una condición necesaria para el reino de los cielos. A fin de obtener el reino de los cielos, uno tiene que perder sus riquezas. La Biblia nos muestra claramente que ninguna persona sobre la tierra que es rica de acuerdo a sus propios caminos, puede entrar en el reino de los cielos. No podemos decir que ningún hombre rico puede ser salvo. No podemos decir que no puede entrar en la vida eterna el que no pierda sus riquezas. Así como es de difícil que un camello entre por el ojo de una aguja, de la misma manera es difícil que un hombre rico entre en el reino de los cielos (Mt. 19:24). Pero, ¿han oído que así como es imposible que un camello entre por el ojo de una aguja, en la misma manera es imposible que un hombre rico sea salvo y tenga vida eterna? Gracias al Señor. El pobre puede ser salvo. Así también el rico. El pobre puede heredar la vida eterna. Así también el rico. Pero entrar al reino de los cielos es un problema para el rico. Si acumulamos riquezas sobre la tierra, no seremos capaces de entrar al reino de los cielos. Por supuesto eso no significa que alguien tenga que despojarse hoy de todo su dinero. Estoy diciendo que uno tiene que entregar todo su dinero al Señor. Solamente somos mayordomos. No somos los amos de la casa. La Biblia nunca reconoce a un cristiano como el amo de su dinero. Todos somos sólo mayordomos del dinero que es para el Señor. Todos somos solamente mayordomos del Señor. Existe tal condición para entrar en el reino.
Existe otra cosa muy peculiar. Uno nunca ve los asuntos del matrimonio y de la familia en la escena que envuelve el asunto de la vida eterna. Pero el Evangelio de Mateo dice que algunos no se casarán por causa del reino de los cielos. Algunos aún se hacen a sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos (Mt. 19:12). A fin de entrar en el reino de los cielos, y a fin de obtener un lugar en el reino, ellos deciden permanecer vírgenes. Nunca vemos que a una persona casada se le niegue la vida eterna. Si este fuera el caso, Pedro hubiera sido el primero en tener ese problema, ya que él tenía suegra (Mt. 8:14). Vemos que el asunto de la vida eterna no está relacionado en absoluto con la familia ni con el matrimonio, pero el asunto del reino está muy relacionado a la familia y al matrimonio. Por eso la Biblia dice que aquellos que tienen esposas deben ser como aquellos que no la tienen. Aquellos que usan al mundo deben ser como aquellos que no lo usan, y aquellos que compran deben ser como aquellos que no poseen (1 Co. 7:29-31). Esto tiene mucho que ver con nuestra posición en el reino de los cielos.
Finalmente, tenemos que mencionar otra diferencia. En el reino existen diferentes niveles de rango. Incluso si un hombre es capaz de entrar en el reino, hay una diferencia en la posición que tendrá allí. Algunos recibirán diez ciudades, y otros recibirán cinco (Lc. 19:17-19). Algunos solamente recibirán recompensa, pero otros recibirán una gran recompensa. Algunos obtendrán una rica entrada al reino (2 P. 1:11). Algunos entrarán al reino sin una rica entrada. Por lo tanto, en el reino existe una diferencia en el rango. Pero con respecto a la vida eterna nunca hay existe el asunto del rango. La vida eterna es la misma para todos. Uno no recibirá diez años más que otro. No hay diferencia en la vida eterna, pero sí existe una diferencia en el reino.
Si alguien considera un poco, comprenderá que en la Biblia, el reino y la vida eterna son dos cosas absolutamente diferentes. La condición para la salvación es la fe en el Señor. Aparte de la fe, no hay otra condición, porque todas las condiciones ya han sido cumplidas por el Hijo de Dios. La muerte del Hijo ha cumplido todos los requisitos de Dios. Pero, entrar al reino de los cielos es otro asunto; requiere obras. Hoy día, un hombre es salvo por medio de la justicia de Dios. Pero no podemos entrar al reino de los cielos a menos que nuestra justicia exceda a la de los escribas y la de los fariseos (Mt. 5:20). La justicia en el vivir y la conducta de uno debe sobrepasar la de los escribas y la de los fariseos antes de poder entrar en el reino de los cielos. Por lo tanto, vemos que el asunto de la vida eterna está completamente basado en el Señor Jesús. Pero, el asunto del reino se basa en las obras del hombre. No estoy diciendo que el reino es mejor que la vida eterna. Pero Dios tiene un lugar para los dos.
EL CAMINO DE LA SALVACION:
LA FE EN CONTRASTE CON AMAR A DIOS
O SER BAUTIZADOS
Durante las últimas dos semanas, hemos visto que el hombre necesita ser salvo y que Dios preparó dicha salvación. Vimos los problemas que Dios encontró cuando preparó esta salvación para nosotros y la manera en que El solucionó todos los problemas del pecado. También vimos la manera de recibir la salvación. Debido a que el hombre entendió la Biblia de una manera incorrecta, le pusieron muchas condiciones a la salvación. Algunos quieren poner cierta condición, mientras que otros quieren poner otra. Vimos que el hombre no se salva por medio de la ley ni por las obras. No se salva por el arrepentimiento, la oración ni la confesión. El hombre no se salva por nada que tenga en sí mismo. Además de estos métodos humanos, existen dos errores muy comunes dentro de la iglesia. El primero es el concepto de que el hombre tiene que amar a Dios a fin de ser salvo. Si el hombre no ama a Dios, no puede ser salvo.
AMAR A DIOS NO ES EL CAMINO DE LA SALVACION
Admito que 1 Corintios 16 nos dice que el hombre tiene que amar a Dios. Si alguno no ama a Dios es anatema. Esto es un hecho. Sin embargo, la Biblia nos muestra claramente que el hombre es salvo por la fe y no por el amor. Algunos piensan que se puede demostrar en la Biblia que el hombre es salvo por medio de amar a Dios y que sin amar a Dios el hombre no puede ser salvo. Hay algunos pecadores que cuando se les predica la salvación por fe, dicen que no pueden ser salvos porque no aman a Dios de corazón. Piensan que si realmente aman a Dios y se acercan a El, Dios los salvará. Según ellos, el hombre es salvo por medio de amar a Dios. No se dan cuenta de que el hombre no es salvo porque ame a Dios, sino porque Dios ama al hombre. Dios es quien amó al mundo y dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquél que en El cree no se pierda más tenga vida eterna (Jn. 3:16). De Dios se requiere amor. De nosotros se requiere fe. El requisito para el hombre no tiene que ser el mismo que el de Dios. El hombre no tiene que amar a Dios de la misma manera que Dios lo ama. El Evangelio de Juan no dice que el hombre debe amar tanto a Dios que tenga que dar su hijo a Dios, para que Dios confíe en él y no lo deje perecer sino que le dé vida eterna. Agradecemos a Dios porque fue El quien amó tanto al mundo que dio a Su Hijo unigénito. La Biblia no dice que nosotros amamos a Dios primero, sino que fue Dios quien lo hizo primero. La base de la salvación no es nuestro amor hacia Dios. La base de la salvación es el amor de Dios para con nosotros. Si basamos la salvación en nuestro amor por Dios y en nuestro sacrificio hacia El, inmediatamente veremos que la salvación que tengamos no será segura. Nuestros corazones son como la arena del mar que va y viene con las olas. Si nuestra casa se edifica en la arena, nuestro destino seguirá el fluir de la corriente. Gracias al Señor. No es un asunto de nuestro amor hacia Dios, sino del amor de Dios hacia nosotros.
LA HISTORIA DEL BUEN SAMARITANO
Aunque Juan 3 y otros pasajes digan lo que hemos dicho, tal vez algunos pregunten: “¿Y qué dice usted de Lucas 10?” Ahora leamos lo que dice en Lucas 10. Lucas 10:25 comienza diciendo: “Y he aquí que un intérprete de la ley se levantó”. Este hombre tenía una profesión equivocada. “Cierto intérprete de la ley lo puso a prueba”. Su motivo era incorrecto. Su intención no era buena. “Le puso a prueba, diciendo: Maestro”. El tenía un entendimiento incorrecto. Su entendimiento con respecto al Señor estaba equivocado. El no sabía quién era el Señor. “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” Su pregunta era incorrecta. Aquí vemos a un hombre que estaba errado en su profesión, en su motivo, en su intención, en su comprensión con respecto al Señor y hasta en la pregunta que hizo.
El preguntó: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” ¿Qué contestó el Señor? El le dijo: “¿Qué está escrito en la ley?” Tú eres un intérprete de la ley. Tú debes saber qué dice la ley. “¿Cómo lees?” Algo debe de decir la ley. Sin embargo, el hombre puede equivocarse al leerla. El Señor le hace una doble pregunta. ¿Qué está escrito en la ley? Y ¿cómo lees? Algunas veces la ley dice una cosa pero el hombre lee otra cosa. “Aquel, respondiendo, dijo”. El contestó lo que decía la ley, y cómo él lo entendía. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Este intérprete de la ley estaba muy familiarizado con la ley. El sabía que la suma de la ley es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente, y amar al prójimo como a uno mismo. El podía resumir toda la ley en una oración. Este era un hombre entendido. Es probable que todo aquel que tienta sea entendido. Solamente los entendidos tratan de tentar. ¿Qué significa tentar a otros? Los que quieren saber hacen preguntas y los que vienen a tentar también hacen preguntas. Los que quieren saber algo hacen preguntas porque no entienden. Los que quieren tentar a alguien hacen preguntas porque sí entienden. Algunos preguntan porque no entienden, y humildemente quieren saber. Algunos preguntan porque entienden; éstos quieren mostrar cuánto entienden. Esto es lo que significa tentar. Este hombre vino al Señor para preguntarle cómo podía ser salvo. El dijo que quería tener vida eterna y que quería la vida de Dios. ¿Qué debía hacer entonces? El Señor dijo: “¿Qué está escrito en la ley y cómo lees?”. El hombre pudo recitarlo de memoria. El sabía esto desde hacía mucho tiempo. Uno tiene que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la fuerza y con toda la mente y amar a su prójimo como a sí mismo. El sabía todo esto. Fue por eso que lo recitó inmediatamente. Cuando respondió de esta manera el Señor le dijo que lo pusiera en práctica y así tendría la vida eterna.
Aquí tenemos un problema. Por lo que el Señor dijo aquí cuando habló con el intérprete de la ley y por la circunstancia, aquellos que no están familiarizados con la verdad y con el significado de la palabra de Dios, tal vez digan: “¿No es evidentemente claro que para tener vida eterna uno debe amar a Dios y a su prójimo?” “Si un hombre no ama a Dios y a su prójimo, ¿no es verdad que no puede tener vida eterna?” Aunque el evangelio de Juan menciona ochenta y seis veces que la vida eterna se obtiene por medio de la fe, algunos tal vez digan que el evangelio de Lucas dice al menos una vez que la vida eterna se obtiene por medio de amar a Dios; si un hombre no ama a Dios y a su prójimo, no puede ser salvo.
Si ese es el caso, les preguntaría si alguno de nosotros ha amado a Dios de esta manera, es decir, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente. No, no hay nadie así. No existe nadie que ame a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente, y nadie puede decir que ama a su prójimo como a sí mismo. No existe tal persona. Puesto que nadie hace esto, entonces nadie podría tener vida eterna. Necesitamos entender por qué el Señor Jesús dijo que necesitamos amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra fuerza y con toda nuestra mente. Agradecemos al Señor que la Biblia es en realidad la revelación de Dios. No existe absolutamente ningún error en ella. Esta es la razón por la cual me encanta leer la Biblia. Si este pasaje de Lucas que comienza en 10:25 terminara en el versículo 28, las verdades de la Biblia serían contradictorias. Si tal fuera el caso, el hombre tendría que amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su fuerza y con toda su mente. Ninguna de estas cuatro cosas podría faltar. Y si no cumple alguna de ellas, no podría ser salvo. Gracias al Señor que después del versículo 28 hay más versículos. Continuemos leyendo.
Es muy bueno que este hombre fuera inquieto. “Pero él queriendo justificarse a sí mismo...” hizo esta pregunta. “El le dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?” Jesús le dijo que tenía que amar al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente y amar a su prójimo como a sí mismo. Habría sido extraño que él preguntara quién era Dios. ¿Podía un maestro preguntar quién era su Dios? También le habría sido difícil preguntar quién era él mismo ya que todos los hombres del mundo, con excepción de los filósofos, saben quiénes son. No teniendo nada que decir, preguntó quién es su prójimo. “Ahora dices que tengo que amar a mi prójimo como a mí mismo. Pero ¿quién es mi prójimo?” A partir del versículo 30 el Señor le dijo quién era su prójimo. El comenzó a contarle una historia.
Esta historia es de las más comunes y familiares de la iglesia. Sería muy bueno que la leyéramos juntos: “Tomando Jesús la palabra, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales lo despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Coincidió que descendía un sacerdote por aquel camino, y viéndole, dio un rodeo y pasó de largo. Asimismo un levita, llegando a aquel lugar, y viéndole, dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a compasión; y acercándose vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndolo en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que se hizo el prójimo del que cayó en manos de ladrones?”
Conocemos bien esta historia. Dedicaremos un poco de tiempo para analizarla. Este hombre iba de un lugar de paz a un lugar maldito. Jerusalén significa paz y Jericó significa maldición. El no iba de Jericó a Jerusalén, un viaje ascendente. Iba de Jerusalén a Jericó, un viaje descendente. El iba del lugar de paz al lugar de maldición. Este hombre estaba en una condición decadente. El se encontró con los ladrones en el camino. No fue un solo ladrón, sino una banda de ladrones quienes le quitaron todo lo que tenía, lo despojaron de sus vestidos y lo dejaron completamente desnudo. Lo golpearon hasta dejarlo medio muerto; fue herido en su ser. La Biblia nos muestra que las vestiduras del hombre son sus acciones y que el ser del hombre es su vida. Aquí las buenas acciones le fueron quitadas y no le quedó nada. La vida que queda solamente tiene un cuerpo que está vivo; el espíritu está muerto. Este es un hombre medio muerto. Todos los lectores de la Biblia saben que ésta es una descripción de nuestra persona. Desde el momento en que el hombre fue tentado por la serpiente en el huerto de Edén, y desde que comenzó a pecar, el hombre nunca ha tenido paz en su vida de vagabundo. El hombre continuamente es tentado por Satanás, y como resultado es despojado de sus obras externas. Además, internamente, su espíritu está muerto. El está vivo mientras está en su cuerpo; sin embargo, en su espíritu está muerto. El hombre no puede hacer nada con respecto a su condición. Solamente puede esperar que otros vengan y lo salven.
Descendió un sacerdote. Cuando vio a este hombre pasó de largo; asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndolo pasó de largo. Los sacerdotes y los levitas son los dos grupos principales de personas mencionadas en el Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento toda la ley está en manos de los sacerdotes y los levitas. Si quitamos los sacerdotes y los levitas no habría ley. Para un pecador medio muerto, cautivo de Satanás, que espera ir a la destrucción, sin virtudes externas, no hay nada que hacer, excepto esperar la muerte. ¿Qué le habrían dicho los sacerdotes? Podrían haber dicho: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente y te levantarás y andarás”. El levita también pudo haber dicho: “Eso es cierto. Sin embargo, también debes amar a tu prójimo como a ti mismo”. Estos son sus mensajes. Esto es lo que un sacerdote y un levita le dirían a un hombre moribundo. “Es verdad que estás medio muerto y que te han despojado de tus vestiduras brillantes. No obstante, si haces el bien puedes ser salvo”. Esto es lo que significa amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente. Esto es lo que significa amar a Dios. Si alguien no ha sido golpeado, y todavía tiene el corazón, el alma, las fuerzas y la mente para hacer algo, es posible que pueda amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente. Se le habría podido decir esto mientras todavía estaba en Jerusalén. Sin embargo, el problema hoy en día es que ya no está en Jerusalén; está tirado en el camino, moribundo. Estos mandamientos no le pueden ayudar. Por lo tanto, por favor recuerde que hoy en día no es asunto de dar nuestro “todo”, sino de recibir algo de ayuda. Aquí vemos a un hombre que está a punto de morir por enfermedad. Vive en pecado. No puede hacer nada con respecto a su condición. Si usted le dice a tal pecador que ame a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente, él le dirá que nunca ha amado a Dios en su vida. Si usted le dice que tiene que amar a su prójimo, él le dirá que ha estado robando a otros toda su vida. ¿Qué le diría usted a un hombre que está a punto de entrar en la eternidad? En ese momento, los sacerdotes y los levitas no pueden ayudarlo. Ellos solamente pueden pasar por el otro lado. Cuando ellos ven una persona así no pueden ayudarle.
Lo que se dice acerca de amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra fuerza y con toda nuestra mente, y de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, no tiene como fin ayudarnos a heredar la vida eterna. El único propósito es mostrarnos la clase de personas que somos. Si usted nunca hubiera oído que debemos amar a Dios, usted no sabría cuán importante es hacerlo. Si usted nunca hubiera oído que debe amar a su prójimo, no sabría cuán importante es esto. Una vez que uno oye acerca de amar al prójimo, se da cuenta de que nunca ha amado al prójimo. En realidad las palabras mencionadas en la ley tales como amar a Dios, amar a nuestros semejantes, no codiciar ni matar, están allí solamente para exponer nuestra pecaminosidad. Estas palabras muestran nuestra condición. El fin de la ley, como dijo Santiago, es solamente servir de espejo. Le muestra a uno quién es. Uno no sabe cómo es su cara, sin embargo, si se mira en un espejo sabrá cómo es. Anteriormente usted no sabía que no amaba a Dios. Ahora lo sabe. No solamente no ama con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente, ni siquiera ama un poco a Dios. No solamente no ama a Dios, ni siquiera ama al prójimo. Usted ya ha sido asaltado por los ladrones. No obstante, usted todavía no sabe lo que le ha sucedido. Ahora, por medio de la ley lo sabe. Ustedes fueron golpeados por los asaltantes, dejados medio muertos y despojados de sus vestiduras y ustedes ni cuenta se dieron. Ahora lo saben. Entonces, ¿qué hicieron los sacerdotes y los levitas? Ellos vinieron a decirle: “Amigo mío, ¿no te das cuenta que has sido golpeado por los ladrones? ¿De que has sido despojado de tus vestiduras? ¿De que estás medio muerto?
Poco después pasó alguien más, fue el buen samaritano. “Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él”. A diferencia de los otros dos, éste iba de camino. El sacerdote pasó por coincidencia. El levita también pasó por coincidencia. Sin embargo el samaritano iba de camino. El vino a propósito para salvarlo. “Y cuando lo vio, tuvo compasión de él”. El tuvo amor y compasión. Traía aceite y vino. Por lo tanto, pudo sanar al que había sido herido por los ladrones. ¿Quién es este samaritano? Juan 4:9 nos dice que los judíos no tenían trato con los samaritanos. Todos los mencionados en esta historia son judíos. El que fue herido por los ladrones era judío; el sacerdote era judío; el levita era un judío. ¿Qué representan los judíos? ¿Qué representa el samaritano? Los judíos nos representan a nosotros los seres humanos. ¿Qué del samaritano? Los samaritanos no tienen trato con los judíos. Ellos no se mezclan con los judíos. Están separados de los judíos y por encima de ellos. Sabemos que esta persona es el Señor Jesús. Un día, cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, un grupo de judíos lo criticó y lo insultó con dos afirmaciones ofensivas, diciendo que era un samaritano y que tenía demonio (Jn. 8:48). Por favor note que en la respuesta de Jesús, él dijo que no tenía demonio. Los judíos dijeron que El era un samaritano y que tenía demonio. El Señor negó que tuviera demonio, sin embargo, no negó que fuera samaritano. Por lo tanto aquí, el samaritano se refiere al Señor Jesús. Juan nos muestra que en tipo, El es un samaritano.
Este samaritano vino intencionalmente al hombre que estaba medio muerto. Cuando lo vio, fue movido a misericordia y lo salvó usando dos cosas. Una fue el vino y la otra el aceite. El le echó el aceite y el vino en las heridas y se las vendó. Tenemos que ver que esto ocurre después del Gólgota y después de Pentecostés. No es en Belén. Si hubiera sido en Belén, habría sido el vino sobre el aceite. Pero desde Jerusalén y desde la casa de Cornelio, es el aceite sobre el vino. El vino representa la obra del Gólgota. El aceite representa la obra en el día de resurrección y el día de Pentecostés. El vino es simbolizado por la copa en la mesa del Señor. Cuando usted se enferma, los ancianos llevan a su casa aceite; de esto se habla aquí. En otras palabras, el vino es la obra de la redención, y el aceite es la obra de la comunión. El vino simboliza la sangre redentora del Señor, y el aceite representa la obra del Señor aplicada por el Espíritu Santo. Esto es muy significativo. Si solamente se derrama el aceite sin el vino, no habría ningún fundamento para nuestra salvación. Si no hubiera aceite, la salvación no tendría ningún efecto. Sin la cruz habría sido injusto que Dios perdonara nuestros pecados. Significaría que El estaba resolviendo el problema de nuestros pecados a la ligera. Significaría que El estaba encubriendo nuestros pecados. Pero sin el aceite, aunque Dios hubiera podido llevar a cabo la redención en su Hijo y hubiera podido resolver el problema de nuestros pecados, esa obra no podría ser aplicada a nosotros; todavía estaríamos heridos.
Aquí vemos que hay aceite y hay vino. Además, el aceite se menciona primero. El Espíritu Santo es quien ha aplicado la obra del Señor sobre nosotros. Este es el proceso de la salvación. El aceite se mezcla con el vino. El Espíritu Santo no hace otra cosa que transmitir la obra del Señor sobre nosotros. ¡Qué maravilloso es esto! Muchas de nuestras hermanas son enfermeras. También tenemos aquí a dos hermanos que son médicos. ¿Sabe usted que la función del vino es completamente negativa? Se usa como desinfectante. Esto significa que la redención del Señor elimina los pecados del pasado. El aceite ayuda al vino. Aquí por un lado, se quita lo que estaba en el primer Adán. Por otro lado, se imparte la vida nueva del Espíritu Santo. Solamente por medio de esto el moribundo puede ser sanado. Más adelante hablaré acerca de este asunto si tengo la oportunidad.
¿Qué sucedió después de que el buen samaritano vendó las heridas del hombre herido? Lo puso en su cabalgadura. La cabalgadura denota un viaje. Con una cabalgadura uno puede viajar sin hacer mucho esfuerzo. Cuando tengo cabalgadura, no necesito viajar por mi propio esfuerzo; la cabalgadura me lleva. ¿A dónde fue la cabalgadura? Fue al mesón. Este mesón es la casa de Dios. Cuando este hombre es llevado a Dios, Dios lo cuida.
¿Cuál es el significado de los dos denarios? En la Biblia todos los metales tienen su significado. En la Biblia el oro representa la naturaleza, la vida, la gloria y la justicia de Dios; el bronce representa el juicio de Dios. Todos los muebles que se relacionan con el juicio tenían bronce. El altar, el lavacro y la serpiente eran de bronce. Los pies del Señor son como bronce bruñido, y su función es hollar. El hierro representa el poder político. Y a lo largo de la Biblia, la plata significa redención. Cada vez que se menciona la redención, se menciona la plata. En el Antiguo Testamento el dinero pagado para la redención era plata. Aquí dos denarios significan el precio de la redención. Los dos denarios fueron dados al mesonero. Esto es nuestra salvación. Debido a esto, Dios ha aceptado a todos aquellos que confían en El. En lo espiritual, el mesón representa la casa celestial de Dios. En lo físico, representa la iglesia. “Y todo lo que gastes de más, Yo te lo pagaré cuando regrese”. Después de ser salvos, estamos en la iglesia esperando el regreso del Señor. Estos puntos no son mi tema, pero los menciono de paso.
El intérprete de la ley le preguntó al Señor: “¿Quién es mi prójimo?” El Señor le contó esta historia. El contestó al intérprete de la ley con una pregunta: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que se hizo el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” Si uno pone cuidado a esta palabra, se dará cuenta que el Señor le estaba diciendo al intérprete que él era aquél que había caído en manos de los ladrones.
Hoy en día muchos aplican este pasaje incorrectamente. Ellos piensan que el Señor Jesús quiere que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Ya sea en escuelas bíblicas, escuelas dominicales o predicaciones dominicales, se les enseña a las personas que uno tiene que ser un buen samaritano. Usted debe amar a su prójimo y tener misericordia de él. Para ellos, ¿quién es el prójimo? Es aquel que fue herido por los ladrones. Y, ¿quiénes somos nosotros? Somos el buen samaritano. Sin embargo, esto es exactamente lo contrario de lo que el Señor Jesús estaba diciendo. Lo que el Señor quiso decir es que nosotros somos los que fuimos heridos por los ladrones. Entonces, ¿quién es nuestro prójimo? Nuestro prójimo es el buen samaritano. Nosotros pensamos que nosotros somos el buen samaritano. Podemos movernos. Podemos caminar. Cuando vemos a aquellos atados por el pecado, somos capaces de ayudarlos. No obstante, el Señor Jesús dijo que nosotros no somos el buen samaritano, sino que necesitamos al buen samaritano. Somos el hombre que fue herido por los ladrones en el camino. Somos los que estamos a punto de morir. No tenemos buenas obras. ¿Quién es nuestro prójimo? El es nuestro buen samaritano. ¿Qué es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos? No dice que tenemos que amar a los demás como a nosotros mismos. Esto significa que tenemos que amar al Salvador como a nosotros mismos. No significa que debemos amar primero a otros antes de heredar la vida eterna. Más bien, significa que si amamos al Salvador, el Samaritano, indudablemente tendremos vida eterna.
El problema hoy en día es que el hombre continuamente piensa en las obras. Cuando se lee Lucas 10, se piensa: “Alguien está herido. Alguien está a punto de morir. Si yo lo cuido y lo amo, seré un buen samaritano y heredaré la vida eterna”. Pensamos que cuando ayudemos a otros heredaremos la vida eterna. Sin embargo, el Señor Jesús dijo: “Si usted permite que alguien le ayude, heredará la vida eterna”. Ninguno de nosotros está calificado para ser el buen samaritano. Este samaritano, que anteriormente no se llevaba bien con nosotros, ha venido ahora. El ha muerto y ha resuelto el problema de nuestros pecados. Ahora El está resucitado y nos ha dado una nueva vida. El ha vendado nuestras heridas. Nos ha dado redención. El nos está ayudando y está llevándonos a los cielos a fin de que Dios nos acepte y nos cuide.
Finalmente tenemos el versículo 37: “El dijo: El que usó de misericordia con él”. Esta vez el intérprete de la ley contestó correctamente. El contestó que es aquel que le mostró misericordia. La persona que tuvo misericordia de mí, es mi prójimo. Mi prójimo es el samaritano que se detuvo para vendar mis heridas y ponerme aceite y vino, quien me puso en la cabalgadura y me llevó al mesón. Amigos, el asunto no es ser el prójimo de alguien más. Por el contrario, aquel que tuvo misericordia de usted llega a ser su prójimo.
El Señor Jesús le dijo: “Ve y haz tú lo mismo”. Esta expresión confunde a mucha gente. Ellos piensan que el Señor estaba diciéndonos que ayudemos a otros. Sin embargo, lo que esto significa es que su prójimo es el buen samaritano. Por lo tanto, usted debe aceptarlo como su Salvador. Puesto que su prójimo es el buen samaritano, usted debe de ser la persona herida por los ladrones. Esto nos muestra que mientras estábamos postrados allí, El vino y nos salvó. Nunca digamos que podemos hacer algo nosotros mismos. Nunca digamos que tenemos la manera de lograr algo. El nos muestra que tenemos que permitirle hacerlo todo. Tenemos que permitirle que vierta el aceite y el vino sobre nuestras heridas. Tenemos que permitirle que nos ponga en la cabalgadura y que nos lleve al mesón. Tenemos que permitirle que haga El la obra de cuidarnos. Tenemos que ser como el herido. No tenemos que ser como el samaritano. El error más grande del hombre es pensar que debe hacer algo. El hombre siempre quiere ser su propio salvador. Siempre quiere salvar a otros. Sin embargo, Dios no nos ha puesto para que seamos salvadores. Dios dice que nosotros somos los que necesitamos ser salvos.
Por lo tanto, lo dicho por el Señor contestó a cabalidad la pregunta del intérprete de la ley. Esto no significa que no tenemos que amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas y con toda la mente. La pregunta es, si uno puede o no hacerlo. No, no podemos hacerlo. Tenemos una vida herida. En realidad nuestra verdadera condición es que estamos muertos. Nuestro cuerpo está vivo, pero nuestro espíritu está muerto. Necesitamos la salvación. No podemos ayudar a Dios. Tampoco podemos ayudar al hombre. Si pensamos que podemos hacer algo, no tendremos la experiencia del perdón de pecados. La obra de la cruz y la obra del Espíritu Santo no nos serán aplicadas.
Por lo tanto, recuerde que Lucas 10:25-37 no nos dice que el hombre es salvo por amar a Dios. Al contrario, dice que el samaritano primero fue movido a misericordia. Antes de que podamos amar, El es quien ama primero, y luego nosotros podemos amar. Antes de que El nos haya amado, nosotros no podemos amar. Es cierto que si un hombre no ama a Dios es anatema. Podemos decir que en Lucas 7 el Señor Jesús le dijo a Simón que aquel a quien se le ha perdonado más, ama más, y al que poco se le ha perdonado, ama poco. El amor viene después del perdón. No es un asunto de que el que ame más reciba más perdón y de que el que ame poco reciba menos perdón. Cuanto más perdón recibe una persona, más ama. Un cristiano ama al Señor porque El lo ha salvado. Si usted ni siquiera puede amar al Samaritano, entonces no sé qué decir de usted. En la tierra no existe tal persona. No hay nadie en la tierra que no ame al Señor en absoluto, todas las personas lo aman al menos un poquito. El Señor dijo que al que poco se le perdona, ama poco. No dice que no existe amor. Todas las personas lo aman en mayor o menor grado. Sin embargo, el amor no es una condición para ser salvos. Si uno es salvo por amar al Señor, entonces esto no es muy confiable. En dos o tres días puedo cambiar muchas veces. Soy una persona que ha sido herida por los ladrones, estoy postrado allí. No puedo hacer absolutamente nada. Estoy llegando a mi fin. No amo a Dios con todo mi corazón y no amo a mi prójimo. Sin embargo, ahora, le permito que me salve. Después de que me salva, puedo amarlo. Lo amamos debido a que El nos amó primero. El amor de Dios en nosotros es lo que ha producido nuestro amor por El. Es completamente imposible que por nosotros mismos produzcamos amor LA SALVACION NO SE OBTIENE POR EL BAUTISMO
Ahora tenemos que considerar otra pregunta. Algunas personas dicen que uno no puede ser salvo sin ser bautizado. Tal vez alguno de nosotros diría esto. No obstante, algunos que han sido afectados por el veneno de la tradición católica romana, tal vez tengan esta clase de pensamiento. Recientemente, algunos colaboradores y yo nos reunimos con algunos misioneros del Oriente, en Cantón. Todos ellos pusieron mucha atención a este asunto del bautismo. Hay un misionero en Hong Kong que es muy dogmático en este asunto. Indudablemente ellos tienen sus bases bíblicas, las cuales son Marcos 16:16: “El que creyere y fuere bautizado será salvo, más el que no creyere será condenado”. Algunos argumentarían que esto significa que si un hombre ha creído pero no ha sido bautizado todavía no es salvo, porque este versículo claramente dice que el que creyere y fuere bautizado será salvo.
Me gustaría hacer una pregunta. ¿Qué significa aquí la salvación? Dice: “El que creyere y fuere bautizado será salvo”. Después dice: “El que no creyere será condenado”. Podemos ver, pues, que aquí la salvación no se refiere meramente a ser librado de la condenación. Debemos ser cuidadosos en este asunto. El Señor dice: “El que creyere y fuere bautizado será salvo”. La oración correspondiente debe ser que el que no creyere no será salvo. Sin embargo, es muy extraño que diga que el que no cree es condenado. Por lo tanto, la salvación mencionada en la primera cláusula, no debe referirse a no ser condenado en la segunda cláusula. Tenemos que ver que aquí la salvación no solamente se refiere a la salvación del hombre delante de Dios, sino que también se refiere a la salvación del hombre delante de los demás hombres. Delante de Dios es asunto de ser condenado o no. Delante del hombre es cuestión de ser salvo o no. Delante de Dios todos aquellos que creen en el Señor Jesús son libres de la condenación. El que no cree ya ha sido condenado. Esto es lo dicho en Juan 3:18. Sin embargo, uno no puede decir que el que creyere y fuere bautizado no será condenado. Eso se debe a que la condenación tiene que ver con Dios. Aquí la salvación no está relacionada con Dios. La salvación tiene que ver con el hombre. Es por eso que surge el asunto del bautismo. Ser condenado o no se relaciona con Dios. Es por eso que sólo hay diferencia entre creer y no creer. Ser salvo o no es un asunto que no tiene que ver con Dios; es algo que tiene que ser visto por el hombre. Por esta razón existe la diferencia entre ser bautizado y no ser bautizado.
Cuando leamos la Biblia, debemos tener cuidado de ver estas distinciones. Tomemos de nuevo como ejemplo Juan 3. En el versículo 5 el Señor dijo: “A menos que alguien nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”. Luego, en los versículos 6 y 8 cuando se menciona este asunto de nuevo, se menciona solamente el asunto de nacer del Espíritu, sin mencionar el asunto de nacer del agua. Esto se debe a que hay dos lados en cuanto al reino de Dios. Un lado es espiritual y el otro es terrenal. En términos espirituales si un hombre no nace de nuevo, no puede entrar en el reino de Dios. Este es el hecho. Sin embargo, todavía queda el lado humano. Desde el punto de vista humano, no solamente existe la necesidad de nacer del Espíritu, sino también de nacer del agua. ¿A qué se asemeja el Espíritu? Dice que el viento sopla a donde quiere. También podemos decir que el Espíritu sopla de donde quiere. En el idioma original, viento y espíritu son la misma palabra. Ambos son pneuma. El Espíritu sopla de donde quiere. Uno no sabe de dónde viene ni a dónde va. El hombre no puede controlar el viento de los cielos. Cuando viene, simplemente viene. Cuando se va, simplemente se va. Muchas veces solamente oímos el sonido del viento, y sabemos que está ahí o que se ha ido. No podemos controlar el viento del cielo, pero sí podemos controlar el agua de la tierra. No tengo manera de controlar el viento sobre mi casa. No obstante, puedo decidir meterme al agua o no. El viento sopla de donde quiere, sin embargo, el agua va a donde yo quiero que vaya. No puedo ordenarle al Espíritu que está en los cielos que me introduzca en el cielo. No obstante, puedo decidir introducirme al agua. Puedo tener parte en el reino de Dios en la tierra. Cuando soy bautizado ya nadie puede decir que no pertenezco al Señor. Esta es la razón por la cual el Señor dijo en Marcos 16 que el que creyere y fuere bautizado será salvo.
¿Cuál es la diferencia entre ser salvo y no ser condenado? Por favor recuerde que la condenación es un asunto que se relaciona estrictamente con Dios; no obstante, la salvación es relativa, está relacionada con Dios y con el hombre. Si soy condenado o no, es un asunto delante de Dios. Sin embargo, si soy salvo o no es un asunto que tiene que ver con Dios y también con el hombre. La salvación tiene que ver con Dios y con el hombre; la condenación es un asunto directo con respecto a Dios. Una vez que un hombre crea, no será condenado por Dios. El que no cree ya ha sido condenado. Los que están en Cristo no son condenados. Sin embargo, los que no creen ya han sido condenados. Este es el asunto delante de Dios todo el tiempo. Pero gracias al Señor que la salvación tiene que ver con Dios y con el hombre. Por un lado tenemos que creer, a fin de ser salvos delante de Dios, por el otro, tenemos que ser bautizados, a fin de ser salvos delante del hombre.
Si hoy en día existe un hombre que vive como cristiano secretamente, ¿debemos reconocerlo como cristiano? El ha creído y ya no es condenado por Dios. Sin embargo, uno no puede decir que delante del hombre es salvo. Delante de Dios tenemos que ser librados de la condenación. No obstante, delante del hombre tenemos que ser salvos. Si existe una persona que genuinamente ha creído en el Hijo de Dios y genuinamente ha creído en la obra de la cruz del Señor, pero nunca ha confesado con su boca ni ha sido bautizado, otros no sabrán que él es salvo. Por lo tanto, para ser salvos delante de Dios y salir de la condenación delante de Dios, solamente hay una condición, la cual es creer. Sin embargo, para ser salvos delante del hombre, hay otra condición, la cual es ser bautizado. No digo con esto que el bautismo no sea necesario. Indiscutiblemente necesitamos ser bautizados. El bautismo tiene que ver con nuestra salvación. No obstante, esta salvación no es lo que algunas personas piensan. Esto no es en absoluto un asunto de no estar bajo condenación. No dice aquí que si usted no es bautizado, será condenado, sino que si usted no cree, será condenado. Delante de Dios no existe el asunto del bautismo; solamente existe el asunto de la fe. Mientras haya fe, todo está resuelto. El bautismo no tiene que ver con Dios. El bautismo está relacionado con el hombre. Es un testimonio ante los hombres, que da testimonio de la posición que uno toma. ¿Está usted en Cristo? Este hecho es atestiguado por el bautismo.
Gracias a Dios que el ladrón que estaba junto a la cruz del Señor fue al Paraíso. En ese entonces Pedro todavía no estaba allí. Tampoco estaban Juan ni Pablo. Inmediatamente después de que el Señor fue al Paraíso, el ladrón fue con El. Sin embargo, él no fue bautizado. Delante de Dios cualquiera que invoque Su nombre será salvo. ¿Por qué una persona invoca Su nombre? Porque ha creído. Sin embargo, si en la tierra las personas dicen que tal persona es salva o no, es otro asunto. En las siguientes reuniones les voy a aclarar la situación. Tal parece que en la Biblia la justificación, el perdón de pecados y ser librado de la condenación son asuntos relacionados con Dios. Sin embargo, la salvación se relaciona con Dios y con el hombre. Si usted no entiende de manera clara estos asuntos, creará muchos problemas. En la Biblia, en muchos pasajes se refiere a lo que ocurre delante del hombre, y en otros se refiere a lo que ocurre delante de Dios. Si confundimos los dos, caeremos en el error.
He dicho que el bautismo se refiere a la salida del hombre de Adán y a su entrada en Cristo. Por un lado está Adán, y por el otro está Cristo. Tenemos que salir de Adán y entrar en Cristo. ¿Cómo salimos? Eramos parte de Adán. Ahora ¿cómo podemos salir de Adán y entrar en Cristo? Déjenme hacerles una pregunta: ¿Cómo entramos en Adán? Si les pregunto cómo podemos salir de Adán, algunos dirán que no saben. Es por eso que les pregunto cómo entramos en Adán. La manera en que entramos es la manera en que salimos. ¿Cómo entramos en Adán? El Señor Jesús dijo en Juan 3:6 que lo que es nacido de la carne, carne es. ¿Cómo llegué a ser parte de Adán? Nací en él. Ahora que usted ya sabe cómo entró, sabrá cómo salir. Si usted entró en él por el nacimiento, tiene que salir de él por medio de la muerte. Esto es muy obvio. No obstante, ¿cómo morimos? Dios nos crucificó cuando el Señor Jesús fue crucificado. Por lo tanto, hemos muerto en Cristo con respecto a Adán. Entonces, ¿cómo entramos en Cristo? Después, el Señor dice que lo que es nacido del Espíritu, Espíritu es. También soy introducido en Cristo mediante el nacimiento. Pedro dijo que somos regenerados por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 P. 1:3). Por lo tanto, Su resurrección es la que nos ha regenerado. Aquí vemos dos cosas: por medio de la muerte del Señor, somos librados de la familia de Adán; mediante la resurrección, entramos en el segundo hombre. Todo esto ha sido logrado por el Señor Jesús. El murió en la cruz. Como resultado también nosotros hemos muerto. El resucitó. Como resultado, también nosotros hemos entrado en la nueva creación.
Aquí la muerte es espiritual, y la resurrección también es espiritual. No obstante, nuestro bautismo es físico. Entonces, ¿qué es el bautismo? El bautismo es nuestra acción externa. El Señor Jesús nos ha hablado de Su obra por medio de Sus siervos, Sus apóstoles. Cuando El murió en la cruz, nosotros también fuimos incluidos en Su muerte. ¿Qué debemos hacer después de haber oído esto. De acuerdo con la historia esto sucedió hace dos mil años. Ya fuimos crucificados hace dos mil años en la cruz de nuestro Señor Jesús. Ahora Su palabra se nos ha predicado. Nos dice que hemos muerto. Entonces ¿qué debemos hacer ahora? En una ocasión le hice esta pregunta a una mujer de pueblo. Ella respondió: “Si el Señor Jesús me ha crucificado, entonces necesito comprar un ataúd”. ¡Esto es absolutamente correcto! El Señor Jesús me ha crucificado, debo apresurarme a ser sepultado. El bautismo es el requisito para ser sepultado en el agua debido a que he sido crucificado por el Señor. El bautismo es una respuesta a nuestra crucifixión por parte de Dios. Dios le ha predicado a usted el evangelio y le ha dicho que usted está muerto. La respuesta de usted es, puesto que ya ha sido crucificado, hallar a alguien que lo sepulte. Por lo tanto, el bautismo significa que ya estamos muertos en Adán. Otros me llevan a ser sepultado. Ahora estamos en el terreno de la resurrección. Así que, la muerte es nuestra salida de Adán y la resurrección es nuestra entrada a Cristo. El bautismo es nuestra sepultura. La muerte es la terminación de Adán, y la resurrección es el nuevo comienzo en Cristo. El bautismo es el puente entre estos dos lados. Por medio del bautismo pasamos de la muerte a la resurrección.
Hermanos, el Señor Jesús ha llevado todo a cabo. No existe ninguna condición que se nos exija para ser salvos. Todo lo que tenemos que hacer es simplemente creer. Creer es recibir. Lo que necesito es simplemente recibir, ya que el Señor Jesús lo ha hecho todo. Ya no tengo que hacer nada. El bautismo es por fe; es una manifestación. Permítanme preguntarles: Si no hay un guión ¿cómo podemos actuar? ¿Tenemos el argumento primero y luego una actuación? ¿O tenemos primero una actuación y luego el guión? Todos los elementos de actuación están presentes debido a que ya hay un argumento. Debido a que delante de Dios ya existe el hecho espiritual, nosotros podemos actuar mediante el bautismo.
Que el Señor nos dé gracia y nos muestre que nada puede llegar a ser un requisito necesario para la salvación. El bautismo no tiene absolutamente nada que ver con la salvación o con nuestra condenación delante de Dios. Delante de Dios escapamos de la condenación por medio de la fe. Nuestra actuación al momento del bautismo solamente se relaciona con nuestra salvación delante del hombre. Que el Señor nos dé Su gracia y nos dé claridad con respecto a nuestra salvación.a Dios.
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