NOTA DE ADMINISTRADOR:
Ante tamaña precisión en el trazado de la palabra solo podemos quitarnos el sombrero y decir ¡Chapeau! Estudio como para leer sin las sandalias puestas ante la precisión en el manejo de la espada del Espíritu y la solemnidad de las palabras de advertencia en cuanto al perdón, cuidar nuestros motivos, nuestros ojos, nuestros pensamientos y palabras...
Las Escrituras son tan claras respecto a que los nacidos de nuevo que partan sin haber resuelto estos asuntos, serán juzgados por el Señor Jesús en el Tribunal de Cristo para disciplina, y que sufrirán daño de la segunda muerte en lugar de recompensa durante el Reino Milenial, que quienes las desoigan deben estar locos. Apocalipsis 2:11 dice que los que vencieren no sufrirán daño de la segunda muerte, por lo que es obvio que los que no vencieren si lo sufrirán.
Lean el estudio completo con actitud de oración. Si el autor, y nosotros con él, estamos confundidos, tomar la advertencia no supondrá pérdida seria; pero si no lo está, y creemos que la Escritura es clara, la pérdida, aun no siendo eterna, será enorme.
ESTUDIO-VIDA DE MATEO
MENSAJE DIECISIETE
LA PROMULGACION
DE LA CONSTITUCION DEL REINO
(5)
La
enseñanza y predicación acerca del reino de los cielos comenzó con el
arrepentimiento (3:2; 4:17). El arrepentimiento significa experimentar un
cambio en el modo de pensar. Por lo tanto, el reino comienza en nuestra mente.
El reino pasa de nuestra mente a nuestro espíritu (5:3). Necesitamos
arrepentirnos en nuestra mente y ser pobres en nuestro espíritu. Después de
esto, nuestro corazón debe ser puro para que podamos ver a Dios (5:8). La
mente, el espíritu y el corazón son los tres aspectos principales de nuestro
ser interior. Si juntamos 4:17 y 5:3-12, veremos varios puntos relacionados con
el reino de los cielos. Los tres primeros, como hemos visto, son la mente, el
espíritu y el corazón. Luego necesitamos emociones normales, correctas y
elevadas. Esto se ve en el lloro (5:4), que viene de nuestras emociones
equilibradas. También necesitamos ser mansos, lo cual requiere una voluntad
fuerte, normal y recta. Tener hambre y sed de justicia, que se menciona en 5:6,
depende de un deseo puro y recto. Debemos desear esta justicia por el bien del
reino. Ser misericordioso para con otros tiene que ver con nuestra actitud
(5:7). Nuestra actitud para con otros debe ser misericordiosa. Si nuestra parte emotiva,
nuestra voluntad, nuestros deseos y nuestra actitud son correctos, podremos
hacer la paz con otros. Así que, todo nuestro ser —mente, espíritu,
corazón, parte emotiva, voluntad, deseo y actitud— debe ser ejercitado para la
vida del reino. Cuando
tenemos todas estas virtudes, estamos capacitados para ser perseguidos. Si no
las tenemos, no podremos soportar la persecución. Finalmente, los que
están capacitados por haber obtenido todas estas virtudes, no sólo serán
perseguidos por causa de la justicia, sino que serán vituperados por causa de
Cristo. Esta es la naturaleza que posee el pueblo del reino.
Cada
una de las nueve bienaventuranzas en 5:3-12 tiene una recompensa. Por ejemplo,
si usted es pobre en espíritu, el reino de los cielos es suyo. Esto es una
recompensa. Si llora, recibirá consolación, y si es manso, recibirá la tierra
por heredad. Así que, la consolación y la tierra también son recompensas. Según
el versículo 12, la recompensa es grande para los que son perseguidos y
vituperados por causa de Cristo. Es difícil darle nombre a esta recompensa. Si
somos vituperados, perseguidos y calumniados por causa de Cristo, nuestra
recompensa en los cielos es grande, tan grande que va más allá de nuestro
entendimiento. Hebreos 13:13 y 1 Pedro 4:14 hablan de ser vituperados por causa
de Cristo. Hebreos 13:13 dice: “Salgamos,
pues, a Él, fuera del campamento, llevando Su vituperio”. Dice en 1 Pedro
4:14: “Si sois vituperados en el nombre
de Cristo, sois bienaventurados”. El vituperio también se menciona en
Romanos 15:3. Hay una gran recompensa que les espera a los que son vituperados
por causa de Cristo. Necesitamos ser los ciudadanos del reino, los que tienen
la naturaleza revelada en estos versículos. Entonces podremos llevar el
vituperio por causa de Cristo.
IV. CON RESPECTO A LA LEY
DEL PUEBLO DEL REINO
En
este mensaje llegamos a la tercera sección de la palabra proclamada por el Rey
en el monte (5:17-48), la cual está relacionada con la ley del pueblo del reino
de los cielos. La constitución del reino celestial ciertamente debe abarcar la
ley. Anterior a los tiempos del Señor Jesús, los hijos de Israel tenían la ley
de Moisés. También tenían a los profetas. La profecía siempre sirve a la ley.
Cuando el pueblo es débil y no puede cumplir la ley, es necesario que los
profetas intervengan para fortalecerlos a fin de que cumplan la ley. Así que, el cumplimiento de la ley necesita
el fortalecimiento efectuado por los profetas. Por lo tanto, en el Antiguo
Testamento se hallan la ley y los profetas. Esta es la razón por la cual el
Señor habló de la ley y de los profetas en el versículo 17.
A. Ni la ley ni los profetas fueron
abolidos,
sino cumplidos
El
versículo 17 dice: “No penséis que he
venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para
cumplir”. Aquí “cumplir la ley” tiene tres aspectos: significa que, 1) en el sentido positivo, Cristo guardó la
ley, 2) en el sentido negativo El
satisfizo lo requerido por la ley al morir como nuestro sustituto en la cruz,
y 3) Cristo complementa la vieja ley con
Su nueva ley, lo cual Él afirma repetidas veces con la expresión “Pero Yo
os digo” (vs. 22, 28, 32, 34, 39, 44).
Con respecto a la ley, hay dos aspectos: los
mandamientos de la ley y el
principio de la ley. Los mandamientos de la ley fueron cumplidos y
complementados por la venida del Señor, mientras que el principio de la ley es
reemplazado por el principio de la fe según la economía neotestamentaria de
Dios.
Antes de que Cristo viniera, se
hallaban la ley y el fortalecimiento realizado por los
profetas. Entonces, ¿por qué se necesitaba la ley del reino de los cielos? Porque los requisitos de la vieja
ley no eran lo suficientemente elevados y no estaban completos. Tomemos por ejemplo el asesinato. La ley antigua exigía que no matásemos
(Ex. 20:13), pero no decía nada, ni siquiera una palabra, acerca del enojo. Si
una persona mataba a otra, era condenada por la ley de Moisés. Pero sin
considerar cuán enojada estuviera con otro, mientras no cometiese el asesinato,
no sería condenada por la ley de Moisés. Aquí vemos cuán deficiente e
incompleta es la vieja ley. Sin embargo, el requisito de la ley del reino de
los cielos es mucho más alto que el de la ley de Moisés. Según la ley del reino
de los cielos, se nos prohíbe enojarnos con nuestros hermanos.
En los versículos 21 y 22 el Señor dijo: “Oísteis
que fue dicho a los antiguos: ‘No matarás; y cualquiera que mate será reo de
juicio’. Pero Yo os digo que todo el que se enoje con su hermano será reo de
juicio”. Por lo tanto, la ley del reino de los cielos es más elevada que la
ley de la antigua dispensación.
Otro ejemplo es la
ley respecto al adulterio. Bajo la ley antigua se prohibía
cometer adulterio, pero bajo la nueva se prohíbe mirar a una mujer para
codiciarla (vs. 27-28). Así
que, el principio básico de la ley del reino de los cielos consiste en que es
más elevada que la ley antigua. Nosotros no anulamos la vieja ley; la
complementamos para hacerla más alta. Por esta razón, el Señor Jesús dijo que Él
no había venido para abolir la ley, sino para cumplirla.
Muchos
cristianos no entienden adecuadamente el significado de la palabra “cumplir” en
el versículo 17. A través de muchos años de estudiar, observar y experimentar,
hemos visto que en este
versículo la palabra “cumplir” tiene
tres aspectos.
1. Por el lado positivo: guardar la
ley
Primeramente,
en términos positivos significa que Cristo vino para guardar la ley. Cuando Él
vivió en la tierra, guardó todos los aspectos de la vieja ley. Ninguno jamás había guardado los
diez mandamientos; el Señor Jesús los guardó por completo. El guardó la
ley de la antigua dispensación en un sentido muy positivo.
2. Por el lado negativo:
cumplir los requisitos de la ley
por medio de la muerte substitutiva
de Cristo en la cruz
Debido a que Cristo guardó la ley,
llegó a ser el único perfecto. Su perfección lo capacitó para morir por
nosotros en la cruz. Esto es guardar la ley en cuanto a lo
negativo. También es la segunda manera en que Cristo cumplió la ley. Todos
nosotros hemos quebrantado, violado la ley. Pero nuestras transgresiones han
sido tratadas mediante la muerte substitutiva del Señor. En la cruz Él fue
nuestro substituto; El murió por nosotros para cumplir el requisito de la ley
por el lado negativo.
3. Complementar la vieja ley con la
nueva
El
hecho de que Cristo cumpliera la ley también significa que complementa la
vieja ley con Su nueva ley. Esto se expresa con las palabras: “Pero Yo os digo”
(vs. 22, 28, 32, 34, 39, 44). El hecho de que Cristo guardara la ley lo
capacitó para cumplir el requisito de la ley mediante Su muerte substitutiva en
la cruz. El hecho de que
Cristo cumpliera el requisito de la ley por medio de Su muerte substitutiva en
la cruz, trajo la vida de resurrección
para complementar la ley, o sea, para cumplirla en plenitud. Se acabó la
ley antigua, la ley inferior, junto con su exigencia de que el pueblo la guarde
y su requisito de que sea castigado por no hacerlo. Ahora los ciudadanos del reino, como hijos del Padre, sólo deben
cumplir la nueva ley, la ley más elevada, por medio de la vida de resurrección,
la cual es la vida eterna del Padre.
La
muerte substitutiva de Cristo introdujo la vida de resurrección. Cuando ésta
entra en nosotros, es capaz de hacer la maravillosa obra de cumplir la ley. Nos
capacita para cumplir la ley más elevada. Por medio de la vida de resurrección, la cual está en
nosotros, no sólo podemos ser preservados de asesinar a otros, sino incluso no
nos enojamos con ellos ni los odiamos. La vida de resurrección es superior a la
vida natural, porque es en realidad la vida divina, la vida eterna, o sea, es
la vida que está en el nivel más elevado. Esta vida en nosotros puede
cumplir los requisitos de la ley más elevada.
En el Nuevo Testamento, Mateo, el libro del reino, viene
primero con los requisitos. Luego Juan,
el libro de la vida, viene con la vida que cumple estos requisitos.
No podemos cumplir los requisitos dados en Mateo 5 por medio de nuestra vida
natural. No obstante, en el Evangelio de Juan tenemos la vida más alta que nos
capacita para que cumplamos los requisitos más altos. Todos los cristianos aman
el libro de Juan, pero muy pocos aman el libro de Mateo. No sé si he oído alguna
vez a un cristiano decir que ama el libro de Mateo. Tal vez algunos de ustedes
dirían que el Evangelio de Mateo es muy problemático y que Juan es muy
sencillo. Este dice que en el principio era el Verbo y el Verbo era Dios y el
Verbo se hizo carne, lleno de gracia y realidad (Jn. 1:1, 14). El Evangelio de
Juan tiene muchos versículos de oro, tales como Juan 3:16. En este Evangelio se
encuentran pocos requisitos y exigencias, pero sí se halla el rico suministro
de vida. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, Mateo viene primero, y no Juan.
No podemos pasar por alto el libro de Mateo. No obstante, muchos cristianos han
recibido tal enseñanza. Hace treinta y cinco años me enseñaron que los
creyentes nuevos no deben leer el Evangelio de Mateo. Yo mismo mandé que los
creyentes nuevos no leyeran Mateo primero. Les dije que si primero leían el
capítulo uno de Mateo, ellos se sentirían frustrados en la lectura de la Biblia
pensando que es muy difícil de leer. Por consiguiente, les dije a los creyentes
nuevos que comenzaran a leer el cuarto libro, el Evangelio de Juan. Luego les
dije que leyeran Romanos o algún otro libro, pero no Mateo. Pero necesitamos
regresar a Mateo. Mateo necesita a Juan y Juan es para Mateo. Mateo nos da los
requisitos más elevados del reino, los cuales sólo se pueden cumplir por la
vida divina revelada en Juan. Debemos recibir el suministro de vida que se
encuentra en el Evangelio de Juan si queremos cumplir los requisitos del reino
de los cielos revelados en Mateo.
Jesús, el nuevo Rey, no vino a abolir
la ley de Moisés, sino a elevar el nivel de la vieja ley. Desde que el
requisito ha sido elevado tan grandemente, ya no es la ley antigua, sino la ley
del reino de los cielos. Cristo elevó el nivel de la ley antigua en dos
maneras: complementó la ley antigua y la cambió. En los
versículos del 17 al 30 vemos la ley vieja complementada. El cambio de la ley
comienza con el versículo 31. En este mensaje sólo podremos abarcar el
complemento de la vieja ley.
El
versículo 18 dice: “Porque de cierto os
digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará
de la ley, hasta que todo se haya cumplido”. Después del reino milenario,
el primer cielo y la primera tierra pasarán y vendrán el cielo nuevo y la
tierra nueva (Ap. 21:1; He. 1:11-12; 2 P. 3:10-13). Lo que la ley abarca sólo se extiende hasta el final
del reino milenario, mientras que lo que abarcan los profetas se extiende hasta
el cielo nuevo y la tierra nueva (Is. 65:17; 66:22). Esta es la razón por la
cual en el versículo 17 se habla de la ley así como de los profetas, mientras
que en el versículo 18 sólo se menciona la ley, y no los profetas. El
cumplimiento de la ley durará hasta el final del milenio, durante cuyo tiempo
los cielos y la tierra pasarán. Antes de aquel tiempo, ni una jota ni una tilde
de la vieja ley será abolida. Sin embargo, lo que abarcan los profetas se
extiende más allá del milenio, hasta el cielo nuevo y la tierra nueva.
Cristo
cumplió la ley en tres maneras. El mismo guardó la ley. Sin embargo, debido a
que nosotros no la guardamos, El murió en la cruz por nuestras transgresiones.
Su muerte substitutiva introdujo la vida de resurrección, la cual ha sido
impartida en nuestro ser. Por medio de Su vida de resurrección podemos cumplir
los requisitos de la nueva ley elevada. Por estos tres pasos Cristo ha hecho
más que cumplir la vieja ley: El la guardó, murió por nosotros, y Su muerte nos
trajo la vida de resurrección que nos fortalece para cumplir los requisitos de
la nueva ley. Ahora no estamos tratando de guardar la ley inferior; al
contrario, estamos guardando la ley elevada por medio de la vida más elevada,
que está en nosotros. Ahora estamos capacitados para guardar la ley más
elevada.
B. Guardar el más pequeño de
los mandamientos de la ley
es el requisito para ser grande en el reino
El
versículo 19 dice: “Por tanto, cualquiera
que anule uno de estos mandamientos aunque sea uno de los más pequeños, y así
enseñe a los hombres, será llamado el más pequeño en el reino de los cielos;
mas cualquiera que los practique y los enseñe, éste será llamado grande en el
reino de los cielos”. La palabra “mandamientos”
aquí se refiere a la ley mencionada en el versículo 18. El pueblo del reino no
sólo cumple la ley, sino que también la complementa. En realidad, no anulan
ningún mandamiento de la ley, ni siquiera uno de los más pequeños. El que
seamos grandes o pequeños en el reino de los cielos depende de si guardamos o
no aun los mandamientos más pequeños de la ley. En este versículo Cristo
recalcó el hecho de que si no guardamos aun los mandamientos más pequeños, sino
que los anulamos y enseñamos a otros a anularlos, vendremos a ser los más
pequeños en el reino de los cielos. En otras palabras, parece que Cristo decía:
“Si quieres ser grande en el reino de los
cielos, debes tener la moralidad más elevada. Si el nivel de su moralidad no
llega al nivel de la nueva ley, usted será el más pequeño en el reino de los
cielos”. La moralidad de ningún otro pueblo es tan elevada como la del
pueblo del reino. Nunca
debemos pensar que sólo nos ocupamos de la vida y no de la moralidad. La vida
debe tener su propia expresión, y la vida más elevada tiene la expresión más
elevada. La moralidad es simplemente la expresión de la vida. Así que, si usted
tiene la vida más elevada, ciertamente tendrá la moralidad más elevada como la
expresión de esta vida. Necesitamos orar: “Señor, concédeme la expresión
más elevada de la vida. Concédeme el nivel más alto de la moralidad. Señor, no
sólo somos un pueblo de buena moralidad, sino el pueblo del reino”.
Debido
a que el nivel del reino es más elevado que el nivel de la moralidad, debemos
hacer más que simplemente estar conformes con guardar la ley antigua. Según la
norma de la moralidad, no debemos matar ni cometer adulterio. Si nos abstenemos
de matar y de cometer adulterio, somos personas morales. Pero éste es un nivel
que es muy inferior al del reino de los cielos. Según el nivel del reino de los
cielos, no debemos enojarnos con nuestro hermano ni tampoco mirar a una mujer
para codiciarla. Esta no es la norma de la moralidad, sino la norma del reino,
la cual es mucho más elevada que la de la moralidad. La norma de la moralidad dice: “Ojo por ojo, diente por diente” (Ex.
21:24; Lv. 24:20; Dt. 19:21). Pero la norma del reino ordena que amemos a
nuestros enemigos, que oremos por los que nos persiguen, y que no resistamos al
que es malo (Mt. 5:44, 39). Si alguien nos abofetea en la mejilla derecha,
debemos volverle también la otra (v. 39). ¡Cuán elevado es este nivel! ¡Mucho
más que el de la moralidad!
El
punto crucial que Cristo recalca en estos versículos es éste: el pueblo del
reino debe tener el nivel más alto de moralidad. Si vemos esto, podremos
entender Mateo 5:17-48. Tenemos
una ley superior, una vida superior, la norma moral más alta. Por medio de esta
vida cumplimos la ley más elevada y mantenemos la norma más elevada.
C. La justicia insuperable es
el requisito para entrar en el reino
En
el versículo 20 el Rey dijo: “Porque os
digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis
en el reino de los cielos”. La justicia
insuperable es la condición que debemos cumplir para entrar en la
manifestación del reino de los cielos en el milenio. Al guardar la ley más
elevada conforme al nivel más elevado satisfacemos la condición por la cual
entramos en la manifestación venidera del reino de los cielos.
La justicia mencionada en el versículo
20 no se refiere a la justicia objetiva,
la cual es el Cristo que recibimos
cuando creemos en Él para que seamos justificados ante Dios (Fil. 3:9; 1
Co. 1:30; Ro. 3:26); se refiere más bien a la justicia subjetiva, la cual es el
Cristo que mora en nosotros expresado en nuestro vivir como nuestra
justicia para que podamos vivir en la realidad del reino hoy y entrar en su
manifestación en el futuro. Esta justicia no es obtenida
simplemente al cumplir la ley antigua, sino al completar la ley antigua
mediante el cumplimiento de la nueva ley del reino de los cielos, la ley dada
por el nuevo Rey en este pasaje de la Palabra. La justicia del pueblo del reino,
la cual es conforme a la nueva ley del reino, supera a la de los escribas y
fariseos, que es conforme a la ley antigua. Es imposible que nuestra vida natural obtenga esta
justicia insuperable; la cual puede ser producida sólo por una vida superior,
la vida de resurrección de Cristo. Esta justicia, la cual es comparada al traje de boda (22:11-12), nos capacita
para participar en las bodas del Cordero (Ap. 19:7-8) y para heredar el reino
de los cielos en su manifestación, es decir, para entrar en el reino de los
cielos en el futuro.
Para entrar en el reino de Dios se requiere la regeneración, la cual constituye un nuevo comienzo de vida (Jn.
3:3, 5); pero para entrar en el reino de
los cielos se requiere que, después
de que somos regenerados, tengamos la justicia insuperable en nuestro vivir.
Entrar en el reino de los cielos significa vivir
en su realidad hoy y participar en su manifestación en el futuro.
D. Con respecto al asesinato
1. La ley antigua: no matarás
El
versículo 21 dice: “Oísteis que fue dicho
a los antiguos: ‘No matarás; y cualquiera que mate será reo de juicio’”. La
ley antigua dio el mandamiento de no matar. Lo “que fue dicho” en los
versículos 21, 27, 33, 38, y 43 es la ley de la antigua dispensación, mientras
que lo que “Yo
os digo” en los versículos 22, 28, 32, 34, 39, y 44 es la nueva
ley del reino, la cual complementa la ley de la antigua dispensación.
2. La nueva ley que complementa a la
vieja:
no enojarse con el hermano, no menospreciar
al hermano, y no condenar al hermano
En
el versículo 22 el Rey dijo: “Pero Yo os
digo que todo el que se enoje con su hermano será reo de juicio; y cualquiera
que diga: Racá, a su hermano, será culpable ante el sanedrín; y cualquiera que
le diga: Moreh, quedará expuesto a la Gehena de fuego”. La ley de la antigua
dispensación se dirige al acto de asesinar, pero la nueva ley del reino se
dirige al enojo, el cual puede llevar a uno a asesinar. Por lo tanto, la
exigencia de la nueva ley del reino es más profunda que los requisitos de la
ley de la antigua dispensación. La palabra “hermano” del
versículo 22 comprueba que lo dicho por el Rey aquí fue dirigido a los
creyentes.
Para
nosotros lo más difícil es controlar nuestro enojo. Algunos, aunque
considerados muy dóciles, tienen un genio igual que un caballo salvaje cuando
se enojan. Cuando nuestro enojo se libera, nadie puede frenarnos ni
controlarnos. Por muchos años no pude pasar de este capítulo debido al problema
de mi mal genio.
También
es muy difícil para nosotros evitar de menospreciar
o condenar a otros. En el versículo 22 el Señor habla de dirigirnos a
nuestro hermano con las palabras: “Raca”
o “Moreh”. La palabra “Raca”
es una expresión de menosprecio que significa estúpido, inútil. “Moreh”, o sea, insensato, es una expresión
hebrea de condenación usada en referencia a un rebelde (Nm. 20:10). Esta expresión es más grave que la
expresión de menosprecio, “Raca”. ¡Cuán difícil es no condenar a un hermano ni
menospreciarlo! Tal vez ni siquiera por una semana pueda usted dejar de
condenar o menospreciar a alguien. Parece que casi todos los días condenamos o
menospreciamos a alguien. Los cónyuges se condenan y se menosprecian los unos a
los otros. No creo que haya excepciones. Cada esposa ha menospreciado o
condenado a su marido, y cada esposo ha hecho lo mismo a su esposa. Este es un
verdadero problema. Cuando
usted lee esto, ¿puede seguir diciendo que es un vencedor, un ciudadano del
reino? No se desanime. Al contrario, cobre ánimos. Recordemos que tenemos una
vida vencedora. ¿Acaso el Rey no está dentro de usted? Somos el pueblo del
reino y tenemos al Rey dentro de nosotros. Este Rey es la vida regia y
vencedora. No se mire a sí mismo. Si usted lo hace, será completamente
desanimado. Olvídese de sí mismo y mire
la vida regia que está en usted. Esta vida es la que nos hace el pueblo del
reino. Olvídese de su vida natural y siga esta vida real.
El versículo 22 contiene tres clases de juicio. El primer juicio se efectúa en la puerta
de la ciudad, y es un juicio por
distrito. El segundo juicio es
el juicio del sanedrín, un juicio más alto. El sanedrín era un
concilio compuesto de los principales sacerdotes, los ancianos, los intérpretes
de la ley y los escribas. Es la corte más elevada de los judíos (Lc. 22:66;
Hch. 4:5-6, 15; 5:27, 34, 41). El tercer
juicio es el que Dios lleva a cabo mediante la Gehena de fuego, el juicio
supremo. El nuevo Rey mencionó estas tres clases de juicio
usando ejemplos de la historia judía, debido a que todo Su auditorio era judío.
No obstante, con respecto
al pueblo del reino, los creyentes del Nuevo Testamento, todos estos juicios se
refieren al juicio del Señor ejecutado en el tribunal de Cristo, según
lo revelado en 2 Corintios 5:10; Romanos 14:10, 12; 1 Corintios 4:4-5; 3:13-15;
Mateo 16:27; Apocalipsis 22:12; y Hebreos 10:27, 30. Esto revela claramente que los creyentes neotestamentarios, aunque han sido perdonados por Dios
para siempre, siguen sujetos al juicio del Señor, un juicio que no es para perdición sino para disciplina, si ellos pecan
contra la nueva ley del reino presentada en este pasaje. Sin embargo, cuando
pecamos contra la nueva ley del reino, si nos arrepentimos y confesamos
nuestros pecados, somos perdonados y limpiados por la sangre del Señor Jesús (1
Jn. 1:7, 9).
En el versículo 22 el nuevo Rey habla
de la Gehena de fuego. La palabra “Gehena” es el equivalente en el griego de la
palabra hebrea Gehinnom,
la cual significa “valle de Hinom”. Era un valle
profundo y estrecho cerca de Jerusalén, que sirvió como el basurero de la
ciudad, en el cual los cuerpos de los criminales y toda clase de inmundicias
eran arrojados. También era llamado Tofet (2 R. 23:10; Is. 30:33; Jer. 19:13). Debido a su fuego continuo, vino
a ser el símbolo del lugar de castigo eterno, el lago de fuego (Ap.
20:15). Esta palabra también se usa en Mateo 5:29, 30; 10:28; 18:9; 23:15, 33;
Marcos 9:43, 45, 47; Lucas 12:5; y Jacobo 3:6.
a. Antes de
presentar la ofrenda a Dios
uno debe reconciliarse con el hermano
Los
versículos 23 y 24 dicen: “Por tanto, si
estás presentando tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu
hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve,
reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”.
El sacrificio, como el sacrificio por el
pecado, se hace para expiar el pecado, mientras que una ofrenda se presenta para tener comunión
con Dios. El altar mencionado en el versículo 23 era un mueble (Ex. 27:1-8) que
estaba en el atrio del templo (1 R. 8:64). En este altar eran ofrecidos todos
los sacrificios y ofrendas (Lv. 1:9, 12, 17). El Rey, al promulgar la nueva ley del reino, se refiere
aquí a la ofrenda y al altar de la antigua dispensación porque, durante Su
ministerio en la tierra, un período de
transición, la ley ritual de la antigua dispensación todavía no se había
terminado. En los cuatro Evangelios, antes de la muerte y resurrección del
Señor, Él trataba a Sus discípulos como a judíos conforme a la ley antigua en
los asuntos relacionados con las circunstancias exteriores; mientras que en
asuntos referentes al espíritu y a la vida, los consideraba creyentes, quienes
constituían la iglesia, conforme a la economía neotestamentaria.
Las palabras “algo contra ti” en el versículo 23 deben referirse a una ofensa
causada por el enojo o reprimenda del versículo 22.
Según el versículo 24, primero debemos reconciliarnos con nuestro hermano para
que ya no quede recuerdo de la ofensa y nuestra conciencia esté libre de
ofensa. Luego podemos acercarnos con nuestra ofrenda al Señor y tener comunión
con Él, con una conciencia pura. El Rey del reino nunca permitirá que dos
hermanos que no se hayan reconciliado participen de la realidad del reino ni
reinen en su manifestación. Si usted, al hacer contacto con el Señor, siente
que un hermano o una hermana tienen motivo para quejarse de usted, debe interrumpir
su comunión con el Señor e ir a este individuo para reconciliarse con él.
Luego, podrá regresar y seguir teniendo comunión con el Señor. Aunque ésta es
una cosa pequeña, no es fácil hacerla. Sin embargo, debemos hacerla.
b. Antes de
morirse, antes de que se muera el opositor
o antes de que regrese el Señor
Los
versículos 25 y 26 dicen: “Ponte a buenas
con tu adversario cuanto antes, mientras estás con él en el camino, no sea que
el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la
cárcel. De cierto te digo: De ningún modo saldrás de allí, hasta que pagues el
último cuadrante”. Necesitamos ponernos a buenas con nuestro adversario
cuanto antes, no sea que nos muramos, nuestro adversario se muera, o el Señor
regrese, porque en tal caso no habrá oportunidad para que seamos reconciliados
con nuestro oponente. Las palabras “en el camino” significan “mientras estamos
en esta vida”. El asunto
de ser entregados al juez, al alguacil, y echado en la cárcel se llevará a cabo
en el tribunal de Cristo cuando El regrese (2 Co. 5:10; Ro. 14:10). El juez será el Señor, el alguacil
será el ángel, y la cárcel será el lugar de disciplina. Salir de allí, es decir, salir
de la cárcel, se refiere a ser perdonado en la edad venidera, el milenio.
Un cuadrante romano era una pequeña moneda de bronce, equivalente a
la cuarta parte de un asarion,
el cual equivalía a un centavo, lo
cual da a entender que debemos resolver aun el asunto más insignificante. Así
se ve lo estricta que es la nueva ley.
Debemos reconciliarnos con nuestro
adversario antes de morirnos, antes de que él se muera o antes de que el Señor
regrese. Si no resolvemos el asunto ahora, tendremos que hacerlo en la edad
venidera.
No esperemos la era venidera, porque en ese entonces la solución del asunto nos
costará más. Debemos resolver todos los problemas ahora, antes de morirnos o
antes de que nuestro adversario se muera. Mientras que ambos están vivos,
tenemos la oportunidad de reconciliarnos. Además, si esperamos, el Señor podría
regresar antes de que nos reconciliemos. Por un lado, el regreso del Señor será maravilloso. Por
otro, será algo muy serio, porque cerrará la oportunidad para resolver los
problemas en esta edad y nos obligará a resolverlos en la edad venidera.
Por lo tanto, es mucho mejor solucionar todos los problemas antes de la edad
venidera. Esto significa que debemos resolver cada problema antes de morirnos,
antes de que la otra persona se muera, o antes de que el Señor regrese.
E. Con respecto al adulterio
1. La vieja ley: no cometer adulterio
El
versículo 27 dice: “Oísteis que fue
dicho: ‘No cometerás adulterio’”. Esta es la vieja ley, el mandamiento
acerca de no cometer adulterio (Ex. 20:14; Dt. 5:18).
2. La nueva ley que complementa:
no mirar para codiciar
La
nueva ley, la cual complementa a la vieja, se encuentra en el versículo 28,
donde dice con respecto al adulterio: “Pero
Yo os digo que todo el que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con
ella en su corazón”. La ley de la antigua dispensación se dirige al
problema del acto externo de adulterio, mientras que la nueva ley del reino se
dirige a la motivación interior del corazón.
a. La gravedad de
este pecado en relación con el reino
Debemos
considerar la gravedad de este pecado en relación con el reino. Lo dicho por el Señor en los
versículos 29 y 30 nos muestra la seriedad de este pecado. Estos hablan
de sacar nuestro ojo y echarlo de nosotros y de cortar nuestra mano y echarla
de nosotros. En los dos versículos el Señor dijo: “Más provechoso te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo
tu cuerpo sea echado en la Gehena”. Sin embargo, no debemos observar esto
literalmente; sólo se puede llevar a cabo espiritualmente, como se revela en
Romanos 8:13 y Colosenses 3:5. Conozco los casos de algunos que aplicaron esta
palabra de manera literal. Uno de los casos tenía que ver con un jugador de
azar que realmente se cortó la mano después de leer esta porción de la Palabra.
Con el tiempo, él descubrió que, con la mano cortada, todavía tenía por dentro
una mano interior que deseaba el juego de azar. Aprendió que no le sirvió el
cortarse la mano, porque el problema era su mano interior. Aunque esta palabra
no debe tomarse literalmente, revela lo serio que es este pecado.
Conforme a lo que dijo el Señor en
los versículos 29 y 30, es posible que
una persona salva sea echada en la Gehena. Esto significa que es posible que aun los salvos sean
perjudicados por la segunda muerte. En Apocalipsis 2:11 el Señor Jesús
dijo: “El que tiene oído, oiga lo que el
Espíritu dice a las iglesias. El que venza, no sufrirá ningún daño de la segunda muerte”. Como
hemos indicado, la Gehena es un símbolo del lago de fuego, el cual constituye
la segunda muerte (Ap. 20:15). Lo dicho por el Señor en Apocalipsis 2:11 indica
que es posible que los creyentes sufran daño de la segunda muerte. Su palabra
en Apocalipsis 2:11 corresponde a lo que dice en Mateo 5:29 y 30. Si usted,
siendo persona salva, no toma en serio esta clase de pecado y no se guarda de
ello ante el Señor, algún día sufrirá daño de la segunda muerte. Según lo que
el Señor Jesús dice en este versículo, usted será echado a la Gehena. Esto no significa que perecerá, sino que
será disciplinado. Además, la Gehena de fuego no alude al purgatorio del catolicismo. Sin
embargo, esta palabra acerca de la Gehena le advierte a uno de que si no toma
en serio este pecado y no lo resuelve hoy en día, cuando el Señor Jesús
regrese, Él le juzgará. (Véase el Estudio-vida de
Apocalipsis, mensaje once, págs. 136-138 para leer algo más acerca del daño que
uno puede sufrir de la segunda muerte).
Hemos
visto que las tres clases de juicio mencionadas en Mateo 5:22 se
refieren al juicio que Cristo ejecuta en Su tribunal. Este juicio no tiene nada
que ver con los que no son salvos, quienes serán juzgados en el gran trono
blanco después del milenio (Ap. 20:12, 15). Ninguna persona no salva
tendrá los requisitos para poder presentarse ante el tribunal de Cristo cuando
El venga. Todos los que
se presenten ante este juicio serán los que hayan sido salvos. Los creyentes serán
juzgados allí, no con respecto a la salvación y la perdición, sino a la recompensa y el castigo.
Las palabras que el Señor habló en referencia al juicio
y a ser echado en la Gehena de fuego son muy serias.
Deben de provocar en nosotros una actitud muy sobria y también deben de
guardarnos de una actitud relajada con respecto a esta clase de pecado. Nunca
debemos considerar este pecado como algo insignificante. La situación actual en
cuanto a la fornicación es deplorable. Nunca debemos descuidarnos en cuanto a
ésta. Las propias palabras del Señor nos muestran cuán serio es este asunto.
Debemos ser sobrios y confrontarlo de manera muy seria. No obstante, no
tratamos a los miembros de nuestro cuerpo de manera literal. Al contrario,
debemos hacer morir nuestros miembros pecaminosos por la cruz de Cristo. Según
se revela en Romanos 8:13, debemos por el Espíritu “hacer morir los hábitos del cuerpo”, y como dice Colosenses 3:5,
debemos aplicar la muerte a nuestros “miembros
terrenales”. Esta es la manera correcta de tratar nuestros miembros
pecaminosos.
b. Quitar el motivo
de tal pecado a toda costa
Mateo
5:29 y 30 también indican que debemos quitar
el motivo de esta clase de pecado a toda costa. La intención del Señor en este versículo es
llevarnos a
la sobriedad para que quitemos no sólo la acción, sino también el
motivo de esta clase de pecado. Si no lo hacemos, Él nos pondrá en la
Gehena de fuego cuando regrese. Esta es una palabra muy seria.
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