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Autor: Dr. Stephen E. Jones
https://godskingdom.org/blog/2025/09/the-spirit-of-the-law/
Pablo hizo una distinción entre la letra de la Ley y el espíritu de la Ley en Romanos 2: 26-29, al definir quién es y quién no es judío:
26 Si, pues, el incircunciso cumple los requisitos de la Ley, ¿no se considerará su incircuncisión como circuncisión? 27 Y el que es físicamente incircunciso, si cumple la Ley, ¿no os juzgará a vosotros, que, aunque tenéis la letra de la Ley y la circuncisión, sois transgresores de la Ley? 28 Porque no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se manifiesta en la carne. 29 Sino que es judío el que lo es interiormente; y la circuncisión es la que procede del corazón, por el Espíritu, no por la letra; y su alabanza no viene de los hombres, sino de Dios.
Pablo afirma que si los hombres incircuncisos cumplen la Ley, Dios los considera judíos (es decir, de la tribu de Judá). En otras palabras, aunque los hombres pueden definir a un judío por la circuncisión física, Dios no está de acuerdo. La circuncisión física, en efecto, era un mandato de la Ley, pero es sólo un tipo de la verdadera circuncisión, la del corazón y la que cumple el espíritu de la Ley.
Incluso Moisés reconoció el valor y el propósito de la circuncisión del corazón. Deuteronomio 30: 6 dice:
6 Además, el Señor tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tu descendencia, para que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas [recibas inmortalidad].
La circuncisión física es una señal de la obligación del Antiguo Pacto de cumplir el voto de obediencia. El problema es que «todos pecaron» (Romanos 3: 23), y que todos los que han sido circuncidados físicamente se incluyen como pecadores que han violado su voto. El Antiguo Pacto regula el comportamiento, pero no hace nada para cambiar el corazón.
La intención de Dios no es que los hombres se circunciden físicamente, sino que amen a Dios con todo su corazón. Tal cambio de corazón sólo puede venir mediante el Nuevo Pacto, mediante el cual Dios cumple su promesa enviando al Espíritu Santo para escribir la Ley en nuestros corazones. La conducta se altera mediante la autodisciplina (obras de la carne). Los cambios de corazón vienen por la obra del Espíritu.
Así que Pablo usa el término "letra" para indicar una forma externa de modificación de la conducta, en contraste con el "espíritu" de la Ley, mediante el cual Dios cambia nuestra naturaleza misma. La principal diferencia radica en que una depende de la capacidad del hombre para cumplir su propio voto, mientras que la otra depende de la capacidad de Dios para cumplir el suyo.
En Romanos 7, Pablo amplía este tema en el contexto de los votos matrimoniales. Romanos 7: 2 dice:
2 Porque la mujer casada está ligada por la ley a su marido mientras éste vive; pero si su marido muere, ella queda libre de la ley respecto del marido.
En otras palabras, las viudas ya no están obligadas a cumplir los votos que las vinculaban por Ley a sus esposos. Esto es evidente, por supuesto. Pablo luego aplica este principio de forma más amplia en Romanos 7: 6:
6 Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.
Si la viuda se vuelve a casar, nadie puede objetar sacando una copia del contrato matrimonial original y diciendo: "¡Mira! El contrato dice que debes reservarte sólo para el esposo cuyo nombre figura en el contrato". Plantear tal objeción sería seguir la "vieja letra". Sin embargo, como creyentes, ya no estamos obligados por el voto de nuestros padres en Éxodo 19: 8, pues ahora sólo Dios está obligado por el Nuevo Pacto a cambiar nuestros corazones.
La muerte anula todos los contratos, promesas y votos terrenales. Como creyentes, bautizados en la muerte de Cristo y resucitados para vivir una vida nueva (Romanos 6: 4), ya no estamos atados por los votos de nuestros padres terrenales, aunque ellos vincularon a sus descendientes con ellos. Al estar crucificados con Cristo (Romanos 6: 6), hemos dado muerte al viejo hombre, nacido carnalmente por voluntad humana.
Esa identidad carnal, nacida naturalmente bajo Adán, ya no es tu verdadero yo. Has sido engendrado por el Espíritu como un nuevo hombre y ahora tienes a Dios como tu Padre. Si continúas afirmando, como tu verdadera identidad, que eres hijo de tus padres terrenales —incluso remontándote a Abraham o incluso a Adán—, el gran Juez te tratará como corresponde en el Tribunal Divino. ¿Acaso alguien quiere realmente afirmar que el hombre original de pecado es su padre?
Somos hijos de Dios o hijos de la carne, y el Tribunal Divino procederá según la identidad que declaremos. La Ley en sí es la misma en ambos casos, pero tiene disposiciones para cada uno según su declaración. La muerte no anula la Ley, pues la Ley es la expresión de la naturaleza de Dios. El Nuevo Pacto simplemente transfiere la obligación del hombre a Dios, porque quien hace el voto es responsable de cumplirlo.
Así que Pablo insiste en que los hombres incircuncisos que cumplen la Ley son los verdaderos judíos, pero quienes sólo tienen la circuncisión física no son reconocidos como judíos ante el Tribunal Divino. La idea de que los judíos son elegidos por alguna conexión genealógica con Abraham es refutada por el apóstol Pablo.
El espíritu de la Ley señala la mente y la intención de Dios. La letra de la Ley, establecida en diversos estatutos, son los ejemplos prácticos y terrenales que ilustran el espíritu de la Ley. Si un hombre hace esto, entonces el juicio (veredicto) de Dios es tal y tal. Pero si los hombres limitan la aplicación a la letra de la Ley, han pasado por alto el espíritu de la Ley que Dios quiso revelarnos.
Por ejemplo, el hurto se describe como robar un buey o una oveja en Éxodo 22: 1. Pero, ¿no se aplicaría esto, según el espíritu de la Ley, a un tractor? Un literalista podría usar la letra de la Ley para justificar el robo de cualquier cosa que no esté especificada en ella.
Quienes consideran la Ley como un impedimento indeseable para pecar tienden a buscar maneras de evadirla. Hace miles de años, no era raro que los hombres buscaran maneras de justificar su deseo de fornicación. Un hombre encontraba a una ramera y rápidamente hacía un pacto matrimonial con ella, para luego entregarle una carta de divorcio a la mañana siguiente. Si bien esto parecía cumplir con las leyes del matrimonio y el divorcio según la letra de la Ley (Deuteronomio 24: 1), no se ajustaba a la naturaleza de Dios.
Los verdaderos hijos de Dios no buscan evadir la Ley; escudriñan las Escrituras para conocer la mente de Dios, que es la norma suprema de justicia. La Ley no sólo define el pecado (1ª Juan 3: 4), sino que también lo restringe mediante el temor al juicio. En otras palabras, quienes desean pecar deben vivir en temor de la Ley, mientras que quienes desean la justicia la abrazan y aprecian su efecto restrictivo sobre los inicuos.
Los hijos de Dios no consideran la Ley como una restricción, sino como un modelo mediante el cual podemos observar nuestros corazones y ver el progreso del Espíritu Santo a medida que transforma nuestra naturaleza. Este cambio de naturaleza no ocurre de repente. A medida que el Espíritu nos guía en diversas experiencias, una Ley a la vez se graba en nuestros corazones a lo largo de la vida. Si comenzamos nuestro andar con el deseo de robar, el Espíritu de Dios elimina ese deseo —a menudo mediante juicios— hasta que ya no lo sentimos.
No es que nuestra carne se esté perfeccionando. El deseo de pecar es inherente a nuestra carne, como bien sabía Pablo (Romanos 7: 14). El Espíritu no reforma la carne, sino que nos hace identificarnos más estrechamente con el nuevo hombre engendrado por Dios. A medida que aprendemos a identificarnos con el nuevo hombre, el viejo hombre muere poco a poco cada día.
No es difícil distinguir entre la mente de la carne y la mente del Espíritu. Pablo dice en Romanos 8: 6, 7:
6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz; 7 ya que la mente ocupada en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, ni siquiera es capaz de hacerlo.
Pablo nos dice que la mente carnal desea abolir la Ley y es hostil hacia Dios. Quienes enseñan que la Ley ha sido abolida actúan según la mente carnal, la cual carece de la capacidad de sujetarse a la Ley de Dios. Desafortunadamente, muchas iglesias siguen siendo carnales, aun cuando fingen ser espirituales. Aunque Pablo nos dice que la Ley es espiritual (Romanos 7: 14), creen que someterse a la Ley de Dios es caer de la gracia y volverse no espiritual.
Esta enseñanza es “hostil a Dios”, dice Pablo. Quienes siguen estas enseñanzas sin Ley demuestran que su viejo hombre carnal aún domina su vida diaria y que el Espíritu Santo aún no ha escrito la Ley en sus corazones (Hebreos 8: 10), como lo dispone el Nuevo Pacto. “Sin embargo, vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros” (Romanos 8: 9).
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