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LLEGAR A CASA CON UN CORAZÓN SIN DRAGONES, Scott Hubbard

 



A veces, mientras observas la mano de la providencia de Dios dibujar una imagen en tu vida, el lápiz gira repentinamente y lo que pensabas que sería una flor se convierte en una espina. La oración sin respuesta parecía finalmente escuchada, la esperanza diferida parecía finalmente cumplida, pero no. Alcanzas la margarita y, en cambio, te pincha un cardo.

El matrimonio del autor CS Lewis con Joy Davidman me llama la atención en este sentido. La pareja se casó más tarde en la vida, cuando Joy parecía estar muriendo de cáncer. Sin embargo, después de una oración pidiendo sanidad, Joy se recuperó inesperadamente y tal vez milagrosamente. El amor que pensaban que estaban perdiendo volvió a ellos, un regalo precioso, al parecer, de la mano de un Dios sanador. Pero pronto, el cáncer volvió con furia, poniendo fin a su breve matrimonio. En la crudeza de su dolor, Lewis escribió: “Un hambre noble, largamente insatisfecha, encontró por fin su alimento adecuado, y casi al instante le arrebataron el alimento”.

Experiencias como estas pueden estremecer el alma. No pocos han perdido la fe en ellos. Para muchos otros, esos momentos se convierten en una puerta a un mundo más oscuro, donde Dios parece menos bueno de lo que alguna vez pensamos. Tal vez, en nuestros momentos más desesperados, incluso podamos pensar que es cruel.

Muchos de los que entran en ese mundo nunca encuentran el camino de regreso. Caminan bajo las sombras cada vez más profundas de la desilusión, lejos de los amplios campos y el sol brillante de su anterior fe infantil. Algunos, sin embargo, encuentran el camino de regreso. Nos encontramos con tal alma en el Salmo 73.

Gran parte del Salmo 73 tiene lugar en el mundo oscuro. Asaf, el salmista, se encuentra desilusionado con la vida espiritual. Ve a los que odian a Dios brincando sobre la Tierra: ricos, cómodos, gordos. No importa que se pavoneen por Jerusalén como dioses y desafíen los mismos cielos (Salmo 73: 3–11). “Siempre tranquilos, aumentan en riquezas” (Salmo 73: 12).

Mientras tanto, el piadoso Asaf sufre sin ser visto ni recompensado. Por su obediencia, recibe aflicción; por su devoción, reprensión (Salmo 73: 14). Eventualmente, mira a su alrededor, a sus oraciones, sus canciones, sus años de fidelidad, y con una mano amplia dice: “Todo en vano” (Salmo 73: 13). Con sus esperanzas muertas, entra en el mundo de las sombras.

Cuando nuestras propias esperanzas son postergadas, podemos justificar fácilmente nuestra amargura y apatía espiritual. Sin mucho esfuerzo, podemos arrojarnos como víctimas inocentes bajo la mano dura de la providencia de Dios, siendo comprensible nuestra frustración hacia el Cielo. Sin embargo, Asaf mirándose a sí mismo desde el otro lado de la puerta, ve algo diferente: “Yo era como una bestia para ti” (Salmo 73: 22).

Para aquellos que han regresado del mundo oscuro, las palabras de Asaf no parecerán demasiado contundentes. Yo, por mi parte, todavía puedo recordar los latidos del alma y los gruñidos del corazón de mi alma una vez hastiada. Nuestro dolor en providencias dolorosas puede volverse irregular rápidamente, y nuestros lamentos se convierten en gruñidos, ya sea en silencio o en voz alta.

La amargura puede hacer que el alma se vuelva bestial, y seguirá siendo bestial hasta que (para usar algunas imágenes de “La travesía del viajero del alba” de CS Lewis) Dios nos deshaga del dragón.

Al final del salmo, Asaf ha regresado al mundo brillante, donde una vez más canta como un niño lleno de esperanza:

"¿A quién tengo en los cielos sino a ti?

Y no hay nada en la tierra que deseo fuera de ti.

Mi carne y mi corazón pueden desfallecer,

Pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre". 
( Salmo 73: 25–26 )

Asaf resurge en un mundo donde Dios es bueno una vez más, donde el Cielo y la Tierra no tienen nada más grande que dar que Él. Que lo mate la aflicción, que lo golpeen las reprensiones, que toda esperanza quede aplazada: Dios será la fortaleza de su corazón y su abundante porción. La bestia se ha convertido en hombre.

La eliminación del dragón ocurrió, en parte, cuando Asaf “entró en el santuario de Dios” y “discernió [el] fin” de “los que están lejos de ti” (Salmo 73: 17, 27). Pero también discernió algo mejor: “Sin embargo, yo estoy continuamente contigo” (Salmo 73: 23). Aquí está la respuesta a su agitación animal, una respuesta tan simple que podemos pasar por alto su poder para domar.

Considere, entonces, cómo Asaf despliega la respuesta en tres imágenes, y cómo podrían encontrarse con nosotros en nuestra propia bestialidad:

1.- “Tú tomas mi mano derecha”.

El verdadero peligro de un mundo que se oscurece no es el dolor que sentimos allí, ni siquiera la desconcertante disonancia que provocan esos sentimientos, sino la sensación de la ausencia de Dios. La primera mitad del Salmo 73 es un mundo sin Dios, al menos sin un Dios cercano y bueno. Pero en el versículo 15, las cavilaciones más o menos impías de Asaf dan paso a “tú”, el Dios que [sostiene] mi diestra” (Salmo 73: 23). Al regresar por la puerta de la desilusión, ha entrado en la casa de su Padre.

¿Puedes recordar la sensación de desolación cuando, siendo niño, perdiste de vista a tu padre en un mar de gente? ¿Y puede recordar el cálido alivio, que casi vale la pena llorar, cuando su mano familiar encontró la tuya? Algo similar sucede cuando, en la tranquilidad de su propio dormitorio, automóvil o patio trasero, sus pensamientos arremolinados se calman, su alma amargada respira y encuentra la gracia para decirle lentamente a Dios: “Sin embargo, estás continuamente conmigo; tomas mi mano derecha”.

Nada ha cambiado en tus circunstancias; tus problemas pueden todavía dolerte y dejarte perplejo. Pero de alguna manera, tus pies tambaleantes encuentran su equilibrio. Tus aflicciones caen en una perspectiva más amplia. Tu amargura se sacude como tantas escamas. Y bajo la mano de Dios, tu corazón se vuelve un corazón sin dragones.


2.- “Tú me guías con tu consejo”.

No nos quedamos solos en este mundo, por muy perplejos que nos sintamos. Tampoco nos quedamos sin rumbo. No solo tenemos un Dios, sino un guía; no solamente una Presencia, sino un camino. Él agarra nuestra mano para asegurarnos de su cercanía y también para guiarnos a casa a través de este desconcertante desierto. “Me guías con tu consejo” (Salmo 73: 24).

El “consejo” de Dios, su Palabra escrita, no nos dice todo lo que nos gustaría saber, ni mucho menos. No sabemos por qué una recuperación aparentemente milagrosa debería disolverse en la muerte. No sabemos por qué una relación al borde de la restauración debe desmoronarse. No sabemos por qué el corazón de un ser querido, tan próximo al arrepentimiento, se endurece de repente. Pero llegar a casa no depende de conocer los misterios que Dios ha escondido, sino de recibir el consejo que ha revelado.

Y no nos guía como quien nunca ha recorrido el camino Él mismo. Getsemaní presionó y dejó perplejo a nuestro Señor Jesús al punto de sudar sangre y orar por una salida. Nadie se enfrentó a una providencia más amarga; nadie tenía más razón para amargarse y abandonar el consejo de Dios. Sin embargo, la vida de nadie mostró de manera más brillante que seguir el consejo de Dios nunca nos avergonzará. Porque la tumba oscura ahora está vacía.

Somos niños aquí, y el por qué de la voluntad de nuestro Padre a menudo se nos escapa. Pero su consejo no. Entonces, mientras las bestias siguen sus propios instintos, los hijos de Dios dicen: “Seguiré tu consejo mientras dure la noche, e incluso si el alba nunca amanece en esta vida”.


3.- “Después me recibirás en gloria”.

Se acerca el día en que la mano que sostiene se convertirá en un rostro que contempla, y el camino sinuoso en un hogar estable. Hay un después a las preguntas sin respuesta y los bucles abiertos de esta vida. Y en eso después, “me recibirás en tu gloria” (Salmo 73: 24).

Conocer el después cambió todo para Asaf. Ya no envidiaba a los malvados prósperos cuando “discernía su fin” (Salmo 73: 17), y ya no se compadecía de sí mismo cuando discernía el suyo. La aflicción puede demorarse por la noche, pero viene la mañana. Así también con nosotros. Si sabemos que nos dirigimos al mundo brillante, donde ya no nos corroen más preguntas ni más lágrimas corren por nuestras mejillas (Apocalipsis 21: 4), entonces se embota el borde más agudo de nuestro sufrimiento. La gloria nos recibe en la puerta de su hogar, más allá de toda duda y peligro.

En el presente, a menudo tenemos la necesidad de decir con Pablo: “Estamos. . . perplejos” (2ª Corintios 4: 8). Pero en el futuro, la disonancia espiritual de esta era [Traductor: e incluso en esta Tierra de los vivientes, como nos dicen muchos de los salmos. No debemos pensar que nunca alcanzaremos la paz y el gozo aquí, en esta vida: Salmos 27 v. 13] se resolverá en una armonía más allá de la imaginación, como la mano que nos sostuvo y nos guió durante toda la vida.

En un momento del dolor de Lewis, él pregunta si ha estado tratando a Dios como su meta o como su camino. ¿Ha andado por toda buena dádiva como un camino que lleva a Dios, o ha tratado de andar por Dios como un camino que lleva a algún otro lugar? Lewis continúa diciendo: “Él no puede ser usado como un camino. Si te acercas a Él no como la meta sino como un camino, no como el fin sino como un medio, en realidad no te estás acercando a Él en absoluto”. [Traductor: El mismo Jesús dijo: "yo soy el camino"-Jn. 14: 6; y efectivamente lo es y debemos tomarlo como tal. Pablo dice: Colosenses 2 v. 6 Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él.  Esto me lleva a pensar que Lewis tal vez escribió esto con la tinta oscura del dolor y la amargura. Jesús el el Principio, el Camino y el Fin; el Alfa, la Omega y todas las demás letras del alfabeto, en este caso, griego. Cuando nos deshacemos de los dragones, muriendo a la carne en nuestra experiencia de cruz, salimos del otro lado de la resurrección y la tinta oscura se vuelve luminosa y dorada y vemos que es ambas cosas: medio y fin].

A menudo, nuestra propia liberación ocurre cuando nosotros, como Asaf, abrazamos a Dios como meta, no como camino, o quizás mejor, como meta y camino a la vez. Nuestra gran necesidad no es desenredar los aparentes nudos en la providencia de Dios, como si las meras respuestas pudieran domar a la bestia interior. Lo que necesitamos, ahora y para siempre, es una mano sobre la frente, una presencia susurrada para calmarnos. Porque Dios mismo es a la vez camino y fin, camino y hogar, presencia aquí y porción para siempre.

Scott Hubbard

(Getileza de Esdras Josué ZAMBRANO TAPIAS)

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