CAPÍTULO DIECISIETE
(Del libro "LA EXEPRIENCIA DE VIDA" de Witness Lee)
REINAR
En el capítulo
anterior vimos el asunto de conocer la ascensión; ahora seguiremos
adelante para ver la experiencia de reinar. Ambas lecciones
están estrechamente relacionadas en la experiencia.
I. LA DEFINICIÓN DE REINAR
En términos
simples, reinar es ejercer autoridad para Dios: gobernar todas las
cosas y en particular tratar con Su enemigo. Hemos mencionado
repetidas veces en el pasado que en la creación del hombre Dios tuvo
una intención y un deseo dobles. Por un lado, Dios quiere que el
hombre tenga Su imagen para que le pueda expresar. Por otro, Dios
quiere que el hombre le represente con Su autoridad a fin de tratar
con Su enemigo. Por lo tanto, cuando Dios creó al hombre, en un
sentido, lo creó a Su imagen y semejanza para que el hombre fuera
como Él. En otro sentido, Dios hizo que el hombre señorease “en
los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda
la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”
(Gén. 1:26). Esto quiere decir que Dios le dio autoridad al hombre
para que reinara por Él.
El Antiguo
Testamento narra muchos casos de hombres, desde Adán, que reinaron
para Dios. Éxodo 14 dice cómo Dios quiso que Moisés levantara y
extendiera la vara para dividir el Mar Rojo. En Josué 10 se nos dice
cómo Josué oró a Dios para que el sol permaneciera quieto en el
cielo. En 1 Reyes 17—18 se relata cómo Elías oró para controlar
la lluvia. En Daniel 6 se cuenta cómo Daniel cerró la boca de los
leones en el foso. Todos estos casos nos muestran que a través de
todas las edades, dondequiera que haya hombres dispuestos a vivir
para Dios, Dios desea darles la autoridad para que todas las cosas
estén bajo su dominio.
Este asunto es aún
más evidente en el Nuevo Testamento. El primero en el Nuevo
Testamento que gobernó para Dios fue el Señor Jesús. El ordenó a
las enfermedades que se retiraran (Mat. 8:8-9), echó fuera espíritus
inmundos (Mar. 1:27), y reprendió la tormenta y el mar furioso y
éstos se calmaron (Mat. 8:26-27). Todos estos incidentes hablan de
Su reinado. Más tarde cuando los apóstoles continuaron las obras
del Señor, ellos también tuvieron muchas experiencias de reinar
para Dios sanando y echando fuera espíritus malignos (Hch. 3:6-7;
14:8-10; 19:12; 16:18). Hasta el día de hoy, esta clase de
experiencia es repetida con frecuencia en la Iglesia. Más adelante,
en el futuro y en el Reino, los vencedores reinarán con Cristo y
gobernarán las naciones (Ap. 2:26-27). Finalmente en la eternidad
todos aquellos que hayan sido salvos reinarán como reyes por los
siglos de los siglos (Ap. 22:5). En ese tiempo gozaremos completa y
verdaderamente la bendición de reinar para Dios.
Todos estos casos
revelan que desde el principio hasta la eternidad, la única
intención de Dios es ganar al hombre para que reine para Él en el
universo. Este era uno de los aspectos del propósito de Dios cuando
creó al hombre. Aún más, este fue un aspecto de la intención de
Dios al redimir al hombre.
Por lo tanto, desde
el punto de vista de la autoridad, la meta final de la salvación de
Dios es que reinemos. Esta es la cumbre de nuestra experiencia
espiritual. En cuanto a Dios, si Él no nos hubiera salvado al
grado de que pudiéramos reinar para Él en la esfera celestial, la
meta de Su salvación no se habría podido considerar consumada por
completo. Además, aunque este asunto de reinar no será
completamente realizado hasta que venga el Reino y en la eternidad,
aún así, hoy Dios quiere que tengamos un comienzo en la Tierra. En
cuanto a nosotros, si algún cristiano no ha alcanzado todavía el
grado de reinar para Dios, todavía no ha llegado al nivel óptimo.
Un cristiano que ha alcanzado este nivel no sólo ha sido liberado
del pecado, ha vencido al mundo, ha sido tratada su carne, y ha sido
quebrantada su constitución natural, ha sido lleno del Espíritu
Santo, y está sentado en la esfera celestial, sino que incluso está
reinando con Cristo en todas las cosas. Ya sea en la obra de
Dios, en la iglesia, en la casa o en cualquier encuentro que tenga en
su ambiente, él puede reinar y gobernar sobre aquello que Dios
quiere que el gobierne. Es necesario que haya tal clase de personas
ganadas por Dios para que a través de ellas la autoridad de Dios
pueda ser ejercida y el reino de Dios pueda venir sobre la Tierra.
II. LA EXPERIENCIA DE REINAR
Debemos buscar la
experiencia de reinar. Para esto hay dos cosas que no deben faltar.
A. Conocer nuestra posición
En
primer lugar debemos conocer nuestra posición. Dijimos en el
capítulo anterior, titulado “conocer la ascensión”, que la
base de la autoridad espiritual es la posición de ascensión.
Tener
poder
depende de la condición
de uno, pero tener autoridad
depende de la posición
de uno.
Un automóvil con suficiente gasolina y caballos de fuerza tendrá
poder.
Esto es un asunto de condición.
Pero un policía de tránsito parado en el puesto asignado tiene
autoridad
para dirigir los automóviles, para que sigan su curso en orden. Este
es un asunto de posición.
Por lo tanto, la autoridad depende completamente de la posición. Si
estamos en la posición de ascensión, tenemos autoridad y podemos
reinar. Si no estamos en la posición de ascensión, no tenemos
autoridad y no podemos gobernar.
Aun en el caso del
Señor Jesús, la base para reinar dependía de Su posición de
ascensión. No fue sino hasta después de Su resurrección y
ascensión que El obtuvo toda autoridad en los Cielos y en la
Tierra (Mat. 28:18) y tuvo dominio sobre todas las cosas (Ef.
1:20-22). Por lo tanto, si vamos a reinar, debemos estar en la
posición de ascensión.
Pero si queremos
estar en la posición de ascensión y reinar para Dios, debemos
aceptar todos los tratos de la cruz, para que podamos pasar por la
muerte y entrar en la resurrección para así experimentar la
ascensión. En otras palabras, la experiencia de reinar es el
resultado de todas las experiencias pasadas. Sólo después de que
hayamos experimentado la muerte, la resurrección, y la ascensión,
podremos tener la experiencia de reinar.
Los hijos de Dios
hoy muestran muy poco de la realidad de reinar. La razón principal
es que no estamos en la posición de ascensión. Muchos todavía
viven en una condición terrenal. Todavía están envueltos en
pecados y en el mundo. No se han despojado de la carne ni de su mal
genio. No han negado su yo ni su constitución natural. Aunque
hay algunos que se han despojado de estas cosas y tienen cierta
experiencia de ascensión, aún así, debido a que no pueden mantener
esta experiencia, se contaminan otra vez con las cosas relacionadas
con la vieja creación; así pierden la posición de ascensión.
Ambas condiciones pueden hacer que perdamos la posición de reinar, y
como consecuencia no podemos gobernar para Dios. Hubo una vez un
hermano a quien su esposa constantemente le impedía que se acercara
a Dios y le sirviera. Un día no lo pudo soportar más; así que en
su enojo regañó a su esposa y la golpeó, diciendo: “Hoy, el
Señor quiere que te discipline verdaderamente”. Obviamente, esto
no es reinar. Debido a que se enojó, perdió la posición de
ascensión y cayó en las manos del enemigo. ¿Cómo podría él,
en esa condición, tratar con el enemigo? Por tanto, para reinar
debemos conocer y mantener la posición de ascensión.
El hecho de que
reinemos está basado no sólo en la posición de ascensión,
sino también en la posición en el orden establecido por Dios.
Por lo tanto, si queremos reinar para Dios, no sólo necesitamos
estar en la posición de ascensión sino que también necesitamos
mantener la posición en el orden que Dios nos asignó,
esto es, someternos a la autoridad a la cual nos debamos
someter. Toda la autoridad del policía de tránsito que
mencionamos no sólo depende de que esté firme en el puesto
asignado, sino también de la sumisión a su superior. Si él deja su
puesto asignado, no podrá dirigir el tráfico. Si se rebela en
contra de su superior, perderá aun sus derechos oficiales. Por lo
tanto, que un policía ejerza su autoridad depende, por un lado, de
que mantenga la posición de su deber, y por otro, de que mantenga la
posición de su rango. La posición de su oficio equivale a nuestra
posición de ascensión, y la posición de su rango equivale a
nuestra posición en el orden.
Mateo 8:5-13 nos
habla de un centurión que vino a pedirle al Señor que sanara a su
siervo enfermo. Su fe estaba basada en su conocimiento de la posición
en el orden. El dijo: “Señor, no soy digno de que entres bajo
mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque
también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes
soldados, y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi
siervo: Haz esto, y lo hace”. Como él mismo estaba bajo
autoridad, podía dar órdenes a aquellos que estaban bajo él.
Por lo tanto, el creyó que el Señor sólo necesitaba ejercer Su
autoridad y dar una orden, y el asunto sería hecho. Él conocía
realmente la relación entre la posición dentro del orden y la
autoridad. El sabía que para reinar, tenía que someterse primero
al que reinaba. Para ser autoridad, el tenía que someterse
primero a la autoridad.
En el principio,
cuando Dios creó al hombre, le dio autoridad para que tuviera
dominio sobre todas las criaturas que están en el mar, en el aire y
sobre la Tierra. En aquel entonces, el hombre estaba sometido a la
autoridad de Dios; por consiguiente, la autoridad de Dios estaba con
él, y todas las criaturas fueron sometidas al hombre. Pero
una vez que el hombre cayó y se rebeló contra Dios, reacio como
estaba a someterse a la autoridad de Dios, él perdió la autoridad
de Dios. Como resultado, todas las criaturas que estaban bajo el
hombre dejaron de estar en sumisión a la autoridad del hombre.
Por lo tanto, hoy no solamente las serpientes venenosas y las fieras
salvajes nos pueden hacer daño, sino que hasta los pequeños
mosquitos y las pulgas nos pueden morder. Esto indica que todo el
universo caído está lleno de la rebelión e insubordinación de las
criaturas.
Pero en este
universo rebelde y confuso, siempre que haya uno que todavía esté
dispuesto a aceptar la autoridad de Dios, la autoridad de Dios será
manifestada sobre él para que éste pueda reinar. Moisés fue un
ejemplo. El fue un hombre que se sometió a la autoridad y de este
modo reinó para Dios. Casi todas las veces que se enfrentó con
la rebelión y las quejas de los israelitas, él se sometió a la
autoridad de Dios. Especialmente cuando Coré, Datán y Abiram y
los que estaban con ellos se rebelaron y se juntaron contra él, se
sometió aún más. Ellos atacaron a Moisés y a Aarón, diciendo:
“¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos
ellos son santos, y en medio Yahweh?” (Núm. 16:3). Sus
palabras tocaron el asunto de la autoridad de Moisés; la intención
de ellos era destruir su autoridad. En aquel entonces Moisés no se
consideraba a sí mismo la autoridad ni trató de resolver el
problema por sí mismo. Por el contrario, se postró sobre su rostro
delante de Dios y dejó que Dios le vindicara. Al postrar su rostro
delante de Dios estaba guardando su posición en el orden. El
sabía que la autoridad no descansaba en él, sino en Dios. Su
sumisión a la autoridad de Dios hizo que otros se sometieran a él.
Por lo tanto, el resultado de que él se condujera de esta manera en
todo momento, manifestó aún más claramente que la autoridad de
Dios estaba sobre él.
Consideremos el caso
de David: durante toda su vida, David se sometió no sólo a la
autoridad de Dios, sino también, de una manera absoluta, al orden de
autoridad. El reconoció que Saúl era el ungido de Dios, que estaba
en la posición de rey, y que fue ordenado por Dios para que fuera Su
autoridad. El se dio cuenta de que él era solamente un siervo de
Saúl. Por lo tanto, no importaba cuanto lo persiguiera y lo odiara
como a un enemigo, David nunca se atrevió a rebelarse en contra de
él. De esta manera, siempre mantuvo la posición en el orden y fue
un hombre que se sometió a la autoridad. Por consiguiente, llegó el
día cuando Dios también lo ordenó como rey, para que gobernara
para Él en la nación de Israel.
Sin embargo, estos
hombres que se sometieron a la autoridad de Dios tenían sus propias
imperfecciones y debilidades. Sólo cuando el Señor Jesús vino como
la Palabra hecha carne hubo en este universo rebelde un hombre que se
sometió absolutamente a la autoridad de Dios. En la vida del Señor
Jesús, cada palabra y acción, cada paso y cada parada, concordaba
con la voluntad de Dios y estaba en sumisión a la autoridad de Dios.
Filipenses 2 dice: “Se humilló a Sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Por lo tanto,
Dios también le exaltó hasta lo sumo, para que se doble toda
rodilla de los que están en los cielos, en la tierra, y debajo de la
tierra y toda lengua le confiese como Señor, todo en sumisión a su
autoridad (vs. 8-11). Debido a que el Señor Jesús se sometió a la
autoridad de Dios el Padre y guardó la posición en el orden, El
obtuvo autoridad y pudo reinar para Dios.
El Señor ha dado
ahora esta autoridad a la Iglesia, esto es, a nosotros. Por lo tanto,
nosotros también debemos someternos a la autoridad de Dios como
lo hizo el Señor. Además, cada uno de nosotros debe someterse al
orden de autoridad establecido por Dios, esto es, a la autoridad
delegada de Dios. Entonces nosotros, la Iglesia, podremos ejercer
la autoridad del Señor para gobernar todas las cosas y reinar para
Dios. Hoy, en este universo rebelde y confuso, tenemos que seguir al
Señor para ser un testimonio de sumisión a la autoridad, donde los
más jóvenes se someten a los más viejos, aquellos que son
enseñados a los que les enseñan, y todos nos sometemos los unos a
los otros; de este modo nos estamos sometiendo a la autoridad de
Dios. Cuando nos paremos en nuestra respectiva posición en el orden,
la autoridad de Dios será manifestada en nuestro medio; así,
podremos reinar para Dios. Por lo tanto, la autoridad que hay en
la Iglesia no es ni obtenida ni asumida por uno mismo, sino que viene
a través de la sumisión. Por ejemplo, los ancianos no deben
considerarse más maduros y más viejos que otros; si es así, ellos
frecuentemente harán uso de su posición y su título al tratar con
los hermanos y hermanas o en su administración. Ellos deben ser como
Moisés. Cuando algo ocurra entre los hermanos y las hermanas, ellos
inmediatamente deben postrarse delante de Dios, sometiéndose a la
posición que tienen en el orden. Por su sumisión a la autoridad de
Dios, la autoridad de Dios estará con ellos, y ellos podrán reinar
y gobernar para Dios sobre todas las cosas. Si ellos no se someten
a la autoridad de Dios, sino que asumen la posición de ancianos,
demandando que otros se les sometan, entonces eso es la imposición
de la carne, no el reinado de Dios, y será difícil que otros se
sometan a ellos.
En conclusión, para
poder ganar la experiencia de reinar, primero debemos resolver el
problema de la posición. Debemos conocer y mantener la
posición de ascensión, y también debemos conocer y mantener
la posición en el orden. Conocer la posición de ascensión es
la experiencia de conocer la ascensión, la cual ha sido mencionada
previamente. Conocer la posición en el orden es la experiencia de
conocer el Cuerpo, que también ha sido mencionada. Debemos
conocer y experimentar estos dos aspectos antes de poder reinar para
Dios. Debemos conocer la posición de ascensión, la cual Él nos ha
dado en Su salvación, y la posición en el orden, que Él ha
determinado para nosotros en Su Cuerpo, antes de que podamos ejercer
Su autoridad y reinar para Él. En palabras sencillas, nosotros
debemos estar en la posición de ascensión y en la posición en el
orden que hay en el Cuerpo antes de poder tener la experiencia de
reinar.
B. El deseo de reinar
Segundo, nosotros
debemos tener el deseo de reinar. Esto quiere decir que
debemos reinar positiva y activamente para Dios, gobernando sobre
todas las cosas. Una vez que alcancemos la posición de ascensión y
estamos en el orden, podremos reinar. Si nuestra experiencia ha
alcanzado esta etapa, tenemos que reinar. No obstante, algunos
hermanos y hermanas no tienen la intención ni el deseo de reinar.
Sus espíritus están descuidados y ociosos. Ni siquiera se preocupan
por las dificultades que se presentan en la Iglesia, ni les importan
los problemas que se levantan en la obra del Señor. Simplemente
le permiten a Satanás que trabaje y destruya a voluntad. Por
esto, aunque pueden reinar, de acuerdo a su crecimiento en vida, en
realidad, debido a su indiferencia y su renuencia a reinar, no pueden
todavía alcanzar la experiencia de reinar. Por lo tanto, si
alguien desea reinar, su espíritu no debe ser indiferente ni tímido,
sino deseoso de ejercer la autoridad de Dios, y tratar positiva y
activamente con todas las obras del enemigo. Así, la autoridad
de Dios será inmediatamente manifestada en la Iglesia, y muchas
rebeliones y asuntos ilícitos en la Iglesia serán subyugados.
Hoy en la Iglesia
carecemos de personas que deseen reinar. Por lo tanto, a menudo
surgen muchas situaciones que no deberían existir. Por ejemplo,
algunas de las reuniones de comunión y del partimiento del pan son
débiles y confusas. Algunos de los hermanos y hermanas debieron
haber orado, pero no lo hicieron; algunos debieron haber hablado,
pero se abstuvieron de hablar. Por el contrario, muchas oraciones
innecesarias y testimonios sin significado fueron liberados. Así las
reuniones son desordenadas y los hermanos y hermanas no son
edificados y pierden interés en las reuniones. Esta condición es
causada principalmente por aquellos que deberían reinar y no lo han
hecho. Ellos se han comportado como espectadores, permitiendo que
otros actúen en las reuniones de cualquier manera. Aun ellos
consideran que esa manera de ser es muy espiritual, que no es por el
esfuerzo del hombre, sino por el mover del Espíritu. Como resultado,
hacen que la Iglesia sufra una gran pérdida.
Muchas veces decimos
que ciertas reuniones están muy muertas y son deprimentes. Este tipo
de depresión viene de Satanás, porque Satanás es el diablo, quien
tiene la autoridad de la muerte. Por lo tanto, siempre que una
reunión esté muerta o sea deprimente, quiere decir que Satanás
está reinando allí. En ese momento, alguien se debe levantar a
reinar para Dios, ya sea por una palabra, un himno o una oración
para controlar la reunión, cambiar la atmósfera, y liberar la vida
de Dios, de tal modo que sorba la muerte de Satanás.
Satanás trabaja no
sólo en las reuniones sino también en muchas vidas. Algunas
veces él envía pobreza y enfermedad innecesarias. Si vivimos en la
esfera de la ascensión, podremos decir cuál pobreza o enfermedad es
permitida por Dios y cuál es impuesta por Satanás. Una vez que
hayamos discernido el asunto, debemos aprender a reinar oponiéndonos
y negándonos a la pobreza y enfermedad impuestas por Satanás.
Además, si hemos
tenido alguna experiencia en batallas espirituales, podemos ver que
todas las cosas que tienden a interrumpir la obra de Dios o a
molestar la Iglesia son actos de los demonios. Por ejemplo, algunas
veces en las reuniones algunos están adormecidos, otros están
divagando en su mente, o los niños están corriendo de acá para
allá. Todo esto es obra de los demonios. Aun algunas oraciones y
mensajes son obra de los demonios. En realidad, cualquier cosa en
este mundo, excepto aquello que sea motivado por el Espíritu Santo,
puede decirse que viene de los espíritus malignos, o sea de los
demonios. Por esto, ¡cuánto necesitamos hombres que estén
dispuestos a levantarse y pararse en la posición de ascensión y en
el orden, hombres que ejerzan autoridad para Dios positiva y
activamente para gobernar sobre toda situación confusa e ilegal, y
para destruir las obras antagónicas del enemigo! No debemos ser
como el viejo Elí. En 1 Samuel 3 vemos como él era
indiferente y estaba en un sueño profundo. Aquel que sea
indiferente y que esté en un sueño profundo no puede reinar para
Dios. Si queremos reinar, nuestro espíritu debe ser fuerte y
positivo. Un espíritu que reine debe ser fuerte y viviente, activo y
no pasivo, positivo y no negativo, diligente y no negligente. Aquel
que tenga tal espíritu no sólo mantiene la posición en el orden y
se somete a la autoridad de Dios, sino que también tiene una fe
fuerte y ejerce la autoridad de Dios consistentemente en la posición
de ascensión. Así él reina sobre su ambiente, sobre su trabajo
y sobre todas las reuniones y asuntos de la Iglesia y los gobierna.
Para poder
reinar, debemos expresar nuestra actitud en tres direcciones:
primero, hacia Dios; segundo, hacia Satanás; y tercero, hacia las
personas, eventos y cosas. Tomemos por ejemplo a un hermano en la
iglesia que no se comporta apropiadamente. Los que están reinando
necesitan ir delante de Dios y expresar sus actitudes, diciendo:
“Señor, acerca de este hermano que se porta mal en la iglesia,
nosotros no estamos de acuerdo, ni lo aprobamos”. Luego deben
también declararle a Satanás que esto viene de su perturbación y
que ellos se están oponiendo a esto y juzgándolo. Finalmente,
si es necesario, necesitan expresar solemnemente su actitud hacía
las personas, eventos y cosas respectivas, diciendo: “No estamos de
acuerdo, ni permitiremos que este asunto suceda”. Cuando
expresemos estas actitudes, Dios obrará y manifestará Su autoridad.
Muchas veces la obra de Dios depende de la actitud que le expresemos.
Cuando una persona vive en pecado y en el mundo, Dios no respeta su
opinión. Pero cuando alguien ha alcanzado la posición de ascensión,
su opinión será grandemente respetada por Dios. Cuando alguien
alcanza la esfera de ascensión, su opinión es casi la misma que la
intención de Dios. Por lo tanto, él puede ser activo y expresar su
actitud, y Dios le respetará y confiará en él, y reinará a través
de él.
Por lo tanto, con
respecto a la meta de la salvación de Dios, necesitamos reinar para
Él. Con respecto a nuestro crecimiento en vida, necesitamos llegar
al estado de reinar. Con respecto a la obra ilícita de Satanás,
necesitamos aún más levantarnos y reinar. En vista de esto
necesitamos con mayor intensidad prestar atención para aprender esta
lección muy bien. Aunque esta experiencia es bastante elevada y
profunda, debido a que ya tenemos algún comienzo en la segunda y
tercera etapa, si continuamos buscando diligentemente, el Señor nos
llevará a la esfera de reinar. ¡Que el Señor sea bondadoso con
nosotros!
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