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PAZ EN MEDIO DE LA TORMENTA, Adriana Patricia Lelìon Lozano






¡Hola!

Hace ocho días no recibiste mi carta, pues mi tía falleció el día miércoles 26 de junio a las 4: 50 de la mañana.

Y hoy te escribo con el corazón roto, pero en la más profunda paz y esperanza que solo el Señor puede otorgar. Estoy tan agradecida con Él por su bondad con mi tía y con mi familia. Dios fue más que bueno. Su fidelidad y misericordia siempre superan todas nuestras expectativas, incluso en los momentos de mayor dolor e incertidumbre.

He pasado por esto una y otra vez, y cada vez, aprendo más cosas de Dios, de mí misma y de los demás. La vida es de contrastes y de profundos aprendizajes. Claro está que, si te tomas el tiempo de observar detenidamente y callar, y si te dejas enseñar. Las experiencias pueden ser parecidas y hacen parte del hecho de estar vivos, pero la realidad es que no todos aprenden, algunos pasan la materia raspando o van en coche. O quizás algunos nos toca hacer el curso para que otros no lo hagan, no lo sé, solo el Señor lo sabe. Lo que sí sé, es que cada experiencia me transforma un poquito más, miro con otros ojos la vida, a las demás personas y al Señor.

Estoy viviendo lo dolorosos en este momento, estoy en el tiempo de endechar, vendrán los gozosos y el tiempo de alegrarme. Todo tiene su tiempo (Eclesiastés 3: 1).

La vida es así, no todo es felicidad y tampoco todo es tragedia. Dios da tiempos de refrigerio en medio de sus tratos, pruebas y dificultades; así que, si estás en tus tiempos buenos, disfrútalos, no te sientas culpable, observa una puesta de sol, come un buen helado, bebe un delicioso café, escucha buena música y mueve tus pies al ritmo de ella, toma unos vinos alrededor de una fogata y canta al son de una guitarra. Y, cuando estés en los tiempos malos, observa qué es lo que el Señor quiere enseñarte, qué debe tratar en tu corazón y qué quiere que veas de Él. A los que aman al Señor le siguen los tiempos difíciles, pero necesarios para nuestra perfección, para nuestro aprendizaje y para que nuestra fe y dependencia en Dios sea fortalecida. Nada es casualidad en las manos del Señor, todas las cosas obran para bien. Y como me dijo mi amigo Alexito Millán: “Esto no es consuelo de bobos, es una realidad”.

Los amigos se conocen en el dolor. En los tiempos malos sabes con quién cuentas. En los tiempos de fiesta está todo el mundo, pero solo en los momentos de mayor angustia se quedan los que realmente sienten tu dolor. Esto también fue para nuestro Señor Jesús. Las palabras se las lleva el viento, pero las acciones son las que cuentan. Y, cuando estás viviendo tiempos difíciles, conoces realmente a la gente que te ama.

Tuve el privilegio de dar las palabras en el funeral de mi tía. Y en esa pequeña sala funeraria había un puñado de personas hambrientas por escuchar la voz de Dios, quizás cansadas de lo tradicional. Hablé del dolor que le causó a Jesús la muerte de su amigo Lázaro. ¿Te acuerdas de Lázaro? Él fue sanado de su lepra por Jesús. Era el hermano de Marta y María. María fue la chica que se sentaba a los pies de Jesús a escuchar sus enseñanzas, desaprobada por los discípulos, pero aprobada por Jesús, quien nunca la rechazó; ella tomó el papel de discípula y fue la que derramó el perfume costoso en Él antes de su muerte, criticada por Judas y por los otros discípulos. Y Marta, su hermana, era la que estaba cansada con tantos quehaceres. Estos tres fueron amigos muy cercanos a Jesús y los amaba inmensamente.

También hablé de Betania, un lugar muy especial para nuestro Señor y cómo Él desea que nuestro corazón sea una Betania. Hablé de las lágrimas perfectas de Jesús, de la necesidad de llorar y de no reprimir las lágrimas, del miedo frente a las lágrimas y de todas esas frases huecas que dice la gente para no dejar que otros lloren. Hablé del duelo, del permiso divino para entristecernos, pero con esperanza, como nos lo enseña 1 Tesalonicenses 4: 13. Y, lo más importante, hablé de Jesús, quien es la Resurrección y la Vida. Fue un momento maravilloso, me alegró ver a todas esas personas en silencio, atentas, siendo tocadas por el Señor; en ese instante, supe que mi dolor valía la pena. Mi oración es que estas palabras hayan sido como semillas y den fruto en sus corazones, así sea en unos pocos.

Fueron tantas las anécdotas y los aprendizajes en este desafío que el Señor nos puso por delante, algún día te contaré.

Dios me preparó de antemano para esta muerte, me dio un sueño hace dos meses, en donde veía a mi tía irse para un viaje, estaba vestida de blanco, se veía joven y rozagante. Cuando desperté supe que ella se iría, pero no sabía por qué o cómo o cuándo, fue todo muy extraño y desconcertante. Mi tía estaba muy mal y no lo sabíamos, fue muy fuerte, su cáncer fue silencioso y cuando salió a la luz, ya era tarde, ya había hecho metástasis en el cerebro.

Llegué para celebrarle su último cumpleaños el 3 de junio. ¡Hubieras visto su cara de alegría! Y llegué para que ella me celebrara el mío y quince días después, falleció. La noche del lunes, me quedé con ella en el hospital, sabía que se estaba yendo, estaba muy inquieta y ya no respondía a los estímulos. Le recité el Salmo 23, la acariciaba y le decía cuánto la amaba, le decía que iba a estar bien, que allí la estaban esperando, que Jesús la recibiría con los brazos abiertos. Y, el día miércoles, a las 4: 30 de la mañana, mi tía Herlinda me llamó para decirme que ya mi tía Hilda le quedaba poco, que estaba agonizando, así que le dije que le acercara el celular a su oído y le hablé: “Tía te amo, vete, ve hacia la luz, allí Jesús está esperándote, gracias por todo, dile a Manolo cuánto lo extraño”. Cuando escuchó mi voz, murió.

Esta es la realidad de la muerte, pero nuestra esperanza en Cristo es el feliz reencuentro con aquellos que se nos adelantaron en el camino. En Jesús hay esperanza y es lo que debemos proclamarle al mundo hoy. No importa cuánta devastación, dolor, muerte y maldad haya en esta tierra, la esperanza está en Jesús y su Ekklesía debe mostrarlo y representarlo bien. Lo que Dios le grita al mundo es que desea un eterno romance con nosotros, lo que a Dios le importa no es nuestro dinero o nuestro servicio religioso. A Él ya no le interesa que llenemos requisitos o que guardemos días, meses o años. Dios no lleva cuentas, ni nos quiere cargar con obligaciones religiosas, rituales y tradiciones, nos quiere a ti y a mí, anhela nuestro corazón para transformarlo. Quiere que el viaje de nuestra vida sea toda una aventura a su lado. Desea darnos todo de Él y que descansemos en la profundidad de su amor.

Vi mucha religiosidad en mi pequeño pueblo, hasta una hermana en la fe se molestó porque di las palabras y no su pastor. Y te lo cuento no para criticar, sino porque mi corazón se duele por causa de esto.

Si tenemos una visión de Jesús muy liberal, guiada por los estándares de este mundo o una visión muy legalista y si no hay un verdadero cambio en el corazón, ambas visiones no han conocido a Dios en Cristo. Si no estamos unidos íntimamente con el Señor en su Espíritu, nos perderemos el lado celestial de nuestra vida terrenal. Y lo único que quedará son los “debes o no debes”.

Si lo que hacemos para Dios sigue dependiendo de nosotros: la ropa que vestimos, la forma en que comemos, las leyes que seguimos, los actos que celebramos. Lo estamos haciendo en nuestro propio esfuerzo y esto es producto de nuestra carne religiosa, y nuestra carne humana nunca agradará al Señor, así la embellezcamos con maquillaje espiritual y lo hagamos con buenas intenciones.

Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Romanos 8: 8

Podemos haber sido discipulados en alguna congregación, movimiento o por algún líder y nunca haber sido discípulos de Cristo. Podemos ser conocedores de toda la doctrina y ser llevados bajo la ley, pero nunca haber conocido la libertad del Espíritu.

Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. 2 Corintios 3: 17

Podemos ser cambiados exteriormente y hacer muchas cosas para Dios, pero en el fondo seguir siendo los mismos. Si no somos conformados interiormente a Cristo, si Él no es nuestra vida, si Cristo no ha tomado forma en nosotros, de nada sirve todo lo demás.

Podemos esforzarnos toda nuestra vida por hacer las cosas bien, adaptarnos a las reglas y a las leyes de la mayoría, realizar todos los actos externos, podemos tratar de ser los cristianos más piadosos, citar la Biblia de memoria y aun así perdernos al Señor, porque no hemos experimentado una transformación interna y una relación viva con Jesús a través de su Espíritu.

No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino solo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?”. Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad! Mateo 7: 21- 23 NVI

Por eso la gente anda con un agujero enorme en su alma, porque la religión pretende llenar a la gente de cosas por hacer, pero no les revelan la alegría y la aventura de vivir en Cristo. Jesús lo hizo todo por nosotros y lo único que tenemos que hacer es creer. La vida con Jesús es una fiesta, podemos reír y gozarnos en Él, porque todo está consumado. Es como asistir a una gran fiesta de cumpleaños. Dios nos invita a su fiesta y mientras corta las rebanadas de pastel nos sonríe.

¡Cuánto de Cristo nos hace falta! Pero tenemos a su Espíritu a nuestra disposición, Él es quien nos revela a Jesús en todos sus aspectos, es quien forja a Jesús en nuestro interior y lo hace a través del fuego de la prueba. Y no podremos conocer, aquí y ahora, la vida eterna abundante por el poder de su resurrección, si no conocemos a Jesús en la participación de sus padecimientos. Por eso es tan importante la cruz. Solo a través de la muerte a nuestra propia vida, podemos tener su vida resucitada. Y esto va más allá de todos los ritos, tradiciones, costumbres, leyes y doctrinas que podemos realizar domingo tras domingo o sábado tras sábado.

Por conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, en conformidad a su muerte. Filipenses 3: 10

Lo único que debemos hacer es seguir al Cordero por donde quiera que vaya. Él no te impone reglas, solo te invita a que lo sigas y ya, Piedad Hortensia Navarro López. Y no es una orden, es una simple invitación, la mejor invitación que te harán en tu vida. El cristianismo es una conexión vital y creciente con el Dios vivo, es llegar a conocerlo como Él es, no como nos lo han pintado o como tú y yo lo hemos imaginado. Es disfrutarlo mientras Él nos va transformando y su gloria se hace más real en nuestros corazones por la obra de su Espíritu Santo. Vivimos en Cristo, a la vez que nos enseña cómo permanecer en Él, como esos pámpanos que viven pegados a la Vid. Dios nos invita a depender de Él, a no soltarnos de su mano, a dejar que se revele en las circunstancias diarias de nuestra vida. Él ya no nos llama siervos, ahora somos sus amigos. No cambiemos nuestra amistad con Él por sustitutos baratos.

No permitas que la voz de Jesús, sea reemplazada por la voz tirana de obligaciones, tradiciones y rituales. Somos parte de un reino mayor, no permitas que tu trabajo, tu hogar y tus actividades te hagan perder de vista esa gran verdad. Y cuando las preocupaciones terrenales amenacen con robarte la paz, recuerda poner de nuevo tu mirada en las realidades celestiales.

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. Romanos 8: 35, 36 - 39

Gracias por tus oraciones, por las palabras de condolencias y por tu cariño en este momento tan difícil.

Hasta la próxima.


(Gentileza de PIEDAD H. NAVARRO LÓPEZ)


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