Fecha de publicación: 18/07/2024
Tiempo estimado de lectura: 8 - 10 minutos
Autor: Dr. Stephen E. Jones
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Hebreos 6: 1 identifica el “arrepentimiento de obras muertas” como parte de la “leche” de la Palabra, que los creyentes veteranos deberían haber dominado. Ya hemos cubierto el segundo ejemplo de dicha leche, que es la "fe en Dios".
He descubierto que la mayoría de los creyentes tienen suficiente conocimiento de la leche para sobrevivir, pero no lo suficiente para entender realmente la "carne" de la Palabra, como se la llama en Hebreos 5: 12. Por lo tanto, es necesario hacer un estudio más exhaustivo de la leche para proporcionar la base para estudios más profundos de la carne.
Las palabras hebreas para arrepentimiento
Hay dos palabras principales en el Antiguo Testamento hebreo que se traducen como "arrepentirse". La primera es nakjám, "lamentarse, arrepentirse, consolar, reconfortar"; la segunda es shoob, "volverse o regresar".
Números 23: 19 dice,
19 Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta [nakjám]; ¿Lo ha dicho y no lo hará? ¿O ha hablado y no lo cumplirá?
Ser Dios significa nunca tener que decir: "Lo siento". Cada palabra que sale de su boca se cumplirá, porque su Palabra “hace existir lo que no existe” (Romanos 4: 17). La existencia misma depende de su Palabra.
Nakjám también se usa dos veces en Isaías 40: 1,
1 “Consolaos [nakjám], oh consolaos [nakjám] pueblo mío”, dice vuestro Dios.
Esta es la raíz de la palabra "Consolador" y es la palabra de la que proviene la idea del Consolador en el Nuevo Testamento (ver Juan 14: 26 KJV). En Lamentaciones 1: 9 leemos que cuando Jerusalén fue destruida por Babilonia, el profeta se lamentaba de que "no tiene consolador". Esto sugiere que el Consolador aún no había llegado y, de hecho, el pueblo no estaba arrepentido de sus pecados. En general, lo único que sentían o lamentaban era que su ciudad hubiera sido destruida y que hubieran sido llevados cautivos a Babilonia.
La otra palabra hebrea traducida “arrepentirse” es shoob. Generalmente se traduce como “volver” o “volverse”. Arrepentirse es cambiar de rumbo y regresar al camino santo. Isaías 9: 13 dice,
13 Pero el pueblo no se vuelve [shoob] al que los hirió, ni busca al Señor de los ejércitos.
Arrepentirse, entonces, es un cambio de mentalidad o de corazón. Es una nueva forma de pensar que se traduce en un cambio de comportamiento. Si tal arrepentimiento es producido por la revelación divina del Espíritu (como debería), entonces el resultado es un cambio de naturaleza que se alinea mejor con la naturaleza de Dios mismo. Tener una fe que justifica, como nos dice Pablo, no es una cuestión de obras, pero aun así esa fe resulta en obras—un cambio de comportamiento—porque Santiago 2: 17 nos dice:
17 Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma.
Nuevamente leemos en Santiago 2: 22,
22 Veis que la fe obraba juntamnete con sus obras [las de Abraham], y como resultado de las obras, la fe fue perfeccionada [es decir, telioo, acabada, consumada].
Entonces, si la fe no produce ningún cambio en la vida de un creyente, entonces está “muerta”, como dice Santiago. No tiene ninguna cualidad vivificante. La fe genuina, entonces, resulta en arrepentimiento y un cambio en la perspectiva de la vida, así como en el comportamiento. Por esta razón, he elegido estudiar la fe primero y el arrepentimiento después, aunque Hebreos 6: 1 enumera el arrepentimiento primero y la fe después.
La palabra griega para arrepentimiento
Mateo 3: 2 dice,
2 Arrepentíos [metanoeo], porque el reino de los cielos está cerca.
La palabra griega metanoeo proviene de meta, “con” y noeo, “percepción, comprensión”. El verdadero arrepentimiento no es posible sin comprender qué acciones y actitudes deben cambiarse. El arrepentimiento va más allá de un sentimiento emocional de arrepentimiento. Cuando Juan el Bautista y Jesús pidieron arrepentimiento, no hay duda de que dieron ejemplos específicos del cambio que era necesario realizar.
La Ley de Dios es la expresión de su naturaleza y es la norma justa para el Universo. Pero la humanidad es mortal y corruptible y no es capaz de vivir plenamente según sus normas. Por eso es importante la fe, porque la fe imputa justicia a los injustos (Romanos 4: 3), llamando Dios a lo que no es como si fuera (Romanos 4: 17).
Dios nunca esperó que la Ley hiciera justo a nadie, porque cambiar el comportamiento no podía cambiar la naturaleza de nadie. Ésta es la gran debilidad de la Ley: no que la Ley sea injusta sino que el corazón del hombre es injusto. La Ley exige que nos conformemos a su naturaleza, pero no nos faculta para cumplir esas demandas. En cambio, se requiere que el Espíritu Santo obre dentro del corazón de uno y escriba sus Leyes en el corazón (Hebreos 8: 10).
El problema en los días de Jesús (y en nuestro tiempo) es que incluso los líderes religiosos habían desarrollado aplicaciones incorrectas de la Ley. Tenga en cuenta que la mayoría de su audiencia eran personas religiosas que habían sido educadas en la Ley en cada sinagoga. Sin duda estaban presentes asesinos, ladrones y prostitutas, pero eran una pequeña minoría. De hecho, la mayoría de los líderes religiosos no sentían la necesidad de arrepentirse, ya que creían que estaban observando con rectitud todas las leyes. ¿Pero lo hacían realmente?
En Mateo 15: 1-2, leemos,
1 Entonces vinieron a Jesús algunos fariseos y escribas de Jerusalén y le dijeron: 2 ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan”.
No había ninguna Ley que les ordenara lavarse las manos antes de comer. Era una tradición basada en 2º Reyes 3: 11, que dice: “Aquí está Eliseo hijo de Safat, el que echaba agua sobre las manos de Elías”. Por lo tanto, se convirtió en una tradición bautizar las manos para limpiarlas ceremonialmente antes de comer. Esto se hacía vertiendo agua sobre sus manos. Sin embargo, no había ninguna Ley que ordenara al pueblo hacer esto, ni ninguno de los profetas posteriores interpretó la Ley de esa manera.
La respuesta de Jesús llegó en Mateo 15: 3-6,
3 Y Él respondió y les dijo: ¿Por qué vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por causa de vuestra tradición? 4 Porque Dios dijo: “Honra a tu padre y a tu madre”, y “El que habla mal del padre o de la madre, será condenado a muerte [Levítico 20: 9]”. 5 Pero decís: "Cualquiera que diga a su padre o a su madre: 'Todo lo que tengo para ayudarte, se lo he dado a Dios', 6 no debe honrar a su padre ni a su madre". Y con esto invalidasteis la palabra de Dios por causa de vuestra tradición.
Parece que los líderes religiosos habían elevado el principio de dar ofrendas a tal importancia que esas ofrendas a menudo reemplazaban las necesidades de sus padres en el hogar. Se suponía que las ofrendas eran “ofrendas libres” (Levítico 23: 38), es decir, voluntarias. Sin embargo, el fallo de los ancianos decía que era un acto justo darle a Dios [es decir, al templo] lo que el padre o la madre necesitaban. Esto, dijo Jesús, violaba el Quinto Mandamiento.
Jesús concluyó en Mateo 15: 7-9,
7 Hipócritas, con razón profetizó de vosotros Isaías [en Isaías 29: 13], 8 “Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de Mí. 9 Pero en vano me honran, enseñando como doctrinas preceptos de hombres”.
Este fue un ejemplo de anarquía que mostraba su necesidad de arrepentimiento.
Otro ejemplo importante era su actitud hacia los no judíos. La Ley ordenaba al pueblo tratarlos como iguales ante la Ley. Números 15: 15-16 ordena,
15 En cuanto a la asamblea, un estatuto habrá para vosotros y para el extranjero que habita con vosotros, estatuto perpetuo por vuestras generaciones; como tú eres, así será el extranjero delante del Señor. 16 Una misma Ley y una misma orden habrá para vosotros y para el extranjero que habita con vosotros.
Los días festivos también debían ser observados por todas las personas, independientemente de su origen étnico, siempre que quisieran adorar al Dios de Abraham. Por eso Jesús trató a los romanos, griegos, cananeos y samaritanos con respeto y amor, según los mandamientos de la Ley. Pero al hacerlo, rompió las tradiciones de los ancianos.
Incluso los propios discípulos no comprendieron esto plenamente hasta más tarde. Pedro, por ejemplo, fue guiado por el Espíritu en una visión para ministrar a las tropas romanas en la casa de un centurión llamado Cornelio. Cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos, quedó sorprendido. Después de todo, el Espíritu Santo había sido prometido a los israelitas, no a los extranjeros (eso pensaba). Leemos en Hechos 10: 44-45,
44 Mientras Pedro aún hablaba estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban el mensaje. 45 Todos los creyentes circuncidados que habían venido con Pedro estaban asombrados de que el don del Espíritu Santo hubiera sido derramado también sobre los gentiles.
Si estos creyentes judíos hubieran entendido Deuteronomio 16: 10-12, no habrían tenido ningún motivo para estar tan sorprendidos. Allí leemos acerca de la Fiesta de las Semanas, llamada más tarde con el término griego Pentecostés.
10 Entonces celebrarás la Fiesta de las Semanas a Yahweh tu Dios… 11 y al extranjero [gar, “extranjero”] y al huérfano… 12 Te acordarás de que fuiste esclavo en Egipto, y tendrás cuidado de observar estos estatutos.
A todos se les ordenó guardar la Fiesta de las Semanas (Pentecostés), incluidos los no judíos. Sin embargo, los judíos que acompañaban a Pedro se sorprendieron cuando el Espíritu vino sobre los gentiles. Sin duda ese día vino sobre ellos un espíritu de arrepentimiento. Sus mentes cambiaron y, con suerte, comenzaron a comprender al Dios imparcial de Israel, tal como leemos en Hechos 10: 34-35.
34 Pedro, abriendo la boca, dijo: “Ciertamente, ahora entiendo que Dios no es parcial, 35 sino que en cada nación el hombre que le teme y hace lo correcto, es bienvenido en Él”.
En los días de Jesús e incluso en la Iglesia Primitiva, había una gran necesidad de arrepentimiento para que los hombres pudieran entender al Dios Imparcial. Él no es sólo el Dios de Abraham, Isaac y Jacob; Él es el Dios de toda la Tierra (Isaías 54: 5).
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