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Autor: Dr. Stephen E. Jones
https://godskingdom.org/blog/2025/01/laws-of-sonship-part-2/
Jesús es el Hijo Modelo. Los hijos de Dios siguen el ejemplo de Dios. Cuando Jesús fue concebido en María, pareció que ella había sido infiel a José. Mateo 1: 18-20 dice:
18 El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su madre, con José, antes de que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. 19 José, su marido, como era justo, y no queriendo avergonzarla, decidió despedirla en secreto. 20 Pero mientras pensaba en esto, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella ha sido engendrado es del Espíritu Santo.
Lucas registra el relato personal de María sobre lo que sucedió, cómo un ángel del Señor se le apareció y le dijo que concebiría siendo virgen. Lucas 1: 26 dice:
26 Al sexto mes [sobre el embarazo de Isabel con Juan el Bautista], el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre que se llamaba José, de la descendencia de David; y el nombre de la virgen era María… 30 El ángel le dijo: «María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. 31 Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús»… 34 María respondió al ángel: «¿Cómo será esto?, pues no conozco varón». 35 El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo Niño será llamado Hijo de Dios».
Aquí vemos cómo el ángel definió el significado de la frase “Hijo de Dios”. Él era el Hijo de Dios porque fue engendrado por el Espíritu Santo y no por un hombre terrenal. Al hacerlo, pudo evitar la responsabilidad del pecado de Adán. La mortalidad y la corrupción se habían transmitido de generación en generación a través de la simiente masculina, pero la “simiente” de Dios (cualquiera que fuera su forma) pasó por alto el problema adámico. Fue precisamente porque fue engendrado por Dios que no estaba sujeto al pecado. Estaba en pleno acuerdo con su Padre celestial, y también tenía la capacidad de abstenerse completamente del pecado. Lo mismo es cierto para los hijos de Dios, aunque nosotros mismos no somos hijos de Dios al nacer. Fuimos engendrados por la semilla adánica de nuestros padres terrenales, y por eso el Espíritu Santo debe engendrar a Cristo en nosotros en un momento posterior. Nuestros padres nos engendraron a la imagen de Adán; el Espíritu Santo nos engendra a la imagen del “último Adán” (1º Corintios 15: 45), es decir, Jesucristo.
Dos hombres en conflicto en un solo cuerpo
En cada caso, ya sea que hablemos de Jesús o de nosotros mismos como hijos de Dios, el principio básico es el mismo. Lo que ha sido engendrado por Dios es perfecto y no puede pecar, mientras que lo que ha sido engendrado por semilla mortal es imperfecto y no puede evitar pecar. Lo que ha sido engendrado la segunda vez (es decir, por el Espíritu) es un “hombre” nuevo y diferente en forma de embrión, por así decirlo. Así, Pablo habla del “viejo hombre” (Romanos 6: 6) y del “nuevo hombre” (Efesios 4: 24). Pablo también se refiere al nuevo hombre como “una nueva criatura” (2ª Corintios 5: 17).
El viejo hombre es Adán en nosotros; el nuevo hombre es Cristo en nosotros. El viejo hombre es un alma viviente; el nuevo hombre es un espíritu vivificante. Por esta razón debemos saber que alma y espíritu son dos cosas diferentes. El alma es la entidad consciente con la que nacimos; pero cuando el Espíritu Santo nos cubre con su sombra, nuestro espíritu (humano) cobra vida como un nuevo hombre en nosotros. Los dos “hombres” compiten entre sí para controlarse, y en cualquier momento dado estamos bajo el control de uno o del otro.
Cuando pecamos, es porque seguimos la dirección del viejo hombre; cuando seguimos la dirección de nuestro espíritu, no podemos pecar, como dice Juan, porque fue engendrado por Dios. Leemos en 1ª Juan 3: 9 que dice (literalmente):
9 Ningún ser engendrado por Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es engendrado por Dios.
Pablo analiza el conflicto entre los dos “hombres” en Romanos 7: 14-25. Observe cómo llama a cada uno de ellos por el término “yo”, aunque reconoce que tienen naturalezas muy diferentes.
14 Porque sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido a la esclavitud del pecado.
Esto presenta al “yo” como el hombre viejo.
15 Pues lo que yo [el hombre viejo] estoy haciendo, yo [el hombre nuevo] no lo entiendo; porque yo [el hombre viejo] no estoy practicando lo que yo [el hombre nuevo] quisiera hacer; sino que yo [el hombre viejo] estoy haciendo la misma cosa que yo [el hombre nuevo] aborrezco. 16 Pero si yo [el hombre viejo] hago precisamente lo que yo [el hombre nuevo] no quiero hacer, yo [el hombre nuevo] estoy de acuerdo con la Ley, confesando que la Ley es buena. 17 Así que ya no soy yo [el hombre nuevo] el que lo hace, sino el pecado que mora en mí [el hombre viejo].
Hacia el final de su discusión, Pablo define al nuevo hombre, diciendo en Romanos 7: 22, 23,
22 Porque yo [el hombre nuevo] concuerdo gozosamente con la ley de Dios en el hombre interior, 23 pero yo [el hombre nuevo] veo una ley diferente en los miembros de mi cuerpo [adámico], haciendo guerra contra la ley de mi mente [espiritual] y haciéndome prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros [adámicos].
Pablo se consideraba a sí mismo como este “hombre interior” identificado con su espíritu humano, que está en conflicto y guerra con el hombre adámico y sus “miembros” (partes del cuerpo). Pablo tenía dos “yoes” que existían en un cuerpo, uno al lado del otro, uno en su alma carnal y el otro en su espíritu. Por lo tanto, es importante que entendamos esto, para que podamos enfocarnos en ser guiados por el hombre espiritual y no por el hombre carnal y anímico.
Pablo analiza esta distinción nuevamente en 1ª Corintios 2: 11-16:
11 Porque ¿quién de los hombres conoce las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también nadie conoce las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.
A menudo resulta difícil saber si Pablo estaba hablando del espíritu humano o del Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo habita en el espíritu humano de aquellos que han sido engendrados por Dios. En el caso de un creyente lleno del Espíritu, los dos tienden a fundirse en uno solo. Pero aquí Pablo nos dice enfáticamente que el conocimiento pleno tanto del hombre como de Dios viene a través del espíritu y no del alma.
12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, 13 lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando [expresando] lo espiritual a lo espiritual.
Finalmente, en los siguientes versículos Pablo habla específicamente del hombre anímico, es decir, el viejo hombre proveniente de Adán. 1ª Corintios 2: 14-16 concluye:
14 Pero el hombre natural [psukikos, “anímico”]no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.15 En cambio, el espiritual [el nuevo hombre] juzga todas las cosas; pero él mismo no es juzgado por nadie [que sea anímico].16 Porque ¿quién conoció la mente del Señor, para que le instruya? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.
El hombre anímico tiene una mente carnal y es incapaz de recibir y entender la revelación espiritual genuina. La mente anímica perdió esa capacidad cuando Adán pecó. Por esta razón es imperativo que el Espíritu Santo engendre un hombre nuevo en nuestro espíritu, que tenga la capacidad de recibir cosas espirituales y conocer la mente de Cristo.
Pero ¿de dónde sacó Pablo la idea de que el hombre anímico tiene una mente carnal? Esto surgió del estudio que hizo Pablo de la Ley misma. En las Leyes de la Sangre, de Levítico 17: 10, 11:
10 Y cualquier hombre de la casa de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, que coma alguna sangre, yo pondré mi rostro contra la persona que coma sangre, y la cortaré de entre su pueblo. 11 Porque la vida [el nephesh, “alma”] de la carne en la sangre está…
“El alma de la carne” se traduce mejor como “el alma carnal”. Por lo tanto, el alma es carnal y está asociada con la carne y la sangre, que no pueden heredar el Reino de Dios (1ª Corintios 15: 50). El hombre anímico, es decir, el viejo hombre, fue sentenciado a muerte; el hombre espiritual, engendrado por el Espíritu Santo, es el heredero del Reino. Ambos “hombres” están en contienda por la misma herencia, pero sólo el hombre espiritual recibirá realmente esa herencia. Aquellos que no han sido engendrados por el Espíritu no son herederos, no hasta que sean engendrados espiritualmente.
Los que no logran ser engendrados por el Espíritu Santo, los que no logran convertirse en hijos de Dios en esta vida, tendrán que lograr esta meta en una Edad futura. La misericordia de Dios ha ideado un plan por el cual serán instruidos después de ser resucitados de entre los muertos, para que Dios sea todo en todos.
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