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La ingratitud es un pago amargo que a veces debemos sobrellevar en nuestra identificación con Él. Es verdaderamente doloroso que aquellos a quienes más bendecimos a veces muerdan las manos que les bendicen; pero esto no nos excusa para abandonar la Senda de la Cruz. Los padres en el Señor han de seguir permaneciendo en la casa dispuestos recibir con los brazos abiertos a los ingratos, y a veces resentidos por la disciplina amorosa, hijos pródigos cuando regresen arrepentidos.
En la vida natural nuestras ambiciones cambian a medida que crecemos, pero en la vida cristiana la meta se nos indica desde el comienzo. El principio y el fin son exactamente iguales porque son el Señor mismo. Empezamos con Cristo y terminamos con Él. "Hasta que todos lleguemos ... a la medida de la Estatura de la Plenitud de Cristo", Efesios 4:13; y no hasta que lleguemos a la idea de lo que consideramos que debería ser la vida cristiana. La meta del cristiano es hacer la Voluntad de Dios; no ser útil, ni ganar a los perdidos. El cristiano es útil y sí gana a los perdidos, pero la meta es hacer la Voluntad de su Señor.
En la vida de nuestro Señor, Jerusalén fue la ciudad donde Él alcanzó en la cruz el punto culminante de la Voluntad de Su Padre. Y, a menos que vayamos con Jesús hasta ese lugar, no tendremos amistad ni compañerismo con Él. Nada pudo desanimar jamás a nuestro Señor en su camino hacia Jerusalén. Nunca se apresuró a salir de ciertas aldeas donde era perseguido, ni se demoró en otras donde lo bendecían. Ni la gratitud ni la ingratitud lo desviaron un ápice de su propósito de ir a Jerusalén.
"El discípulo no es más que su maestro ni el siervo más que su señor", Mateo 10:24. En otras palabras, lo mismo que le sucedió al Señor nos sucederá en el camino a nuestra Jerusalén. Las obras de Dios se manifestarán a través de nosotros, la gente será bendecida y uno o dos darán gracias, aunque el resto demostrará una total ingratitud. Pero nada debe desviarnos de subir a nuestra Jerusalén.
"Lo crucificaron allí", Lucas 23:33. Eso fue lo que sucedió cuando el Señor llegó a Jerusalén y ese acontecimiento es la puerta de nuestra salvación. Sin embargo, los creyentes no terminan crucificados. Por la gracia del Señor terminan glorificados. Mientras tanto, nuestra consigna es: "Yo también subo a Jerusalén".
Oswald Chambers
(Por gentileza de E. Josué Zambrano)
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