"Acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo…fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad" (Romanos 1:3-4). La verdadera santidad trae consigo un espíritu que obra. Dondequiera que encuentres la presencia de Jesús obrando en o entre Su pueblo, descubrirás en ellos más que obediencia, más que separación del mundo, más que abstinencia de cosas inmundas. Encontrarás un espíritu de obediencia.
Para estas personas, la obediencia no se trata sólo de hacer lo correcto y evitar lo incorrecto. Sobre el creyente que se deleita tanto en agradar al Señor, reposa un espíritu que automáticamente lo atrae a la luz. "Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios" (Juan 3:20-21).
Una persona santa no tiene miedo de la luz de la presencia de Dios. Más bien, invita a esa luz deslumbrante, porque un espíritu de santidad en él, grita: "¡Quiero que todo lo oculto salga! Quiero ser como Jesús tanto como le sea posible a un ser humano en esta Tierra" Este siervo corre a la luz y cuando se rinde, la luz de la presencia de Cristo se convierte en pura gloria para él.
Escucha el lenguaje del Espíritu de santidad, las motivaciones de aquel espíritu: "Guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él" (1 Juan 3:22). En la traducción griega, estas palabras son muy fuertes: "Nosotros guardamos sus mandamientos, siguiéndolos con gran emoción, ¡porque sabemos que Le agrada!"
Así es como, yo creo, este espíritu de santidad opera en una iglesia en donde se manifiesta la presencia de Jesús. En primer lugar, los hermanos y hermanas vienen a la iglesia con una sonrisa victoriosa en su rostro. Ellos testifican: "¡Estoy siendo transformado! El Señor está poniendo en mi corazón el deseo de obedecer y de caminar sin mancha en Su presencia" Y mientras tú eres testigo de esto, tu espíritu se regocija y dice en tu interior: "¡Gracias a Dios, otro siervo le está trayéndole a Él, complacencia! ¡Mi hermano y mi hermana están haciendo que los cielos se regocijen!".
Tu entusiasmo se extiende más allá de la libertad que disfrutamos en el presente, más allá de nuestro rescate del poder del Diablo. Porque más allá de todo lo demás, nos estamos convirtiendo en un cuerpo que está aprendiendo a complacerlo. No obedecemos porque es nuestro deber hacerlo, o por un temor de esclavo, sino porque en nosotros se encuentra un espíritu de obediencia. ¡Nos regocijamos en el gozo de Cristo, nos regocijamos en que Su corazón se regocije! Esto es santidad.
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