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VIVIR LA VERDAD PARA PODER COMPRENDERLA, A. W. Tozer


Para Ser Comprendida, la Verdad Tiene que Ser Vivida

               
         Por mucho tiempo he creído que la verdad, para ser comprendida, tiene que ser vivida; que la doctrina de la Biblia es totalmente inefectiva a menos que sea totalmente digerida y asimilada en la vida. He mantenido que esto era un elemento muy importante en la predicación de los profetas del Antiguo Testamento, y que está muy cerca al corazón de la enseñanza moral de nuestro Señor Jesucristo. Admito que esta firme creencia me ha convertido en un solitario, porque no muchos de mis hermanos en Cristo comparten conmigo esta creencia. Aunque no he oído a nadie negarla abiertamente, tampoco he oído a predicadores y maestros afirmarla con el debido énfasis. Y un hombre revela sus creencias tanto por su silencio como por su argumento.


         La esencia de mi creencia es que hay una diferencia, una diferencia abismal, entre hecho y verdad. La verdad en las Escrituras es algo más que un hecho. Un hecho puede ser separado, segregado, impersonal y completamente desasociado con la vida. Por otro lado la verdad es cálida, viva y espiritual. Un hecho teológico puede ser mantenido en la mente durante toda la vida sin que afecte mayormente el carácter moral. Pero la verdad es creativa, salvadora, transformadora, y siempre cambia a aquel que la recibe en un hombre más santo y más humilde.

         ¿En qué punto, entonces, un hecho teológico se convierte en verdad vivificante en aquel que lo cree? En el punto donde empieza la obediencia. Cuando la fe gana el consentimiento de la voluntad para hacer una entrega irrevocable a Cristo como Señor, la verdad empieza con su obra salvadora y vivificadora; y no un segundo antes.

         En Su conflicto con los textualistas religiosos de Su tiempo, nuestro Señor pronunció a menudo breves sentencias que sirven como claves para abrir los vastos y preciosos tesoros de la verdad. En el evangelio escrito por el apóstol Juan encontramos profusión de ellas. Una, por ejemplo, la tenemos en capitulo 7, verso 17: "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta". El escritor A. T. Robertson explica en su libro Word Pictures in the New Testament (Palabras Pictóricas en el Nuevo Testamento), que "conocerá" significa "conocimiento experimental cuando voluntariamente hacemos la voluntad de Dios". Y cita a otro autor, Westcott: "Si no hay simpatía, no puede haber entendimiento".

         Obviamente entonces el gran biblicista británico Wescott y el brillante expositor americano Robertson están de acuerdo en opinar que la verdad solo puede ser comprendida por la mente que se entrega incondicionalmente a ella. Pero los maestros bíblicos evangélicos corrientes del día de hoy hallan esta interpretación demasiado revolucionaria y sencillamente han decidido ignorarla.

         Debemos estar dispuestos a obedecer si es que deseamos conocer a fondo el sentido interno de las enseñanzas de Jesús y los apóstoles. Creo que este punto de vista prevalece en todos los genuinos avivamientos que han venido a la iglesia a lo largo de las centurias. Y por cierto que una iglesia viva puede distinguirse de una iglesia muerta por la obediencia que sus miembros le prestan a la verdad. La iglesia muerta mantiene, la corteza de la verdad, sin entregarse nunca a ella, mientras que la iglesia que desea hacer la voluntad de Dios, y la hace, es bendecida con una visitación del poder espiritual.

         Los hechos teológicos se parecen al altar de Elías en el monte Carmelo, que estaba perfectamente construido, pero frió hasta que recibió el fuego del cielo. Cuando el corazón hace la entrega definitiva, entonces cae el fuego y los hechos verdaderos son transmutados en verdad espiritual que transforma, ilumina y santifica. La iglesia o el individuo que está enseñado por la Biblia, sin ser enseñado por el Espíritu (y hay muchos de ellos) sencillamente ha fallado en ver que la verdad es más profunda que la definición teológica de ella.

         La verdad no puede ayudarnos hasta que llegamos a ser participantes de ella. Poseemos solamente aquello que experimentamos. Gregorio del Sinaí, que vivió en el siglo 14, enseñaba que entendimiento y participación deben ser inseparables en la vida espiritual. "El que busca comprender los mandamientos sin cumplirlos primero, y adquirir tal conocimiento solo por la lectura y el estudio, es igual que el hombre que toma la sombra por la realidad. Porque el entendimiento de la verdad es dado a aquellos que han participado de la verdad (los que la han gustado en vida). Aquellos que no participan de la verdad, y que no son iniciados en ella, cuando buscan este conocimiento derivan hacia una sabiduría distorsionada. De tales hombres dice el apóstol Pablo, 'que el hombre natural no percibe las cosas que son de Dios', aun cuando se jacten del conocimiento de la verdad".

         He aquí una simple y olvidada doctrina, que debiera ser restaurada a su correcto lugar en el pensamiento y enseñanza de la iglesia. ¡Obraría maravillas!

A.W. Tozer

Por gentileza de PILAR MEDRANO 

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