Durante mis veinte años de encarcelamiento bajo el régimen comunista chino, el Espíritu Santo me reveló verdades proféticas devastadoras sobre el futuro de la Iglesia cristiana que pocos se atreven a enfrentar hoy. Desde la oscuridad de mi celda, donde la tortura física no podía quebrantar mi visión espiritual, Dios me mostró cómo la Iglesia se alejaría gradualmente de la vida interior auténtica para abrazar formas externas de religiosidad que impresionan a los hombres, pero son abominación delante de Él.
Esta advertencia profética no era sólo para la Iglesia China bajo persecución. Era una revelación sobre el destino inevitable de cualquier iglesia que substituyera la experiencia viviente de Cristo por programas humanos, que cambiara la autoridad del Espíritu por estructuras institucionales, y que prefiriera la comodidad de la religión organizada sobre el quebrantamiento que produce vida espiritual auténtica.
En este mensaje crucial, comparto las visiones proféticas más perturbadoras que recibí durante mi confinamiento: el engaño de los números y el éxito visible, la substitución fatal de la vida por la doctrina, la corrupción de la autoridad espiritual, y el evangelio de la prosperidad como perversión final del mensaje de Cristo. Pero también revelo la esperanza gloriosa del remanente fiel que Dios preservará para los tiempos finales. Estas no son especulaciones teológicas, sino revelaciones recibidas en el crisol del sufrimiento extremo, cuando mi cuerpo se debilitaba, pero mi espíritu ardía con claridad sobrenatural. Son palabras que la cristiandad institucional prefiere ignorar porque desafían los fundamentos mismos de la religión comercializada que domina nuestros días. Si buscas más que entretenimiento religioso, si anhelas la verdad que transforma aunque sea incómoda, si estás dispuesto a enfrentar la realidad sobre el estado actual de la Iglesia, entonces esta advertencia profética desde las profundidades de la prisión comunista puede ser el despertar espiritual que tu alma necesita.
Mi último mensaje no es de desesperanza, sino de llamado urgente al arrepentimiento y la restauración. Porque en medio de toda corrupción eclesiástica, Cristo permanece el mismo ayer, hoy y para siempre, y aquellos que lo buscan con corazón quebrantado lo encontrarán.
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