Juan 1: 11-13 dice:
11 A los suyos vino, y los que eran suyos no le recibieron. 12 Pero a todos los que le recibieron, les dio potestad de llegar a ser hijos [technon, “hijos, vástagos, descendencia, retoños”] de Dios, a los que creen en su nombre, 13 que nacieron [gennao, “ser engendrados”], no de sangre [“linaje”], ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
Para llegar a ser un hijo de Dios, uno debe “recibir” a Cristo en lugar de rechazarlo. Jesucristo es Aquel que da a sus hijos el derecho (o autoridad) de ser su descendencia. Este no es un asunto de biología o genealogía, porque Jesús no tuvo hijos físicos. Sus hijos no son engendrados por “voluntad de carne ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
En la forma de pensar hebrea, un “hijo” podría ser un hijo biológico o un hijo espiritual. Un hijo espiritual era alguien que tenía las características de su padre. Se dice que los que tienen fe son hijos de Abraham (Gálatas 3: 29), y también se dice que estas personas de fe son “hijos de Dios” (Gálatas 3: 26).
Así también, los sabios son hijos de la sabiduría (Mateo 11: 19). Santiago y Juan eran “Hijos del Trueno (Boanerges)” (Marcos 3: 17), no porque fueran engendrados por el Trueno sino porque eran ruidosos y bulliciosos, teniendo una personalidad atronadora. Los que asesinan a los profetas y al Mesías son hijos de su “padre”, el diablo (Juan 8: 44).
Jesús también dijo en Mateo 12: 29-30,
29 Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. 30 Porque el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
Esta forma de hablar fue fácilmente entendida por aquellos que lo escucharon hablar, ya que esto estaba integrado en el idioma y la cultura hebrea.
Engendrado versus Nacido
La palabra griega gennao tiene un doble significado. Cuando se aplica a un hombre, significa “fecundar, engendrar”. Cuando se aplica a una mujer, significa “dar a luz, traer al mundo”. Por eso leemos en Mateo 1: 2 KJV, “Abraham engendró a Isaac”, pero cuando se habla de María, leemos en Mateo 1: 18, “El nacimiento [génesis, de gennao] de Jesucristo fue así”.
Por lo tanto, Juan 1: 13 sería mejor traducido como, "que fueron engendrados… no de la voluntad de la carne". En otras palabras, los hijos de Dios no son concebidos por impulsos sexuales naturales, que puedan influir en la voluntad de la carne o la voluntad del hombre. Al igual que Jesús mismo, que nació de la virgen, somos engendrados únicamente por la voluntad de Dios.
Jesús el Hijo Modelo
Jesús es llamado tanto el Hijo de Dios como el Hijo del Hombre. Él es el Hijo de Dios porque Dios lo engendró en María por medio del Espíritu Santo (Mateo 1: 20). Él es el Hijo del Hombre, en parte porque nació de María, pero quizás más importante, porque este término era una referencia al “hijo de Dios” original: Adán (Lucas 3: 38).
A Adán se le había dado dominio sobre la Tierra en Génesis 1: 26 y 28. Sin embargo, debido a su pecado, el Mesías reemplazó a Adán como Rey de la Creación. Esto incluyó su responsabilidad de juzgar como Corte Suprema de Justicia en la Tierra. Así que el término “Hijo del Hombre” fue un término profético usado en Daniel 7: 13-14 y se le “dio dominio, gloria y reino”.
Adán (hebreo awdawm) significa “hombre”, tal como aparece en Génesis 1: 26. Se refiere a la humanidad en general. Más tarde, cuando leemos de Adán específicamente en Génesis 2:7, el texto hebreo dice eth h'awdawm, que, según el Dr. Bullinger, significa “este mismo hombre, Adán”. La partícula eth es muy enfática y significa “uno mismo, muy, esto mismo, esto muy” (Apéndice 14, The Companion Bible).
Adán significa literalmente "terrenal, de la tierra", ya que el nombre se deriva de adama, "tierra". Por ello leemos en Génesis 2: 7,
7 Entonces el Señor Dios formó al hombre [eth h'awdawm] del polvo de la tierra [adama]…
Se le llamó Adán para identificarlo con la tierra (adama) de donde procedía. Más tarde, esto encontró su expresión en el término “Hijo del Hombre”. María misma, descendiente de Adán, era una mujer de carne y hueso y un tipo de Eva, que había sido tomada de Adán. Por eso Jesús, aunque engendrado por Dios, nació de María como Hijo del Hombre.
Cuando se le ordenó a Jesús que le dijera al Sanedrín si Él era o no el Cristo, Jesús citó este pasaje en Mateo 26: 64, afirmando que Él era en verdad este mismo “Hijo del Hombre”. Por esta razón, Pablo pudo escribir en 1ª Corintios 15: 45,
45 Así también está escrito: El primer hombre, Adán, se convirtió en alma viviente. El postrer Adán [Cristo, el “Hijo del Hombre”] se hizo espíritu vivificante.
Adán mismo fue “formado” en Génesis 2: 7; Cristo fue “concebido en ella” por el Espíritu Santo en Mateo 1: 18. La palabra griega traducida “concebido” es gennao, “engendrado”.
El hombre (el yo) nuevo
Jesús estableció el modelo para todos sus hijos (retoños). Por la fe de Abraham, somos engendrados por el Espíritu, quien engendra en nosotros un hijo que es hijo de Dios. Este hijo es llamado “una nueva criatura” en 2ª Corintios 5: 17, es decir, una nueva creación y un “hombre nuevo” (Efesios 4: 24 KJV). La NASB traduce esto como un “nuevo yo”.
Este nuevo yo, concebido, pero aún no nacido, es nuestra nueva identidad, el asiento de nuestra autoconciencia. Este nuevo hombre (hijo por nacer) está ubicado dentro del “viejo hombre” de carne, que fue engendrado por nuestros padres y dado a luz por nuestras madres. El “viejo hombre” desciende de Adán; el “hombre nuevo” desciende de Dios. Por la fe en Cristo, tenemos el derecho de mudar nuestra identidad del hombre original de pecado (Adán) al Justo (Cristo).
Por lo tanto, ya no somos de este mundo, aunque nuestra carne haga parecer a los demás que nada ha cambiado. En cierto modo, somos tanto un hijo de Dios como un hijo del hombre, pero al final, cuando estamos ante Dios, podemos tener un solo asiento de conciencia. En la Corte Divina, cuando Dios nos pide que nos identifiquemos, Él nos tratará de acuerdo a cómo respondamos. Si afirmamos ser de la carne, como un adamita o un israelita carnal o cualquier otra identidad terrenal, entonces seremos tratados como descendientes de pecadores. Si afirmamos ser hijos de Dios, y tenemos el derecho de hacerlo, según Juan 1: 12, entonces seremos tratados como perfectos y sin pecado, porque nuestro Padre celestial también es perfecto y sin pecado.
Engendrados por Simiente Incorruptible
1ª Pedro 1: 23-25, correctamente traducido, dice:
23 porque no sois engendrados [gennao] de semilla corruptible, sino de incorruptible, es decir, por medio de la palabra viva y duradera de Dios. 24 Porque “Toda carne es como hierba, y todo su esplendor como flor de hierba. La hierba se seca y la flor se cae, 25 pero la palabra del Señor permanece para siempre”. Y esta es la palabra que os ha sido predicada.
La mayoría de los traductores no parecen entender las enseñanzas de la filiación en las Escrituras, por lo que a menudo traducen mal gennao. Tanto la KJV como la NASB dicen "nacido de nuevo" en lugar de "engendrado". Pero está claro que Pedro estaba hablando de “simiente”, que es como se engendran los hijos. Nadie nace por semilla; la semilla engendra hijos, y la calidad de la semilla determina la calidad de lo que se engendra.
La semilla perecedera, es decir, la semilla mortal, engendra hijos mortales, que son “como la hierba”. Tienen cierto nivel de gloria y belleza, pero no pasa mucho tiempo antes de que “la hierba se seque y la flor se caiga”. Tal es la naturaleza de la carne mortal. Por el contrario, la semilla de la palabra “permanece para siempre”. Lo que es engendrado por esta simiente “imperecedera” (es decir, inmortal) a través del Espíritu Santo es inmortal e incorruptible.
Por lo tanto, aunque nuestros cuerpos carnales, derivados de Adán, son mortales y corruptibles, el “nuevo yo” es inmortal e incorruptible, teniendo la naturaleza de su Padre celestial.
Juan entendió esto también, porque escribió en 1ª Juan 3: 9 (traducido correctamente),
9 Todo el que ha sido engendrado por Dios no peca, porque su simiente permanece en él; y no puede pecar, porque ha sido engendrado por Dios.
Juan no estaba hablando de los creyentes en su capacidad carnal. Él estaba hablando del nuevo hombre (nueva identidad) que fue engendrado por Dios a través del Espíritu Santo, pero que todavía reside en carne humana hasta el día en que “nace”.
Pablo también entendió esta idea de filiación, porque escribió sobre la lucha entre el hombre viejo y el hombre nuevo. El deseo de pecar de su hombre carnal se oponía al deseo de su hombre espiritual de seguir la Ley de Dios. Romanos 7: 22-23 dice:
22 Porque yo [el nuevo hombre de Pablo, u “hombre interior”] con gozo concuerdo con la ley de Dios en el hombre interior, 23 pero veo una ley diferente en los miembros de mi cuerpo, que hacen guerra contra la ley de mi mente [espiritual] y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros.
El “hombre interior” de Pablo sigue las Leyes de Dios, porque no puede pecar; pero su hombre exterior, el hombre de carne, sigue un conjunto diferente de leyes que contradicen la Ley de Dios y que le mandan pecar. Así concluye en Romanos 7: 25: “Por una parte, yo mismo con mi mente [espiritual] sirvo a la ley de Dios, pero, por otra parte, con mi carne sirvo a la ley del pecado”.
También declara en Romanos 7: 17 que todo pecado proviene del hombre viejo, no del nuevo, diciendo:
17 Ahora pues, ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que mora en mí.
Cuando entendemos a estos dos “hombres” y cómo ambos funcionan al mismo tiempo, podemos llegar a la misma conclusión que Pablo. Podemos encontrar consuelo en el hecho de que el pecado proviene del viejo hombre de carne, que no es nuestro verdadero YO. Esto no debe usarse como una excusa para continuar en el pecado, sino para motivarnos a tomar dominio sobre el viejo hombre.
Este viejo hombre debe ser tratado como un esclavo reacio, y a menudo desobediente, del hombre de la nueva creación. Puede reformarse hasta cierto punto, pero su naturaleza central es adámica y carnal y nunca será perfeccionada. Entienda que este esclavo, como el mismo Adán, ha sido sentenciado a muerte. No es él quien se está salvando. Nuestra salvación no se basa en nuestra capacidad de reformar al viejo hombre. Solo se salvará lo que ha sido engendrado por Dios, y, de hecho, ya se ha salvado.
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