El Noveno Mandamiento de Éxodo 20: 16 dice,
16 No darás falso testimonio [ayd] contra tu prójimo.
La palabra hebrea ayd significa “reiterar, afirmar, testificar”. La raíz de la palabra es ood, que significa “volver, repetir, duplicar, hacer de nuevo”. Por lo tanto, un testigo es el que repite lo que ha oído o reconstruye lo que ha visto.
Un testigo también puede ser inanimado, como un monumento o un “montón” de piedras, que sirven como registro de un evento o acuerdo pasado. Vemos esto en el pacto entre Labán y Jacob para asegurar que Jacob no maltrataría a las hijas de Labán (es decir, las esposas de Jacob). Génesis 31: 48-50 dice:
48 Labán dijo: “Este majano es hoy un testigo entre tú y yo”. Por eso se llamó Galed [“montón-testigo”]… 50 Si maltratas a mis hijas, o si tomas esposas además de mis hijas, aunque nadie esté con nosotros, mira que Dios es testigo [ayd] entre tú y yo”.
En Deuteronomio 4: 26, Moisés puso a los Cielos y a la Tierra para que dieran testimonio contra los israelitas si rompían su pacto con Dios. Abraham mismo pagó por un pozo con siete corderas, a las que designó como testigos (Génesis 21: 30). Aunque esas corderas no podían hablar, su misma presencia daba testimonio del hecho de que Abraham era dueño del pozo.
Un testigo corrobora la evidencia de algo. No tiene que ser un testigo presencial o auditivo, pero debe proporcionar evidencia de alguna manera.
Testigos verdaderos y falsos
El Noveno Mandamiento nos prohíbe dar falso testimonio. Éxodo 23: 1 dice que no debemos ayudar a “un testigo malicioso”. Deuteronomio 19: 16-19 dice:
16 Si un testigo malicioso se levanta contra un hombre para acusarlo de maldad, 17 entonces los dos hombres que tienen la disputa se presentarán ante el Señor, ante los sacerdotes y los jueces que estén en funciones en esos días. 18 Los jueces investigarán a fondo, y si el testigo es un testigo falso y ha acusado falsamente a su hermano, 19 entonces haréis con él tal como él había pensado hacer con su hermano. Así limpiarás el mal de en medio de ti.
Entonces, si un hombre acusa falsamente a su hermano de robar una oveja para obligarlo a devolver el doble (Éxodo 22: 4), entonces el testigo falso debe pagarle a su hermano dos ovejas, como si le hubiera robado. Si un hombre acusa falsamente a su hermano de asesinato premeditado, entonces, por supuesto, el juez tiene el deber de sentenciarlo a muerte, porque eso es lo que pretendía para su hermano. En ese momento, sólo la víctima del falso acusador tendría derecho a perdonar a su acusador y perdonarle la vida.
Testigos de Dios
En Deuteronomio 4: 26, vemos cómo Dios (a través de Moisés) puso a los Cielos y a la Tierra para que dieran testimonio contra los israelitas si rompían su pacto. Se suponía que el pueblo era testigo de Dios para el resto del mundo, testificando de la bondad de Dios y de Su plan para salvar al mundo. Debían servir como ejemplos prácticos de lo que significaba cumplir su propósito para la Creación y exhibir las bendiciones del Reino de Dios.
Sin embargo, Moisés sabía que no serían verdaderos testigos, sino que servirían a otros dioses. Deuteronomio 31: 28-29 dice:
28 Reuníos conmigo todos los ancianos de vuestras tribus y vuestros oficiales, para que yo hable estas palabras a sus oídos y ponga a los cielos y a la tierra por testigos contra ellos. 29 Porque sé que después de mi muerte os corromperéis y os apartaréis del camino que os he mandado; y el mal os sobrevendrá en los postreros días, porque haréis lo malo ante los ojos del Señor, provocándolo a ira con la obra de vuestras manos.
En otras palabras, Israel dejaría de ser el verdadero testigo de Dios para el mundo y, por lo tanto, sería tratado como un testigo falso. El Cielo y la Tierra testificaron contra Israel, y la nación fue destruida, el pueblo exiliado y sentenciado a adorar a dioses falsos (Deuteronomio 28: 64) hasta el tiempo de la restauración.
Isaías predijo este tiempo de restauración en la segunda mitad de su libro, comenzando en Isaías 40. Habla del Nuevo Pacto. Así leemos en Isaías 43: 8-10,
8 Sacad a los ciegos, aunque tengan ojos, y a los sordos, aunque tengan oídos. 9 Todas las naciones se han reunido para que los pueblos se congreguen. ¿Quién de ellos puede declarar esto y proclamarnos las cosas anteriores? Que presenten sus testigos para que sean justificados. 10 Vosotros sois mis testigos —declara el Señor— y mi siervo a quien he escogido, para que me conozcáis y creáis y entendáis que Yo soy. Antes de Mí no fue formado otro dios, y no lo será después de Mí”.
Los israelitas bajo el Antiguo Pacto eran tanto ciegos como sordos, como incluso Moisés testificó en Deuteronomio 29: 4,
4 Mas hasta el día de hoy el Señor no os ha dado corazón para saber, ni ojos para ver, ni oídos para oír.
Esta ceguera se debía al velo que les cubría los ojos, como explica Pablo en 2ª Corintios 3: 14-15,
14 Pero el entendimiento de ellos se endureció; porque hasta el día de hoy, en la lectura del Antiguo Pacto, el mismo velo permanece sin alzarse, porque es quitado en Cristo. 15 Pero hasta el día de hoy, cada vez que se lee a Moisés, un velo cubre su corazón.
¿Cómo podrán los ciegos dar testimonio de lo que han visto? ¿Cómo podrán las personas sordas dar testimonio de lo que han oído? No es posible tratar de testificar de la gloria de Dios a través de Moisés, debido al velo que se puso sobre su rostro cuando bajó del monte. Para testificar de la gloria de Dios, uno debe ver su gloria “a cara descubierta” (2ª Corintios 3: 18). Esto es imposible fuera del Nuevo Pacto, que se cumple sólo a través de su Mediador, Jesucristo.
Testigos de Cristo
Jesús subió al Monte Hermón, donde se transfiguró (Mateo 17: 1-2). Juan fue uno de los tres testigos de su gloria, testificando en Juan 1: 14,
14 Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Pedro también fue testigo ocular de su gloria, diciéndonos en 2ª Pedro 1: 17-18,
17 Porque cuando recibió honor y gloria de Dios Padre, la majestuosa gloria le hizo una declaración como esta: "Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia"; 18 y nosotros mismos oímos esta declaración hecha desde el cielo cuando estábamos con Él en el monte santo.
El otro testigo, Santiago, hermano de Juan, fue ejecutado por Herodes (Hechos 12: 2) y no nos dejó escritos. Nuestra Epístola de Santiago fue escrita por Santiago, el hermano de Jesús, quien, en el momento de su transfiguración, aún no era creyente, sino que aún tenía el rostro velado.
Aunque solo tres pudieron dar testimonio de la gloria de Cristo en el monte, hubo muchos otros que fueron testigos de su resurrección. En el sermón pentecostal de Pedro de Hechos 2: 32 testificó,
32 A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
Pablo escribió en 1ª Corintios 15: 6,
6 Después de eso se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales permanecen hasta ahora, pero algunos ya duermen.
Sólo podemos dar testimonio de lo que hemos visto, oído y experimentado personalmente, porque tales son los requisitos de los testigos. Solamente tres pudieron dar testimonio de la transfiguración de Cristo, pero muchos más pudieron dar testimonio de su resurrección. Ninguno de nosotros estuvimos allí, por supuesto, pero creemos en el testimonio de esos testigos, habiendo experimentado a nuestra manera la realidad del Cristo viviente.
Oír y creer a los testigos es lo que hace un juez, incluso si el juez personalmente no vio ni escuchó lo que sucedió. Un juez está llamado a discernir. Discernir es juzgar, separando la verdad de la falsedad. De la misma manera, también nosotros somos llamados por el Espíritu Santo como jueces con espíritu de discernimiento. Algunos, como el mismo Pablo, incluso han tenido encuentros personales con Cristo, como testificó el apóstol en 1ª Corintios 15: 8,
8 y al último de todos, como a un nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí.
Poco después de la aparición de Cristo a Pablo en el camino a Damasco, Ananías se le acercó y le dijo en Hechos 22: 15:
15 Porque tú serás un testigo Suyo a todos los hombres de lo que has visto y oído.
Años más tarde, Pablo le contó al rey Agripa lo que Jesús le había dicho. Hechos 26: 15-17 dice:
15 Y dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. 16 Pero levántate y ponte de pie; para esto me he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo, no sólo de las cosas que has visto, sino también de aquellas en las cuales me apareceré a ti, 17 para librarte del pueblo judío y de los gentiles, a quienes Yo te envío”.
El testimonio de Pablo incluía “las cosas en las cuales me apareceré a ti”. ¿Qué cosas? Esto incluye toda la revelación que recibió Pablo, primero en el Monte Sinaí en Arabia (Gálatas 1: 17), luego durante sus años de desarrollo en Tarso (Hechos 11: 25) y finalmente durante sus viajes misionales.
Todos somos testigos en algún nivel. Cualesquiera que sean nuestras propias experiencias, ese es el nivel en el que somos testigos de Jesucristo.
Cuando se es llamado a testificar como testigo
Si alguien es testigo de un delito, debe declarar. Esto incluye al que ha pecado contra su prójimo, pues incluso él debe arrepentirse y confesar su pecado. Si alguien lleva un caso al juez, el juez debe investigar el caso, y en un tribunal bíblico, se debe publicar un aviso público, solicitando testigos para declarar. Si ellos tienen información relevante de la que han sido testigos, y si no la presentan, eso es un pecado para ellos.
Levítico 5: 1 dice:
1 Ahora bien, si una persona peca después de haber oído un juramento público para declarar cuando es un testigo, ya sea que haya visto o conocido de otra manera, si no lo dice, entonces cargará con su culpa.
Esta fue la Ley invocada por Caifás en el juicio de Jesús. Mateo 26: 62-65 dice:
62 El sumo sacerdote se levantó y le dijo: “¿No respondes? ¿Qué es lo que estos hombres testifican contra ti? 63 Pero Jesús guardó silencio. Y el sumo sacerdote le dijo: “Te conjuro por el Dios vivo, a que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. 64 Jesús le dijo: Tú mismo lo has dicho; no obstante, os digo que de ahora en adelante veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre las nubes del cielo”. 65 Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y dijo: “¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora habéis oído la blasfemia”.
Jesús no tenía pecado que confesar, así que permaneció en silencio hasta que el sumo sacerdote lo conjuró. Por ello quedó obligado a testificar que Él era el Mesías, el Hijo de Dios. Cuando fue conjurado por el sumo sacerdote, le habría sido pecado permanecer en silencio. De hecho, Jesús quedó obligado, conjurado, a testificar todo lo que sabía con respecto a la pregunta. Así que Él incluso citó Daniel 7: 13-14 para identificarse como el “Hijo del Hombre”.
13 Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno semejante a un Hijo de Hombre, y se acercó al Anciano de Días y se presentó ante Él, 14 y a Él se le dio dominio, gloria, y un reino…
Aunque el sumo sacerdote, que era incrédulo, afirmó que había blasfemado Jesús testificó toda la verdad y nada más que la verdad.
Después del día de Pentecostés, cuando Pedro y Juan estaban testificando de la resurrección de Jesús, los principales sacerdotes los arrestaron y los llevaron ante el Concilio. Hechos 4: 18-20 dice:
18 Y cuando los llamaron, les ordenaron que no hablaran ni enseñaran nada en el nombre de Jesús. 19 Pero Pedro y Juan respondieron y les dijeron: “Juzgad vosotros si es correcto ante los ojos de Dios haceros caso a vosotros antes que a Dios; 20 porque no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído”.
La misma Ley (Levítico 5: 1) que ordenaba el testimonio de Jesús también exigía que los discípulos testificaran de la resurrección de Jesús. Jesús había dejado claro que eran “testigos” (Lucas 24: 48). Habría sido un pecado que Pedro y Juan dejaran de hablar y enseñar en el nombre de Jesús.
Es lo mismo para todos nosotros, si en verdad somos testigos genuinos.
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