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Autor: Dr. Stephen E. Jones
https://godskingdom.org/blog/2024/11/the-filet-of-the-word-part-7-kingdom-authority/
La Ley de Dios define los derechos de Dios y los derechos del hombre según su naturaleza. Dios es dueño de todo lo que ha creado, y esto le da el derecho de definir y hacer cumplir todos los derechos. Y así encontramos que Él tiene el derecho exclusivo de ser adorado, como se ve en el Primer Mandamiento. Ningún hombre tiene derecho a contradecir el derecho de Dios alegando libertad religiosa. En el presente orden imperfecto hay lugar para la libertad de conciencia, pero no para adorar a dioses falsos.
En la práctica, esto significa que ningún hombre tiene derecho a legislar leyes que contradigan la naturaleza de Dios tal como la define su Ley. Las leyes de los hombres, promulgadas en virtud de la autoridad concedida por dichos legisladores, no deben contradecir las Leyes de Dios. Si existe una contradicción, esas leyes son nulas y sin valor desde el momento de su promulgación, pues Dios considera que esas leyes son inconstitucionales. La Ley de Dios es la constitución del Reino.
La Declaración de Independencia de los Estados Unidos afirmaba que “todos los hombres son creados iguales”. El autor, Thomas Jefferson, se refería al libro de Génesis, anterior al pecado de Adán. Después de que el pecado entró en el mundo, se hicieron algunas adiciones, en particular la Ley de Autoridad. Esto se ve en Génesis 3: 16, donde Dios le dijo a la mujer: “Tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”.
Antes de esto, a Adán se le había dado autoridad para gobernar sobre el patrimonio de Dios (la Tierra), y esto era parte de su Derecho de Nacimiento (Génesis 1: 26). Sin embargo, en ese momento no se dijo nada acerca de que Adán gobernara sobre Eva, pues Eva aún no había sido sacada de Adán. Por lo tanto, a Eva como socia también se le dio el gobierno sobre la tierra igual que a Adán, y por esta razón el texto dice: “y que ellos gobiernen”.
Este mandato no fue revocado después de que pecaron, sino que por primera vez Dios autorizó el gobierno de una persona sobre otra. Pablo explicó las dos razones para esto en 1ª Timoteo 2: 13, 14
13 Porque Adán fue creado primero, y después Eva; 14 y no fue Adán el que fue engañado, sino la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión.
La primera razón se deriva de la Ley de Filiación, que otorga derechos al primogénito. Aunque Eva estaba en Adán, no estaba en la posición de primogénito. La segunda razón es simplemente que Eva fue la primera en ser engañada y pecar. No obstante, como mostraré, toda autoridad es responsable ante quien la ha designado o llamado a realizar alguna obra en particular. Si se abusa de esa autoridad, puede ser removida por el poder superior. La autoridad no es absoluta.
Diré también que el pecado original fue el comienzo de una degradación continua hacia el mal uso y abuso de la autoridad. Los esposos no han estado exentos de tal abuso. En última instancia, el propósito de la autoridad siempre ha sido conducir a las personas a la libertad, no mantenerlas en esclavitud. Vemos esto en Romanos 8: 20, 21, que habla de la autoridad de los hijos de Dios, diciendo:
20 Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza, 21 porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
En otras palabras, la autoridad de Adán ha sido abusada por la mayoría de los hombres y todos los gobiernos (algunos peores que otros), pero aquellos que han encontrado la verdadera libertad en Cristo trabajarán para llevar a toda la Creación a la misma libertad que ellos disfrutan. Esto, por supuesto, parece muy lejano al Jubileo de la Creación, pero el asunto es que hay un propósito en la autoridad. No es tener esclavos perpetuos, sino usar la autoridad divina para el beneficio de los demás.
De la misma manera, la autoridad del esposo sobre su esposa le es dada para que él pueda expresar su amor liberándola, no manteniéndola en perpetua esclavitud. En nuestro objetivo de revertir los efectos del pecado, nos esforzamos por llegar a la unidad como “una sola carne” (Génesis 2: 24). La verdadera unidad no es posible sin la igualdad. El acuerdo engendra unidad, y la unidad hace que la autoridad sea irrelevante.
Cuando un esposo y una esposa están unidos, no hay necesidad de que uno le dé órdenes al otro ni de que uno se someta a la voluntad del otro, pues ambos tienen el mismo propósito en la vida, que es agradar a Dios y trabajar para liberar a toda la Creación. Sin embargo, mientras el pecado esté en la Tierra y mientras los hombres y las mujeres sigan siendo imperfectos, la autoridad es necesaria como parte del orden del Reino.
Hijos primogénitos y príncipes
Cuando Dios estableció el Reino de Israel en el tiempo de Moisés, reconoció los derechos del primogénito (Deuteronomio 21: 17), a menos que el primogénito deshonrara a su padre, como vemos en el caso de Rubén (1º Crónicas 5: 1). Un patriarca, o “príncipe”, gobernaba cada tribu. Esta autoridad era transmitida por uno de los doce hijos de Jacob como un Derecho de Nacimiento. El patriarca era un padre para su tribu, y era su responsabilidad proteger y mantener la justicia igual para todos.
A medida que las tribus crecían, cada generación producía otra capa de autoridad, donde el padre era responsable de proteger a su familia, no sólo de los intrusos sino también de la injusticia de las otras familias. Él debía ser el pariente redentor, que a menudo se traduce erróneamente como “vengador de la sangre” (Deuteronomio 19: 6). Su trabajo no era vengarse, sino asegurar que se hiciera justicia en el tribunal que Dios había establecido entre ellos. En esencia, él era el defensor de su familiar herido y el fiscal contra el criminal.
La palabra hebrea traducida “vengador” es ga’al, “un redentor”.
https://www.blueletterbible.org/lexicon/h1350/nasb95/wlc/0-1/
La sangre tiene una variedad de significados y aplicaciones, incluyendo el linaje, es decir, la parentela. Para entender esto completamente, uno debe estudiar las Leyes de Redención, que otorgan ciertos derechos a un pariente redentor (véase Levítico 25).
Un pariente redentor no tenía derecho a tomar la Ley en sus manos para vengarse. En el tiempo de Moisés, Dios estableció jueces de la tribu de Leví, y estos tenían la intención de proporcionar justicia imparcial. Sus tribunales eran tribunales divinos, y los jueces, siendo instruidos por la Ley, debían mantener la justicia igualitaria en cualquier disputa. Por esta razón, Pablo citó la Ley en Romanos 12: 19:
19 Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, Yo pagaré, dice el Señor.
Pablo estaba citando Deuteronomio 32: 35: “Mía es la venganza y la retribución”. Dios puso la responsabilidad de administrar justicia en manos de los jueces levitas. Esta no era la venganza del hombre, sino la de Dios. La venganza del hombre con demasiada frecuencia está sesgada a favor de su propia familia, y con demasiada frecuencia se lleva a cabo sin una comprensión adecuada del factor de misericordia que fue incorporado en la Ley. Es una verdad de perogrullo que la mayoría de los hombres se inclinan hacia el egoísmo, porque carecen de amor (1ª Corintios 13: 5).
El apóstol Pablo, después de prohibir a los creyentes tomar venganza, da instrucciones sobre cómo administrar justicia con amor. Romanos 12: 20, 21 dice:
20 Pero si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; porque haciendo esto, carbones encendidos amontonarás sobre su cabeza. 21 No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien.
Los vecinos a menudo no se llevaban bien entre sí y, cuando viajaban, el fuego de su hogar se apagaba. Cuando regresaban, normalmente le pedían a su vecino un carbón (brasa) encendido para poder encender el fuego de nuevo. Pablo pintó un cuadro de hacer el bien al prójimo, utilizando esta metáfora con un doble sentido. Darle a una vecina un cuenco lleno de carbones encendidos significaba que ella se pondría el cuenco sobre la cabeza y lo llevaría a casa. En este acto de bondad, que iba más allá del cumplimiento del deber, la mala voluntad del vecino podía ser superada por sentimientos de buena vecindad.
La Ley de los Derechos de las Víctimas
El juez tenía el deber de determinar la culpabilidad o inocencia de acuerdo con las pruebas presentadas. Una vez determinada, debía dictar el veredicto de acuerdo con las especificaciones de la Ley. Si un hombre era culpable de robar una oveja, debía pagar a su víctima una restitución doble (Éxodo 22: 4). Si la oveja robada ya había sido vendida o sacrificada, el ladrón debía restituir el cuádruplo (Éxodo 22: 1).
Si un juez se desviaba del mandato de la Ley, violaba los derechos del ladrón o de la víctima. Su deber era ser preciso. Pero una vez dictada la sentencia, la víctima tenía derecho a cobrar la totalidad de la cantidad que se le debía, pero esto no era un deber. La víctima conservaba el derecho al perdón. Podía cobrar la totalidad de la cantidad o perdonar cualquier parte de la deuda. Incluso tenía derecho a perdonar la totalidad de la deuda, si así lo deseaba.
La víctima de la injusticia, si tuviera un corazón lleno de amor, podría ver que el ladrón estaba desesperado por alimentar a su familia y que, aparte de eso, era una buena persona. La víctima podría entonces tener compasión de él y perdonarle la deuda. Ese perdón no era un derecho del juez, sino sólo de la víctima.
El ejemplo más claro de esto lo vemos en Jesús, contra quien se cometió un gran crimen. Él fue la víctima máxima del pecado del mundo entero, y esto le dio el derecho de perdonar. Él eligió perdonar, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23: 34). Estas no fueron palabras fantasiosas que no tuvieran peso legal. Él estaba ejerciendo sus derechos legales, no sólo para perdonar a quienes lo crucificaban, sino también el pecado del mundo entero (1ª Juan 2: 2).
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