El
sufrimiento nos visita con diferentes atuendos; se disfraza de
problemas financieros o laborales, problemas de salud, incluso
enfermedades terminales, accidentes, problemas afectivo-emocionales
como divorcios, infidelidades, en forma de depresiones, enemistades,
... En fin podríamos resumir que toca las áreas de salud,
financiera y afectiva. Dios permitirá que seamos tratados en todas o
algunas de ellas; principalmente en aquello que sea un ídolo
en nuestras vidas. Un ídolo es
aquello en que pensamos más o demasiado; algo, sobre todo, que
amamos más que a Dios; algo que se interpone impidiéndonos la
perfecta obediencia en nuestro seguimiento de Cristo. Y, sí, a veces
incluso un cónyuge o un hijo pueden ser ese ídolo que tiene que ser
derribado, porque nos retiene de poder seguir a Cristo cabalmente, ¡y
tiene que ser echado abajo! Los afectos naturales
son los ídolos que más nos cuesta vencer, pues cónyuges e hijos,
desgraciadamente, suelen estar por encima del amor al Señor y nos
coartan de una entrega plena.
Y
cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o
madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien
veces más, y heredará la vida eterna.
Mientras
el ídolo permanezca estaremos moviéndonos de manera esquizofrénica,
con corazón dividido, con doblez de ánimo o intención, pues no
podemos servir a dos señores.
Si el dinero es nuestro principal estorbo, Dios nos llevará en un
proceso de desasimiento, tal vez permitiéndonos descender al
nivel de la pura subsistencia, dejándonos perder trabajo o casas o
carros, cualquier tipo de bien patrimonial, ¡o todos! ¡Pero Dios sabe hasta
el último grano de arroz que tenemos en nuestra alacena! Seremos
mantenidos bien abajo hasta que aprendamos la lección de la
dependencia, que viene por ver Su milagrosa mano proveedora
actuar una y otra vez supliéndonos y usando a los hermanos para
hacerlo si es necesario. Necesitamos ser humildes para para recibir y
vencer nuestra “suficiencia”. ¡En más fácil dar que tener que
recibir! No podremos conocer al Dios proveedor hasta que seamos
despojados. No podremos conocer al Dios sanador hasta que enfermemos y
experimentemos una sanación. No podremos comprobar la suficiencia de
Dios, hasta que suframos una pérdida emocional grave.
Después
de aprendidas estas lecciones estaremos listos y libres para
relacionarnos. Seremos insobornables en lo económico y no estaremos
continuamente pensando que necesitamos esto o aquello. Podremos
adentrarnos en relaciones afectivas, porque estaremos llenos para
entrar a ellas a dar, no como sanguijuelas que todo el tiempo dicen
¡dame, dame! ¡necesito, necesito! (Proverbios
30:15).
No buscaremos que un padre, un cónyuge o un hijo llene nuestras
necesidades afectivas, porque Dios ya las colma, y las relaciones que
vengan sólo serán complementos que recibiremos con gozo, pero sin
ataduras, pues ya no nos restringirán frente al Señor. Buscaremos
antes a Dios que a los médicos y soportaremos muchas cosas sin ir
corriendo a echar mano de la pastilla y sin pasárnosla diciendo “me
duele aquí, me duele allá ...” (2
Crónicas 16:12). El
contentamiento nos presidirá y la paz de Dios será el árbitro en
nuestros corazones y no las cosas externas o los afectos humanos (1
Timoteo 6:6;
Colosenses
3:15).
Estaremos buscando el Reino de Dios y su justicia y todas las demás
cosas nos serán añadidas, ¡Sus bendiciones nos alcanzarán sin que
tengamos necesidad de estar corriendo tras ellas! (Mateo
6:33;
Deuteronomio
28:2).
Solamente caminaremos por la alfombra roja de Dios, en la que Sus
obras están preparadas de antemano para que caminemos en ellas,
según Él nos la vaya desenrollando, un paso a la vez (Efesios
2:10).
Decía
San Juan de la Cruz, “¿qué sabe quien no ha sufrido?” Bendito
sufrimiento pues. Solo los experimentados en quebranto tienen la
auténtica sabiduría de la vida, que viene por el conocimiento y
experimentación reales de Dios. Es un auténtico milagro que
nosotros podamos convenir en esto; pues cuando sufríamos
intensamente lo que hacíamos más bien es quejarnos y gritarle a
Dios (hágalo sin tapujos, David lo hacía, no actuaba con hipocresía
frente a Dios) y queríamos más bien agarrarlo por el cuello. Le
gritábamos a Dios: “¡Para! ¡no aguanto más! ¡este sufrimiento me
está haciendo aborrecerte, más que amarte! ¡Mejor quítame la
vida!” Sí, estas y otras lindezas le prodigábamos. Para ser
sinceros, todavía no estamos listos para amar el sufrimiento, pero al mirar atrás si podemos darle gracias a Dios por lo qué ha hecho en
nuestras vidas. Algunos dicen que volverían a pasar por ello una y
mil veces, a nosotros todavía nos asusta lo que tuvimos que pasar y
sólo nos atrevemos a orar, con nuestra boca pequeña, “Señor haz
lo que tengas que hacer, pero cumple Tu propósito en mí; Señor, no retires Tus exigencias, déjame coger resuello y yo me someteré!"
El
sufrimiento, cual aguijón
en la carne,
cuando ya no sea necesario nos será quitado. Mientras fragua en
cemento (concreto) el encofrado ha de permanecer, de lo contrario el
cemento se derramaría. El pastel saldrá del horno cuando esté
hecho. Mientras haya combustible el fuego continuará, y en nuestro
caso el combustible en el altar es nuestra carnalidad. El holocausto
debe ser completamente quemado. Mirando a atrás podemos regocijarnos
de que nuestra cárcel, como la de José, siempre fue una cárcel de
oficiales, una cárcel con barrotes de oro. El Señor siempre nos dio algún que otro mimo para poder soportar (1
Corintios 10:13).
Al final de la prueba siempre nos espera un oasis, un lugar espacioso
donde poder tomar resuello. Como Sadrac, Mesac y Abeb-Nego saldremos
sin olor a humo de nuestro horno calentado siete veces, después de
haber podido ver allí con nosotros a
Uno como el Hijo de los Dioses
y esto será evidente a quienes nos rodean (Daniel
3:12 ...).
Con Job diremos, “de
oídas te había oído, pero ahora mis ojos te ven”
(Job
42:5).
Job al principio de su prueba se sometió, “En
todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno”
(Job
1:22),
pero cuando la prueba continuó, y continuó, y continuó, …, ¡la
cosa cambió! y Job se quejaba y argumentaba contra Dios. Sí, él
era de nuestra misma pasta, pero al final del túnel vio la luz.
¿La
respuesta a quienes están sufriendo, a quienes todavía no son
sanados, a quienes esperan una salida a su tormento? “YO
estaré contigo,
lo que te ocurre de Mí procede”, dice el Señor (Véase:
http://txemarmesto.blogspot.com.es/2010/11/lo-que-te-ocurre-procede-de-mi.html).
Nada puede tocarnos que no haya sido permitido y pesado previamente
por nuestro amoroso Padre; absolutamente nada ocurre por casualidad,
sino por causalidad, en la vida de uno de Sus hijos.
Teresita
de Lisieux, gran sufridora donde las haya, recibió esta palabra en
cierta ocasión: “Para los que tienen fe como un grano de mostaza
Dios hace un milagro, pero a Sus amigos íntimos, como Marta y María,
prueba su fe”.
Seamos
valientes y oremos como hacía Watchman Nee: “Padre, no rebajes el
listón que colocaste para Mí, espera un poco y yo me someteré con
tu gracia”. Padre danos la confianza para dejarte dormir en medio
de la tormenta, pero si el temor nos vence y gritamos para que nos
socorras, calma la tempestad. Si nos hundimos mientras vamos hacia Ti
caminando sobre el agua, por mirar indebidamente hacia las olas, toma
nuestra mano a nuestro clamor.
En
cierta ocasión el Señor nos habló a nosotros a modo de una imagen
mental: “La vida del cristiano no es cruzar el cable como el
funambulista, sino poder vivir en el cable, como si fuera lo más
normal y sin ningún temor”.
¡Bienvenidos a la bendita seguridad de la inseguridad! ¡Alabado sea Su santo nombre!
Vea el libro completo aquí: http://josemariaarmesto.blogspot.com.es/2016/08/libro-dios-de-toda-consolacion-una.html
¡Bienvenidos a la bendita seguridad de la inseguridad! ¡Alabado sea Su santo nombre!
Vea el libro completo aquí: http://josemariaarmesto.blogspot.com.es/2016/08/libro-dios-de-toda-consolacion-una.html
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