Testimonio de Sara Schmidt
¿Quién
podrá entender los grandes misterios del Señor?
Para
cuando mi mundo se me vino abajo (o se me fue arriba), yo tenía 21
años, vivía con mis padres en un suburbio de la ciudad de Kansas,
Missouri, y tenía planes de ingresar a un seminario Bíblico. Yo no
podía identificar con exactitud por qué quería ir a un
seminario, excepto que quería saber más del Señor. Yo era
terriblemente mala para hablar en público, así que no creo que la
vida de predicadora era lo que realmente andaba buscando, pero yo no
sabía qué era lo que buscaba. Desde niña, yo había expresado
interés en el ministerio. Sin embargo, al ir creciendo, me interesé
más en otras cosas y cuando mi papá me lo hizo saber con claridad,
él abiertamente se oponía a mi idea del ministerio, así que me
rendí y busqué otros intereses.
“El Señor
te dice esto: ‘Nunca te dejaré ni te desampararé.’”
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Estos
son algunos eventos que ocurrieron en mi vida antes de la crisis
(Definición: “Un momento o situación crucial; un punto de
cambio”).
Un
día de diciembre de 1999 (yo tenía 20 años), asistí a
una reunión cristiana evangélica. En ese punto, aunque yo decía
ser “cristiana,” no me había expuesto a relacionarme o hablar
del Señor con otros. Durante la reunión, el pastor les pidió a
todos que cerraran los ojos y que levantaran la mano si nunca habían
“aceptado” a Jesús como su Salvador. Algo así como aturdida, yo
levanté la mano.
Después
de la reunión, el pastor se me acercó y dijo que deseaba hablar
conmigo. Aun cuando yo no sé si el pensamiento sobre el ministerio
ya se me había cruzado por la mente hasta ese momento, le dije que
yo estaba pensando en el seminario, pero que mi padre estaba en
contra y que yo no sabía qué hacer. Yo me sentía muy perdida y
sola. El hombre me miró inexpresivamente y dijo: “Bueno, si estás
pensando en el ministerio, entonces obviamente tú has aceptado a
Cristo.” Eso era como que me estuvieran hablando en otro idioma.
¿Qué significaba “aceptar a Cristo”? El hombre dijo: “El
Señor te dice esto: ‘Nunca
te dejaré ni te desampararé.’”
Luego él regresó a la fiesta (la reunión tenía una atmósfera muy
relajada), y yo me fui.
Esa
tarde yo salí a dar un paseo; necesitaba un tiempo para contemplar
aquellas cosas. Yo había escuchado de la fórmula de oración para
aceptar a Jesús como Salvador, pero yo aún no podía hacerla. Sólo
oré que el Señor hiciera como Él quisiera conmigo, lo que fuera, y
que yo no me aferraría a nada que no fuera Su voluntad. Ese evento
cambió mi vida. Empecé a leer las Escrituras con fervor (de niña
yo había sido expuesta a las mismas y había leído un poco aquí y
allá –a escondidas de mi padre), a escuchar la radio “cristiana,”
a ayunar ocasionalmente (aunque el ayuno que me enseñaron decían
que se terminaba al atardecer) y a orar.
Mi madre
estaba encantada con su “nueva” hija, pero mi padre estaba
disgustado. A propósito, yo era muy cercana con mi mamá (aun fuera
de nuestras inclinaciones religiosas en común). Compartíamos todo,
de modo que éramos más como mejores amigas y hermanas, que madre e
hija; teníamos muchos intereses en común (el teatro, los caballos,
los libros, las películas, alguna música, etc.). Sin embargo, yo
nunca pude realmente abrirme con ella en cuanto a lo que me estaba
pasando con el Señor. En ella había una ligereza respecto a esas
cosas lo cual era un poco incómodo, y yo no creía que ella sabría
o entendería cómo me estaba sintiendo yo.
Parecía como
que yo no quería nada más que lo que decían esos versículos.
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Este
es otro evento que recuerdo. Poco antes de conocer a
Víctor y a Paul, yo había estado leyendo la Biblia y miré estos
versículos:
“Así
que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento,
para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y
perfecta.” (Romanos 12:1-2)
Me
sentía bajo convicción y emocionada. De repente parecía como que
yo no quería nada más que lo que decían esos versículos. Me
arrodillé en el piso de mi habitación, y le pedí al Señor que me
tomara como un sacrifico para Él. Yo no sabía qué significaría
eso, pero sí sabía que, para mí, a una persona no podía sucederle
algo más grande que identificarse con el Señor – que la vida de
una persona sea completamente Suya.
Me
olvidé de esas cosas hasta unos pocos años después (2003 o 2004),
cuando la realidad de esas palabras se me dio a conocer por obra de
Dios dentro de mí.
A principios
de mayo de 2001 (a mis 21 años)…
Yo
estaba investigando acerca del cristianismo en el Internet (me sentía
perdida, solitaria, con necesidad). Me encontré con eliyah.com,
quienes predican sobre regresar a las raíces hebreas, usando el
nombre de Yashua (u otro deletreo hebreo) en vez de Jesucristo y
Yahweh en vez de Dios. Ellos también enseñaban en contra de
celebrar la navidad y la semana santa. Yo también sabía que si yo
caminaba en lo que estaba aprendiendo, yo perdería a mi familia. A
sus ojos, las tradiciones familiares son las que mantienen juntas a
las familias. Yo oré que el Señor me mostrara lo que necesitaba
hacer yo respecto a estas cosas, y pedí fortaleza.
Yo era la
única persona que quedaba viva, y no tenía miedo.
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Al
siguiente día conocí a Paul y a Víctor en el chat del mismo sitio.
Yo había estado tratando de iniciar una conversación dentro del
congestionado chat, donde yo pudiera hacer mis preguntas, pero me
ignoraron o me pasaron por alto en el calor de las discusiones que se
estaban dando y que no se relacionaban con mis preguntas. Justo
cuando cerré la ventana, desanimada, Paul me saludó. Quería saber
si mis preguntas habían sido respondidas. Le dije que no.
Lo único
que recuerdo de la conversación, específicamente, fue que yo le
dije a Paul: “Si yo creo, voy a estar muy sola.” Paul me dijo:
“Mira a Abraham. Hay tiempos en que los creyentes necesitan estar y
están solos.”
Hablamos
un poco y, como él solamente tenía acceso a internet en la
biblioteca en ese tiempo, intercambiamos direcciones de correo
electrónico cuando la biblioteca donde él estaba se preparaba para
cerrar. Paul también me dijo que visitara el sitio de The
Path of Truth,
y así lo hice.
Como
para ese tiempo tuve un sueño de parte del Señor:
Yo
estaba en un campo con otras personas que conocía, amigos y
conocidos – la mayoría de la escuela. En el horizonte, vimos una
manada de aves acercándose. Al estar más cerca, las identifiqué
que eran garzas o grullas. Eran aves increíblemente hermosas. El
cielo estaba lleno de esas aves. Había tantas de ellas que el cielo
se oscureció. De repente, las aves dejaron de volar, pero quedaron
como suspendidas en el aire, y una por una, todas se prendieron en
llamas. En lo que se quemaban, cayeron, una a una, a la tierra.
Quienes eran golpeados por las aves en llamas caían muertos y,
aunque el cielo seguía lleno de grullas de fuego, yo no tenía
miedo.
Para
este tiempo, me estaba graduando de una universidad comunitaria
cercana en el grado de Tecnología Veterinaria. Yo había dejado
claro, no obstante, que mis planes eran ir al seminario, y mis padres
habían hecho un depósito con SMSU en Springfield, Missouri, para mi
licenciatura.
“Tú estás
jugando. Eres un pozo vacío, pero serás llenada.”
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Al
leer los escritos de Víctor, yo pensaba en todos mis
planes, y sentía convicción. ¿Seminario? ¿Qué es el seminario?
Si lo que yo andaba buscando era hacer la voluntad de Dios (como
debía suceder con cualquier estudiante de un seminario,
supuestamente), entonces, ¿por qué mi primer instinto fue apartar
mi atención de lo que estaba escuchando (que todos
tenían que arrepentirse y buscar al Señor, en vez de estar tratando
de hacer obras de “justicia” fuera de Él) y asumir
que la vida podía seguir como antes? Le escribí una carta a Paul,
agradeciéndole por su comunicación, pero diciéndole que yo no
sentía que se requiriera nada de mí en ese momento. Él me envió
una carta, advirtiéndome que no me endureciera en mi propia
justicia. Yo estoy increíblemente agradecida de que se me hiciera
ese llamado para despertarme.
Para
finales de agosto, una hermana en Cristo, Lois Benson, recibió una
profecía para mí. Ella dijo: “Tú
estás jugando. Eres un pozo vacío, pero serás llenada.”Ahora
yo puedo ver los juegos religiosos que yo estaba jugando; al hablar
de esas cosas, mi voz se volvía melodramática, y yo hablaba alto,
llena de “justicia.” Sólo puedo dar gracias por la paciencia y
la gran bondad del Señor en sacarme de todo eso y no dejarme en mi
presunción.
Se
llegaba el día en que yo daría un sermón en mi iglesia
(de la denominación Discípulos de Cristo, llamada Iglesia Cristiana
Gracemore) para probar un poco de lo que es la vida de un pastor.
Phil Willoughby, el pastor principal de esta iglesia, hizo los
arreglos para esto en cuanto oyó de mis planes para ingresar al
seminario.
Como una
o dos semanas después de haber conocido a Paul en el internet, tuve
una reunión con Phil para repasar mi sermón, y él planeó darme
consejos y ayuda. Yo fui a su casa (su esposa, Judy, también estaba
allí) un viernes por la tarde.
Yo
pensaba que él me diría cómo conocer la voluntad de Dios en lo que
debía predicar, pero más bien me dio algunas técnicas para tener
cierto efecto en la audiencia. Me dijo: “Si terminas tu sermón con
una oración, eso es muy poderoso. Parece que la gente pone atención
y recuerda un poco más claramente lo que hayas predicado.” Yo me
sentí incómoda con eso, pensando, “¿Es ese el propósito de la
oración?”
Me fui
de esa reunión sabiendo que Phil no era un hombre de Dios.
Yo
llamé a Paul por primera vez esa noche, le conté lo que
acababa de suceder y le dije sobre el sermón que yo iba a predicar.
Él me pidió que fuera a 1 Timoteo 2:9-15 (especialmente “Y no
permito que la mujer enseñe o ejerza autoridad sobre el hombre, sino
que esté en silencio.”), y me preguntó si yo pensaba que debería
predicar mi sermón. “No,” le dije, mirando la respuesta allí
mismo.
“El Señor
me mostró qué hacer, entonces ¿cómo puedo discutir yo con
Él?”
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Él
también me preguntó: “¿Qué miras en estos versículos acerca de
que Cristo viene en carne?” y me llevó a esta Escritura:
1 Juan
4:2-3
(2) En
esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que
Jesucristo ha venido en carne, es de Dios;
(3) y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.
(3) y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.
Yo dije,
“Aquí y ahora.” No era algo en lo que había pensado para nada;
el Señor me mostró la respuesta allí mismo, que Él viene en Su
pueblo, y, en ese momento, yo estaba siendo ministrada por Él.
Yo
aun traté de escribir mi sermón. Me preguntaba si yo
podría compartir las cosas que estaba aprendiendo y que me estaba
mostrando el Señor acerca de mí misma y acerca de los sistemas de
iglesia, aun cuando yo miraba que yo había estado engañada, y por
lo tanto, engañando a otros, y yo no estaba en condiciones de estar
enseñando o “sermoneando” a nadie. El asunto no debía darse,
como Él me lo había aclarado la noche anterior.
Cada vez
que me sentaba a la computadora para tratar de empezar con mi sermón,
me sentía físicamente enferma. Yo iba al baño para recuperarme,
hacía algunas cosas para distraerme, me volvía a sentar a la
computadora, y me volvía a sentir enferma. Yo sabía por qué. Yo
estaba desobedeciendo lo que ya se me había dicho que tenía que
hacer.
Llamé a
Phil a su casa y le dije que ya no predicaría, y tampoco en el
sermón de la semana siguiente, y que ya no entraría al seminario.
Le di los versículos que Paul me había dado y le di el sitio de
internet de Víctor, pensando que tal vez el vería la verdad que se
encontraba allí y se arrepentiría juntamente conmigo. En ese
momento él no tenía tiempo para hablar conmigo, pero dijo que al
día siguiente (domingo), hablaría conmigo después del culto en la
iglesia.
Al día
siguiente, me reuní con Phil en su oficina en la iglesia. Él trató
de confrontarme en mi posición acerca de que la mujer no debe
predicar, y me dijo: “¿Qué de Corri Ten Boom?”
Le
dije: “Lo único que sé es esto, Phil: El Señor me mostró lo
que yo tengo
que hacer, y entonces ¿cómo puedo discutir yo con Él?” Le
pregunté si había visto la página de Víctor.
Él
dijo: “Desde el punto de vista doctrinal, no estoy de acuerdo.”
¿Por
qué tomó él una posición defensiva? ¿Por qué, siendo mi pastor,
no señaló el error que percibía, y las posibles consecuencias? Yo
sabía que el Señor habiéndoseme revelado Él mismo en lo que
estaba escrito debía ser considerado como mucho más que una simple
disputa “doctrinal”; yo no había creído lo que decía allí por
estar de acuerdo con ciertas doctrinas, sino porque el Señor me
mostró que lo que estaba escrito allí era la Verdad. Ese domingo, 3
de junio, fue la última vez que asistí a la iglesia.
Después
de tomar mi decisión de no volver más, tuve una plática
con mi mamá en la cual me abrí a ella acerca de lo que me estaba
pasando, y acerca de la decisión que yo había tomado.
Ella
dijo: “Entonces, ¿no vas a volver a la iglesia?”
“No.”
Dijo
ella: “Entonces probablemente eso significa que ya no vas a entrar
al seminario….”
“Sí.”
Ella me
quedó mirando un poco nerviosa y dijo: “¿Qué va a pensar de mí
la gente? ¡Tú tenías planes y ambiciones tan grandiosas, y ahora
simplemente estás tirando tu vida! ¿Qué le voy a decir a la
gente?”
Confundida
y un poco asombrada, yo la miré a ella. ¿Cómo? ¿No más
preguntas? ¿Nada de preocupación o interés en las cosas que yo
quería compartir con ella, las cosas del Señor? Después de eso no
le hablé mucho, por lo menos no esperando o creyendo que ella iba a
entender.
Me sentía
como fugitiva en mi propio pueblo.
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Al
domingo siguiente (el primer domingo que no asistía a la
iglesia, y el día en que habría dado mi sermón), mis padres me
despertaron temprano en la mañana, y aun antes que yo pudiera ir al
baño, tuvieron un mini-juicio afuera de mi habitación. Me dijeron
que yo era culpable de estar hablando con la “gente equivocada” y
que yo era culpable de “arruinar mi vida.” Yo no tenía defensa,
pues no quería negar al Señor, sino que simplemente aclaré algunos
detalles (lo cual en realidad funcionó en contra mía, según ellos)
en honor a la verdad.
Mi
sentencia: No más privilegios de llamadas a larga distancia en casa,
ni siquiera con tarjeta telefónica, y nunca más podía usar la
computadora para accesar a internet desde mi casa. Me lo dejaron
perfectamente claro que ellos deseaban que cortara toda comunicación
con Víctor y Paul. Doy gracias que no me “ordenaron” eso
también, porque al ser una orden explícita, habría sido una orden
que yo habría tenido que desobedecer.
Así que
entonces tuve que depender de teléfonos públicos y del internet de
la biblioteca para comunicarme. Estas cosas tuvieron un efecto
extraño en mí. Cuando iba a hoteles o al centro comercial para
conversaciones largas, o a la biblioteca para tener internet gratis,
me sentía como fugitiva en mi propio pueblo. Y lo era.
Recuerdo
una noche, mi mamá estaba enojada porque me vio en la biblioteca. Me
dijo: “Pensé que te habíamos dicho que no más internet.”
Respondí:
“No, mamá; dijiste que no más internet en la casa.”
Ella
dijo: “Se suponía que ibas a cortar la comunicación con esos
dos.”
Le dije:
“No, mamá; dijiste que no más acceso a internet o llamadas de
larga distancia desde la casa, y yo he obedecido.”
Ella no
me dijo nada más.
Todos
los días durante este tiempo fueron tormentosos, por
dentro y por fuera. No había un momento con mis padres en que no
hubiera erupciones, como un volcán bajo presión. Yo estaba bajo
presión, y mis padres, por un tiempo, representaron el horno de
aflicción.
Mi
madre irrumpió en mi habitación una noche, mucho después de que yo
me había dormido. Debió haber estado leyendo la pagina de Víctor,
buscando algo que pudiera usar contra mí (lo cual ella hacía a
menudo). Me dijo, “¡Sara!” Y me despertó. Yo le dije: “¿Sí,
mamá?” Ella dijo: “¡¿De verdad crees que el Pastor Phil es
un asalariado?!”
Yo le dije: “Sí, mamá.” “¡Se lo voy a decir!” dijo ella.
Yo le dije: “Está bien, mamá.”
“¿Crees tú
que estás siguiendo a Dios? Piénsalo bien; ¡tu mamá y yo
somos Dios!”
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Creo que
yo no había leído nada en la página de Víctor acerca de las
imágenes, pero un día llegué a casa después del trabajo, y me
sentí disgustada por la calcomanía del pez (una con el símbolo
“cristiano” de un pez) que yo había puesto en mi carro, y por
todos los cuadros que tenía en mi cuarto y por la pequeña cruz que
andaba en el cuello. Miré que todo eso pertenecía a la religión
superficial y falsa, y yo ya no quería tener parte con eso. Le
arranqué la calcomanía al carro, reventé el collar que andaba y
llevé una bolsa grande para basura y me puse a limpiar mi cuarto de
todos los cuadros y de la “escena de la navidad.” (Yo había
mantenido esa escena de la navidad todo el año en mi cuarto, pues
miraba que el nacimiento de Cristo aplicaba todos los días y yo no
quería pensar en Él solamente una vez al año.) Lo tiré todo a la
basura.
Esa
noche a la hora de la cena, mi papá estaba furioso. “Entonces,
Sara,” dijo él, “me fijé que le quitaste la calcomanía al
carro.”
Yo
estaba un poco sorprendida, pues a él nunca le había gustado que yo
fuera una persona religiosa. Ahora le gustaba menos (de hecho, yo era
insoportable para él) que yo fuera una persona caminando en
obediencia al Señor. Él me había dicho, no mucho antes de esta
vez: “¿Crees tú que estás siguiendo a Dios? Piénsalo bien; ¡tu
mamá y yo somos Dios!”
La
noche del sábado, 16 de junio, tuve otro sueño de parte
del Señor:
Yo
estaba sentada hacia la parte trasera de un auditorio muy grande en
forma de tazón (más grande que cualquier auditorio que yo hubiera
visto en la TV), donde había millares sino es que millones de
personas, y había mucha emoción y anticipación en la multitud. Se
levantó un altar sobre un escenario en medio del auditorio. Alguien
iba a ser sacrificado a Dios.
De
repente, supe que ese alguien era yo. Me puse de pie, y al caminar,
con un poco de miedo, hacia donde estaba el altar, la multitud se
volvió sombría y callada. Al llegar al final de las gradas, estaban
dos hombres de Dios para recibirme. Yo sabía que ellos eran Víctor
y Paul.
Me
llevaron a una puerta en la pared debajo del escenario (las gradas
que subían al altar estaban a mi izquierda, y yo me sorprendí de
que no me llevaran por allí). El piso del salón donde me llevaron
era de arena. Los hombres de Dios me dijeron que me preparara.
Me
sentía un poco ansiosa, sólo deseando hacer el sacrificio. Me
arrodillé en aquel piso arenoso, con mi cuerpo inclinado hacia
adelante, la frente tocando el suelo y los brazos extendidos hacia el
frente. Yo oré que el Señor me aceptara como sacrificio para Él.
Yo seguí
orando porque me dejaron allí por dos días enteros. Me abandonaron
las fuerzas, me debilité y me agoté. Cuando los hombres de Dios
regresaron a la habitación, ya no me quedaban fuerzas ni para orar.
Se me dijo que ya era la hora del sacrificio. Ellos habían traído
el altar y lo habían puesto junto a mí.
Yo lo
quería. Aun deseaba hacerlo, pero yo no tenía fuerzas y no me podía
mover. Los hombres de Dios se arrodillaron junto a mí y me subieron
al altar. Usaron todas sus fuerzas para hacerlo. Ellos me pusieron
sobre el altar y el sueño terminó.
Como
la biblioteca estaba cerrada al siguiente día, domingo,
no pude escribirle a Paul hasta el lunes en la mañana. Después de
escribir mi sueño completo y enviarlo por correo, noté que me entró
un correo de Paul el cual había sido escrito el sábado por la
tarde. Me decía que él recibió del Señor que yo estaba siendo
llamada a dejar a mi familia; me decía: “El Señor Jesús te está
llamando a identificarte con Él y con Su pueblo por completo.”
Esta
Palabra del Señor confirmaba lo que ya estaba en progreso. Yo estaba
siendo sacada de mi familia pues ellos peleaban contra lo que el
Señor estaba haciendo conmigo, y ese correo sirvió para ayudarme a
enfocarme y confirmar mis pasos. Decidí salir de Kansas el fin de
semana cuando mis padres iban saliendo para unas vacaciones
familiares. También fue después de terminar un trabajo que yo tenía
de cuidar casa y caballos.
Hubo
una serie de incidentes que se dieron en mi familia
durante ese tiempo. Para ese momento, todo lo que sabían era que yo
había dejado de ir a la iglesia y que yo había abandonado mis
planes para el seminario.
Una
tarde bajé al sótano donde estaba mi mamá costurando. Ella empezó
a hacerme algunas preguntas sobre regresar a la iglesia. Yo le dije
que el Señor me había sacado, así que ¿quién soy yo para
regresar?
Mi madre
tenía razón; hay un
golfo entre nosotros el cual nunca podremos cruzar.
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Ella
dejó de coser y dijo: “Sara, si tú crees que el Señor va a tomar
tu vida, y que Él te va a hablar y a manifestarte Su voluntad,
entonces hay un golfo entre nosotros el cual nunca podremos cruzar.”
Yo me
regresé las escaleras, y dije: “Que se haga Su voluntad.”
A
propósito, mi madre tenía razón; hay un
golfo entre nosotros el cual nunca podremos cruzar.
En ese
tiempo, una joven de la ciudad de Kansas había sido asesinada por su
padre quien era el pastor de una iglesia bautista. La mujer había
dejado la iglesia de su padre para trabajar en otra iglesia de la
ciudad, hasta de la misma denominación, creo yo. Su padre la mató
por enojo.
Una
noche que estábamos a la mesa del comedor, mi mamá mencionó el
asunto, y quedó viendo a mi papá en forma de amenaza para mí: “No
nos gustaría tener que hacer eso, ¿verdad cariño?” A mí no me
dio miedo, pero entendí el mensaje.
En otra
ocasión, yo estaba en la cocina, y mi padre entró. Su rostro estaba
rojo y sus ojos como sangre. Caminó rápido hacia la mesa, e hizo un
movimiento hacia atrás con su brazo, como para golpearme. Yo lo
quedé viendo calmadamente a los ojos, sabiendo que él no podía
hacer nada a menos que fuera de parte del Señor.
Sin
embargo, una parte de mí sabía que
si él me golpeaba estaría muerta. No que lo haría de un solo golpe
(aunque es posible), sino que no se detendría en su ataque hasta
matarme. Todavía yo no tenía nada de miedo, y lo quedé viendo
calmadamente a los ojos, con una oración al Señor dentro de mí:
“Que se haga Tu voluntad.”
Mi papá
me miró con odio, bajó su brazo, y se marchó del comedor tan
abruptamente como había entrado. Yo sabía que el Señor me estaba
mostrando que mi situación era seria, pero que Él me estaba
guardando.
Ellos
dijeron: “Entonces ahora tenemos la evidencia.”
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Una
noche ya tarde, justo antes de acostarme, como un mes
después del sueño sobre el sacrificio, cuando mis padres supieron
que yo seguía teniendo contacto con Víctor y Paul y sabían que yo
no iba a retractarme de las cosas que estaba aprendiendo y viendo del
Señor, ellos me dijeron que yo tenía que tomar una decisión. O
bien podía yo permitirles el acceso a mi cuenta de correo, lo cual
implicaba que les diera mi contraseña, o yo tenía que mudarme de la
casa esa misma noche.
Al
principio yo realmente no sabía qué decir, pero oré al respecto, y
decidí darles mi contraseña. Me preguntaba si no sería tan bueno
que también lo vieran todo. ¡Que sean confrontados con la verdad!
Mi
contraseña en ese tiempo era “Diosreinasupremo.” Cuando se la
dije, pasaron un rato burlándose de mi contraseña, y luego entraron
a mi cuenta de correo. Leyeron e imprimieron cada correo que yo había
recibido de Víctor y de Paul. Ellos dijeron: “Entonces ahora
tenemos la evidencia.”
¿La
evidencia de qué? Yo no estaba segura de qué. ¿Qué crimen había
cometido yo? Según ellos, el crimen de seguir a otro Dios aparte de
ellos. Desde entonces he aprendido que todos asumen la misma
posición, aunque podría no decirlo o actuarlo tan obviamente. Ellos
tenían su voluntad, deseaban que yo me inclinara a esa voluntad, y
cuando no pude, me acusaron de blasfemia contra ellos.
Pasaron
tiempo preguntándome sobre ciertas cosas. Me preguntaron si me
mantenía en lo que Dios me había dado. Les dije: “Sí.” Ahora
ellos sabían que yo estaba resuelta, irrevocablemente, a mudarme a
Montana. Ellos no sabían cuándo sucedería, pero el solo
pensamiento de que yo decidiera hacer algo sin consultarles, no
importa cuándo fuera, era insoportable. Sin embargo, fuera a Montana
o no, no nos podíamos mirar a los ojos.
Mi mamá
leyó el sueño que el Señor me dio acerca del sacrificio. Ella dijo
que eso le preocupaba. Dijo que ella creía que ese sueño era del
Señor, pero que la interpretación era diferente a la que yo le
había dado (que Víctor y Paul eran hombres de Dios, y que yo le iba
a obedecer al Señor a través de ellos). Ella dijo que el Señor me
estaba advirtiendo que ellos me iban a matar, por lo menos
espiritualmente, si no físicamente. Yo le dije que el sueño
significaba que yo iba a ser sacrificada para el Señor; no era una
muerte mala. Ella no podía comprender el punto, y permaneció
incapaz de ver las cosas de otra manera que la que ella expresaba.
A la
mañana siguiente, mi mamá me dijo que ella y mi papá
habían discutido las cosas y que yo necesitaba mudarme esa misma
tarde. Dijo que cuando ella y papá llegaran a la casa esa tarde
después del trabajo, no querían verme allí. Me echaron. Dijeron
que simplemente les parecía emocionalmente muy agobiante tenerme por
más tiempo en la casa.
Como un rayo
de luz a mi alma, se me vino la respuesta.
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Mucho
tiempo antes de eso, yo había acordado que me iba a quedar donde mi
entrenadora de caballos por dos semanas durante el verano, mientras
ella visitaba a una amiga. El tiempo que habíamos acordado estaba a
uno o dos días de cuando mis padres me echaron, así que me quedé
con Kendra por esos días hasta que ella se fue de vacaciones.
En
cuanto a andar a caballo, yo había dejado de montar mi yegua, Trudy,
como dos semanas antes de esto. Hasta ese punto, habíamos estado
entrenando en hacer maniobras, y lo estaba haciendo muy bien para ser
una yegua árabe gris. Luego, un día al empezar nuestra lección del
día, de repente me sorprendió darme cuenta de la total
insignificancia de todo eso. Allí estaba yo, en medio de tomar la
decisión más grande de mi vida y enfrentando asuntos de vida o
muerte, y en medio de empezar a ser corregida por el Señor, ¡¿y
yo dando
vueltas en círculos con mi yegua,
tratando de perfeccionar el paso, el trote y el medio galope?!
En ese
momento supe que ya no seguiría montando, y estaba agradecida que el
Señor me diera algo mejor. Le di a Trudy la orden de detenerse,
desmonté, y preparé algunos saltos como montada de despedida. Esa
fue la última vez que monté a caballo, y cuando me fui de Kansas,
allí dejé a mi yegua también. Yo ya no quería esas cosas, pues
ahora tenía algo más elevado como enfoque. Eso fue muy bueno.
Una
tarde ya avanzada, mientras hablaba con Paul, me impresionó la
situación, el hecho de estar siendo encaminada, paso a paso, a
través de estas dificultades y pruebas de fe, y que Paul y Víctor
estaban preocupados por mi bienestar, más aun que mis padres, y
hasta estaban preocupados por mis
padres, aunque mis padres ni soñaban hablar con ellos o escuchar
nada de lo que tuvieran que decir.
Yo me
atraganté un poco y le pregunté a Paul: “¿Por qué te interesas
en mí, Paul?”
Él se
quedó en silencio por un momento, y dijo: “¿Por qué crees tú?”
Como un
rayo de luz a mi alma, se me vino la respuesta. Le dije: “Porque el
Señor está contigo.”
“¿Crees
eso?” pregunto él.
Yo dije,
“¡Sí!”
Poder
responder a eso fue un paso para mí. Yo sabía que era el cuidado
del Señor lo que se me estaba mostrando en lo que les era dado a
Víctor y a Paul mirar y hablar para mí. El Señor envió a estos
hombres para que yo pudiera oír la verdad y, por la gracia de Dios,
caminar en ella.
Unos
pocos días antes de salir de la ciudad de Kansas, mi
padre le envió un mensaje a mi amigo, Tim Cockrill, y le pidió que
me dijera que le gustaría hablar conmigo. Tim me estaba dando un
aventón para recoger mi carro (me lo estaban revisando), y la casa
de mis padres estaba en el camino. Yo oré acerca de si debía ir o
no, pero no recibí nada al respecto. Así que decidí ver qué era
lo que querían.
Cuando
llegué a la casa, llamé a la puerta, y mi papá abrió.
Le dije:
“¿Deseabas verme?”
Él se
puso muy enojado y me dijo que no quería volver a ver mi cara otra
vez. Luego me tomó del brazo y me empujó hacia las escaleras del
sótano (no me caí porque me agarré del pasamano) diciendo: “¡No
te vas de aquí hasta que mires a tu madre!”
Mi
mamá estaba igualmente enojada. Como a la fuerza puso una tarjeta
telefónica en mi mano y me dijo que no quería volver a verme otra
vez. Me empujó de regreso por
las escaleras, para dirigirme a la puerta de salida. Entonces me
despedí de mi hermano (quien no había visto cuando me echaron), y
me fui.
Ella sirvió
cerdo asado y camarones (¡¿quién ha oído de tal
combinación?!).
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Mi
mamá me había estado llamando, pidiéndome que viniera
a cenar el viernes anterior a mi salida de la ciudad, dos días antes
de mi (y su) fecha de partida. Yo le hice ver, sorprendida, que tanto
ella como mi papá habían dicho que no me querían volver a ver.
Ella insistió en que sí querían.
Yo
consulté con Paul sobre la situación, y él cuestionó por qué
querría ir yo; ¿no han quedado bien marcadas las líneas? Aunque yo
estaba de acuerdo con lo que él estaba diciendo, mi carne era débil,
y yo asistí. No fue más que una humillación. Otra vez mi madre
mostró desprecio por lo que estaba escrito en el sitio web de The
Path of Truth,
mientras servía una comida que era completamente inmunda –un asado
de cerdo acompañado por camarones (¡¿quién ha oído de tal
combinación?!). Ella estaba haciendo una declaración de cuánto
creía en las cosas que había leído.
Yo comí
con la consciencia limpia y, aunque yo no sentía como que estuviera
pecando al comer con ellos, yo sabía que habría estado mejor sin la
experiencia de someterme al constante ataque de “Víctor dijo esto,
Paul dijo aquello” (¡como si todo aquello girara alrededor de
Víctor y Paul!).
Puede
ser que a pesar de mi debilidad y de saber que hubiera sido bueno no
regresar, algo bueno saqué de toda esa dura experiencia. Esa
situación me permitió ver, sin sombra de duda y sin el velo de
“estar bajo su techo,” bajo su control, que yo había tomado una
decisión buena y correcta. Sabía que las cosas no se podían
arreglar entre nosotros, ni por ninguna concesión que yo estuviera
dispuesta a hacer, ni forcejeando o rogando. Ellos eran totalmente
contrarios a todo lo que yo consideraba valioso (el Señor), e
hicieron saber su posición, manifiesta para que todos la vieran.
Salí en
la mañana del domingo 29 de julio, 2001.
Entonces,
¿dónde estoy yo ahora, casi cinco años desde que
conocí a Paul en el chat? Estoy inefablemente, increíblemente
agradecida por lo que el Señor ha hecho por mí a través de estas
circunstancias. No fue sino hasta dejar atrás la religión y a mi
familia, que Él me concedió ser Su hija, por la fe. “Aunque
mi padre y mi madre me dejaren, con todo el Señor me recogerá”.
(Salmo 27:10).
Mi vida
entera, mi niñez y las cosas que yo tenía hasta este gran evento,
era una tierra inservible; simplemente nunca había conocido algo
diferente, de modo que no miraba la realidad. Yo sabía que estaba
sola, pero no sabía que tan destituida y cautiva y temerosa y
pecaminosa era hasta que el Señor me permitió ver todo lo mejor que
podía tener, en Él.
“No vine a
traer paz, sino espada.”
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Así que
déjenme decir esto con claridad, y que no haya malentendidos: No les
guardo ningún rencor a mis padres ni nada de eso. Sé que todo lo
que sucedió allí fue de parte del Señor, por mi bien, y para
gloria de Su Nombre. Igual que Él endureció a Faraón para liberar
a Israel, así Él endureció los corazones de mis padres para que yo
fuera echada, para ser tomada por Él. Vendrá el día en que el
testimonio que Él ha dado contra ellos también los va a corregir.
Estas
son algunas Escrituras bastante ignoradas, o malinterpretadas como
que significaran otra cosa que lo que claramente dicen. Yo no sabía
su significado hasta que me ocurrió a mí, directamente.
“No
penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para
traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al
hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera
contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El
que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que
ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí; y el que no
toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí. El
que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de
Mí, la hallará.”
(Mateo 10:34-39)
Por la
gracia de Dios, he encontrado vida, en Él. Él ha hecho milagros en
mi vida, liberándome de demonios y pecados, ayudándome a confesar,
a arrepentirme, y a ser libre. Él me ha bautizado con el Espíritu
Santo, y me ha dado dones espirituales. Me ha dado vida y esperanza y
paz que sobrepasa todo entendimiento, más allá de cualquier cosa
que yo hubiera creído posible, y mucho más allá de lo que yo
merecía. ¿Quién soy yo para que Él me escogiera entre mis
semejantes, y me vistiera con gracia y honor?
¡Alabado
sea el Señor! Alma mía, no te olvides de Su gran amor y bondad y
misericordia para con Su pueblo. ¡Gloria a Dios!
Juan
3:31-33
(31)
El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es
terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre
todos.
(32) Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe Su testimonio.
(33) El que recibe Su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz.
(32) Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe Su testimonio.
(33) El que recibe Su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz.
Sara
Vietta Schmidt
Helena,
Montana, USA
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NOTA DEL ADMINISTRADOR:
Resaltados y notas parentéticas no son del autor.
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Sobre este ministerio sugerimos leer la nota introductoria, que pusimos en nuestro primer artículo: http://josemariaarmesto.blogspot.com.es/2015/05/reuniendo-los-escogidos-la-reunion.html
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