¿Creemos en lo que Él dice?
Por naturaleza, ninguno de nosotros le cree. Ninguno de nosotros quiere obedecerle. La mente carnal es enemiga contra Dios, y no se sujeta a la Ley y a la Palabra de Dios.
Todos procuramos evadirla a través de varias maneras ingeniosas.
Algunos niegan que haya un Dios que le hable al hombre.
Otros creen que hay un Dios, pero niegan que haya hablado en Su Palabra.
Otros creen que Él habló, y que la Biblia contiene dentro Su Palabra, pero niegan que toda ella sea Su Palabra.
Otros creen que la Biblia contiene la Palabra de Dios, pero no pueden decirnos cómo buscarla o cómo distinguir Sus palabras, o dónde escuchar Su voz.
Otros la reciben, y reciben sueldos y dignidades por eso mismo, pero niegan su Divino origen e inspiración, y gastan sus energías en destruirla; declarando que sus historias son mitos y leyendas, y viejas fábulas, y sus profecías las imaginativas suposiciones de hombres mortales, o la obra de hombres que vivieron después de sus cumplimientos.
Otros la reciben, pero declaran que en su mayoría consiste de falsificación, y se pasan todo el tiempo criticándola o escribiendo comentarios sobre ella. Ningún tipo de hombres se hallan tan ocupados escribiendo acerca de la Palabra de Dios como estos. Cortan con sus plumas las palabras, justo igual como Joacim las rasgó con su cortapluma.
Otros se contentan en usar la Biblia como un libro para cortar en pedazos, no para encontrarle faltas, sino procurando textos acoplables a sermones y almanaques, o tarjetas de aniversarios, o autoadhesivos; justo como Shakespeare y los poetas la usaron con el mismo propósito.
Otros creen que es inspirada por Dios, pero tienen sus variadas escuelas de pensamientos en cuanto al tipo de inspiración envuelta, y la naturaleza y medida suya.
Otros creen, de hecho, como artículo de fe, que es inspirada, pero sostienen que nadie puede realmente comprenderla, y así se esfuerzan en atribuirse todas las responsabilidades de creerla, sobre la base de su ignorancia.
Otros van un paso más adelante, y, mientras sostienen que, al mismo tiempo que nadie en el mundo puede entenderla, la Iglesia (¡cualquiera que sea el significado de esa expresión pare ellos!) si que puede. Estos procuran protegerse a sí mismos al delegar su responsabilidad de creer a Dios por si mismos, a la Iglesia; y de esta forma, mientras se rehúsan a creer a Dios, ellos creen en el hombre, y devoran tragándose con credulidad todo lo que el hombre pueda decir.
Otros reciben la Biblia, como un buen libro, pero se contentan con aplicarlo a la música; y lo tratan como si fuera un libreto o un oratorio o cantata, o una canción o un solo. De esa manera, para ellos viene a ser un libro donde seguir las palabras, para cuando los intérpretes estén interpre tando la música. Estos son los que reciben el aplauso de los hombres por cantar con gran entusiasmo avisos que ellos mismos ignoran; amenazando con lo que ellos no temen; mandando lo que ellos desobedecen; profetizando lo que ellos no toman en cuenta; y haciendo promesas por las cuales ellos no se inmutan.
Otros la reciben, y la creen hasta un cierto punto y la evalúan, y hasta respetan las Escrituras como la Palabra de Dios, pero no por una Divina o viviente fe, porque su fe no contiene la evidencia de las buenas obras, que se manifiestan solamente en obediencia de fe.
Obediencia de fe es la obediencia que procede de, y es producida por, una fe viviente en el Dios Vivo. En otras palabras, es el acto resultante, como si lo que se ha oído ya fuese verdad.
Nosotros escuchamos, por ejemplo, lo que dice Dios acerca de nuestra condición por naturaleza; que no solamente es que seamos criaturas arruinadas teniendo en cuenta todo lo que hayamos hecho, sino que además somos criaturas arruinadas, teniendo en cuenta lo que somos por naturaleza. ¿Creemos esto? Si lo creemos, entonces actuaremos conformemente, y la creencia nos hace sentirnos tan tristes y miserables, que llegamos agradecidamente a creer lo que nos dice Él, cuando declara que ha provisto un sustituto para el pecador convicto; y que Él ha hecho acepto aquel Único perfecto, en vez de o en lugar del pecador.
Si creemos esto, estaremos en paz con Dios; y nunca más afectados o preocupados acerca de nuestra posición bajo Sus ojos; nosotros ya nada tenemos que hacer, que no sea saber más y más de Aquel Uno, y darle gracias por lo que ha hecho habiéndonos llevado para Su Gloriosa Presencia. Nunca más nos volveremos al viejo lugar del cual hemos sido librados. Ya no le pediremos más veces que nos perdone los pecados de los cuales nos ha librado, porque estaremos siempre regocijándonos en Aquel Uno, en Quien TENEMOS redención a través de Su sangre, el perdón de los pecados (Colosenses 1:14), y al mismo tiempo que le damos gracias por HABERNOS PERDONADO TODOS NUESTROS TRASPASOS (Colosenses 2:13), olvidaremos y dejaremos de lado nuestra vieja ocupación de estar siempre confesando nuestros pecados y orando pidiendo perdón.
¡Estaremos mirando y anhelando seguir solo en frente, al LLAMAMIENTO DE LO ALTO! (Filipenses 3:4).
Seremos libres testigos por y para Él, y cometidos en Su servicio, no ocupándonos más con nosotros mismos, nuestro andar, o nuestra vida. No juzgaremos ya más a nuestros hermanos, sabiendo que el mismo Señor es Quien los halló a ellos también; y que son miembros del mismo cuerpo, y que todos vamos a ser reunidos y llamados desde lo alto. Apreciaremos nuestra comunión con ellos aquí (si es que nos dejan saber que brevemente estaremos juntos con ellos allí, en lo alto).
No solamente sostendremos la preciosa verdad doctrinal asociada con Cristo la Cabeza del Cuerpo único, sino las verdades prácticas asociadas con los miembros de ese Cuerpo.
Procuraremos aprender más y más y más de los propósitos de Dios conectados con el gran secreto concerniente a Cristo y Su Iglesia, y nos introduciremos en todo lo que concierna a Cristo su gloriosa Cabeza.
Tendremos tal comprensión de Su maravillosa sabiduría con la cual ha ordenado todas las cosas, que agradecidamente la preferiremos en vez de la nuestra.
Reconoceremos que Su voluntad, manifiesta y producida de Su eterno propósito, es tan perfecta, que la preferiremos a la nuestra, y desearemos dejar de operar todo lo demás nuestro que nos concernía.
No tendremos que entregarnos o rendirnos a nada. Nada tenemos que hacer ni que ver con ese nuevo miserable evangelio de la ocupación del ego; y, todo lo asociado con su fraseología la dejaremos totalmente de lado, como estando muy por debajo y en un plano completamente diferente de la experiencia Cristiana.
Cristo será nuestro objetivo, y consideraremos o tomaremos o daremos todas las cosas, como perdidas, por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús nuestro Señor. (Filipenses 3:8).
Si este no es el resultado de nuestro creer a Dios, es una prueba positiva de que no tenemos una fe viviente, y que todas nuestras obras buscando santidad no pasan de ser sino obras muertas, porque no obtenemos esta bendita evidencia como el resultado solo de nuestra fe obediente.
Este es el simple examen que tenemos entre las manos.
Sin la Palabra del Espíritu Santo a través del Apóstol Santiago no poseeremos este examen. Pero ahora que lo tenemos, y lo vemos, sería falta nuestra si no nos beneficiásemos de él, y no lo empleásemos para nuestra bendición y paz y descanso.
Si lo empleamos, nos sentiremos extrañamente fuera de armonía con todas las reglas en la moderna Cristiandad, y con todo lo que caracteriza la religión del día actual.
Nos daremos cuenta de que su fraseología y terminología están basadas en un plano más bajo de experiencia. Nos hallaremos a nosotros mismos en desacuerdo y desconectados de muchos de nuestros compañeros creyentes; porque habremos aprendido no de hombre alguno. Habremos dejado perdida y abandonada la religión; pero eso sucederá debido a que habremos sido hallados en Cristo, sabiendo bien lo que significa ser… HALLADOS EN Él.
E.W.BULLINGER
Traducción: Juan Luis Molina
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