LA RELACIÓN EN EL LLAMADO DEL SEÑOR
Puesto que yo deseaba dedicar mi vida a la predicación del evangelio el día en que fui salvo, el Señor me lo recordó al graduarme de la universidad. Pero usé el pretexto de que tenía que ayudar a mi hermano menor a terminar su educación universitaria. Después de que él se graduó, el Señor volvió a recordarme que debía abandonar mi empleo y dedicar todo mi tiempo a la predicación del evangelio. En aquel tiempo sabía que mi destino era entregar mi vida al servicio del Señor. Sin embargo, no tenía suficiente fe para hacerlo.
Después de que la iglesia fue establecida en mi ciudad, todavía conservaba mi trabajo y al mismo tiempo cuidaba de las reuniones. En 1933, un año después de establecerse la iglesia, la obra se extendió mucho; se requería mucho de mi tiempo. Durante las tres semanas entre el 1° y el 21 de agosto, luché mucho con el Señor. Tenía el profundo sentir de que Él me llamaba a abandonar mi empleo para servirle por fe, pero no me atrevía a dar ese paso por falta de fe.
Entre los hermanos que estaban en la iglesia en aquel tiempo, mi hermano menor y yo éramos los únicos que devengábamos un buen salario en nuestros trabajos. Esta fue la razón por la cual nosotros dos nos encargábamos secretamente de la mayor parte de los gastos de la iglesia. Por consiguiente, cuando el Señor me pidió que abandonara mi trabajo, pensé en todos los gastos de la iglesia. Los ingresos de la iglesia se reducirían si yo abandonaba mi empleo, y además otros tendrían que sostenerme a mí. Por eso estaba luchando con este asunto.
Después de tres semanas de luchar con el Señor, no pude seguir adelante; por lo tanto, el 21 de agosto por la noche, después de la reunión de oración, expliqué mi situación a los dos hermanos que tenían el liderazgo y les pedí que oraran por mí. Después de las once de la noche, acudí al Señor y me arrodillé delante de Él en mi estudio.
El Señor me reprendió inmediatamente: “¡Tú tienes un corazón malo de incredulidad que te aparta del Dios vivo!” (He. 3: 12).
Dije en mi corazón: “Tengo que cuidar a mi esposa y a mis tres hijos”. El Señor contestó: “Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas ... y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6: 32-33).
En aquel tiempo entendí que debía dedicarme de lleno al Señor. La falta de fe era el único factor que me lo había impedido. Tuve el sentir de que el Señor estaba allí. Su presencia era tan real que no podía negarla. Pero en ese momento no podía orar. Entonces Él me advirtió: “Si quieres tomar mi Palabra, tómala, de lo contrario, no tienes parte conmigo”.
Inmediatamente después de esas palabras, sentí que el Señor se alejaba. No podía orar; ni siquiera podía decir amén. Las lágrimas brotaban profusamente. Finalmente dije: “Está bien, como Tú digas”. No tenía otra alternativa. A la mañana siguiente, los dos hermanos que llevaban el liderazgo me visitaron y me dijeron que después de orar sintieron que el Señor deseaba que dejara mi trabajo y me dedicara de lleno a servirle a Él.
Un día después, renuncié a mi trabajo y luego fui al correo, donde me esperaba una carta que me habían enviado de Chang-Chun, capital de Manchuria, la cual estaba bajo la ocupación japonesa. Al abrirla, tuve la sorpresa de encontrar la primera invitación que recibí en toda mi vida, pidiéndome que fuese a otra ciudad para hablar del Señor. Recibí esta carta inmediatamente después de mi renuncia. Era una confirmación clara del Señor en cuanto a mi renuncia, y eso me fortaleció y me alentó mucho. Acepté la invitación y fui. Por medio de mi visita se estableció una asamblea allí. El predicador, los ancianos, los diáconos y otros hermanos de la iglesia presbiteriana, unos veinte en total, se volvieron al recobro del Señor, y ese mismo día les bauticé en un río.
Pasé diecisiete días en aquel lugar. Mientras estaba allí, me llegó una carta del director general de la compañía para la cual yo había trabajado, en la que me decían que no querían que yo dejara mi empleo y que me ascenderían y me aumentarían el salario. Esto ocurrió a fines de septiembre. Empecé a considerar el asunto; nuestra compañía tenía la costumbre de dar a los empleados una bonificación al final del año. Me tentaba la idea de trabajar unos tres meses más para poder recibir dicha bonificación, y luego marcharme.
Al regresar a mi ciudad natal, me esperaba una carta de Watchman Nee. Noté que fue enviada de Shanghai. Tenía fecha del 17 de agosto, en medio del período cuando yo estaba luchando ante el Señor. La carta decía: “Hermano Witness, en cuanto a su futuro, me parece que debe servir al Señor a tiempo completo. ¿Qué le parece? Que el Señor le guíe”. Me resulta imposible decir cuán grande confirmación recibí con aquello. Esa breve nota anuló por completo la carta de mi antiguo jefe. Saltaba en mi corazón, y me dije a mí mismo: “Este asunto está solucionado. Aunque alguien me ofreciera el mundo entero, no lo tomaría. Mañana iré a la oficina y le diré al gerente que rechazo su oferta”. Fue exactamente lo que hice al día siguiente. Entonces sentí que debía ir a Shanghai y visitar a Watchman Nee para descubrir por qué me había escrito esa nota precisamente el 17 de agosto.
En Shanghai Watchman me relató lo que pasó. Cuando regresaba de Europa a China, mientras su barco cruzaba el mar Mediterráneo, estando él en su cabina, sintió una carga y oró por la obra del Señor en China, y tuvo el sentir de que debía escribirme una nota para decirme que debía dedicarme al servicio del Señor. Cuando me dijo eso, quedé plenamente convencido de que él estaba totalmente unido al Señor. De lo contrario, ¿cómo podría yo estar a miles de kilómetros luchando con el Señor y él en el Mediterráneo sintiendo la carga de escribirme acerca de este asunto al mismo tiempo? Quedé convencido de que él era un hombre de Dios. El no tenía que pedirme que trabajara con él; yo ya había tomado esa decisión. Tenía que seguirle y laborar junto con él. Este incidente llegó a ser el factor fundamental en la obra en la que ambos trabajamos para el Señor.
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