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LOS VENCEDORES Y LA SALVACIÓN (LOS VENCEDORES Y EL REINO MILENARIO, Introducción y Capítulo I), Arcadio Sierra Díaz

¡¡¡EXCELENTE, NO SE LO PIERDAN!!!
Solo hemos leído dos capítulos, pero con solo esto y tras ver lo que anuncia el índice nos parece que estamos ante un espíritu muy afín, con el que simpatizamos en el Señor. Además hemos visto en la bibliografía que ha mamado el los pechos de Watchman Nee y Witness Lee, entre otros y eso para nosotros es un aval muy significativo. Arcadio muestra una erudición, sabiduría y claridad de conceptos bíblicos que difícilmente se encuentra. Su rostro es apacible y su mirada y sonrisa incipiente susurran quebrantamiento, sosiego y amor. Seguro que nuestros buenos amigos colombianos se alegrarán por este hermano vencedor. (Administrador)


LOS VENCEDORES
Y EL REINO MILENARIO


Por: 
ARCADIO SIERRA DÍAZ
Publicaciones CristianasBogotá, D.C., Colombia, América del Sur
E-mail: 
arcamarina@hotmail.com
Este es el segundo volumen de la trilogía formada además por "La Iglesia de Jesucristo, Una Perspectiva Histórico-Profética" y "Los Concilios Ecuménicos, Glosas al Margen".CONTENIDO

Introducción1. Los vencedores y la salvación
Las tres partes del hombre - Las tres etapas de la salvación - Las tres clases de hombres - La primera promesa
2. Los vencedores y la cruz La carne y la cruz - Pedro y la Cruz - Un Jacob tratado por Dios - ¿Para qué crucificar la carne? - Novedad de vida - Las coronas de los vencedores - La segunda promesa - El vencedor no sufrirá daño de la segunda muerte - La salvación en Hebreos - La gracia y el gobierno de Dios - La muerte segunda3. Los vencedores y el mundo
Las minorías de Dios - El mundo se opone al Padre - El amor al alma - Tercera promesa - El maná escondido
4. Los vencedores y las obras
¿Un evangelio de obras? - La salvación y las buenas obras - Castigo temporal de los creyentes: Tinieblas de afuera - Azotes - La Gehena de fuego - Cárcel - Las cuatro etapas de la obra de Cristo - El vencedor y las recompensas - Jesucristo, el fundamento - Materiales de la construcción - Cuarta promesa - La estrella de la mañana
5. Los vencedores y la justicia
El pecado y los pecados - La justicia de Dios - Nuestra justicia objetiva - Nuestra justicia subjetiva - Quinta promesa - Vestiduras blancas - No serán borrados los nombres de los vencedores - Sus nombres serán confesados delante del Padre
6. Los vencedores y la IglesiaLos vencedores ante el fracaso de la Iglesia
El vino nuevo necesita odres nuevos
La armadura de Dios: El cinto de la verdad - La coraza de justicia El calzado del evangelio - El escudo de la fe - El yelmo de la salvación - La espada del Espíritu - La oración - El manto de la humildad - El amor. - Sexta promesa - Columnas en el templo - El nombre de Dios - El nuevo nombre de Cristo
7. Los vencedores y el Tribunal de CristoEl tribunal de Cristo: a) El tiempo del juicio; b) El lugar del juicio; c) Personas juzgadas.
Tres parábolas de juicio: a) del siervo malo; b) de las vírgenes; c) del siervo negligente.
Las tres etapas de nuestra resurrección: Resurrección del espíritu - Resurrección del alma - Resurrección del cuerpo.
Los vencedores y el traslado de la Iglesia: En cuanto al conocimiento del tiempo del traslado - En cuanto a al tiempo del traslado y a la participación en el mismo: 1. Postribulacionismo, 2. Pretribulacionismo, 3. Los dos raptos. - Diferencia entre la salvación y el reino - Las bodas del Cordero - Séptima promesa
8. El reino mesiánico en la perspectiva profética
Bibliografía

INTRODUCCIÓN

¿De dónde provino la idea de escribir este libro? Desde el año de 1993, el Señor me estuvo inquietando de manera insistente a fin de que escribiera un análisis histórico profético de las siete cartas de Apocalipsis, asunto que el Señor me permitió realizar en mi libro "La Iglesia de Jesucristo, Una Perspectiva Histórico Profética", terminado en 1998. En el capítulo segundo de ese libro, al hacer el análisis de la carta a Esmirna, y particularmente del versículo 11 de Apocalipsis 2, sobre lo relacionado con la promesa del Señor de que los vencedores no sufrirán daño de la segunda muerte, por ser un tema poco conocido en los medios cristianos convencionales, sentí la necesidad de realizar un estudio más profundo y explicativo del asunto. Es más, algunos de los pocos predicadores que conocen este tema, tienden a eludirlo. Pensé que sería posible que muchos lectores desearían profundizar más sobre eso, a fin de percibirlo mejor, y otros sencillamente por el hambre que despierta un tema tan controvertido, pero tan importante y conveniente para nuestro andar con el Señor.

Al leer las siete cartas de los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis, una de las más profundas impresiones que se suele tener es que los vencedores que allí menciona el Señor pertenecen a una clase aparte y encumbrada de creyentes, dotados de ciertos poderes extraordinarios y dones que no tienen el común de los hermanos. Pero, queridos hermanos, el vencedor está lejos de pertenecer a una élite especial de creyentes; al contrario, es el cristiano normal y bíblico; es el apartado del mundo para el servicio y adoración al Señor. Lo que sucede es que en los tiempos que vivimos, se ha laodiceado la Iglesia, y se tiene por normal a los hermanos que se mantienen niños en la fe, inmaduros y carnales. Si con la ayuda y la luz del Espíritu Santo, analizamos detenidamente los textos bíblicos, podemos ver que el vencedor es el creyente consciente de su condición de soldado de Cristo. En Romanos 8 se nos viene hablando de los cristianos normales, espirituales, los guiados por el Espíritu de Dios, predestinados para ser hechos conforme a la imagen de Cristo; de pronto dice en el versículo 37: "
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó".

En Efesios 6:10-18, encontramos la armadura del vencedor, del soldado de Cristo; pero no es otra cosa que la armadura del creyente normal. El Señor no quiere que seamos otra cosa. Nuestra lucha es contra poderosos principados de las tinieblas, con Satanás mismo; y si no estamos vestidos con esa armadura, nuestro andar cristiano es de derrota; y en derrota no podemos apagar los dardos de fuego del maligno. La fe como escudo normal de un verdadero creyente, es la de un vencedor. Es bueno que los demás santos oren por nosotros, y nosotros por los demás santos; pero el escudo de la fe de otro, difícilmente podrá servirme a mí. Si analizas toda esa armadura, verás que nadie puede vestirla por ti.

La Palabra de Dios dice que sin fe es imposible agradar a Dios; de manera que el que obra por fe, es un hijo de Dios normal, no necesariamente un gigante. La lista que aparece en Hebreos 11 es de personas normales iguales a nosotros, que sencillamente le creyeron a Dios, y por la fe alcanzaron buen testimonio. Veo en las palabras del apóstol Pablo, la sinceridad y seguridad de alguien que sabía perfectamente quién era el Señor en quien habría creído; y con esa confianza dice:
"Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe" (2 Ti. 4:6-7).

No es nuestra intención agotar el tema, sino la de contribuir en algo a que muchos de nuestros hermanos puedan experimentar un despertar en muchas verdades bíblicas al respecto, e introducirse en las páginas de las Escrituras, que les estarán guiando a una vida más íntima con el Señor. De ahí que en este corto trabajo abundan las citas bíblicas, muchas veces transcritas casi sin comentario alguno; porque más que nuestras palabras y comentarios, es nuestro interés que nos fijemos en lo que nos dice la Palabra de Dios, y le pongamos toda la atención. La Biblia contiene algunas verdades importantes, fundamentales, y muy poco conocidas, y una de ellas es la relacionada con el tribunal de Cristo para juzgar las obras de la Iglesia. ¿Por qué no es conocida esta verdad? Porque los creyentes le huyen a todo lo que huela a juicio de su conducta; y a fuer de ser esquivada, esta verdad ha sido olvidada en estos tiempos, y se ha vuelto desconocida y terrible. Pero es nuestro deber restaurar las enseñanzas contenidas en este libro y abrir las puertas de estas verdades. Este es el camino de un verdadero vencedor.

Recuérdese, además, que Dios ha hablado por medio de Su Hijo, y todo lo que analizamos a través de este libro es de lo que ha hablado el Señor Jesucristo y predicaron los apóstoles, de lo que quiso el Espíritu Santo que quedara registrado en el Nuevo Testamento acerca de temas tan fundamentales como los vencedores, el tribunal de Cristo, el juicio de las obras de la Iglesia, las recompensas y los castigos y el reino milenial, todo en el marco de lo que la Palabra de Dios llama la doctrina de los apóstoles. Esto no es algo nuevo, pues es algo que está registrado en la Biblia desde los tiempos primitivos de la Iglesia.



Capítulo 1
LOS VENCEDORES Y LA SALVACIÓN
(1a. parte)


Las Tres Partes del Hombre
Para comprender mejor lo que significa ser un cristiano vencedor, es necesario conocer que el hombre está compuesto, no de dos, sino de tres partes: espíritu, alma y cuerpo.

Cuando Dios hizo al hombre, varón y hembra, lo hizo pensando en Su Hijo, y pensando en la Iglesia, porque no era bueno que Su Hijo estuviese solo, sino que tuviese una esposa idónea; Dios hizo al hombre para llegar a tener una familia, un hogar, y edificarse una casa para morar eternamente; y Dios hizo al hombre con un propósito definido y dotado de las partes convenientes para que pudiera cumplir ese propósito. Dios quería que el hombre fuese semejante a Cristo. Dice Génesis 2:7:

"Entonces Yahveh Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vidas, y fue el hombre un ser viviente".

Analizando un poco, tenemos que del polvo de la tierra formó el cuerpo del hombre; en su nariz sopló aliento (hebreo 
neshamaj, viento, espíritu) de vidas (en el original está en plural, jayim), porque al soplar el espíritu y reaccionar con el cuerpo, tuvo origen el alma, y el hombre vino a ser entonces un ser viviente (hebreo nephesh hayah, ser viviente o alma viviente). Por lo tanto, en la regeneración el hombre vino a tener varias clases de vidas: vida biológica (en el cuerpo), vida psíquica (en el alma) y vida zoé o pneumática (en el espíritu), que es la vida divina, la vida increada, la vida eterna que nos dio Dios el día de nuestra regeneración, pues sin la vida del Señor, el espíritu humano existe pero no tiene vida divina. Leemos en 1 Tesalonicenses 5:23:

"Y el mismo Dios os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo".

"Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Heb. 4:12).

En estas citas y en otros lugares de la Biblia, vemos que Dios nos hizo, a los seres humanos, dotados de tres partes o principios bien diferenciados, que son: espíritu, alma y cuerpo; partes con las cuales estamos capacitados para tener relación con Dios y los seres espirituales, conciencia de uno mismo y comunicación con el mundo que nos rodea, respectivamente. Mediante los sentidos del cuerpo biológico y sus operaciones vitales nos comunicamos con las cosas físicas; mediante el alma tenemos conciencia de nosotros mismos, pues en el alma están asentadas el conjunto de funciones psíquicas propias de nuestro ego, y que determinan nuestra personalidad, tales como la mente que genera los pensamientos, la voluntad para tomar las determinaciones, y las emociones, que están relacionadas con el amor, el odio, la tristeza, la alegría, la amargura, el gozo, la introspección, etcétera; es decir, la mente determina lo que pienso, la emoción lo que siento y la voluntad lo que quiero. Mediante el espíritu tenemos comunicación con Dios, cuando somos regenerados por el Espíritu de Dios con base en haber creído en la obra redentora del Señor Jesús en la cruz. Una vez que hemos creído, somos regenerados, nacidos de nuevo en el Espíritu, porque Dios nos hace partícipes de Su vida eterna, de Su naturaleza divina (2 Pedro 1:4), y viene a morar en nuestro espíritu por Su Espíritu. Nuestro espíritu humano, para tener esta relación íntima con Dios, está provisto de ciertas facultades tales como la intuición, la conciencia y la comunión.
El Espíritu Santo mora en el espíritu del creyente. El espíritu humano fue diseñado para que more en él Espíritu de Dios. Dice en Romanos 8:9-10: "Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia". De conformidad con la Palabra de Dios, hemos sido hechos así por el Señor, para que de entre todos los hombres, los que crean en el Señor Jesucristo, los redimidos por la obra del Señor Jesús en la cruz, y resurrección y ascensión, y que componen la Iglesia, sean un templo santo de Dios; y el Señor Jesús está edificando ese tabernáculo entre nosotros los redimidos."¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" (1 Co. 3:16). El Nuevo Testamento habla de la construcción del tabernáculo verdadero. Por ejemplo, Efesios 4:11-12 dice: "11 Y él mismo (Cristo) constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, 12 a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo". En el Antiguo Testamento encontramos un tipo, o una maqueta o figura de este verdadero templo del Señor. Esa figura la encontramos en el tabernáculo, o templo portátil que Yahveh ordenó a Moisés que le hiciera en el desierto; y más tarde en el templo que Salomón le construyó en Jerusalén. En el libro de Éxodo encontramos en detalle la descripción del tabernáculo, el cual constaba de tres partes principales: el Atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo.

Nosotros, la Iglesia, en el Nuevo Testamento somos el verdadero tabernáculo que Dios está construyendo para Su morada eterna. Somos el verdadero templo de Dios. Si comparamos las tres partes del hombre con las tres partes principales del tabernáculo, encontramos sus correspondientes similitudes. Hasta el atrio tenían acceso todas las tribus de los israelitas y aun gentiles prosélitos; era la parte más abierta del templo; corresponde a nuestro cuerpo, que es la parte más externa de nuestro ser, por medio del cual nos comunicamos con todo lo que nos rodea por medio de los sentidos.

Al Lugar Santo del tabernáculo sólo podían entrar los sacerdotes, y es comparado con nuestra alma, que es la parte que le sigue al cuerpo, la cual ya no puede ser penetrada por otros seres; el alma tiene su intimidad, la intimidad de nuestra propia personalidad. En el Lugar Santo del tabernáculo estaba el candelero de oro, la mesa y los panes de la proposición y el altar de oro del incienso. Hasta allí podían entrar los sacerdotes a ministrar al Señor, y ofrecerle aceite, incienso y pan; pero no el resto de los israelitas. En nuestra alma residen, como hemos dicho, nuestra voluntad humana, nuestra mente y las emociones, que caracterizan nuestra personalidad e individualidad, y hasta donde, en condiciones normales, no tienen acceso las demás personas, como sí lo pueden hacer con nuestro cuerpo por medio de los sentidos: vista, olfato, gusto, oído, tacto.

Pero en el tabernáculo había una tercera parte aun más íntima, el Lugar Santísimo, donde estaba el arca del pacto de madera de acacia cubierta de oro por todas partes, y dentro de la cual estaba una urna de oro que contenía un poco de maná, la vara de Aarón que había reverdecido, y las tablas del pacto traídas del Monte Sinaí por Moisés. Encima del arca estaban dos querubines de gloria, que cubrían con su sombra el propiciatorio; es decir la tapa del arca, en donde era ofrecida la sangre de los sacrificios. Estos querubines eran guardianes de la gloria y de la justicia de Dios, y velaban, simbólicamente, que el sumo sacerdote se acercara al propiciatorio no sin sangre. Pero analice el lector las siguientes palabras de Hebreos 9:7-8:

"7Pero en la segunda parte (aquí se refiere al Lugar Santísimo del tabernáculo), sólo el sumo sacerdote (entra) una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo;8dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie".

Al Lugar Santísimo no podía entrar nadie; era el lugar central y más íntimo del tabernáculo; allí sólo podía entrar el sumo sacerdote una vez al año, en el Yon Kippur, el día de la expiación, que era el día décimo del mes séptimo judío. El Lugar Santísimo estaba separado del Lugar Santo por medio de un velo, tipo del velo que separa a los hombres de Dios, y mientras no haya revelación o se quite el velo, el hombre no tiene capacidad para conocer a Dios ni a Su Cristo. En el Lugar Santísimo se manifestaba la gloria de Dios, la Shekiná, la habitación o presencia de Dios. Nuestro espíritu es el Lugar Santísimo de nuestro ser humano, hecho por Dios para Su habitación. Así el Señor lo hace Su habitación corporativa, Su Iglesia. Luego dice en los versículos 9 y 10:

"9Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, 10ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas".

Dice aquí la Palabra de Dios que llegaría un tiempo de reformar las cosas, y que el antiguo tabernáculo es apenas símbolo para el tiempo presente. ¿Símbolo de qué? Del verdadero templo de Dios, Su Iglesia, la vida corporativa de la Iglesia.
Para entender el delicado tema de la doctrina bíblica de la salvación es necesario, pues, hacer una clara diferenciación entre el cuerpo, el alma y el espíritu en el hombre. Si no se hace una clara diferencia sobre esto, la confusión es grande. No confundas el alma y el espíritu. El hombre es un ser tripartito. ¿Cuál es el objetivo de Dios al hacer al hombre compuesto de tres partes? Al respecto la Biblia dice en Zacarías 12:1: "Profecía de la palabra de Jehová acerca de Israel. Jehová, que extiende los cielos y funda la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él". Aparece el espíritu del hombre como si para Dios fuese lo más importante de toda su creación. Va de lo mayor a lo menor: del cielo y su inmensidad concentra su atención en la pequeñez de la tierra, y luego en el espíritu del hombre. El Señor tiene un especial interés en el espíritu del hombre.

El espíritu es el lugar secreto del Señor, donde la luz es Dios; allí el hombre se une y se comunica con Dios. Las funciones del espíritu son: la
conciencia, es decir, la luz y guía de Dios para discernir lo bueno de lo malo, independientemente de todo conocimiento de la mente y opiniones exteriores (Romanos 8:16); la intuición, que se relaciona con la voz y la enseñanza de Dios en el espíritu humano para percibir los movimientos del Espíritu Santo y las revelaciones de Dios (Hechos 18:25); y la comunión, por medio de la cual adoramos y servimos a Dios en el espíritu y tenemos intimidad con Él (Juan 4:23; Romanos 1:9).

El alma es el yo de la persona, pues allí está la sede de su personalidad, dado que es el asiento de la mente (pensamientos), voluntad (facultad de decidir), de donde emana su responsabilidad y su poder de decisión, y las emociones del alma, que son sus afectos, sus sentimientos y sus pasiones; es decir, nuestras simpatías y antipatías. En el alma están todas las facultades que determinan nuestra individualidad y nuestra personalidad. El alma, como sede de la voluntad y personalidad del hombre, enlaza y fusiona al cuerpo con el espíritu, y por medio del alma el espíritu puede someter al cuerpo a su obediencia, a fin de sublimarlo. Pero puede suceder lo contrario, por medio del alma el cuerpo puede atraer al espíritu para que ame al mundo y las cosas que están en el mundo. Pero lo anterior depende de la voluntad del hombre, asentada en el alma.


El cristiano debe tener claridad, y saber diferenciar y separar las funciones del espíritu y las del alma; no confundir, por ejemplo, los meros pensamientos del alma con la intuición del espíritu (Hebreos 4:12). Antes de la caída del hombre, el poder del alma estaba totalmente bajo el dominio del espíritu. El espíritu era el amo, el alma era apenas el administrador, y el cuerpo era el siervo. Esto hay que tenerlo muy presente para comprender todo lo relacionado con nuestra salvación, y la victoria o derrota en el andar con el Señor.


AGRADECEMOS  A  RUBÉN DARÍO DUQUE ESTRADA POR HACERNOS LLEGAR ESTO. SEGUIREMOS PRESENTANDO EL LIBRO POR CAPÍTULOS. ESTÉN ATENTOS.

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