ENTRANDO EN LA TIERRA PROMETIDA
“Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad” (Hebreos 3:19). Solo un pecado impedía la entrada de Israel a la tierra prometida.
Canaán representa un lugar de reposo, paz, fruto, seguridad, plenitud y satisfacción, todo lo que un creyente anhela. Es también un lugar donde el Señor habla claramente a Su pueblo, dirigiéndolos: “Este es el camino, andad en él”. Pero Israel no pudo entrar en la Tierra Prometida a causa de un pecado.
Ese pecado no era adulterio (y la Escritura llama los israelitas una generación adúltera). No era su desenfrenado divorcio (Jesús dijo que Moisés concedió divorcios a esa generación porque ellos eran muy duros de corazón). No era ira, celos, pereza ni murmuración. Ni siquiera era su idolatría secreta.
El pecado de incredulidad impedía que el pueblo de Dios pudiera entrar a Canaán. Por lo tanto, Hebreos nos insta hoy: “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Hebreos 4:11).
He sabido de muchos cristianos que decidieron tomar en serio su caminar con el Señor. Determinaron ser más estudiosos en su Palabra, y ayunaron y oraron con una convicción renovada. Dispusieron sus corazones a aferrarse a Dios en todas las situaciones de su vida. Mientras yo observaba sus vidas, pensaba: “De seguro toda su devoción hará que irradien el gozo. No podrán evitar reflejar la paz y reposo de Dios”.
Pero demasiadas veces, lo opuesto fue cierto. Muchos nunca entraron en el reposo prometido por Dios. Todavía estaban inseguros, inquietos, cuestionando la guía de Dios y preocupados por su futuro. ¿Por qué? Ellos tenían una levadura habitual de incredulidad y toda su devoción y actividades fueron infructuosas por esa razón.
El siervo creyente se aferra a la promesa del Nuevo Pacto de Dios: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:27). Él también se aferra a esta Palabra: “Y le haré llegar cerca, y él se acercará a mí…y los haré andar junto a arroyos de aguas, por camino derecho en el cual no tropezarán” (Jeremías 30:21, 31:9).
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