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DARSE POR VENCIDO PARA SER VENCEDOR, por Juan Luis Molina

......pues mirad hermanos, que no escogió Dios a muchos sabios y entendidos entre vosotros, sino que lo necio del mundo escogió Dios....para avergonzar a los sabios.
(1ª Cor. 1:26-27)



No será fácil dejar trasparecer las ideas en este escrito, que me rondan mis pensamientos. Veo un gran fondo lleno de colores armoniosos en la confusión de estas visiones que ahora son parte de mí, pero sé que no podré, por lo menos ahora, ponerlas en claro todavía por escrito. Es así como el Espíritu nos enseña los asuntos de lo Alto. Muchas veces, va formando dentro nuestro un escenario compuesto de muchas piezas, como un puzzle o rompecabezas, hasta que se hace la "sunnesis".  No que haya visto todo Su escenario, con esta enseñanza que me propongo ahora; sino que huí de la presencia de nuestro Abba Padre para contaros y dejaros ver lo grande que debe ser todo este cuadro, y espero daros algunas lineas con lo que llevo viendo de él hasta ahora! 

Bien se que es solo Jehová Quien sabe muy bien establecer el orden en medio del caos de nuestros pensamientos. Y a mí me sucede que, viendo en mitad de Sus pinceladas lo grande y hermoso que en mí está diseñando, no me pude esperar y salgo dando voces de contento. Así salí corriendo sin saber bien si podré exponeros esta experiencia tan consoladora que llevo rondando dentro, deseando que veáis lo que nuestro Abba Padre está queriéndonos decir!  



Así, pues, espero que sea Él, el propio Jehová y Padre Quien me guíe escribiendo estas líneas ahora, pues ha supuesto para mi, o mejor dicho, está suponiendo, el mayor consuelo de mi vida en Cristo desde que renací. Son tan grandes los escenarios que diviso con este puzzle, que no creo aun ahora que los pueda repetir. Y el Espíritu Santo me dice lo mismo, la misma cosa que me repite muchas veces desde que se me apareció Cristo en mi camino..... "no te preocupes mínimamente ni en absoluto, por dar a conocer lo que YO SOLO te expliqué, porque YO SOY SOLO Quien a cada uno de Mis hijos le explico....lo mismo que te explico a ti". 




Amadísima del cielo y mía:

Es cierto y verdadero que, las mayores sorpresas en la vida del cristiano no se dan cuando renacemos, sino cuando desesperados después de un cierto tiempo a seguir a nuestra regeneración de lo alto, nos damos cuenta por fin de lo que nos va enseñando Dios con Su Espíritu Santo, con Su leche no adulterada por la de los hombres!



Casi todo, por no decir todo lo que pensamos antes de aprender directamente de la unción que ahora tenemos, se derrite o va derritiendo en nosotros; simplemente desaparece a medida que Dios aparece en la faz del Cristo que nos va transformando.

Pensamos que basta creerle a Dios, cuando nos dice por Su Espíritu Santo que ya no vivimos nosotros. Eso es lo más sencillo, porque es cierto que no podemos contradecir lo que nos muestra el Padre a puerta cerrada con nosotros, en la revelación. Bien palpable se hace entonces nuestra muerte. Considerarnos muertos después de recibir esa visión, es lo más fácil que ocurre en nuestras vidas de cristiano. Lo peor viene después.  Muchas veces ahora me digo para mí mismo, a sabiendas de que me escucha Dios: ¿Quién en su sano juicio, si supiera lo que viene envuelto en la revelación, se querría volver para el Cielo?



 Yo encuentro ahora a Dios en medio de mi aflicción y no tanto en el gozo. Encuentro también que mi enemigo, el mas feroz y encarnizado que me asedia, nos es el que habita fuera y está lleno de maldad en las regiones celestes, sino uno que estaba oculto y agazapado dentro, en el interior más oscuro de mi propio corazón. Este enemigo es bien más penoso de soportar que el del aire. Bien mayor de lo que juzgué siempre. Fíjate bien,  ante aquel enemigo invisible y del aire ya de tiempo me abrió los ojos Cristo, y me mostró que, por muy fiero que parezca, muchos más son los que están con nosotros...que los que están de su parte. La serpiente se vuelve un gusano inmundo delante de nuestro Cristo. Pero sin embargo, el enemigo de entre puertas adentro nuestro se engrandece, se hace mayor y no menor como yo juzgaba y enseñé en la Iglesia,  cuando aparece Cristo en nosotros, y se niega rotundamente a toda hora a hacer la voluntad de Dios! 


Fíjate bien amadísima del cielo y mía,  cuando alguno es hallado por Dios por primera vez y se sabe que ha sido salvo, generalmente, se dedica a edificar un muro mental que le sirva de ciudadela, un castillo lleno de almenas que nos parecen inultrapasables; y lo hacemos con el objetivo quimérico de esconder y guardar a Dios dentro nuestro, pensando que así seremos purificados. Levantamos entonces confiados defensas que nos parecen resistentes a nuestros propios ojos, para que nos libren de los asedios de fuera y poder así librar las batallas desde ahora para el Rey que ahora se halla con nosotros. ¿Si Dios es por nosotros, quién contra nosotros? Así juzgamos que será nuestra bendita vida cristiana llena de victorias y coronas de laureles.  Nos convencemos que, a partir de ese momento, con Cristo dentro nuestro y considerándonos ya muertos nosotros, serán nuestros muros un baluarte firme con nuestro Dios, resistiendo nosotros como héroes a todas las pruebas que nos quiera presentar el maligno desde fuera. 


Pero lo que difícilmente queremos ver y nunca confesamos a nuestros hermanos, lo que no se imagina el creyente, construyendo sus muros de piedra que él juzga agradable a Dios, es que dejó dentro de esas paredes que levanta un enemigo bien peor que el de fuera. El Apóstol dice también, después de levantar esos muros: pero hallé en mís miembros una ley que se rebela contra la ley de Dios. Aquí tenemos la misma sorpresa que referí al principio, en la vida del propio apóstol. Si la encontró, si halló esa ley en cierto tiempo, es porque no sabía que la tenía consigo. Igual nos sucede a nosotros.


Es cierto, todos hemos hecho lo mismo, y, cuando los muros de esa ciudad defendida han sido erguidos, cuando pensamos que la paz y seguridad reinarían en nuestro interior por toda la eternidad, entonces,  ¡oh Dios mío! ¡qué deprimente descubierta nos aparece entonces! Porque así nos damos cuenta de que había aquel enemigo espía dentro de los muros, y no solo fuera. ¡Sorratero, fingido, agazapado y maquillado de una aparente piedad! Pero no queremos confesar que es un enemigo que se hallaba dentro de puertas, escondido y semidormido en el interior nuestro, y no de fuera. Vendido al pecado y en servicio del gran Enemigo de Dios. Por eso mismo nos llevábamos todo el tiempo volcando la culpa en los "dardos encendidos" que nos enviaba él de fuera, el Gusano Mor.


Pero así acabamos siempre sin entender nada, y la derrota es mucho más palpable que la victoria, y acabamos juzgando que no sabemos nada, y que ya sabremos todas las cosas cuando vuelva el Amado. ¡Oh Dios mío! que gran confusión es todo esto entonces. Y es verdad, muchos se van a dormir sin resolver este gran conflicto!

Dentro nuestro, y no de fuera, repito señalándolo, se halla el peor de los enemigos.  Es del corazón nuestro que sale el peor de nuestros enemigos, tanto nuestro como de Dios. Bien perdimos nuestro tiempo cuando nos convencimos que el enemigo se hallaba fuera de nuestros muros y no sabíamos esta durísima realidad. Bien perdimos nuestro esfuerzo intentando edificar nuestro castillo. Hermana mía, esta descubierta y cruda y dura revelación es tal vez la peor experiencia que atravesemos los cristianos. Y lo que es peor, no decrece ni mengua la fuerza y el poder de este enemigo de Dios cuando Cristo vive Su vida por nosotros, como nosotros pensamos, sino que, a medida que realizamos, vemos y palpamos a Cristo dentro nuestro, este enemigo se engrandece y va en aumento y supone sin duda alguna el mayor obstáculo para nosotros, aunque no para Dios. Pero aquí se halla un misterio: Dios lo permite y lo deja engrandecerse sobre nosotros, y, cuando no entendemos Su propósito, anulando esta fuerza animal, terrenal y diabólica en nosotros, es porque tiene con él muchas cosas que enseñarnos!



Nada de esto se nos enseña en la Iglesia, lo cual hace más necesaria nuestra total dependencia del Padre, para que nos lo explique a Sus santos ignorantes. ¡Nada de esto hemos oído antes, aunque está escrito en letras gravadas a oro y a fuego! - HAY UN GRAN CONSUELO ENVUELTO EN MISTERIO DENTRO DE ESTA DOCTRINA. ¡Tal vez sea la mayor de las consolaciones del Cristiano, y por eso mismo el Gusano la intenta quitar de nuestros ojos y de las enseñanzas de la Iglesia! 


Aunque la Iglesia entera me condene y me excomulgue con las tinieblas eternas, yo ahora grito a voces más poseído por el Espíritu Santo que endemoniado lo siguiente:


El error más grande del cristiano es pensar que se irá mejorando su vida a medida que Dios se vaya manifestando. Pero la senda del cristiano es una senda hacia abajo primero, y no hacia el cielo como enseñan los evangelistas.

Yo juzgaba, porque así fui enseñado, que sería mi vida un mar de rosas cuando Cristo en mi resucitase, y que nada pararía mi camino al cielo dejándome embalar en algunas manos celestiales..., pero, sin embargo, lo que me sucedió realmente, y no me avergüenzo de confesarlo, lo que en mí interior ocurrió, fue una gran decepción, una enorme monstruosidad mucho más compleja de lo que yo pudiera haberme imaginado.  La palpable evidencia de mi propia caída condición. Ahora, al final de estos años todos pretendiendo ser sabio, pareciera como si Cristo me hubiese sido depositado con solo esta única intención: ¡Que Dios escoge al lisiado de ambos pies, al inútil y al revolcado en el polvo, para hacerlo eficaz, útil y necesario en Su Cuerpo!


Amadísimos miembros cercanos,  hoy estoy persuadido y sé bien que Dios permite esta gran batalla dentro de mí por una simple y lógica razón. Cuando cualquiera de nosotros hemos sido tocados por las cuerdas musicales de Su Amor, caemos en la tentación de querer ser siervos e instrumentos de honra en la Casa de nuestro Padre Dios, y nos olvidamos sencillamente de lo mejor. Lo mejor de parte del Padre es que somos Sus hijos amados a pesar de que seamos los más perdidos pecadores. Sí, es cierto, es verdad que esto mismo dicen muchos cristianos, es el ABC de una vida cristiana, pero hay que extenderse, dicen ellos,  hay que dejar volar al espíritu para que nos lleve a Dios donde habitan todas las prosperidades y cambios del corazón que procuramos. Pero aquí se da la gran contradicción. Así se olvidan de la primera lección. 


Nuestro Dios y Padre no quiere que nos olvidemos ni un solo instante de esta durísima realidad. La conciencia de pecado debe mantenerse constantemente y a toda hora, cuando Andamos en Cristo con nuestro Dios.

Observa bien esto que te digo, y que el Espíritu de Cristo dentro tuyo te dé el entendimiento,  Para demostrarle yo al Padre que no se equivocó conmigo en Su elección, yo juzgaba entonces que le sería agradable a Él, por la mismísima vía que los hombres intentan agradar a sus amos terrenales, serle útil en mi servicio para Él. Esto, aunque parezca bueno y agradable para nosotros, no pasa de ser un engaño de nuestro malvado corazón. Porque nos caemos del todo de la gracia con este constante pensamiento en nosotros. Y, para hacernos ver la cruda realidad que nosotros no queremos ver, surge entonces con un pesado mazo de nuestro propio corazón en toda su poderosa fuerza... nuestra naturaleza de pecado. Entonces nos quedamos abismados. Bien queremos nosotros hacer el bien, pero hallamos la misma ley en nuestros miembros que se encontró el apóstol Pablo: ¡Que el mal se halla dentro de nuestra ciudadela, y no solo afuera! 



Dos caminos podemos emprender entonces, ahora cuando el Espíritu nos da cuenta de esta durísima realidad: primeramente maquillamos nuestra verdadera condición de pecadores y pronunciamos palabras al viento, y nos comportamos como si no existiera mal en nosotros, o en segundo lugar desesperamos completamente de nosotros mismos y nos ponemos del todo en las misericordiosas manos del Padre. 


La primera elección es la que más frecuentemente vemos siempre en el seno de la Iglesia, y por eso, comparándonos con estos hermanos que maquillan su interior, con una aparente piedad dentro de ellos, nosotros nos sentimos miserables, pero sin confesarlo. ¿No te ha ocurrido nunca que, entrando en la reunión de creyentes, te hayas sentido indigno y más pecador que todos los que se hallan a tu alrededor? ¿¡No has seguido la corriente predominante y confesado con todos, gloria al Señor, gloria al Señor!? ¿No has salido de allí como si estuvieras completo a los ojos de los demás, sabiendo en tu interior que saliste mucho más vacío que cuando entraste? Hermano mío, muchos son los que maquillan esta penosa condición y se van al sepulcro como si hubiesen sido "buenos cristianos". 


Esta humillación nuestra no es falsa religión, como yo me había imaginado, sino que nace y crece ese sentimiento del propio Cristo que en nosotros se va formando. A más y más que brille Cristo por nosotros, a más y más veremos de cerca nuestra propia inutilidad! ¿Quién entonces en su sano juicio querrá pasar por esta experiencia?


Pero aunque no se enseñe ni se predique esta condición del cristiano en la Iglesia lo suficiente, ten por cierto, ten por seguro me dice Dios, ¡que por ella pasan todos sin excepción! Lo que ocurre es que, pensando ellos que escondiéndola desaparecerá y me serán más agradables, lo que realmente sucede es que empodrece dentro de ellos. Se infecta y se propaga, dentro de una faz fingida que juzgan ellos los protege.


Pero, ¡oh amada del cielo y mía!!!!!!    Cuando ya cansado de esta durísima batalla interior mía, me di por vencido y no por vencedor, apareció entonces una paz dentro de mí que no era mía. ¡Un descanso y un reposo que llevo tres días sin dejarme dentro!  Y por añadidura, muchas Escrituras que antes mantenía en mi lucha contra mi enemigo, sin saber lo cierto del enemigo interior,  se comenzaron a ver de cerca y llenas de colores. Mucho más palpable y eficaces consoladoras me parecen las Escrituras desde entonces, con mi conciencia de pecado. Cuando alguno por la gracia divina se sabe renacido, consciente o inconscientemente, siempre juzga que "algo bueno" había en sí mismo por haber sido de esa manera escogido por Dios, aunque bien leemos y leemos que Dios nos amó, pero cuando éramos aun pecadores. Y juzgamos que esto del pecado nuestro es una idea "menor" y que habiendo conocido la doctrina que me libró, tenemos muchas otras cosas que aprender dejándola de fuera, pero jamás pensamos que deberíamos mantener esta condición nuestra con nosotros de aquí en adelante. En la Iglesia se enseñan dos cosas: o bien unos se centran en la condenación de su condición de pecadores, y sirven de hazmereir de los incrédulos; o, se propaga a los cuatro vientos que somos más que vencedores, y que nuestra vida debe ser un ejemplo de éxitos y conquistas excelentes y maravillosas, como si el pecado ya no estuviera en nosotros. 


Yo, en mi caso particular, tomé conmigo esta segunda vía, y la conciencia de pecado la tenía escondida sin dejarla salir. Bien patente en mi interior, y sin modificarse nunca, pero como me sentía miserable cada vez que la consideraba, la encerraba a siete llaves dentro de mí y actuaba como si no la tuviera dentro. Ni tan siquiera a Dios se la presentaba, porque eso sería, según lo que me enseñaron en mi iglesia, una vergüenza para Dios, pues Dios ya en Cristo me había librado de ella!   


No hermana mía, no. ¡No y mil veces no! Esta conciencia total y absoluta de pecado no debe desaparecer nunca de nosotros, ni desaparecerá, y nos cabe a nosotros preguntarle al Padre de todos los espíritus para que sirve, de qué vale esta conciencia tan inútil y destructiva en nosotros. Y amada mía, cuando como enfermos desesperados nos dirigimos al hospital divino, después de mucho sufrir intentando ocultar nuestra enfermedad, entonces se nos enseña para lo que vale. Y dice la unción del Santo que vale y sirve y es de... CONFIRMACIÓN. De confirmación verdadera y sana de que, cuando somos débiles, entonces somos fuertes. De que, aquel que se humilla delante de Dios, será el único enaltecido. De que, cuando sabemos y dejamos correr nuestra inutilidad y falta de capacidad, la dependencia total y completa nuestra del Padre se hace mucho más presente. De que, el amor de Dios resalta enormemente, cuando tenemos conciencia despierta de nuestra verdadera caída condición, al recogernos aun así en Sus brazos. Es la vía por la cual Dios, nos desarraiga toda confianza en la carne: ¡¡¡En la nuestra y en cualquiera de los hombres!!!
Aquí comenzamos entonces a darle al Padre Su justo sitio y el que debió tener siempre. Aquí ponemos Su Gloria y misericordia antes que todo lo demás. Aquí nos anulamos completamente a nosotros mismos y nos negamos y tomamos nuestra cruz. Aquí descansamos de obras y servidumbres. ¡¡¡Aquí nos quedamos literalmente como muertos en los brazos de nuestro Dios, y le permitimos desde entonces que se nos dé a conocer!!!



Y aquí se preguntarán muchos, lo mismo que me preguntaba yo ¿no será mejor suponernos ya del todo en Cristo, y vivir como si ya lo hubiéramos recibido todo? ¡No, no, no....y mil veces no! Eso es lo que yo y muchos nos llevamos haciendo treinta años, y aunque no lo confesamos, nos sentimos por dentro miserables. Porque son dos vidas distintas dentro nuestro. Así, de esa manera, negando la evidencia del hombre de pecado dentro nuestro, nos adentramos  en la diabólica "evolución cristiana", y de manera inconsciente juzgamos que se irá engrandeciendo en nosotros, sin tener en cuenta nuestro hombre de pecado. Pero exactamente lo contrario sucede. Primero porque Cristo no puede engrandecerse más en ti, pues ya viene completo, y segundo porque aquel hombre de pecado se rebela siempre y te engaña constantemente, convenciéndote siempre de que tienes seguir "haciendo tu mejor", para que Dios haga Su parte. Este es el demonio que tiene en sus predicaciones la Iglesia, que tú tienes que "hacer tu parte", y juzgas que esconder tu naturaleza de pecado es tu "mejor para Dios", cuando es absolutamente lo contrario. Sin esa conciencia de inutilidad y de pecado, no podrás ver a Dios ni conocerle. Ese "concluir" tú Su obra en ti, es confesar  como si Dios no lo hubiese concluido todo, y como si Dios no hiciese en ti todo, así el querer como el hacer. ¡Así que no, no, no, y mil veces no! Tu mejor es sencillamente que admitas todo lo que te vaya diciendo Dios, y que no te olvides ni lo dejes para atrás, como si fueses apto de conocer "cosas más profundas". Y Dios dice que tú y yo tenemos en nuestros miembros una ley que se rebela contra la Suya. ¡¡¡Siempre!!!

El engaño de la Iglesia es que te enseña que ahora debes seguir adelante, y no darle ya más importancia al "hombre muerto" y te lo demuestran además sus líderes y coordinadores con grandes testimonios, y señales y maravillas del Cristo que dicen que llevan dentro. ¡Así que tú te callas la realidad interna tuya y te maquillas cuando vas a la Iglesia. Pero solo en tu cuarto, encerrada con Dios, te sigues sintiendo del todo el ser más miserable, y cada vez peor! 



Está claro que la otra opción, la de sentirte miserable confesando tu condición pecadora y llenándote de condenación, tampoco es la sana doctrina. Las dos cosas son necesarias, dejar bien presente y consciente tu gran debilidad delante de Dios, y saber que hay un bálsamo de consolación que no permite jamás que se te condene, es la sana doctrina. La pesa justa y cabal que a Dios le agrada.

La conciencia de pecado entonces, no es un dardo del adversario,  sino que se te aparece más palpable cada día para resaltar más y más toda la bondad de Dios, toda Su misericordia, toda Su insondable sabiduría. ¡Y, a medida que tu te vas viendo como Tu Dios te deja ver, amada mía, el gozo y la sanidad entonces van, desde aquí y en adelante... SIEMPRE EN AUMENTO!
(http://mirasoloadios.blogspot.mx/)

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