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LA ORACIÓN, Por E. W. Bullinger


Extracto de “Thinks To Came” – “Las Cosas Por Venir”.
No. 115 ENERO 1904. Vol. X. No. 7.
Trad. Juan Luis Molina

La oración es el propio respirar de la Nueva Naturaleza; así como la Palabra de Dios es su alimento.

En el mundo fisiológico natural, a nosotros no nos concierne ocuparnos con el fenómeno que sucede con la digestión, se hace por sí. A nosotros sólo nos concierne, o cabe de nuestra parte,  la obtención y la toma de nuestro alimento. Es una señal de una condición anormal de las cosas, si es que nos ocupamos con el análisis de nuestra comida, o con el proceso de la digestión.

Pues igual sucede con nuestra respiración. La única cosa que nos concierne con ella, es obtener el aire puro, y respirarlo. Si nos preocupamos con el acto en sí de respirar, rápidamente nos atemoriza que se deje de respirar, porque no nos concierne a nosotros pre-ocuparnos con eso, se hace por sí, natural y espontáneamente.

En todo el tiempo que nosotros no estemos ocupados en ninguna de estas dos cosas, tanto respiramos como comemos, ya que, inconscientemente, cargamos con nosotros las leyes de la fisiología.

Pues así sucede también en el mundo espiritual. Si nos contentamos meramente con analizar y describir la Palabra de Dios, nunca “creceremos en ella”. Si vamos apropiadamente a ser nutridos por ella, debemos efectivamente alimentarnos de ella cada uno por sí mismo. Si no nos dedicamos meramente a escuchar algo acerca de la comida o alimento, ni estamos ocupados en el arte de analizarla en nuestros viejos corazones, entonces,  debemos ser partícipes de ella nosotros mismos,  y dejarla ir digiriéndose interiormente.

Igual ocurre con la oración. Es el respirar de la Nueva Naturaleza. En el momento que nos ponemos a preocuparnos acerca de nuestro respirar, o nos ocupamos nosotros mismos con el acto en si del respirar, en vez de respirar tranquilamente, con el temor, nos hundimos y nos morimos.

De igual manera, cuando sustituimos la consideración de lo que la oración es, o debería de ser; o cómo, debería ser hecha; o si tenemos que buscar palabras apropiadas para expresar la oración, cesa de servir su propósito, y ya no es la causa o efecto de la verdadera vitalidad espiritual.

Respirar es del todo el efecto y la causa de la vida natural.
La oración es la causa y el mantenimiento de la vida espiritual.

Para ser real, debe ser solo el resultado natural de la posesión de la vida espiritual. Debe ser espiritualmente espontánea, y sin el más mínimo plan y designio artificial, de igual forma que nuestro propio respirar.

En el momento que se haga de otra manera, cesa de ser real la oración.
La oración, por tanto, no requiere necesariamente de palabras.
Puede ser sencillamente el respirar de la Nueva Naturaleza (Lamentaciones 3:55, 56), pero siempre es oído.
Puede ser solamente el gemido, como el de Israel en Éxodo 2:23, 24, pero se escucha.
Puede ser simplemente un clamor, como el de David en Salmos 57:2, pero se percibe.
Puede ser solamente un clamor interior, como el de Moisés en Éxodo 14:15, pero es oído y entendido.
Puede ser solo el pensamiento de aquellos que escuchan al SEÑOR (Malaquías 3:16). Pero el Señor lo escudriña y escucha.

En otras palabras, la oración es la ocupación del espíritu con Dios. Tiene que ver con Él.

Eso es por lo que tan a menudo la encontramos a la oración, expresada con la palabra “clamor”.

En el Nuevo Testamento, en todos los lugares donde aparece menos en dos (1ª Timoteo 4:5, y Santiago5:15),  es una de dos palabras: la primera tiene que ver con el poder de Aquel con quien tenemos que tratar todas las cosas; mientras que la posterior señala nuestra propia necesidad deficienciay nos habla respecto a nuestra especial carencia e incapacidad.

Eso es por lo que se nos dice que oremos. No es que Dios precise de nada nuestro. No es que sea ignorante de nuestras necesidades y pensamientos y deseos. Sino que la oración se entiende que es para fortalecernos a nosotros en las situaciones donde no tenemos ayuda posible. Se entiende que es para ponernos delante del Dios poderoso con nuestros rostros en el polvo, confesando que, en nosotros propios, no somos nada y nada poseemos, y nada podemos hacer; sino que nuestra única ayuda se halla en Dios: que, en nosotros propios, no podemos encontrar ni mostrarle a Él mérito alguno, ninguna razón, ninguna causa de por qué deberíamos haber tenido la más mínima de Sus misericordias. Así que todo debe provenir de Dios, para y por nosotros, a través solo de Su pura, libre y soberana gracia. Es decir, no teniendo para nada en consideración nosotros el deber de nuestras oraciones (porque eso sería del todo un fundamento de mérito, y no de fe), sino solamente tenemos en consideración que Él, es el Dios de toda gracia.

Esto lo ilustra maravillosamente David en Salmos 57. El carácter de LA PERSONA ORANDO se ve en las primeras palabras de apertura: Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí. La repetición resalta la profunda necesidad que tenía, y su destitución o carencia de asuntos o cosas espirituales.

Aquellos que conocen el asiento o lugar en donde el acto de orar los ha llevado a ellos, no pueden jactarse de ninguna aportación suya a la gracia, porque Dios no les ha encomendado que se la guarden para ellos. Sino que llegan, y esto es lo que lleva consigo su clamor o gemido:

Nada traigo en mis manos.

Dicen así (Salmo 57:2): ¡Clamaré al Dios Altísimo!

No se trata de implorar, como cuando alguien sabe qué pedir, eso no es lo que aquí tenemos. ¡Los bebés claman y gritan! Sin saber qué pedir. Y ninguna otra súplica es tan fuerte y poderosa para la madre. Tiene que ver sobre todo con Aquel que escucha el clamor de Su gente; el gemido de los oprimidos en el fango y hoyo de la corrupción; el gemido de aquellos quienes son robados y despojados, y han caído en las manos de ladrones. Esto resalta  el  cometido que tiene la oración,   el cuidado y la ayuda del buen Samaritano, el hermano nacido para desgracia, el Sumo Sacerdote que ha tenido compasión del ignorante, y de todos aquellos que se desviaron del camino.

Algunos podrán objetar que han sido puestos muy bajo, pero aquellos que así hayan conocido algo del Dios más alto, estarán ciertamente agradecidos de haber tomado su lugar como hombre, más rebajado.

¡Algunos podrán decir que estamos rebajando al hombre a la posición de las Bestias! Pero no es así, es peor que eso, y vamos más lejos: El hombre Caído se hundió y llegó más bajo que el nivel de las bestias. Fíjese bien hermano mío,  las “bestias” pueden ser domadas por el hombre; pueden ser útiles y obedientes; pero el “hombre” caído por naturaleza es enemigo de Dios. No se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede (Romanos: 8:7): es decir, nada es en sí mismo, ¡pero la gracia puede buscarle y tratar con él, y transportarlo a Su Reino!

De Israel dijo Jehová:
El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel en cambio no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento. (Isaías 1:3).

¡Otros bien pueden objetar y decir que estamos tomando a los hombres por  meros robots o máquinas! ¡Pero eso no es decir ni mitad de lo que es cierto!

El hombre no es ni la mitad de provecho que “las máquinas”. Observe una maravillosa y complicada pieza de maquinaria. Mire cuán maravillosa, perfecta y exquisitamente lleva a cabo infaliblemente la voluntad de quien la diseñó. Mire cuán exactamente cumple su marcado designio y planificación. ¿En qué podríamos comparar al hombre con esto? ¿Dónde se hallaban nuestros primeros padres?  ¿Y dónde ha llegado desde entonces el hombre, con toda su educación y religión? ¿Ha llevado alguna vez con esas cosas suyas a cabo la voluntad del Creador? ¡Claro que no! El hombre está hecho de un barro ruin, y no con el material de una máquina. Él hombre no pasa de ser sino una máquina quebrada y estropeada, un gran montón de chatarra, una caña cascada, y sus bandos, y deseos, inútiles serán siempre e incapaces e inútiles de cumplir la voluntad de Su Hacedor.  

Los pecadores salvos, que han venido a ponerse debajo del poder invencible de la gracia de Dios, han descubierto su propia inutilidad y la gloria de la faz de Dios. Se han dado cuenta de su propia desesperada situación. Estos conocen bien algunas cosas de las embestidas de Satanás, el odio del mundo y la enemistad de la carne, y dicen con David: Clamaré al Dios Altísimo.

Así se les ha revelado, que Aquel Quien está ahora a la derecha del Dios más Alto, por causa de ellos, se rebajó hasta lo más bajo como hombre: llegando a ser como el buen Samaritano, haciéndose igual que él (el perdido) era; atendiendo él solo todos sus cometidos, los del caído; y providenciando y asegurando todas las benditas necesidades para él.

El Dios Altísimo que me favorece, que cumple todas las cosas por mí, dice David. Observe que favorece se halla en itálico (en la Vers. Inglesa). La elipsis u omisión se deja en blanco para que cada uno encuentre allí la falta, de acuerdo a su necesidad. Es como en Salmos 138:8: que dice que  Jehová cumplirá, o perfeccionará, Su propósito es decir, todo aquello que a mí me concierne.

Varios traductores han rellenado el hueco en blanco con las palabras de acuerdo a sus propias ideas. Uno de ellos suple el hueco con la palabra “propósito”; otro, “Su misericordia”; otros, “Sus promesas” o, “mis deseos”, o “me favorece” (trad. Reina- Valera). Lutero suplió con “mis pesares”.

Pero no tenemos necesidad alguna de rellenar nada de lo que Dios deja en blanco. Si suplimos la elipsis con algo nuestro, vamos a dejar de fuera todas las demás cosas. Una buena palabra para suplirla hubiera sido, la palabra propia del Salvador: Y todo lo que pidiereis (Juan 14:13)…yo lo haré.

Y observe bien, que no dice, os capacitaré para que lo hagáis vosotros. ¡No! Sino que es mucho mejor que eso: yo lo haré. Es Dios en Cristo en mi, el que cumple todas las cosas por, y en mí.

Muchos creyentes pretenden y se ocupan enteramente en cumplir sus propios asuntos  por ellos mismos, ¡y piden solo un poco de ayuda que les capacite para lograrlos! Otros solamente quieren que Dios cumpla y perfeccione ciertas y definitivas cosas por y para ellos. Así es como limitan a Dios.

¡Oh Dios mío! ¡Cuántos y cuántos no hay todavía hoy en día, caídos en el mismo pecado de Su pueblo Israel, cuando así limitan estos y limitaron aquellos al Santo y Único de Israel!

¡Qué trampa tan grande es esta! Solamente vemos una senda de ayuda y bendición, o liberación: y por esa única vía que vemos “nosotros” es la que pedimos. No queremos ni tener en cuenta las demás de Dios.  Nosotros no sabemos cuántos caminos mejores tiene el Señor en Su infinita sabiduría. Solo conocemos un camino, y con ese camino que torpemente vemos “nosotros”, le limitamos a Él, y se lo pedimos insistentemente, para nuestro propio obstáculo y daño. 

¡Oh, hermano mío,  dejemos de una vez por todas de limitar al Santo y Único de Israel!

La oración se entiende que debe ser para que nos humillemos, y nos pongamos en el asiento más bajo posible delante del Dios más Alto, y cuando nosotros, queremos sacar lo mejor de la vieja naturaleza, lo que realmente hacemos es cambiar aquel “bajo estrado” y lo convertimos en un trono,  desde el cual le demandamos a Dios lo que debe, y no debe hacer, tanto por nosotros como por los demás, de acuerdo a nuestro mejor:  ¡Pero así, desde ese trono nuestra carne lo que hace es que Le ordena y Le dice a Dios lo Qué tiene  qué hacer… en el hogar, o en África, o en India, o en China!

Nosotros, que no podemos llevar a buen Puerto nuestros asuntos – (puesto que ninguno de nosotros los ha mejorado como Le plació a Él solucionarlos)no dudaríamos a la hora de tomar para nosotros los asuntos del universo, y de pedir porque todo se realice aquí y allí. ¡No haríamos menos que eso, si fuésemos omniscientes!...!Pero es que no lo somos ni tan siquiera podemos!

Y si alguno ahora nos pregunta por qué no somos “específicos en nuestras oraciones”, nosotros replicamos  - ¡que así haríamos si fuésemos omniscientes!  Así haríamos, si no tuviésemos pánico de limitar al Infinito, Todopoderoso, Dios.

¡Oh, cuán grande bendición es tener que tratar todas las cosas y asuntos con, y dejarlas todas en,  el Dios Altísimo!, El Dios que perfecciona y lleva a cabo todas las cosas por mí. ¡El Dios, que conoce y sabe muy bien lo que es mejor!

¡Si supiésemos alguna cosa de Su infinita sabiduría, de Su poder, de Su infinito amor, no nos ocuparíamos tanto con lo que nos rodea a nosotros; sino que estaríamos a todas horas clamando al Dios Altísimo, para que llevase a cabo y cumpliese sólo Él Su voluntad por nosotros, y que hiciese lo que Le diese la gana a Él, sin dejar nada de nuestro lado! Y es que este, no es algún punto que hayamos por fin esperanzadamente alcanzado; sino que es el punto desde y por donde deberíamos comenzar, el lugar más bajo. Nadie se puede imaginar cuál es el bendito final, y el resultado de paz y descanso que resulta, al comenzar desde ese punto de partida. Nadie se imagina ni se da cuenta de la plenitud del significado envuelto en la posición, de que Dios es el que perfecciona todas las cosas por mí, ni se dan cuenta de las palabras del Salvador cuando diceyo lo haré.

El asiento más bajo es el lugar desde donde escucharemos Su voz diciendo:
Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala (Zacarías 3:4).

Cuando así nos limpia y nos reviste, cantamos sin remedio y a voz en cuello: Me vistió con vestiduras de salvación (Isaías 61:10).
Cuando desmayamos por el camino, escucharemos Su palabra: Me hará descansarAderezas mesa delante de mí… (Salmos 23:2, 5).

Cuando nuestro corazón está endurecido, nos acordaremos  que Dios ha enervado mi corazón y me ha turbado (Job 23:16); Cuando vemos nuestra inutilidad e incapacidad, nos acordaremos y diremos: Jehová, Señor, Tú nos darás paz, porque también hiciste en nosotros todas Tus obras. (Isaías: 26:12).

Cuando, al igual que Mefi-boset (2ª Samuel 9), nosotros también habitemos en la tierra donde no hay pastos (Lodebar) y anhelemos ardientemente la presencia y el favor del Rey, entonces recordaremos la palabra, que está escrita: ¡Entonces el Rey David, ENVIÓ  A BUSCARME!

¡Oh! ¡Cuán grande y alto Dios Altísimo es nuestro Dios! el Dios que perfecciona todas las cosas por nosotros. El Dios de toda Gracia.

¡Gracia que envió por nosotros y mandó a  buscarnos!
¡Gracia que nos limpió y nos revistió!
¡Gracia que nos trajo acamados y nos transportó!
¡Gracia que nos alimenta y llena de satisfacciones!

Verdaderamente, bien podemos decir con David, Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que cumple y perfecciona todas las cosas…por mí.

E.W. Bullinger


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