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VIVIR POR LA FE (Lecciones de la genealogía del Señor), Witness Lee

ESTUDIO-VIDA DE MATEO

MENSAJE DOS

LOS ANTEPASADOS Y LA CONDICION DEL REY

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3. AbrahamVivió por la fe

Hebreos 11:8 dice que Abraham fue llamado, y que respondió por la fe al llamamiento. Luego, en el versículo 9 se dice que él también vivió en la buena tierra por la fe. Abraham, habiendo sido llamado por Dios, no sólo fue justificado por la fe, sino que también vivió por la fe. Puesto que había sido llamado por Dios, no debía vivir y andar por su propia cuenta, sino por la fe. Para poder vivir por la fe, Abraham tenía que rechazarse a sí mismo y olvidarse de sí mismo, o sea, tenía que hacerse a un lado y vivir por otra Persona. Todo lo que era por naturaleza él tenía que echar a un lado.
Si comparamos Génesis 11:31 y 12:1 con Hechos 7:2-3, vemos que cuando Dios llamó a Abraham en Ur de los caldeos, éste era muy débil. Abraham no tomó la iniciativa para salir de Babel, sino que su padre Taré fue quien lo hizo. Esto obligó a Dios a quitarle el padre a Abraham. En Génesis 12:1 Dios volvió a llamarlo, diciéndole que saliera no sólo de su país y su parentela, sino también de la casa de su padre, lo cual significaba que no podía traer a nadie consigo. Pero de nuevo, Abraham al igual que nosotros, era débil y llevó consigo a Lot, su sobrino (Gn. 12:5).
¿Qué es lo que constituye un Abraham? Un Abraham es alguien que ha sido llamado a salir de donde está, alguien que no vive ni anda por su propia cuenta. También es alguien que abandona y olvida todo lo que tiene por naturaleza. Esto constituye precisamente el mensaje del libro de Gálatas. El capítulo 3 de Gálatas dice que somos los hijos de Abraham y que debemos vivir por la fe, y no por las obras. Gálatas 2:20 dice que vivir por la fe significa que “ya no vivo yo, mas vive Cristo”. Yo, o sea, el yo natural que provino del linaje caído, ha sido crucificado y sepultado. Así que, ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. Así es un Abraham. Si somos judíos auténticos, los verdaderos descendientes de Abraham, debemos dejarlo todo y vivir por la fe. Debemos olvidarnos de todo lo que podemos hacer y rechazar todo lo que somos y tenemos por naturaleza. Esto no es fácil.
Los cristianos tienen en alto a Abraham; pero en realidad, no debemos apreciarlo excesivamente. El no fue sobresaliente. Fue llamado, pero no se atrevió a salir de Babel; fue su padre quien lo sacó. Esto le obligó a Dios a quitarle su padre. Luego Abraham contaba con su sobrino, Lot. Después, confió en su criado, Eliezer (Gn. 15:2-4). Parece que Dios le decía: “Abraham, no me gusta ver que tu padre esté contigo. No me agrada que tu sobrino esté contigo, tampoco me complace que Eliezer esté contigo. Quiero que no tengas a nadie de quien puedas depender. Tienes que contar conmigo. No dependas de ninguna otra cosa ni de lo que tengas por naturaleza”. Esto es creer en Dios, andar en El y vivir por El. Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.
Si somos judíos auténticos, entonces somos los verdaderos Abrahamnes. Debemos creer en el Señor para ser Abrahamnes. Creer en el Señor equivale a asociarse con El. Abraham fue llamado a dejar el linaje caído y a asociarse con el Señor. Todos los hijos de Abraham, de igual manera, deben asociarse con Cristo. “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois”. En otras palabras, si somos linaje de Abraham, pertenecemos a Cristo y somos asociados con El. Si queremos asociarnos con Cristo, es necesario que nos rechacemos y tomemos a Cristo como nuestro todo. Esto es creer en Cristo, y esta fe es justicia ante los ojos de Dios. No intente hacer nada. Simplemente crea en Cristo.
Al linaje caído siempre le gusta hacer algo, obrar y esforzarse en algo. Pero Dios dice: “Salid de eso. Sois el linaje caído. ¡No intentéis, no hagáis y no obréis más! Olvidaos de vuestra vida pasada. Olvidaos de quienes sois, lo que podéis hacer y lo que tenéis. Olvidadlo todo y poned toda vuestra confianza en Mí. Yo soy vuestra buena tierra. Vivid en Mí y por Mí”. Así son los verdaderos Abrahamnes, los verdaderos gálatas. Como hijos de Dios, ellos confían en El y se olvidan de sí mismos. Estos son los que constituyen la genealogía de Cristo. Todos debemos ser así, como Abraham; es decir, debemos olvidarnos de nuestra vida pasada, abandonar todo lo que somos y tenemos y poner nuestra confianza en Cristo, nuestra buena tierra. Hoy nuestro andar y vivir debe realizarse por la fe en Cristo. Si es así, entonces, como herederos de la promesa de Dios, es decir, como los que heredamos la promesa del Espíritu, participaremos de Cristo, quien es la bendición de Dios.
En cierto momento el Señor le pidió a Abraham que ofreciera en holocausto a Isaac, quien Dios le había dado según Su promesa (Gn. 22:1-2). El Señor se lo había dado a Abraham, y ahora Abraham tenía que devolvérselo. El Señor le había mandado echar a Ismael (Gn. 21:10, 12); ahora le mandó matar a su hijo Isaac.

¿Puede usted hacer esto? ¡Qué difícil es esta lección! No obstante, esta es la manera de experimentar a Cristo. Tal vez el mes pasado o la semana pasada usted haya experimentado a Cristo de una forma particular, pero hoy el Señor dice: “Dedica esa experiencia. De verdad experimentaste a Cristo, pero no debes guardar la experiencia”. De nuevo, la lección consiste en esto: nunca confiarnos en lo que tenemos, ni en lo que Dios nos ha dado. Si Dios le ha dado a usted algo, debe devolverlo a El. Esto es andar diariamente por la fe. Andar en la presencia del Señor por la fe significa que no retenemos nada, ni siquiera las cosas que Dios nos da. Los mejores dones, los que el Señor nos ha dado, deben devolvérsele a El. No retenga nada en que pueda confiar; siempre dependa solamente del Señor. Abraham lo hizo. Finalmente vivió y anduvo en la presencia de Dios exclusivamente por la fe.


E. Isaac

Mateo 1:2 dice: “Abraham engendró a Isaac”. ¿Cuál es el punto que más se destaca con respecto a Isaac? Pues Isaac nació por medio de la promesa (Gá. 4:22-26, 28-31; Ro. 9:7-9). Nació como el único heredero (Gn. 21:10, 12; 22:2a, 12b, 16-18), y heredó la promesa de Cristo (Gn. 26:3-4).
Dios le había prometido a Abraham un hijo. Sara, deseando ayudar a Dios con el cumplimiento de la promesa, le propuso algo a Abraham. Parece que Sara dijo: “Escucha, Abraham, Dios te prometió una simiente, un heredero de esta buena tierra. Pero, ¿no te ves?, ¡tienes casi noventa años! ¿Y no me has visto? ¡Soy demasiado vieja! Me es imposible dar a luz a un niño. Debemos hacer algo para ayudar a Dios a cumplir Su propósito. Tengo una sierva llamada Agar. Es buena gente. Sin lugar a dudas podrías tener un hijo de ella” (Gn. 16:1-2). Esto muestra el concepto natural, el cual es muy tentador. Muchas veces, tenemos en nuestro concepto natural algunas sugerencias que nos sacan del espíritu. A veces según nuestro concepto natural decimos: “Esta fuente es buena. Hagámoslo de esta manera”. ¡Pero tal propuesta ciertamente nos alejará de la promesa de Dios!
Abraham aceptó lo que Sara propuso (Gn. 16:2-4) y el resultado fue Ismael (Gn. 16:15). ¡El terrible Ismael está todavía con nosotros! Llevar a cabo lo que Sara propuso no sirvió de ayuda para Dios; al contrario, le estorbó a Abraham impidiendo que cumpliese el propósito de Dios. Este no es un asunto insignificante.
Aprendemos de lo anterior que, como linaje llamado, todo lo que hacemos por nuestra propia cuenta resulta en Ismael. Todo lo que hagamos por nuestra propia cuenta en la vida de iglesia, incluso en la predicación del evangelio, sólo producirá a Ismael. ¡No produzcamos un Ismael! ¡Tenemos que llegar a nuestro fin! ¿No cruzó usted ese gran río, el Éufrates? Cuando fue llamado de Babel, cruzó ese gran río y allí fue sepultado. Allí llegó a su fin. No viva por su propia cuenta ni haga nada por sí mismo. Más bien, debe decir: “Señor, no soy nada. Sin Ti, nada puedo hacer. Señor, si Tú no haces algo, yo tampoco haré nada. Si tú descansas, también yo descansaré. Señor, en Ti pongo toda mi confianza”. Decirlo es fácil, pero en nuestra vida diaria es difícil practicarlo.
Recordemos qué es un Abraham: es alguien que ha sido llamado y que no hace nada por su propia cuenta. Dios tuvo que esperar hasta que Abraham y Sara terminaran (Gn. 17:17; véase Ro. 4:19). El esperó hasta que la energía natural de ellos se agotara, hasta que llegaron a comprender que les era imposible engendrar un hijo.
Abraham quería que Ismael se quedara con él; deseaba depender de él. Sin embargo, Dios rechazó a Ismael (Gn. 17:18-19). Nosotros también queremos guardar nuestra propia obra y depender de ella, pero Dios no la acepta. Finalmente, Dios le pidió a Abraham que echara a Ismael y a su madre (Gn. 21:10-12). Para Abraham era algo difícil de hacer, pero tenía que aprender que no debía seguir viviendo por su propio esfuerzo, sino que debía dejar de esforzarse y no hacer nada por su propia cuenta. El tenía un hijo, pero debía renunciar a él. Esta es la lección que vemos en Abraham y también en el libro de Gálatas.
Participar de Cristo requiere que nunca contemos con nuestros esfuerzos ni con lo que podemos hacer. Así como Ismael impedía que Isaac heredara la promesa de Dios, así también nuestros propios esfuerzos u obra siempre impedirán que participemos de Cristo. Es necesario que renunciemos a todo lo que somos y a todo lo que tenemos y que confiemos en la promesa de Dios. Tenemos que renunciar a todo lo relacionado con nuestra vida natural; de otro modo, no podremos disfrutar a Cristo. Después de que nuestras fuerzas naturales se hayan agotado, la promesa de Dios vendrá. Después de haber sido echado Ismael, Isaac tuvo el pleno derecho a participar de la bendición de la promesa de Dios. El abandono a nuestros esfuerzos naturales, la renuncia a lo que podemos hacer o a lo que hemos hecho, es “Isaac”, o sea, la herencia de la bendición prometida por Dios, la cual es Cristo. Hemos sido bautizados en Cristo (Gá. 3:27). Habiendo sido terminados en Cristo, ahora somos Suyos, y El es nuestra porción. Por consiguiente, somos descendientes de Abraham, el linaje llamado de Dios, y herederos según Su promesa (Gá. 3:29).
¿Qué constituye a un Isaac? Isaac es el producto de vivir y andar por la fe. Esto es Cristo. Isaac tipifica plenamente a Cristo en el sentido de heredar todas las riquezas del Padre. Todos debemos experimentar a Cristo de tal manera; es decir, no por el hacer, ni por nuestros esfuerzos ni por el afán, sino simplemente confiando en El. Nuestra confianza en El producirá a Isaac. Sólo Isaac es el verdadero elemento de la genealogía de Cristo. No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos de la promesa son contados como descendientes (Ro. 9:7-8). Por lo tanto, Dios consideraba a Isaac como el único hijo de Abraham (Gn. 21:10, 12; 22:2a, 12b, 16-18), el único que heredaría la promesa con respecto a Cristo (Gn. 26:3-4).

Somos el linaje de Abraham hoy, pero ¿andamos en el camino de Ismael o vivimos como Isaac? Andar por el camino de Ismael es cumplir el propósito de Dios por nuestros propios esfuerzos y obras. En el camino de Isaac nos introducimos en Dios, confiando en El para que El haga todo por nosotros a fin de cumplir Su propósito. ¡Qué diferencia tan grande entre estos dos caminos! Ismael no tiene nada que ver con Cristo. Todo lo que nosotros hagamos, todo lo que intentemos realizar por nuestra propia cuenta, no tiene nada que ver con Cristo. Necesitamos a Isaac. Si queremos conseguir a Isaac, tenemos que echar a Ismael, detener nuestra obra y entregarnos a la operación de Dios. Si permitimos que El cumpla Su promesa para nosotros, entonces tendremos a Isaac.

G. Judá

Mateo 1:2 también dice: “Jacob engendró a Judá y a sus hermanos”. Rubén fue el primer hijo de Jacob. El debería haber recibido la porción del primogénito, la cual era la primogenitura. Esta incluye tres elementos: la porción doble de la tierra, el sacerdocio y el reinado. Aunque Rubén era el primer hijo, perdió la primogenitura por su contaminación (Gn. 49:3-4; 1 Cr. 5:1-2). Como resultado, la porción doble de la tierra le fue dada a José, probablemente por causa de su pureza (Gn. 39:7-20). De los hijos de Jacob, José era el más íntimo con él y aquel que era conforme a su corazón (Gn. 37:2-3, 12-17). Cada uno de los dos hijos de José, Manasés y Efraín, recibieron una porción de la tierra (Josué 16 y 17). Así que, por medio de sus dos hijos José heredó dos porciones de la buena tierra.
La porción del sacerdocio de la primogenitura le fue dada a Leví (Dt. 33:8-10). Leví era, en gran manera, un varón conforme al corazón de Dios. Con el fin de cumplir el deseo de Dios, Leví olvidó a sus padres, a sus hermanos y a sus hijos y sólo se ocupaba del deseo de Dios. Así que, recibió la porción sacerdotal de la primogenitura.
El reinado, otra porción de la primogenitura, le fue dado a Judá (Gn 49:10; 1 Cr. 5:2). Al leer Génesis, vemos la razón de esto. Cuando José pasó por los sufrimientos causados por la conspiración de sus hermanos, Judá lo cuidó (Gn. 37:26). También cuidó a Benjamín mientras éste sufría (Gn. 43:8-9; 44:14-34). Creo que debido a esto el reinado pasó a Judá.
En la actualidad somos “la iglesia del primogénito” (He. 12:23). Nuestra primogenitura también se compone de estos tres elementos: la porción doble de Cristo, el sacerdocio y el reinado. Nosotros estamos en Cristo y podemos disfrutarle al doble. También somos sacerdotes y reyes de Dios. Sin embargo, muchos cristianos han perdido su primogenitura. Son salvos y nunca van a perecer, pero han perdido su porción extra de Cristo. Si queremos disfrutar la porción extra de Cristo, tenemos que guardar nuestra primogenitura.
Todos los cristianos han nacido de nuevo como sacerdotes (Ap. 1:6). Pero hoy en día muchos han perdido su sacerdocio. Debido a que han perdido su posición como sacerdotes que oran, les es muy difícil orar. Si queremos guardar nuestro sacerdocio, debemos ser como los levitas y olvidarnos de nuestros padres, de nuestros hermanos y de nuestros hijos, y ocuparnos únicamente de los intereses de Dios. El deseo de Dios debe ser primero, y no los deseos de nuestras familias. Si el deseo de Dios ocupa el primer lugar en nuestros corazones, entonces tendremos intimidad con El y guardaremos nuestro sacerdocio.
Todos los cristianos también nacieron de nuevo como reyes (Ap. 5:10), pero muchos han perdido el reinado.
Cuando el Señor Jesús regrese, los vencedores estarán con El y serán los sacerdotes de Dios y los que reinan juntamente con Cristo (Ap. 20:4-6). Al mismo tiempo, disfrutarán de la heredad de esta tierra (Ap. 2:26).
Hebreos 12:16-17 nos advierte que no debemos perder la primogenitura como lo hizo Esaú. “A cambio de una sola comida” Esaú “entregó su primogenitura”. Después se arrepintió de haberla vendido a un precio tan bajo, pero no pudo recobrarla. Todos necesitamos estar alerta. Tenemos la debida posición para poseer la primogenitura e incluso ya la tenemos, pero el guardarla depende de si nos mantenemos apartados de lo profano y no nos contaminamos. Hemos visto que Esaú perdió su primogenitura porque era profano y Rubén perdió su primogenitura por causa de su contaminación. Pero José heredó la porción doble de la tierra por su pureza; Leví obtuvo el sacerdocio por haberse separado absolutamente de todo lo demás y por haberse apartado para con el Señor; y Judá recibió el reinado por haber cuidado a sus hermanos afligidos. Necesitamos mantenernos puros para poder disfrutar de la porción extra de Cristo; es menester que nos separemos absolutamente de todo lo demás y que nos apartemos para el Señor con un corazón que se ocupe del deseo del Señor más que de cualquier otra cosa; es preciso que cuidemos con amor a nuestros hermanos afligidos. Si somos así, sin lugar a dudas guardaremos nuestra primogenitura. La porción extra del disfrute de Cristo, el sacerdocio y el reinado, serán nuestros. Incluso hoy en día podemos disfrutar a Cristo en medida doble. Podemos orar, gobernar y reinar. Luego, cuando el Señor Jesús regrese, estaremos con El disfrutando de la heredad de esta tierra. Seremos sacerdotes que tienen contacto con Dios todo el tiempo y reyes que rigen al pueblo.
Debido a que Judá obtuvo la porción de la primogenitura que está relacionada con el reinado, él produjo al Cristo real (Gn. 49:10), a Cristo el Victorioso (Ap. 5:5; Gn. 49:8-9). “Porque evidente es que nuestro Señor surgió de la tribu de Judá” (He. 7:14).

Abraham, Isaac, Jacob y Judá están asociados con Cristo. Si tenemos la vida de estas generaciones, es decir, la fe de Abraham, la heredad de Isaac, las experiencias bajo la mano de Dios por parte de Jacob y el cuidado amoroso de Judá, entonces nosotros estamos asociados con Cristo en Su genealogía.

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