EL SEÑOR MI ACREEDOR, Octavius Winslow




"¿Cuánto debes a mi amo?"
Lucas 16:5

No hay más grande deudor en el universo que el creyente en Jesús. El hombre natural le debe a Dios mucho —diez mil talentos— pero el hombre regenerado le debe a Dios diez mil veces más —una deuda de amor, gratitud y servicio que cual cifra más elevada no se puede calcular, o pagar en la más extensa eternidad. Es muy sano mantener en mente constantemente nuestra deuda para con Cristo. Somos propensos a olvidarla.

Somos tentados en ocasiones a imaginar que, algún pequeño servicio de amor, o acto de obediencia, o época de sufrimiento, ha anulado, en cierta medida, la inmensa obligación que tenemos hacia Dios; no, más aún, estamos tentados incluso a apreciar el engaño que, por este mismo sacrificio de nuestra parte de servicio de abnegación y tenacidad en el sufrimiento, ¡En efecto hemos hecho al mismo Señor nuestro deudor! Pero esto no siempre será el reflejo de una mente verdaderamente espiritual y un corazón que ama a Cristo; de uno que, en vista de lo que Jesús ha hecho por él —el Infierno de donde es rescatado, y el Cielo al que es elevado— exclama:
“Si todo el reino de la naturaleza fuera mío,
ese sería un presente demasiado pequeño.
Amor tan sublime, tan maravilloso,
Que demanda mi alma, mi vida, mi todo”.
Le debemos a Jesús amor supremo, obediente y abnegado. ¡Oh, si hay un ser en el universo de quien debe ser, sin ninguna exageración, el afecto de amor de cada latido de nuestros corazones es JESÚS! Esta suprema  concentración de amor en un objeto no supone ninguna ruptura de lazo, o disminución de cariño hacia los demás. Hay un amor propio, natural y adecuado; hay amor conyugal, santo y profundo; hay amor paterno, tierno y duradero; y hay un amor filial, ordenado y galardonado por Dios —todos estos lazos de afectos pueden existir en armonía con un amor supremo hacia Jesús, que, si bien se los reconoce y consagra, este se eleva por encima, trasciende y los opaca como el sol a los planetas inferiores que giran alrededor de este, su centro.

Le debemos a Jesús servicio incansable. La verdadera cristiandad es práctica. La gracia de Dios en el corazón es difusiva. El amor divino en el alma constriñe. El servicio a Cristo, el cual nuestro agradecido amor nos apremia, es libertad perfecta y un deleite supremo.

¿Estas, alma mía, dedicándote al servicio de tu Señor, quien a sí mismo consagró Su vida entera, por ti? ¿Estas dándole una mano amorosa e incondicional a Sus Pequeños —vindicándoles, alentándoles y ayudándoles? ¿Estás buscando la conversión de las almas, y de este modo contribuyendo en aumentar Su Reino? ¿Qué estás haciendo por Jesús?

Le debemos a Jesús nuestros talentos, tiempo, y posesiones. Si reconocemos el hecho de que no somos nuestros propios dueños, se deduce, entonces, que no hubo nada exagerado en la entera devoción de los primeros cristianos, de quienes se registró: “Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía” (Hch. 4:32).

¡Si! No somos nuestros, sino de Cristo. Y si ocultamos de Él nuestro único talento, enterrándolo en la tierra; nuestro tiempo, desperdiciándolo en meras tonterías y vanidades de la vida; nuestras  posesiones, malgastándolas en autocomplacencias, le estamos robando a Cristo lo que por derecho de creación, redención, y voto de consagración le pertenece a Él, demostrando que somos mayordomos infieles.

¿Podríamos alguna vez hacer o sufrir demasiado por Aquel que pagó toda nuestra gran deuda de obediencia, y tribulación, y muerte tanto para la Ley como para la justicia, para que pudiéramos quedar libres? ¡Oh no! ¡Alma mía! ¿Cuánto “le debes a mi Amo”? ¡Señor! ¡Le debo mis talentos, mi rango (clase), mi riqueza, mi tiempo, mi todo! —cuerpo, alma y espíritu, a lo largo del tiempo y por toda la eternidad.
“Cuando este mundo pasajero se acabe,
Cuando haya descendido aquel sol radiante,
Cuando estemos con Cristo en las alturas,
Mirando el relato de amor de la vida;
Entonces, Señor, conoceré plenamente –
No hasta ese momento– cuánto debo.
Cuando esté de pie ante el Trono,
Vestido en belleza, no mía;
Cuando te vea cómo eres
Al servirte con un corazón sin pecado;
Entonces, Señor, conoceré enteramente–
No hasta ese momento– cuánto debo” .
(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)

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