CAPÍTULO QUINCE
CONOCER EL CUERPO
(Del libro "LA EXPERIENCIA DE VIDA")
Todo el que quiera
participar en la lucha espiritual debe primeramente conocer el
Cuerpo. Nada requiere que conozcamos el Cuerpo con tanta urgencia
como la lucha espiritual, porque la lucha espiritual no es un
asunto individual; sino un asunto del Cuerpo. Ningún creyente
puede pelear contra el enemigo individualmente; esto requiere todo el
Cuerpo. Si deseamos conocer la lucha espiritual, primero tenemos que
conocer el Cuerpo.
¿Por qué tuvimos
que esperar hasta la cuarta etapa para hablar acerca de conocer el
Cuerpo? Porque el Cuerpo al que se hace alusión aquí es el
Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia. Este Cuerpo está
formado por Cristo como vida en cada uno de nosotros, mezclado con
nosotros. Durante la segunda y tercera etapas de nuestra experiencia
de vida, estamos viviendo aún en nuestra propia vida; por lo tanto,
no conocemos esta vida que se mezcla con nosotros para formar un
Cuerpo. Sólo cuando la vida de nuestro yo haya sido tratada
totalmente y tengamos la experiencia de haber pasado el
Jordán y de entrar a la cuarta etapa, podremos tocar la
realidad de esta vida del Cuerpo y llegar a conocer el Cuerpo.
Todo
aquel que es salvo es miembro del Cuerpo de Cristo. ¿Es entonces la
vida que está en cada uno de nosotros, una vida que pertenece a los
miembros
o al Cuerpo?
Tanto la Biblia como nuestra experiencia prueban que aunque
cada uno de nosotros es un miembro de Cristo, la vida que hay en cada
uno de nosotros no es la vida de un miembro,
sino la vida del Cuerpo.
Todos los miembros de nuestro cuerpo participan de una sola vida.
Cada miembro participa de la misma vida que los demás miembros, es
decir, la vida de todo el cuerpo. Por ejemplo, una oreja, a menos que
sea cortada, participa de la misma sangre que fluye a través del
ojo, la nariz, y el resto del cuerpo. Del mismo modo, en el Cuerpo de
Cristo, cuando un miembro se une al Cuerpo o tiene comunión con el
Cuerpo, su vida es la vida del Cuerpo y la vida del Cuerpo es su
vida. No es conveniente que él sea separado de los otros miembros, o
viceversa, porque la vida que está en él y en los otros miembros,
pertenece al mismo Cuerpo; no se puede distinguir ni separar. Es esta
vida la que nos une a unos con otros para ser el Cuerpo de Cristo, o
en palabras más precisas y enfáticas, es esta vida la que se mezcla
con nosotros para que seamos el Cuerpo de Cristo.
Sin embargo, no
podemos experimentar esto antes de que las dificultades del YO hayan
sido completamente tratadas. Si todavía vivimos según la carne,
en nosotros mismos, y servimos al Señor en nuestra habilidad
natural, entonces la vida del Cuerpo, que es Cristo mismo en
nosotros, no tiene manera de manifestarse y no hay para nosotros
manera de conocer el Cuerpo. Cuanto más vivimos por la carne, menos
sentimos la necesidad del apoyo del Cuerpo. Si vivimos por nuestra
propia opinión, no vemos ninguna necesidad de sustentar
(¿ser
sustentados por?) la Iglesia. Si servimos
con nuestra propia habilidad natural, no
percibimos la necesidad de coordinar con los otros miembros. Sólo
cuando nuestra carne ha sido tratada, la opinión propia
ha sido desecha y la vida natural ha sido arruinada, la
vida que está en nuestro interior hará que nos demos cuenta de que
somos simplemente miembros del Cuerpo y de que la vida que está
dentro de nosotros no puede ser independiente. Por eso,
esta vida requiere que tengamos comunión con todos los demás
miembros y que estemos unidos a ellos y también nos introduce en
esta comunión y en la experiencia de estar unidos unos con otros.
Entonces empezamos a conocer un poco con respecto al Cuerpo y
llegamos a estar capacitados para participar en la lucha espiritual.
Por un lado, decimos
que si queremos pelear la batalla espiritual y tratar con la
dificultad de Dios, debemos tratar primero con nuestra carne, el yo y
la vida del alma, y resolver así nuestras propias dificultades; por
otro lado, decimos que para pelear la batalla, primero debemos
conocer el Cuerpo, y para conocer el Cuerpo y vivir en el Cuerpo,
primero debemos tratar con nuestra carne, el yo y la vida del alma.
Por lo tanto, ya sea que hablemos desde el punto de vista de
pelear la batalla o de conocer el Cuerpo, tenemos que pasar las tres
etapas anteriores —salir de la carne, el yo y la vida del alma—
para poder llegar a la cuarta etapa de la experiencia de vida.
Ahora debemos
considerar el asunto de conocer el Cuerpo, desde varios aspectos,
comenzando con el plan de Dios.
I. EL PLAN DE DIOS
El plan de Dios
desde la eternidad es tener un grupo de personas que participen de Su
vida, tengan Su imagen y estén unidas con Él como uno. En el
propósito que Él tiene en este plan hay dos puntos que debemos
observar al conocer el Cuerpo.
A.
Dios
quiere forjarse a Sí mismo en el hombre
y
hacer que el hombre sea semejante a Él.
Este asunto está
profundamente relacionado con Su Hijo. La Biblia nos revela que Dios
está en Su Hijo; todo lo que Dios es y todo lo que Dios tiene, toda
la plenitud de la Deidad, habita en el Hijo (Col. 2:9). Podemos decir
que si no existiera el Hijo de Dios, no habría Dios.
El concepto común
de un hijo hace hincapié en que el hijo nace del padre, y en que el
hijo y el padre existen como entes separados. Pero en la Biblia el
énfasis con relación al Hijo de Dios es que Él es la expresión de
Dios y no puede ser separado de Dios. En Juan 1:18 leemos: “A
Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno
del Padre, él le ha dado a conocer”. Este versículo revela
que el Hijo de Dios es la expresión de Dios o el Dios expresado.
Ningún hombre ha visto a Dios jamás, pero ahora el Hijo de Dios le
ha declarado. Cuando un hombre ve al Hijo de Dios, ve a Dios. El Hijo
de Dios es la expresión de Dios y la manifestación de Dios. Aparte
de Su Hijo, Dios no tiene expresión ni manifestación. Por lo tanto,
Dios y Su Hijo son inseparables.
Ya que Dios y Su
Hijo no pueden ser separados, tampoco el objeto del plan de Dios
puede ser separado de Su Hijo. Dios quiere forjarse a Sí mismo en el
hombre, lo cual significa que Dios quiere forjar a Su Hijo en el
hombre. Dios desea hacer que los hombres sean semejantes a Él mismo,
lo cual significa que Dios desea tener hombres semejantes a Su Hijo.
Dios quiere que los hombres sean uno con Su Hijo. Génesis 1:26 nos
muestra en figura que en la Creación Dios quería hombres que
tuvieran Su imagen y participaran de Su semejanza. En el Nuevo
Testamento está señalado clara y prácticamente que Dios quiere que
los hombres tengan Su imagen, lo cual significa que El quiere que
sean “conformados a la imagen de Su Hijo” (Rom. 8:29).
Cuando los hombres son conformados a la imagen de Su Hijo, tienen la
imagen de Dios, porque el Hijo es la imagen de Dios (Col. 1:15).
B.
A
la vista de Dios este grupo de personas, que Él se propuso que
estuvieran unidas con Su Hijo y que llevaran la imagen de Su Hijo, no
es un grupo de individuos, sino un cuerpo unido, una entidad
corporativa.
Podemos deducir este
pensamiento de las tres formas diferentes en que la Biblia habla con
respecto a nuestra relación con Su Hijo:
1. Somos los
hermanos del Hijo de Dios (Heb. 2:11; Rom. 8:29). Es posible que
este aspecto indique que nosotros como individuos somos hermanos del
Hijo de Dios, pero la Biblia recalca el hecho de que nosotros y
Cristo juntamente expresamos a Dios. Antes de que Cristo viniera en
carne, Dios tenía solamente un Hijo y una expresión en el universo.
Después de que Cristo vino a esta tierra y se hizo carne, Él nos
impartió Su vida para que fuéramos hijos de Dios y hermanos Suyos.
De ahí en adelante, Dios tiene muchos hijos en el universo. Así
como este único Hijo es la expresión de Dios, todos los hijos son
igualmente la expresión de Dios. Por lo tanto, al decir que somos
hermanos de Cristo, el énfasis está en que nosotros y Cristo somos
hijos de Dios y somos la expresión de Dios. Aún así, la Biblia no
indica que como hermanos somos un grupo de individuos separados.
Porque aunque fuimos hechos hermanos de Cristo uno por uno, la Biblia
establece además que somos la “casa de Dios” (1 Tim. 3:15). Aun
cuando somos los muchos hijos de Dios, el hijo individual no es la
entidad completa. La entidad completa es la unión corporativa de
todos los hijos, que han sido acoplados como una casa, una familia.
2. Somos la Novia
de Cristo (Efe. 5:31-32; 2 Cor. 11:2). Posiblemente algunos
piensen que por haber miles de personas salvas, Cristo tiene miles de
novias, como en un sistema polígamo; pero la Biblia muestra que
Cristo sólo tiene una Novia, la Iglesia, la cual está compuesta de
todos los millares de salvos. Cuando la Biblia dice que somos la
Novia de Cristo, el énfasis es que hemos salido de Cristo y que
somos parte de Cristo, tal como Eva salió de Adán y era parte de
Adán. En el principio a Adán no se le sacaron muchas costillas,
sino una sola, ésta es la costilla que vino a ser Eva. Del mismo
modo, a Cristo no se le han quitado muchos segmentos (un segmento
para que un hermano sea salvo, y otro segmento para que una hermana
sea salva, etc.), sino que solamente un segmento fue tomado de Él, y
esto fue para la salvación de la Iglesia. La Iglesia es la única
parte que salió de Cristo. Cuando decimos que somos la Novia de
Cristo, la idea de una entidad corporativa es expresada más
específicamente que cuando nos referimos a nosotros mismos como
hermanos de Cristo.
3. Somos el
Cuerpo de Cristo. En Efesios 1:23 leemos que la Iglesia es el
Cuerpo de Cristo. En 1 Corintios 12:27 leemos: “Vosotros sois el
cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”; en 1
Corintios 10:17: “nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo”.
Estos versículos establecen que somos el Cuerpo de Cristo, no que
cada uno de nosotros individualmente forma el Cuerpo de Cristo.
Estamos unidos unos con otros para ser el Cuerpo místico de Cristo,
y como individuos somos miembros de este Cuerpo. El Cuerpo, por lo
tanto, puede expresar mejor nuestra unidad corporativa.
El punto que se
recalca en cuanto a lo que hemos dicho de nosotros como la Novia de
Cristo es que la Iglesia provino de Cristo. Cuando nos referimos a
nosotros como el Cuerpo de Cristo, el punto al que se da énfasis es
que la Iglesia y Cristo son uno. Así como Eva salió de Adán
y fue presentada a Adán para ser una sola carne con Adán, así
también la Iglesia salió de Cristo y es presentada a Cristo para
ser uno con Él. Cristo es la Cabeza; la Iglesia es el Cuerpo; no
pueden ser separados. La Iglesia misma es una; la Iglesia y Cristo
también son uno. Esto demuestra más claramente que lo que Dios
deseó para Su Hijo fue un cuerpo colectivo, no una cantidad de
individuos separados.
En resumen, vemos
cinco puntos en el plan de Dios:
a) Dios deseaba
forjarse en el hombre y unirse al hombre para que éste fuera
semejante a El.
b) Dios está en Su
Hijo. Por lo tanto, cuando Él quiso forjarse en el hombre, Él deseó
forjar a Su Hijo en el hombre; cuando Él quiso que el hombre
estuviese unido con Él, Él quiso que el hombre estuviese unido con
Su Hijo. El pueblo que Dios quiso que estuviera unido con Su Hijo son
los hermanos de Su Hijo, aquellos que participan de la filiación con
Su Hijo y que junto con Su Hijo le expresan.
d) Este grupo de
personas es la Novia de Su Hijo, parte de Él, y algo que procede de
Él.
e) Esta Novia no
solamente procede de Su Hijo, sino que es presentada a Su Hijo para
ser el Cuerpo de Su Hijo. Cuando este Cuerpo se manifieste, el
plan de Dios habrá sido cumplido. En términos sencillos, el plan de
Dios consiste en tener un Cuerpo para Su Hijo, y este Cuerpo es la
Iglesia. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo; ése es el único
objeto del plan de Dios. La Creación tiene esto como fin; éste es
el objetivo de Su redención; el fin de Su obra a través de todas
las generaciones es esto mismo. Cuando este propósito haya sido
realizado, el Cuerpo de Cristo aparecerá, la Novia aparecerá, y los
hermanos aparecerán. Entonces el deseo de Dios será satisfecho,
Su meta será alcanzada, y Su plan cumplido. Por tanto, si queremos
conocer el Cuerpo, debemos conocer el plan de Dios.
II. LA OBRA CREADORA DE DIOS
En segundo lugar,
debemos considerar la obra creadora de Dios. Ya hemos dicho que el
deseo que hay en el corazón de Dios es tener un grupo de personas
que tengan Su vida y le expresen. Con este propósito, El hizo Su
creación. Pero cuando Dios creó el hombre, no creó muchos hombres,
sino solamente uno, Adán. Si Dios pudo crear un hombre, también
pudo haber creado miles de hombres. ¿Por qué entonces no creó
miles de hombres al mismo tiempo, en vez de crear solamente a Adán y
permitir que salieran de él miles de hombres? La razón es que el
pensamiento de Dios es uno solo.
Desde el comienzo de
la historia, ha existido un sinnúmero de seres humanos, pero ya que
todos ellos salieron de Adán, a los ojos de Dios sólo hay un
hombre. Para Dios no hay más que un hombre en el universo, no
millones ni billones de hombres. Podemos probar esto con 1 Corintios
15:45,47. En este pasaje el apóstol habla de Adán y de Cristo como
“el primer hombre” y “el segundo hombre”. Este
segundo hombre es también “el postrero”. Por
consiguiente, desde la Creación hasta ahora, a los ojos de Dios
solamente hay un hombre además de Cristo. Para completar Su
propósito y cumplir Su plan, Dios creó solamente un hombre. No
estaba en el pensamiento de Dios impartirse a Sí mismo en muchos
individuos. Su deseo era impartirse en un hombre corporativo y
expresarse a través de este hombre corporativo.
Este mismo principio
se mantiene en la creación de la mujer. En la Creación Dios hizo
una sola mujer, que es Eva. Nosotros sabemos que Eva representa a la
Iglesia. El hizo solamente un hombre, lo cual significa que Él desea
tener solamente un hombre corporativo para que sea Su imagen. El creó
una sola mujer, lo cual significa que Dios desea solamente un hombre
corporativo, que es la Iglesia, la Novia de Cristo. En conclusión,
en la Creación, el pensamiento de Dios es uno, y esta unidad es el
Cuerpo del cual hablamos.
III. LA OBRA REDENTORA DE DIOS
Tercero,
consideremos la obra redentora de Dios. En la obra redentora, el
pensamiento de Dios sigue siendo uno solo. Desde el punto de vista de
nuestra experiencia, algunos han sido salvos recientemente, otros,
hace muchos años, y algunos lo fueron hace cientos de años; algunos
fueron bautizados en los Estados Unidos, y algunos en otros países.
Pero aun cuando estos eventos han tenido lugar en diferentes
tiempos y en diferentes lugares, desde el punto de vista de Dios, Él
nunca salva individualmente. Cuando El salva, El redime a toda la
Iglesia.
Un buen ejemplo de
esto es la narración del éxodo de Egipto de los israelitas. Cuando
toda la casa de Israel iba a salir de Egipto, el cordero fue comido y
la sangre aplicada en el mismo lugar y al mismo tiempo. Entonces al
mismo tiempo y en el mismo lugar ellos pasaron el Mar Rojo. Desde
nuestro limitado punto de vista, algunos comieron la carne y
aplicaron la sangre en un lugar, mientras que otros comieron la carne
y aplicaron la sangre en otro lugar a una distancia de cien casas.
Cuando pasaron el Mar Rojo algunos estaban al frente de la procesión,
y otros estaban en lo último de la misma; ellos tal vez estuvieron
separados por cientos de metros. Pero desde el punto de vista de
Dios, ellos comieron la carne y aplicaron la sangre simultáneamente
en Ramesés (Ex. 12:37); y su paso por el Mar Rojo (Ex. 14:29) fue
también un acto simultáneo.
Por ejemplo, cuando
una hormiga transporta su comida de una esquina a la otra de una
habitación, ella considera que ha recorrido una distancia enorme,
pero desde nuestro punto de vista se está moviendo simplemente en la
misma habitación. De la misma manera, en nuestro entendimiento, la
salvación tiene lugar más temprano o más tarde, aquí o allá;
pero para Dios mil años es como un día (2 Ped. 3:8). Por
consiguiente, en la perspectiva eterna de Dios, todos fuimos salvos
al mismo tiempo. Él no nos salvó uno por uno, individualmente; Él
nos salvó corporativamente como un solo hombre. Por lo tanto, en Su
redención, en Su plan y en Su Creación, Su pensamiento sigue siendo
uno. Él no planeó que Su Hijo tuviera dos cuerpos, sino solamente
uno; tampoco creó dos personas para Su Hijo, sino solamente una. Ya
sea en el plan de Dios, en Su Creación, o en Su redención, el
pensamiento es uno y solamente uno, y esta unidad es el Cuerpo.
IV. EN CRISTO
Después de que
fuimos redimidos y puestos en Cristo, nuestra posición en Cristo
sigue siendo una. En nosotros mismos somos muchos, pero en Cristo
somos solamente uno. En Cristo hay una sola Iglesia. En Cristo hay un
solo Cuerpo místico. Este Cuerpo místico de Cristo es uno. El
significado espiritual del Cuerpo es uno. Siempre que nosotros como
cristianos no somos uno, no estamos en el Cuerpo y demostramos que no
hemos visto lo que es el Cuerpo.
La Epístola a los
Efesios habla especialmente de la Iglesia. Establece que la Iglesia
es el Cuerpo místico de Cristo. La Epístola a los Efesios también
es el libro que más menciona el asunto de “ser uno”. Menciona
siete “unos”: un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor,
una fe, un bautismo y un Dios (Efe. 4:4-6). Siete es el número
perfecto. Así que este “uno” perfecto está en el Cuerpo, y este
“uno” perfecto es el Cuerpo místico de Cristo.
V. EN EL ESPÍRITU SANTO
En Cristo somos uno;
además, en el Espíritu Santo somos uno. Esta unidad en el Espíritu
Santo es lo que comúnmente llamamos comunión. Si vivimos en el
Espíritu Santo, tenemos esta comunión, y tenemos esta unidad, la
cual es la realidad del Cuerpo. Cuando perdemos la comunión en el
Espíritu Santo, dejamos de tener esta unidad esencial y perdemos la
realidad del Cuerpo.
VI. EN VIDA
En vida seguimos
siendo uno. Hemos mencionado en otra parte que la vida que hay en
nosotros no es una vida dividida, sino una vida completa. Debido a la
comunión en el Espíritu Santo, la vida que hay en cada uno de
nosotros es completa e íntegra. La vida que hay en mí es la vida
que hay en usted y también es la vida que hay en Dios. Por lo tanto,
Su vida en todos nosotros es una. Todos nosotros somos uno en esta
vida. No sólo los buenos cristianos son uno con nosotros en vida,
sino también los fracasados, los débiles y los pobres. Esta unidad
en vida es el Cuerpo místico de Cristo.
VII. EN COMUNIÓN
La comunión a que
nos referimos aquí es comunión en vida. Puesto que todos somos uno
en vida, la comunión que proviene de esta vida es una. Siempre
que hay unidad, hay comunión. Donde no hay unidad, no hay comunión.
Por lo tanto, cuando estamos en comunión, somos uno. Hoy, en la
cristiandad, la gente aboga a menudo por la unificación. Esto prueba
ya que no son uno y que no están en comunión; es por esto que
necesitan unificación. Si vivimos en comunión, no hay necesidad de
unificación, puesto que ya estamos unidos; somos uno. Esta
unidad es el Cuerpo de Cristo.
VIII. EN EXPERIENCIA
Ya que los siete
puntos mencionados indican la unidad, en nuestra experiencia también
debemos ser uno. Si en nuestra experiencia somos uno, estamos
conscientes de la unidad, y tocamos dicha unidad. Entonces conocemos
el Cuerpo y vivimos en el Cuerpo. Pero en realidad esto no es tan
simple. En el plan de Dios, en Su obra creadora, en Su obra
redentora, en Cristo, en el Espíritu Santo, en vida y en comunión,
todo es uno. No tenemos problemas con estos asuntos, porque de parte
de Dios son hechos realizados. Pero de nuestra parte, que seamos
uno en experiencia difiere entre individuos.
Algunos ya tienen un poquito de experiencia, mientras otros no tienen
nada. Lo que recalcamos ahora es esta unidad en nuestra experiencia.
Primero que todo,
debemos saber que nuestro conocimiento y experiencia de esta
unidad están relacionados indiscutiblemente con nuestra edad
espiritual. En el caso de los jóvenes e inmaduros, su
conocimiento y consciencia de esta unidad es superficial y ligera; en
los que tienen experiencia y madurez, es profunda y tiene peso. Por
ejemplo, un recién convertido siente que está mucho más atrasado
que los demás hermanos que fueron salvos hace cinco o diez años.
Pero cuando este hermano crece en amor al Señor, tiende a pensar que
los otros hermanos y hermanas que no aman al Señor no pueden
compararse con él. Cuando aprende algunas lecciones espirituales,
piensa que es superior a aquellos hermanos y hermanas que no han
aprendido. Algunas veces, cuando está en una reunión con hermanos y
hermanas jóvenes, cree que las oraciones de ellos no son muy buenas
porque son pobres en contenido y expresión; por lo tanto, él no
abre su boca. Este sentir continuo de ser diferente a otros prueba
que no es consciente de la unidad y que todavía está en una etapa
inmadura, y no conoce el Cuerpo.
Sin embargo, ése no
es el caso de los hermanos y hermanas que tienen experiencia.
Aparentemente hay dos aspectos contradictorios en el sentir de ellos.
Por un lado, consideran que estos hermanos y hermanas jóvenes
realmente están más atrasados que ellos; pero por otro lado,
consideran que son iguales que todos los hermanos y hermanas.
Cualquier sentir que tengan los hermanos y hermanas, lo tienen ellos
también. Los inmaduros siempre se sienten diferentes de los demás,
pero aquellos que están profundamente en el Señor y desarrollados
en su experiencia espiritual, no sienten tal diferencia. Por lo
tanto, la razón por la cual no podemos ser uno en nuestra
experiencia es que somos inmaduros y superficiales. Cuando
llegamos a esta cuarta etapa en nuestra experiencia espiritual, no
hay sentimiento de diferencia, sino un sentir espontáneo
de unidad con todos. Esto es conocer el Cuerpo.
Si hablamos con
respecto a los tratos, conocer el Cuerpo es también una especie de
trato; es el trato con el individualismo. Todos aquellos que
no conocen el Cuerpo son individualistas. Sus puntos de vista,
acciones, vivir y trabajo son individuales. Todo este
individualismo se debe a que todavía viven en la carne, el yo y la
constitución natural. Esto es similar a la enredadera parásita,
que se envuelve alrededor del árbol y sólo muere cuando el árbol
de la carne, el yo y la constitución natural, es cortado. Solamente
cuando la carne, el yo y la constitución natural hayan sido tratados
severamente, el individualismo será cortado. Cuando los hombres
no viven más como individuos, ellos llegan a conocer el Cuerpo.
Conocer el Cuerpo
no es una doctrina que uno puede entender hablando y escuchando
solamente. Conocer el Cuerpo es el resultado de muchas
experiencias acumuladas. Habiendo pasado por todas estas
experiencias, llegamos al fin a conocer el Cuerpo. Cuando vamos a
visitar un lugar de fama, viajamos cierta distancia; al fin llegamos
a nuestro destino y vemos el objeto de nuestro viaje. Así es con el
conocimiento del Cuerpo. Si deseamos conocer el Cuerpo y tocar la
realidad del Cuerpo en experiencia, debemos caminar cierta distancia
y subir ciertas cuestas en la vida espiritual. Debemos comenzar con
la experiencia de resolver el problema de nuestro pasado y pasar por
las experiencias de tratar con el pecado, el mundo y la conciencia,
subiendo diligentemente de una etapa a la siguiente. Debemos ser
severos con nosotros mismos aprendiendo las lecciones una por una,
especialmente en el trato con la carne, el yo y la constitución
natural. Solamente cuando hayamos experimentado las tres primeras
etapas de nuestra vida espiritual y hayamos llegado a la cuarta
etapa, arribaremos naturalmente al lugar donde podemos conocer el
misterio del Cuerpo de Cristo.
Ningún
conocimiento espiritual en realidad puede ser
obtenido sin la experiencia. Todo está basado en
la experiencia. El verdadero conocimiento espiritual no va más allá
de las lecciones que hayamos experimentado. Por ejemplo, puede haber
una verdad bíblica cuyo significado no podamos comprender plenamente
debido a nuestra experiencia limitada; todo lo que tenemos es un
pequeño sentir al respecto. Si seguimos ese sentir y tratamos de
experimentarlo, un día la verdad será aclarada en nosotros. Por
un lado, la verdad trae la experiencia; y por el otro lado, a causa
de la experiencia, conocemos la verdad. De esta manera llegamos
al verdadero conocimiento espiritual.
Considere otros
ejemplos. Si uno no ha experimentado comunión en vida, no
conoce el significado de morar en Cristo. Si uno no tiene la
experiencia de andar conforme al Espíritu, no conoce la enseñanza
de la unción. De la misma manera, si la carne no ha sido tratada, ni
el yo ha sido abandonado, ni la constitución natural ha sido
quebrantada, no puede uno saber lo que es el Cuerpo. Uno puede
conocer un poquito con respecto a la doctrina del Cuerpo, pero no
podrá tocar la realidad del Cuerpo. El Cuerpo de Cristo no es una
doctrina; es una realidad. Uno debe subir las colinas de la
experiencia antes de poder ver y tocar el Cuerpo. Conocer el Cuerpo
no depende de nuestras súplicas. Orar y ayunar por tres días y tres
noches no nos capacitará para ver el Cuerpo. Esto es inútil. El
conocimiento del Cuerpo es el resultado de nuestra experiencia y
crecimiento espirituales. Después de tener suficientes experiencias
llegaremos a un lugar donde conoceremos el Cuerpo naturalmente.
Nunca olvidaré el
mensaje que dio el hermano Watchman Nee en una reunión especial. El
subrayó repetidas veces el hecho de que antes de experimentar lo que
hay en Romanos 12, uno tenía que experimentar lo que hay en Romanos
8. Uno debe pasar por hacer morir la carne, de lo cual habla Romanos
8, antes de poder llegar al conocimiento del Cuerpo, del cual habla
Romanos 12. Por lo tanto, desde el principio debemos ser muy severos
al tratar con nosotros mismos, especialmente con respecto a nuestra
carne, nuestro yo y nuestra constitución natural. Debemos tomar esto
seriamente y ser extremadamente persistentes hasta que tengamos la
experiencia de Romanos 8. Si no hemos experimentado el darle muerte a
la carne, mencionado en Romanos 8, no podremos comprender el Cuerpo
en Romanos 12. Cuando se le haya dado muerte a nuestro cuerpo (la
carne), el Cuerpo de Cristo será manifestado. Esta es una
realidad espiritual que no puede fingirse y en la cual no existe
falsificación. Puede haber falsificación en otras áreas
espirituales, como la humildad, la gentileza, la fe y el amor. Aun
podemos simular que somos espirituales. Pero no es posible fingir en
lo que se refiere a conocer el Cuerpo. Cuando nuestra experiencia ha
llegado al grado de conocer el Cuerpo, entonces lo conocemos. Si en
nuestra experiencia no hemos llegado a ese grado, no lo conocemos;
escuchar mucha predicación sobre el tema no beneficia en nada.
IX. PRUEBAS DE QUE CONOCEMOS EL CUERPO
Ya que conocer el
Cuerpo es algo tan práctico, ¿cómo podemos estar seguros si
conocemos o no el Cuerpo como tal? Podemos demostrarlo en tres
maneras por lo menos.
A. Somos incapaces de ser individualistas
La primera prueba de
que conocemos el Cuerpo es que no podemos ser individualistas.
En los siete puntos que hemos mencionado —el plan de Dios, la
creación, la redención, Cristo, el Espíritu Santo, la vida, y la
comunión— sólo hay unidad, son inseparables y en ellos no hay
individualismo. Si en verdad llegamos a conocer el Cuerpo y nos damos
cuenta de la unidad contenida en estos siete asuntos, no puede
existir en nosotros individualismo. Antes de que uno conozca el
Cuerpo, es individualista y vive como tal. Su vida, sus acciones, su
trabajo y su servicio se llevan a cabo de manera individualista.
Externamente aparenta ser uno con los hermanos, pero no hay una
verdadera coordinación ni entrelazamiento. No es sino hasta que
uno crece en vida con más profundidad y conoce el Cuerpo en cierta
medida, que puede uno ver que ser cristiano es un asunto
corporativo y que uno no puede seguir adelante sin la comunión del
Cuerpo, ni tampoco puede apartarse de la coordinación de los
miembros. El Cuerpo de Cristo llega a ser un asunto práctico
para uno. En la vida de la iglesia uno no puede ya servir solo. En la
parte más profunda del ser, uno siente que necesita ser cristiano en
compañía de otros. No solamente en acciones grandes e importantes
uno necesita a los hermanos y las hermanas, sino que aún al leer la
Biblia, así también como al orar, no lo puede hacer sin los demás
miembros. Uno no puede trabajar sin la coordinación de los hermanos
y hermanas, y no puede vivir sin el apoyo de la iglesia. Es en esta
etapa que él está siendo entretejido espontáneamente junto con
todos los santos para llegar a ser un Cuerpo, a fin de no estar ya
separado. Por consiguiente, todos aquellos que todavía pueden
ser individualistas, no conocen el Cuerpo y todos aquellos que tienen
un conocimiento verdadero del Cuerpo, de ningún modo pueden ser
individualistas.
B. Discernimos a aquellos que no están en el Cuerpo
La segunda prueba
que tenemos de que conocemos el Cuerpo es la capacidad de
discernir si otros están o no en el Cuerpo. Aquel que ha llegado
a conocer el Cuerpo no sólo vive en el Cuerpo de una manera muy
práctica, sino que también puede discernir si otros viven o no en
el Cuerpo.
Esta capacidad de
discernir después que uno conoce el Cuerpo se debe absolutamente al
grado de profundidad de la comunión que él tiene en el Señor.
Nuestra comunión con el Señor se profundiza proporcionalmente a
nuestra experiencia de vida, comenzando con el estado inicial de
nuestra vida espiritual y continuando hasta la cuarta etapa. El grado
de profundidad de la comunión varía grandemente a medida que
progresamos en la experiencia de vida. Cuando dos personas que
están en diferentes grados de comunión con el Señor se reúnen, el
que tiene una experiencia más profunda puede seguir adelante con
aquel que tiene una experiencia más superficial y tener comunión
con él, pero esa comunión está limitada al grado de la experiencia
de éste. Si esta comunión fuera más allá del límite,
llegaría a ser más bien incoherente e incomprensible para este
último. Aquel que tiene una experiencia más profunda, por lo tanto,
puede seguir adelante con el que tiene una experiencia más
superficial, pero el más superficial no puede ir adelante con el que
tiene más profundidad. Este es un gran principio en la comunión
espiritual.
Es debido al
principio de que aquellos que son profundos en el Señor
reconocen a aquellos que son superficiales, pero los que son
superficiales no disciernen a aquellos que son profundos. Si
hemos sido llevados por el Señor a la cuarta etapa y tenemos una
comunión profunda en esta etapa, podemos mediante la comunión saber
si otros también han sido llevados a esta etapa y, por consiguiente,
conocen el Cuerpo. Pero si no hemos alcanzado la cuarta etapa y no
conocemos el Cuerpo, entonces no tenemos manera de discernir a otros.
Usemos un ejemplo
menos profundo. Cuando otros hablaban acerca de la regeneración
antes de que naciéramos de nuevo, aquello nos sonaba extraño. Aún
más, ni siquiera podíamos reconocer si otros habían nacido de
nuevo. Si ya hemos nacido de nuevo, no solamente podemos hablar con
otros acerca de la regeneración, sino que podemos discernir
fácilmente si otros han nacido de nuevo. Esto prueba que en
verdad nosotros hemos nacido de nuevo.
Otro ejemplo: Si ya
nosotros nos hemos consagrado y hemos tenido la experiencia de tratar
con el pecado, podemos muy rápidamente reconocer a aquellos que no
han tenido esta experiencia. Puesto que su comunión con el Señor no
ha llegado a esta etapa, ellos no tendrán ni idea de lo que estamos
diciendo ni podrán responder. Por el contrario, si no hemos tenido
esta experiencia, nosotros tampoco podremos reconocer si ellos se han
consagrado o si han tratado con el pecado.
No solamente por
medio de la comunión podemos tener la certeza de que otros conocen
el Cuerpo, sino que también la experiencia de conocer el Cuerpo es
en sí misma un asunto de comunión. Si alguien está en el Cuerpo,
está en comunión; si alguien no está en el Cuerpo, él no está en
comunión. Muchos cristianos han perdido la posición de comunión,
la realidad de la comunión. Esto implica que ellos no ven el Cuerpo
y que no viven en el Cuerpo. Vivir en comunión, por lo tanto, prueba
que conocemos el Cuerpo. Si verdaderamente conocemos el Cuerpo,
podemos saber con certeza si otros están o no en él. Cuando otros
no han llegado a vivir en la realidad del Cuerpo, ellos no están en
la comunión del Cuerpo. No hay posibilidad de que haya comunión
entre ellos y nosotros con respecto a este punto. Necesitamos
solamente un contacto, y lo sabemos. Por el contrario, si nunca nos
damos cuenta de que otros no están en el Cuerpo, demostramos que no
estamos en el Cuerpo. No hemos llegado a conocer el Cuerpo. Nuestro
sentir interno al tener contacto con otros, por lo tanto, nos revela
si conocemos el Cuerpo o no.
C. Reconocemos la autoridad
La tercera prueba de
que conocemos el Cuerpo es que reconocemos la autoridad.
Que alguno conozca el Cuerpo o no, depende de si uno reconoce la
autoridad o no. Aquellos que no reconocen la autoridad, no conocen
el Cuerpo. Conocer el Cuerpo y reconocer la autoridad son dos
cosas inseparables. Reconocer la autoridad está relacionado con lo
que hemos mencionado en relación con el individualismo en la primera
prueba. Si uno reconoce la autoridad, no puede ser individualista.
Si uno quiere determinar si reconoce la autoridad o no, simplemente
necesita determinar si todavía puede ser individualista o no. Si
todavía puede vivir como un individualista y sentir que puede servir
a Dios solo sin tener coordinación con otros, demuestra que no
reconoce la autoridad, ni ha llegado a conocer el Cuerpo. La
autoridad sólo puede ser manifestada en el Cuerpo y en la
coordinación. Si un miembro se aísla y es individualista, no
tiene relación con otros en lo que respecta a la autoridad. Pero si
hemos visto que Dios quiere un Cuerpo, y que nosotros, puesto que
somos miembros de este Cuerpo, nunca podremos avanzar solos (pues
cuando estamos solos, estamos desunidos), entonces aprenderemos a
reconocer la autoridad, a guardar nuestra posición en el Cuerpo, y a
tener coordinación con todos los hermanos y hermanas.
¿Qué es autoridad?
Autoridad es simplemente la autoridad de Cristo, la Cabeza, la
cual es revelada en el orden del Cuerpo. Tomemos
nuestro cuerpo físico como ejemplo. La cabeza es lo más alto y es
la autoridad de todo el cuerpo; desde ella, el orden es expresado a
través de todo el cuerpo. Debajo de la cabeza están los brazos, el
tronco y las piernas. Todos los miembros siguen un orden definido;
por lo tanto, cualquier miembro, a menos que no esté unido, está
en dicho orden (CONJUNCIÓN).
Cualquier miembro que esté unido al Cuerpo, de seguro está bajo
este orden. Por un lado, él está bajo la autoridad de algunos de
los otros miembros, y por otro, algunos miembros están bajo su
autoridad. Por ejemplo, el codo está arriba de la palma de la
mano, y debajo de la mano están los dedos; el codo tiene
autoridad sobre la palma de la mano y la palma de la mano tiene
autoridad sobre los dedos. Esta autoridad está de acuerdo al
orden respectivo en el cuerpo y también es la autoridad de la cabeza
como se muestra en el orden de los miembros. Cuando hablamos de
autoridad, nos referimos a la autoridad de Cristo manifestada a
través del orden de Su Cuerpo. Debido a que todos nosotros somos
miembros del Cuerpo de Cristo, naturalmente tenemos nuestra posición
y orden correctos. Si hemos sido enseñados en nuestro espíritu y
hemos sido guiados por Dios para reconocer la carne, si nuestro yo ha
sido ya tratado y nuestra constitución natural quebrantada,
inmediatamente reconoceremos nuestro propio orden cuando seamos
puestos entre los hermanos y hermanas. Sabremos quién está
delante de nosotros y quién está detrás de nosotros,
quién está en autoridad sobre nosotros y sobre quién nosotros
tenemos autoridad. La autoridad de la Cabeza en mí y la
autoridad de la Cabeza en otros hace claro quién está debajo de mí.
Es como una familia, en la que los hermanos y hermanas conocen su
propio orden: quién debe someterse a quién, y quién es la
autoridad de quién. Este tipo de autoridad no es algo que se
asume ni se obtiene por elección, sino que es el orden
natural en vida, el cual Cristo, la Cabeza ha manifestado
en todos los miembros de Su Cuerpo. Solamente aquellos que viven
en la carne, que andan según la opinión propia y su constitución
natural, pueden enredarse en conflictos entre unos y otros en
competencia por la autoridad. Todos aquellos que han aprendido sus
lecciones pueden reconocer la autoridad de la Cabeza sobre el Cuerpo
y pueden descansar en su propio lugar de una manera muy natural y
satisfactoria. Esto no tiene nada que ver ni con humildad
ni con orgullo. Llegar a estar bajo autoridad es un
procedimiento natural, muy alejado de forzarse uno mismo a someterse.
Este tipo de personas reconoce la autoridad y conoce el Cuerpo porque
reconocer la autoridad equivale a conocer el Cuerpo. Por lo
tanto, este asunto de conocer el Cuerpo también puede ser llamado el
conocimiento de la autoridad.
Si nosotros no
sabemos cuál es nuestro lugar en el Cuerpo, demostramos que en
nuestra experiencia de vida no hemos llegado a la cuarta etapa.
Si en las tres primeras etapas hemos pasado por varios tipos de
trato, siendo serios y cabales, especialmente al tratar con la carne,
la opinión propia y la constitución natural, entonces el Espíritu
Santo nos guiará interiormente en una manera muy natural a que
conozcamos nuestro lugar respectivo en el Cuerpo de Cristo, haciendo
que nuestra vida y servicio estén llenos del sabor de la
coordinación del Cuerpo. De esta manera el Cuerpo de Cristo
se manifestará gradualmente entre nosotros.
En conclusión, al
llegar a conocer el Cuerpo, podemos estar conscientes del mismo,
aunque quizás no sepamos cuándo obtuvimos este conocimiento; pero
si lo tenemos, lo sabremos. Esto es similar a recuperarse de una
enfermedad. El tiempo exacto de la recuperación es difícil de
determinar, pero sí podemos saber que nos hemos recuperado, porque
aun en la apariencia así como en lo que sentimos somos diferentes.
De la misma manera, en todo verdadero conocimiento espiritual, es
difícil decir con precisión en qué día, hora o minuto tuvimos
acceso, pero las repercusiones se pueden discernir claramente. Por
lo tanto, si alguno tiene un verdadero conocimiento del Cuerpo, tarde
o temprano expresará las tres pruebas que hemos mencionado. Primero,
ya no puede ser individualista. Segundo, puede determinar cuándo
otros no están en el Cuerpo. Tercero, entre hermanos y hermanas
conoce claramente, sin ningún esfuerzo especial, su propio lugar en
el Cuerpo, es decir, quién tiene autoridad sobre él y sobre quién
tiene él autoridad, o sea, en quién descansa la autoridad de
la Cabeza. Estos tres puntos son pruebas de que conocemos el
Cuerpo.
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