PRIMERA DE JUAN, Cap. 1 / 3, Dr. Stephen Jones




02 de enero de 2018



1 Juan 1:5 dice:

5 Y este es el mensaje que hemos oído de él y os anunciamos, que Dios es luz, y que en él no hay oscuridad en absoluto.

El concepto de que "Dios es luz" es uno de los temas principales del evangelio de Juan, así como de su Primera Carta. En Juan 1:4 él escribió, "En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres". La vida, entonces, se equipara con la luz. En el siguiente versículo, Juan nos dice que esta luz es más poderosa que la oscuridad, porque la luz penetra en la oscuridad, pero la oscuridad no puede extinguir la luz.

Más tarde, en Juan 1:8-10, el apóstol lo lleva más allá, relacionando esta luz con el Evangelio, es decir, con la Verdad misma. Luego lo lleva al próximo paso, dándonos la Verdad fundamental que ha brillado en los corazones de los creyentes, una Verdad que fue rechazada por aquellos Judíos cuya fe en los líderes de su templo permaneció fuerte. Creer que esta Verdad trae "vida" como se establece en Juan 1:12,13,

12 Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, 13 que nacieron [de gennao, "fueron engendrados"] no de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios.

Entonces el orden establecido por el apóstol es que la Palabra fue desde el principio; en Él (la Palabra) estaba la vida; esta vida era luz brillando en la oscuridad; y donde esta luz de la verdad era recibida por fe, se convertía en semilla para engendrar hijos de Dios. En otras palabras, la misma Palabra que creó todas las cosas está en el proceso de engendrar hijos. La luz de la Palabra es la semilla de vida (o semilla inmortal) que engendra a los hijos de Dios.

Juan 1:14 dice: "el Verbo se hizo carne". Primero, Jesucristo fue el Verbo hecho carne. Ese patrón ahora se repite una y otra vez, ya que la semilla de la Palabra engendra una abundancia de hijos en la Tierra. El patrón del nacimiento virginal del Hijo de Dios Primogénito es continuo, ya que la Palabra sigue engendrando hijos menores de Dios. Por lo tanto, como dice Hebreos 2:11, "por eso no se avergüenza de llamarles hermanos".

Al comprender la lógica del proceso de pensamiento de Juan, podemos entender los principios fundacionales establecidos en su Primera Carta.

1 Juan 1:6,7 luego nos da un nuevo pensamiento que no fue desarrollado en el evangelio de Juan. Es la idea de que los hijos de Dios son una familia que tiene un Padre común y están en comunión con Él y con los demás.

6 Si decimos que tenemos comunión con Él y aún caminamos en la oscuridad, mentimos y no practicamos la verdad; 7 pero si caminamos en la luz, como Él mismo está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, su Hijo, nos limpia de todo pecado.

Vemos a partir de esto que los problemas han surgido en las décadas desde el día de Pentecostés. La raíz de todos los problemas es que algunos reclaman compañerismo, mientras caminan en la oscuridad. Algunos afirman tener comunión sin practicar la verdad; es decir, sin evidencia de que la verdad haya dado fruto en sus vidas diarias.

Esto es similar al mensaje de Santiago, quien insiste en que "la fe, si no tiene obras, está muerta" (Santiago 2:17). Asimismo, dice en Santiago 2:19 que "la fe sin obras es perezosa" (argos). Escribí sobre esto en mi libro, Santiago a las Doce Tribus (http://josemariaarmesto.blogspot.com.es/2016/09/libro-santiago-las-doce-tribus-la-fe-y.html), al final del capítulo 12.

Ni Santiago ni Juan están en desacuerdo con la afirmación de Pablo de que somos justificados por la fe aparte de las obras (Romanos 4:1-8). Pablo tampoco está en desacuerdo con sus compañeros apóstoles por insistir en que la fe viva se prueba "al dar fruto en toda buena obra" (Colosenses 1:10). Cada uno de los apóstoles tiene formas ligeramente diferentes de expresar la misma verdad, cada uno enfatizando un aspecto diferente de la verdad para desarrollar su propio tema.

"Andar en la luz" significa vivir la vida de tal manera que todos puedan ver la evidencia de que uno ha sido engendrado por Dios. Si no hay fruto, esa persona aún no ha experimentado una fe genuina. La luz de la verdad aún no ha penetrado verdaderamente. La semilla de la Palabra no ha sido verdaderamente recibida por la fe.


Cuando los creyentes pecan
Sin embargo, aquellos que verdaderamente han recibido la Palabra de Verdad y han sido engendrados por su Padre celestial, pueden disfrutar del compañerismo-comunión entre ellos. Además, "la sangre de Jesús, su Hijo, nos limpia de todo pecado".

El pecado es una ofensa contra Dios o el hombre. Hay momentos en que los hijos de Dios pecan uno contra el otro, incluso cuando están técnicamente en comunión. Sin embargo, debido a que se aman, rápidamente aplican la Ley de la Sangre a la ofensa, para que la comunión no se rompa. Más tarde, en 1 Juan 3:4, el apóstol define el pecado de acuerdo con su definición hebrea: "el pecado es infracción de la ley", o, como dice la KJV, "transgresión de la ley". Por lo tanto, Juan deja en claro que los creyentes no son aún perfectos, pero están en un viaje en verdad y luz.

1 Juan 1:8 dice:

8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. 9 Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. 10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.

Juan deja en claro que los creyentes no tienen derecho a la impecabilidad mientras todavía están en camino. Como Israel bajo Moisés, que era "la iglesia en el desierto" (Hechos 7:38 KJV), los creyentes están en un viaje de Egipto a la Tierra Prometida. El ejemplo de Israel de quejas y deseos carnales también estableció el patrón para la Iglesia posterior.

Hace un siglo, ciertos movimientos, pretendiendo ser cristianos, comenzaron a enseñar que para que nuestras vidas mejoren, debemos abstenernos de reconocer la realidad y confesar la verdad. Si se les debe creer, los cristianos deben confesar solo cosas buenas de ellos mismos y nunca confesar su pecado. De alguna manera, si confiesan el pecado, lo están abrazando -así lo dicen- y la implicación es que si uno ignora el pecado, uno puede descartarlo y eliminar cualquier responsabilidad por el pecado. Esto ha llegado al lugar donde algunos creen que la perfección se puede lograr simplemente negándose a admitir ("confesar") que han hecho algo malo a su vecino. Por lo tanto, viven una mentira, y al negarse a arrepentirse, no pueden aplicar la sangre de Jesús a su ofensa. Juan dice que el perdón viene "si confesamos nuestros pecados", pero estos maestros nos instruyen a confesar nuestra perfección e inocencia. Pero la limpieza del pecado proviene del arrepentimiento, al reconocer nuestra imperfección y nuestra ofensa. Además, "si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso". Aquellos que le hacen un mentiroso no tienen Su Palabra en ellos. Es decir, no han sido engendrados por la Palabra de Verdad.

Habiendo dicho eso, reconozcamos también que el Plan Divino nos da una justicia imputada por adelantado. Juan no desarrolla esta idea tanto como Pablo, pero cuando combinamos las Escrituras de Juan con las de Pablo, se nos da una verdad más completa. La justicia ha sido imputada a nosotros (Romanos 4:8 KJV), porque Dios llama a lo que no es como si fuera (Romanos 4:17). Esto no es una mentira, porque reconocemos que no somos realmente justos, pero esa provisión legal se ha hecho para que seamos llamados justos a pesar de nosotros mismos. Pero las tradiciones del hombre son diferentes, porque muchos no entienden la diferencia entre legal y real. No entienden las enseñanzas de Pablo acerca de la justicia imputada, que él desarrolla completamente en Romanos 4.

Del mismo modo, muchos no entienden la diferencia entre el engendramiento físico y el engendramiento espiritual. Ellos no saben que nuestros cuerpos terrenales fueron engendrados a la semejanza de Adán, pero cuando recibimos la Palabra de la Verdad, fuimos engendrados como nuevas criaturas por nuestro Padre celestial. Por lo tanto, cada uno debe tratar con dos identidades, una anímica y la otra espiritual. La entidad (identidad) anímica sigue el ejemplo de su padre, el primer pecador (Adán). La entidad (identidad) espiritual sigue el ejemplo de su Padre celestial, que no peca.

Todos debemos decidir quiénes somos y luego caminar en consecuencia. Si caminamos por la carne, estamos viviendo como hijos de Adán. Si caminamos en pos del Espíritu, estamos viviendo como hijos de Dios. Pero como dije antes, esto es un viaje. Todavía estamos aprendiendo a caminar en pos del Espíritu. Todavía estamos aprendiendo a adaptarnos al cambio de identidad del "viejo hombre" al "hombre nuevo". Nuestra tasa de éxito varía, pero cuando volvemos a los modos del viejo, nos encontramos pecando. Cuando pecamos, dice Juan, debemos confesar nuestro pecado y nuestro fracaso, y así recibir el perdón.


Más que eso, Dios nos anima por Su amor hacia nosotros a seguir adelante, para que nunca tengamos que revolcarnos en los remordimientos profundos del pecado pasado. Se nos recuerda que la justicia ha sido imputada a nosotros, y que Dios está llamando lo que no es como si fuera. Él llama a personas injustas justas.

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