Fecha de publicación: 20/02/2025
Tiempo estimado de lectura: 7 - 10 minutos
Autor: Dr. Stephen E. Jones
https://godskingdom.org/blog/2025/02/israel-and-judah-part-3/
1º Crónicas 5: 1, 2 nos dice que el llamado de Judá era proveer gobernantes/reyes para la Casa de Israel, pero que la Primogenitura pertenecía a José (es decir, a Efraín). Mientras estas tribus permanecieran unidas, cada una podía beneficiarse del llamado de la otra. Pero cuando el reino se dividió, los reyes de Judá fueron separados del Reino (Israel) mismo.
A Judá nunca se le dio la Primogenitura, como muchos cristianos piensan. Judá tenía un llamamiento muy importante, y a la tribu incluso se le dio una parte de la Primogenitura, pero 1º Crónicas 5: 2 dice claramente que “la primogenitura pertenecía a José”. La tribu de Leví tampoco poseía la Primogenitura, a pesar de que su llamamiento también fue importante para proveer el sacerdocio.
Ni Judá ni José podían completar el Plan de Dios sin el otro. Afortunadamente, los profetas previeron el día en que al final los dos “palos” se reunirían (Ezequiel 37: 19). Génesis 49: 10 dice que esta reunificación ocurriría “cuando venga Silo”. Esto tenía un doble significado. Silo se deriva de shalom, “paz” o reconciliación, pero también era una profecía mesiánica del Príncipe de Paz que vendría (Isaías 9: 6). El llamado de Cristo era traer la paz reparando la brecha (Isaías 58: 12).
Había brechas que reparar en distintos niveles. La brecha más fundamental ocurrió cuando Adán pecó. Isaías 59: 2 dice:
2 Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no escuchar.
La segunda brecha, por supuesto, fue la división entre Israel y Judá. Ambas brechas debían ser reconciliadas: primero la brecha entre Judá y José, y después la brecha entre Dios y el hombre en la Reconciliación de Todas las Cosas. En ambos casos, la reparación de la brecha debía traer unidad y acuerdo, de modo que no existiera más enemistad entre ellos.
La ilustración más antigua del principio de unidad se encuentra en Génesis 2: 24, que habla de la unidad y el acuerdo entre el esposo y la esposa ideales.
24 Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
El pecado, por supuesto, puso a hombres y mujeres en una situación de conflicto, como vemos también entre hombres y mujeres. La mortalidad, resultado del pecado, nos hizo a todos corruptibles y egocéntricos en lugar de centrados en Cristo. Sólo por la fe y el estudio de la Palabra podemos superar este impedimento para la unidad plena.
Uno de los propósitos principales del matrimonio es dar a los esposos y esposas la oportunidad de practicar el llegar a un acuerdo antes de emprender un curso de acción. Este es el modelo para cualquier matrimonio del Nuevo Pacto, y es distinto de que un cónyuge sea obediente a la voluntad del otro, lo cual sigue el modelo del Antiguo Pacto. La autoridad y la obediencia se establecieron después de que el pecado entró en el mundo en Génesis 3: 16, pero no fue así desde el principio.
Tal vez sea curioso, entonces, que Génesis 2: 24 diga que “el hombre dejará a su padre y a su madre” cuando se case con su esposa. Generalmente, pensamos en una mujer que deja a sus padres para unirse con su esposo. Pero esta es también una profecía de Cristo, quien dejó a su Padre celestial para reclamar su Novia y morar con ella en la Tierra. Cuando este matrimonio finalmente se consume, por supuesto, los que son parte de la Compañía de la Novia, tanto hombres como mujeres, ¡tendrán la libertad de visitar al Padre en el Cielo cuando lo deseen! Sin embargo, su hogar estará en la Tierra, porque, como leemos en Mateo 5: 5 , ellos “heredarán la tierra”.
La larga separación de Israel y Judá
Israel y Judá estuvieron separadas durante 210 años desde la muerte de Salomón en el 931 aC, hasta la caída de Samaria en el 721 aC. Luego los asirios tomaron cautivos a los israelitas. 2º Reyes 17: 18 dice:
18 Entonces el Señor se enojó mucho contra Israel y los quitó de su presencia, y no quedó ninguno excepto la tribu de Judá.
La idolatría y la anarquía de Israel empeoraron la situación. Al principio, las dos naciones siguieron siendo vecinas y vivían en casas diferentes, como si quisieran tener la esperanza de reparar la brecha en un corto período de tiempo. Pero finalmente, Dios “los quitó de su vista” por completo. Los asirios les dieron un nuevo nombre: Ghomri, en honor al rey Omri, el padre del rey Acab de Israel (en aquellos días, Omri se escribía con la letra gain y se pronunciaba Ghomri o Gomer).
El profeta Oseas recibió instrucciones de Dios de casarse con una ramera llamada Gomer, para ilustrar esto en su vida personal y para demostrar que Israel (la esposa de Dios) había sido una prostituta. Su iniquidad (adulterio) había roto su matrimonio de Antiguo Pacto, porque Dios entonces se divorció de ella y la echó de su Casa [la tierra de Israel], como manda la Ley en Deuteronomio 24: 1 KJV. Jeremías 3: 8 lo confirma:
8 Y vio que a causa de todos los adulterios de la infiel Israel, yo la había despedido, dándole carta de divorcio; con todo, su pérfida hermana Judá no tuvo temor, sino que ella también fue y se hizo ramera.
Tanto Israel como Judá eran prostitutas, dice el profeta, y finalmente Judá también fue exiliada de la tierra en el año 70 dC y enviada al cautiverio. La única manera legal de volver a una relación matrimonial con Dios es morir y resucitar como una nueva creación. Es por eso que por la fe hemos sido bautizados en la muerte de Cristo y resucitados con Él como nuevas criaturas (Romanos 6: 4). Como nuevas criaturas, o como nuevos individuos, la Ley ya no nos reconoce como hijos de Adán o de Israel, sino como hijos de Dios, habiendo sido engendrados por el Espíritu Santo.
De la misma manera, Cristo, aunque no tenía pecado, tuvo que morir para resucitar como una nueva creación. En su forma actual, Cristo ya no es el Esposo de la Novia del Antiguo Pacto con quien se había casado en el Monte Horeb.
Es por medio de la muerte y la resurrección que se repara la brecha. Ya no somos almas descendientes del primer Adán, sino hijos espirituales del último Adán (1ª Corintios 15: 45). Como tales, somos parte de la Novia de Cristo, casados con Él a través de un Nuevo Pacto. Nadie puede ser parte de esa Compañía de la Novia sin la fe en Cristo. Cristo nunca más se casará con una Novia del Antiguo Pacto.
De hecho, la Ley prohíbe que un hombre se vuelva a casar con la mujer de la que, [menospreciándola] se ha divorciado (Deuteronomio 24: 4). Lo mismo sucede con los matrimonios terrenales que terminan en divorcio, excepto cuando las partes divorciadas se hayan convertido en nuevas criaturas en Cristo. En tales casos, ya no son las personas que solían ser y son libres de volver a casarse sin violar la ley.
En el siglo I dC, el historiador judío Josefo nos dice:
“Por lo cual sólo hay dos tribus en Asia y Europa sujetas a los romanos; mientras que las diez tribus están más allá del Éufrates hasta ahora; y son una multitud inmensa, y no se puede estimar en números” (Antigüedades de los judíos, XI, v, 2).
Josefo sabía que los israelitas todavía estaban en el exilio y que aún no se habían unido a Judá. Esto fue confirmado más recientemente en 1888 por el Dr. A. Neubauer,
“Los cautivos de Israel exiliados más allá del Éufrates no regresaron en su totalidad a Palestina junto con sus hermanos los cautivos de Judá; al menos no hay mención de este evento en los documentos de que disponemos” (The Jewish Quarterly Review, 1888, Vol. 1).
Algunos comentaristas cristianos sostienen que había suficientes israelitas entre el pueblo de Judá para constituir una unificación entre Israel y Judá. Ciertamente, había algunos israelitas en Judá, como Ana, la profetisa, que era de la tribu de Aser (Lucas 2: 35). Sin embargo, los individuos no constituyen una tribu. La tribu en sí misma recae en el heredero real. Es evidente que el heredero al trono de Israel no vivía en Judea durante el tiempo de Cristo.
Por lo tanto, es evidente que durante el ministerio terrenal de Jesús, los linajes de Judá y José aún no se habían reunido, ni se había reparado la brecha. La separación continuó hasta el día de hoy. Los israelitas, después de haber sido rebautizados por los asirios (y otros), emigraron a Europa con nuevos nombres.
En el plano físico, los ex-israelitas en dispersión permanecieron bajo el juicio divino, separados de Dios y de Judá. La única manera en que podrían volver a casarse con Dios y recibir nuevamente el nombre de Israel era a través de Cristo bajo el Nuevo Pacto. El Antiguo Pacto se rompió irremediablemente y se volvió “obsoleto” (Hebreos 8: 13). El Nuevo Pacto es el segundo matrimonio de Cristo, construido sobre promesas mejores que no fallarán.
En Gálatas 4: 22-26 Pablo nos dice que Abraham tuvo dos esposas, Agar y Sara. Alegóricamente, Agar es el Antiguo Pacto, y Sara el Nuevo Pacto. Continúa diciendo que el hijo de Agar nació naturalmente como un hijo de la carne, mientras que el hijo de Sara nació por la promesa de Dios. Los hijos de la carne no heredarán el Reino de Dios (Gálatas 4: 30). En otras palabras, debemos ser engendrados por Dios para ser herederos.
Pablo no estaba hablando de genealogía física. Todos nacimos de manera natural de nuestros padres terrenales, independientemente de nuestra etnia. Todos debemos convertirnos en hijos de Sara (Nuevo Pacto) por la fe en Cristo, para poder ser herederos del Reino. Aquellos que permanecen fieles al Antiguo Pacto que fue mediado por Moisés no son los elegidos para heredar la Tierra.
Los que siguen defendiendo a los hijos carnales (o naturales) de Agar todavía no están de acuerdo con Dios. Los hijos de la carne aman a su madre Agar, es decir, aman a la Jerusalén terrenal (Gálatas 4: 25) y oran para que esta ciudad sea la capital del Reino de Cristo. Esas personas necesitan estudiar Gálatas 4 cuidadosamente para llegar a estar de acuerdo con el Plan Divino.
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