Sin forzarte, trata de acercarte a Dios con tanta frecuencia como puedas.
Aunque cuando quieras tocar al Señor estés distraído, es importante que sigas acudiendo ante su presencia. No esperes un momento perfecto en que te puedas encerrar en tu cuarto para estar solo. Sabes lo difícil que es encontrar un momento así. El mismo momento en que te sientas atraído hacia Dios, es el momento de volverte hacia Él. Limítate a inclinarte hacia Él con el corazón lleno de amor y de confianza. Hazlo cuando estés conduciendo o vistiéndote o arreglándote el cabello. Vuélvete hacia Él mientras estás comiendo, o mientras hablan los demás. Cuando la conversación se vuelva aburrida, durante una reunión de negocios, por ejemplo, podrás hallar unos cuantos momentos para tener comunión con tu Padre, en lugar de gastar tus energías en una charla innecesaria.
Sé fiel a tus momentos de oración, tanto si encuentras consuelo en ellos como si no. Haz uso de los momentos del día en que estés solo un poco ocupado. Aprovecha todos los segundos libres para estar con Dios. Aunque estés tejiendo con aguja, puedes estar consciente de la presencia de Dios. Es más difícil estar consciente de su presencia cuando estás en una conversación, pero puedes aprender a sentirlo en tu interior, observando tus palabras y frenando todas las manifestaciones de orgullo, odio y amor propio. Haz tu obra con constancia y de manera que seas digno de confianza. Sé paciente contigo mismo.
Hay algo más que debes recordar, y es vigilar tus acciones si te ves a punto de hacer algo incorrecto. Si haces algo incorrecto, soporta la humillación de tu error; pero trata de entregarte de inmediato al calor interno que te está dando el Espíritu Santo. Las faltas cometidas por apresuramiento o por debilidad humana no son nada comparadas con lo que es cerrar tus oídos a la voz interior del Espíritu Santo. Y si cometes un pecado, comprende que no te va a servir de nada, enojarte y sentir lástima de ti mismo. Levántate y sigue adelante, sin dejar que tu orgullo se resienta. Admite que actuaste mal, pide perdón y sigue adelante. Irritarse consigo mismo no es lo que significa levantarse y seguir adelante en paz. No te incomodes tanto con tus propios errores.
Con frecuencia, lo que ofreces a Dios no es lo que Él quiere. Él suele querer aquello que temes entregarle. Es Isaac, el bienamado, el que quiere que le entregues. Lo que anda buscando es aquello que se interponga entre tú y Él. No va a descansar, y tampoco vas a descansar tú, te añadiría, hasta que no se lo hayas dado todo. Si quieres prosperar y disfrutar de la bendición de Dios, no le niegues nada. ¡Qué consuelo, libertad y fortaleza existen, cuando no hay nada que se interponga entre tú y Dios! (ADMINISTRADOR: "Por muchos años no ha habido ni una sola nube entre yo y Dios", dijo la esposa de Hudson Taylor cuando agonizaba en su lecho de muerte).
(Compilado por Gene Edwards en "Cien Días en el Lugar Secreto")
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