HUMILDAD y SOLEDAD (Sorbos Místicos), Miguel de Molinos




HUMILDAD

El que se excusa y alega no tiene corazón sencillo y humilde, especialmente si es con los superiores, porque los alegatos nacen de la soberbia secreta, que reina en el alma, y que es su ruina total.

La persona verdaderamente humilde, aunque lo ve todo, no mira nada para juzgarlo, porque sólo de sí juzga mal.

La persona verdaderamente humilde siempre halla excusa para defender al que le mortifica, por lo menos en la intención sana. ¿Quién se enojará, pues, con el bien intencionado?


SOLEDAD

Sabrás que aunque la soledad exterior ayuda mucho para alcanzar la paz interior, no es esta de la que habló el Señor cuando dijo por Su profeta: La llevaré a la soledad (desierto), y le hablaré al corazón (Oseas 2:14); sino de la interior, que es la única que conduce, para alcanzar la preciosa margarita de la paz interior. La soledad interior consiste en el olvido de todas las criaturas, en el desapego y perfecta desnudez de todos los afectos, deseos y pensamientos, y de la propia voluntad. Esta es la verdadera soledad, donde descansa el alma con una amorosa e íntima serenidad, en los brazos del Sumo Bien.

Sabe que mientras más el alma se desnuda, más se va entrando en la soledad interior y tanto más queda de Dios vestida, y cuanto más el alma queda sola y vacía de sí misma, tanto más el divino Espíritu la llena.

No hay vida más bendita que la solitaria; porque en esa vida feliz se da Dios todo a la criatura, y la criatura toda a Dios por una unión de amor íntima y suave. ¡Oh, qué pocos llegan a gustar esta verdadera soledad! Para que el alma sea solitaria, debe olvidarse de todas las criaturas, y aún de sí misma, de otro modo no podrá llegarse interiormente a Dios.

Camina ¡oh alma bendita!, camina sin detenerte a esta bienaventuranza de la interior soledad. Mira que te da Dios voces para que te entres en tu centro interior, donde te quiere renovar, cambiar, llenar, vestir y enseñar un reino nuevo y celestial, lleno de alegría, de paz, de gozo y de serenidad.

Sabrás que cuando el alma ya está habituada al recogimiento interior y contemplación adquirida que hemos dicho; cuando ya está mortificada y en todo desea negarse a sus apetitos; cuando ya muy de veras abraza la mortificación interior y exterior, y quiere muy de corazón morir a sus pasiones y propias operaciones, entonces suele Dios llevarla, elevándola sin que lo advierta, a un perfecto reposo, en donde suave e íntimamente le infunde Su luz, Su amor y fortaleza, encendiéndola e inflamándola con verdadera disposición para todo género de virtud.

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