31-12-2015
El romance en el matrimonio funciona como una hoguera. Debe encenderse y cuidarse de que se mantenga encendido.
Cuando queremos encender una hoguera usamos una chispa o fósforo, que arrimamos a un puñado de paja seca. Prendida la paja añadimos hojarasca, tal vez después unas ramitas secas y soplamos un poco. Tras prenderse las ramitas añadimos algunos palos delgados, después palos más gruesos y finalmente troncos. Durante el proceso nos hemos mantenido avivando el fuego agitando el aire con algo o soplando y cuidando de no ahogarlo echando demasiada leña más aprisa de lo debido. Así, iniciada ya una gran hoguera, simplemente añadiremos más troncos poco a poco, que se irán consumiendo sin ningún esfuerzo. Seguramente que además rodearemos la hoguera con unas cuantas piedras grandes, para protegerla del viento y por seguridad.
Cuando ya no necesitemos la hoguera simplemente dejaremos de alimentarla, para que se consuma la leña hasta quedar unas pocas brasas, que seguramente apagaremos con agua antes de abandonar el lugar. Si notamos que todavía humea añadiremos agua tantas veces como sea necesario hasta que deje de hacerlo.
Entonces, si queremos volver a encender fuego en el mismo lugar, necesitaremos quitar las cenizas húmedas y reiniciar todo el proceso desde el principio.
Así, en nuestro matrimonio, tras un buen periodo relacional conseguimos que muchas veces crepiten las llamas del romance. Hay mimos, carantoñas, atenciones, detalles, palabras dulces ... . Nos decimos precioso, preciosa, cariño, te amo, cielo ... y cosas así. Pero, por desgracia, repentinamente viene una mala contestación, un mal gesto, y sí, a veces un grito airado o palabras soeces, irrespetuosas e hirientes.
Algunos cónyuges llegan a hacer de esto un hábito y continuamente se comportan como pitbulls gruñones que muestran los dientes a la mínima oportunidad, y no sólo a sus parejas, también a todos cuantos les rodean.
Tal vez se comporten así por inseguridad, excesiva susceptibilidad, complejo de inferioridad, por heridas del pasado proyección de propios males o por falta de sentirse incondicionalmente amados por el Señor o por sus parejas.
Luchan contra todo y contra todos y nunca bajan la guardia tratando de "protegerse"; pero no se dan cuenta que esa misma guardia también les impide recibir amor y aceptar a las personas como son. Tal vez necesiten madurar muriendo a la carne, para poder ser librados de la culpabilidad y del egocentrismo de pensar que todos y todo en el mundo están en su contra. La culpabilidad o condenación que sienten les impide poder ofrecer el sacrificio de paz de la madurez espiritual que les reconcilia con Dios y con el prójimo.
Otros tal vez no lleguen a este extremo de sacar los perros continuamente, pero son indelicados, mordaces, manipuladores, absorbentes o excesivamente regañones.
Todos estos despropósitos son como jarros de agua fría que apagan el fuego del romance. Después, para volver a encenderlo se necesitará reiniciar todo el proceso desde cero. Todo ese ritual gradual del fósforo, las pajitas, las ramitas, los palitos, los palos y los troncos; todo ello sin dejar de usar el avivador, hasta que la hoguera recobre su cenit de nuevo.
Yo no sé ustedes, pero algunos se reponen fácilmente. En cambio para otros, después de haber sido irrespetados, heridos o abusados, ese proceso no es instantáneo; sino que les cuesta tiempo y esfuerzo la remontada, por días e incluso semanas.
Debemos estar al tanto para que el cansancio no se convierta en aburrimiento, el aburrimiento en tedio, el tedio en hastío, el hastío en resentimiento y el resentimiento en aborrecimiento...
Si queremos, pues, que nuestro romance permanezca avivado, no nos convirtamos en bomberos apaga fuegos. Seamos conscientes de que la hiel apaga el fuego del romance mucho mejor que el agua helada y luego costará mucho volver a encender la hoguera.
Creemos que con Cristo es posible un romance continuo. Y oramos por que Él nos ayude a morir a nuestra carnalidad, yendo vez tras vez al madero, hasta hacerlo posible, tal vez en el nuevo año que comienza.
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