Capítulo
5
LOS
VENCEDORES Y LA JUSTICIA
El
pecado y los pecados
Para
tener claridad sobre el real significado de lo que podríamos llamar
nuestra justicia propia frente a la verdadera justicia de Dios, es
supremamente necesario poder distinguir entre lo que es el pecado y
los pecados. El pecado es una ley o poder o principio que está
dentro de nosotros, en nuestra carne, que controla nuestros miembros
y que nos impulsa a cometer toda suerte de actos pecaminosos (cfr.
Romanos 7:23), es decir, los pecados. El pecado se relaciona con
nuestra vida
natural heredada de Adán
(cfr. Romanos 5:19), en tanto que los pecados están relacionados con
nuestra conducta,
nuestras obras, nuestros actos. Los pecados son una co
nsecuencia
del pecado que mora en nosotros. El pecado engendra los pecados. Es
verdad que la Ley del Espíritu de Vida en Cristo nos libra de la
esclavitud de esa Ley del pecado; no obstante, un creyente puede
seguir sirviendo a Dios en su mente, en su deseo, pero con la carne
seguirle sirviendo a la Ley del pecado (cfr. Romanos 7:25); de manera
que un creyente puede seguir con la tendencia de continuar pecando, y
de hecho todo creyente peca.
¿Qué sucede con esos pecados de los creyentes después de ser salvos? Si el creyente los confiesa y se aparta, le son perdonados por Dios por la justicia del Señor Jesús (1 Juan 1:9); de lo contrario, esos pecados serán tratados por Dios en esta era de la Iglesia o durante el reino milenial, como lo estamos exponiendo en el presente trabajo. Hay que tener presente que aunque somos santos en Cristo, y hemos recibido una salvación completa por gracia mediante la fe en el Señor Jesús, sin embargo, seguimos siendo pecadores. Dios es justo. Una vez somos salvos por gracia, entramos a ser Sus hijos y colaboradores, y todo el resultado de nuestro trabajo será recompensado, pero asimismo disciplinados si el resultado es negativo.
¿Qué sucede con esos pecados de los creyentes después de ser salvos? Si el creyente los confiesa y se aparta, le son perdonados por Dios por la justicia del Señor Jesús (1 Juan 1:9); de lo contrario, esos pecados serán tratados por Dios en esta era de la Iglesia o durante el reino milenial, como lo estamos exponiendo en el presente trabajo. Hay que tener presente que aunque somos santos en Cristo, y hemos recibido una salvación completa por gracia mediante la fe en el Señor Jesús, sin embargo, seguimos siendo pecadores. Dios es justo. Una vez somos salvos por gracia, entramos a ser Sus hijos y colaboradores, y todo el resultado de nuestro trabajo será recompensado, pero asimismo disciplinados si el resultado es negativo.
No
sólo no basta con tratar con los pecados en sí, como la lascivia,
autoestima, desafecto, infidelidad y muchos otros, sino que hay que
tratar con el pecado mayor, el verdadero productor de pecados, de
faltas en nuestra conducta diaria, y que su tratamiento sólo puede
llevarse a cabo con la cruz y una íntima comunión con el Señor
Jesús, y relación de entera confianza, hasta
que seamos liberados del pecado, ese principio natural heredado que
nos hace pecar.
Entre los aspectos del perdón, el primero es el perdón para salvación. Al salvarnos, Dios nos perdona eternamente; pero ya como hijos de Dios, volvemos a pecar, y eso no significa que perdemos nuestra salvación, pero sí perdemos nuestra comunión con Dios, de manera que necesitamos un nuevo perdón para restaurar la comunión con Dios. Nuestros pecados pasados ya han sido perdonados; nuestros pecados presentes también pueden ser perdonados si los confesamos, si nos arrepentimos, apartándonos de la situación que nos ha involucrado en el pecado, hacemos la debida restauración, reparando el daño causado, en fin, arreglando debidamente nuestros asuntos, y así restauramos nuestra comunión con Dios; pero tengamos en cuenta que somos hijos de Dios y que, como tales, tenemos nuestras responsabilidades. De manera que hay perdón para salvación y perdón para restaurar la comunión.
Cuando
los hebreos fueron liberados de la esclavitud de Egipto por la sangre
del cordero pascual, esa liberación fue irreversible, jamás
volvieron a la esclavitud egipcia, pero después, ya como pueblo de
Dios, debían estar ofreciendo sacrificios expiatorios por sus
pecados. No somos responsables por la salvación que ya hemos
recibido por gracia, porque es un regalo de Dios; ni tampoco Dios nos
pide que preservemos ahora esa nuestra salvación eterna con base en
nuestros propios méritos y nuestras buenas obras. La salvación es
un regalo, no un crédito que hay que pagarlo después; la salvación
no es como un electrodoméstico comprado a crédito, que si incumples
con tus cuotas, te lo pueden quitar. Todo es gratuito. En Apocalipsis
22:17b, dice: "Y
el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida
gratuitamente".
Nuestras responsabilidades ahora no se refieren a nuestra salvación
eterna,
sino a la salvación
de nuestra alma
con relación al reino milenario, a las coronas, a los premios y
recompensas, o a... la disciplina dispensacional.
La justicia de Dios
Tengamos
en cuenta que Dios no nos salva sin tratar con los pecados conforme a
la Ley, ya que está de por medio Su justicia; es decir, Dios nos
salva legalmente. En la cruz recayó en Cristo todo el peso de la ley
de Dios, y el Señor Jesús vino a ser nuestra justicia. Si Dios
pasara por alto la obra de Cristo en la cruz para salvarnos, violaría
su Justicia. Dios quiere que nuestra salvación sea totalmente
ajustada a la Ley. Cualquiera que crea en Su Hijo, es justificado por
Dios; una salvación sin sombra de duda, legal, apropiada, vicaria.
Muchos se afanan por buscar una salvación errada, fraudulenta,
comprada con dinero o con obras de justicia propia. ¿Lo hace así
Dios? No. Dios "nos
salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino
por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la
renovación en el Espíritu Santo"
(Ti. 3:5). Dios nos salva legalmente, pero nos salva también aparte
de la Ley. La Ley de Dios nos condena, pero Dios nos salva por Su
gracia en Su Justicia. Desde antes de la fundación del mundo, Dios
se comprometió a salvarnos por medio de Su propio Hijo. Dice
Watchman Nee:"¿Qué
es la justicia de Dios? La
justicia de Dios es la manera en que Él hace las cosas. El amor es
la naturaleza de Dios, la santidad es la disposición de Dios y la
gloria es Dios mismo.
Sin embargo, la justicia es el procedimiento de Dios, Su manera y Su
método. Puesto que Dios es justo, Él no puede amar al hombre sólo
con Su amor. Él no puede conceder gracia al hombre sólo porque
quiere. Él no puede salvar al hombre por lo que Su corazón le
dicte. Es verdad que Dios salva al hombre porque lo ama. Pero Él
debe hacerlo conforme a Su justicia, Su procedimiento, Su nivel
moral, Su manera, Su método, Su dignidad y Su majestad".
(Watchman
Nee. El Evangelio de Dios. Tomo I. LSM. 1994. pág.90).
Vemos, pues, que Dios, para salvarnos, por el hecho de que nos ama,
no toma una actitud tolerante frente al pecado. Para salvarnos, el
amor de Dios no obra sin justicia. Los pecados de los hombres deben
ser juzgados. Enviando a Su Hijo, al Señor Jesús, a que encarnara y
muriera por nosotros en la cruz y cargara con nuestros pecados, Dios
satisface Su amor y Su justicia. Para salvarnos, debe haber un
equilibrio entre el amor y la justicia de Dios. De manera que en
cuanto a nuestra posición de salvos e hijos de Dios, ya nosotros
fuimos juzgados en la cruz con Cristo. Nosotros recibimos la
salvación como un regalo, pero Dios pagó un altísimo precio por
ese regalo.
En
el Antiguo Testamento, el sumo sacerdote entraba una vez al año en
el Lugar Santísimo del Tabernáculo; allí estaba el Arca del Pacto,
en cuya cubierta, el propiciatorio, vertía la sangre de los animales
sacrificados, para hallar gracia de Dios por sus propios pecados y
los del pueblo. Ahora Jesús se ha convertido en propiciatorio y Sumo
Sacerdote a la vez, ofreciendo Su propia sangre para que nosotros
vengamos por fe a Dios. Esto lo hace Dios aparte de la Ley; porque si
Dios manifestara Su justicia con base en la Ley, todos tendríamos
que pagar con la muerte eterna. ¡Qué desdichados seríamos! A Dios
no le agradamos mediante nuestra propia justicia. El legalismo y el
judaísmo llevan a la gente a establecer su propia justicia, pero la
Palabra de Dios no aprueba este procedimiento. Por ejemplo, leemos en
Romanos 10:3-4: "3Porque
ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya
propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; 4porque el fin de
la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree".
Hay personas que se esfuerzan por practicar el bien a fin de
presentarse justos delante de Dios; pero Dios ha establecido Su
propia justicia en la obra que Dios cumplió en Su propio Hijo, el
Señor Jesús, y a esa justicia debemos sujetarnos a fin de ser
salvos. Nuestra propia justicia no es suficiente; al contrario,
nuestra propia justicia niega la eficacia de la obra del Señor en la
cruz. Con base en la obra de Cristo en la cruz, Dios nos da la total
confianza y seguridad de que somos salvos eternamente. En la obra de
Cristo en la cruz se manifiesta la justicia de Dios a favor de
nosotros. Él se ha comprometido en ello firmemente por medio de un
pacto eterno. Dios jamás invalida Sus pactos.
Nuestra justicia objetiva
Nuestra
justicia objetiva es Cristo, y por Él somos justificados delante de
Dios cuando creemos. Él murió en la cruz para que todo el que crea
en Él sea salvo, y todas las transgresiones cometidas en el pasado
son perdonadas, y renacemos en nuestro espíritu, recibiendo la vida
de Dios en nosotros. Leemos en 1 Corintios 1:30: "Mas
por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho
por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención".
También en Romanos 3:26 dice la Escritura: "Con
la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él
sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús".
En el Calvario el Señor nos justificó; ahora viviendo en nosotros,
Él nos hace justos. Cristo es nuestra justicia delante de Dios por
medio de la fe. Leemos en Romanos 3:20-26: "20Ya
que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado
delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del
pecado. 21Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia
de Dios, testificada por la ley y por los profetas; 22la justicia de
Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en
él. Porque no hay diferencia, 23por cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios, 24siendo justificados gratuitamente
por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, 25a
quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre,
para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su
paciencia, los pecados pasados, 26con la mira de manifestar en este
tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica
al que es de la fe de Jesús".
Algunos
buscan ser justificados delante de Dios observando la Ley y
cumpliendo mandamientos, pero vemos en el verso 20 que esto es
imposible. Entonces, ¿cómo nos justificamos delante de Dios? Por
medio de la fe en Jesucristo, y el objetivo de la fe es Cristo mismo.
La fe es como una semilla sembrada en el hombre, que el Espíritu
Santo hace desarrollar para que el hombre crea en el Señor Jesús, y
sea justificado por la obra de Cristo en la cruz. Cristo es la
justicia de Dios. No hay otra. No creer en Cristo nos separa de Dios
eternamente. La justificación que tenemos en Cristo se basa en la
gracia de Dios, y no tiene nada que ver con nuestras propias obras.
La sangre de Jesucristo nos ha justificado. Nunca hemos tenido nada
que ofrecerle a Dios que saliera de nosotros, porque nada bueno ha
habido en nosotros delante de Dios; de manera que a Dios sólo le
podemos ofrecer la sangre de Su propio Hijo, la cual es lo único que
nos puede justificar cuando somos salvos. La base para luchar y ser
vencedores, es la sangre del Señor Jesús, en su justo valor, no
nuestra propia justicia ni méritos, ni progresos espirituales. La
justicia
objetiva
se relaciona con la salvación
del creyente, en tanto que la justicia
subjetiva
se relaciona con la vida
victoriosa
del creyente.
La primera tiene que ver con la obra de Cristo en la cruz, y la
segunda con la vida de Cristo en nosotros. La primera precede y
determina la segunda.
Nuestra justicia subjetiva
Somos
llamados a ser la imagen de Cristo. ¿Cómo se consigue eso? Dios
tiene un nivel de vida que quiere que nosotros vivamos, pero sucede
que nosotros no lo podemos vivir. No tenemos esa capacidad; no
podemos vivir el nivel de vida exigido por Dios. Sólo Cristo lo
puede vivir.
Cristo vive ese nivel de santidad, de obediencia, de fidelidad, de
sufrimiento. Cristo
es tenido a veces como un modelo para nosotros, pero nosotros no
tenemos capacidad para imitarlo; nadie puede imitar a Cristo. Cristo
es el nivel de vida para el cristiano normal, el vencedor.
Entonces, ¿quién puede satisfacer ese nivel de vida de Dios? El
único que ha podido satisfacer esa demanda de Dios es Cristo; de
manera que si no es Cristo viviendo Su propia vida en ti, tú nunca
lo lograrás.
Dice Pablo en Gálatas 2:20: "Con
Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo
en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de
Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí".
Eso
de que hay creyentes que no pecan, no tiene respaldo bíblico ni se
cumple en la vida real. Todos somos pecadores, de modo que por
nosotros mismos no podemos satisfacer la expectativa de Dios. ¿Qué
hacer? Nuestro yo debe morir; es necesario que sea Cristo viviendo en
nosotros. No se trata que yo viva como Cristo, que lo imite, sino que
Cristo esté viviendo Su vida en mí.
"Porque
para mí el vivir es Cristo"
(Fil.1:21), decía Pablo; no mi propia voluntad, ni la ley, ni los
ritos, ni las obligaciones religiosas, ni mi mérito depende de que
sea miembro de determinada religión; mi vivir es Cristo, porque Él
y yo somos una sola persona; "no
teniendo mi propia justicia, sino la justicia que es de Dios por la
fe"
(Fil 3:9); es decir, si mi vivir es Cristo, no agrado a Dios por
guardar alguna ley, ni por mis esfuerzos personales, sino por una
unión orgánica con Cristo por medio de nuestra fe en Él.
En Apocalipsis 19:8 habla de las acciones justas de los santos. Allí dice: "Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino es las acciones justas de los santos". Estas acciones justas de los santos vencedores son subjetivas; esto sólo se logra por la vida de Cristo en el creyente. Dice en Mateo 6:33: "Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas". La vida eterna se recibe por fe por la gracia de Dios en Cristo, pero el reino se obtiene cumpliendo unos requisitos exigidos por la justicia del Padre. El reino de Dios tiene sus propios principios, más estrictos aun que los de la antigua Ley mosaica, la practicada por los escribas y fariseos. Dice en Mateo 5:20: "Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". Esta es nuestra justicia subjetiva, relacionada con nuestra íntima comunión con Cristo en nosotros. Quien quiera participar en el reino de los cielos, eso depende de su propia voluntad, que esté dispuesto a permitirle al Espíritu Santo que obre para que, una vez hayamos perdido nuestra alma aquí, podamos empezar a vivir la realidad del Reino desde ahora. Para participar en el reino futuro, es necesario estar participando de él desde ahora por obedecer sus principios. La vida religiosa de los fariseos aparece en las Escrituras revestida de apariencia de piedad. Se trata de meras vestiduras religiosas. La hipocresía se suele revestir de apariencia de piedad. La Escritura habla de la manifestación en los postreros tiempos de hombres amadores de sí mismos; y por cierto serán religiosos, porque 2 Timoteo 3:5 dice que "tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita". ¿Qué pasará con los creyentes con apariencia de piedad? Eso lo contesta Mateo 7:21-23: "21No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartáos de mí, hacedores de maldad".
En Apocalipsis 19:8 habla de las acciones justas de los santos. Allí dice: "Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino es las acciones justas de los santos". Estas acciones justas de los santos vencedores son subjetivas; esto sólo se logra por la vida de Cristo en el creyente. Dice en Mateo 6:33: "Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas". La vida eterna se recibe por fe por la gracia de Dios en Cristo, pero el reino se obtiene cumpliendo unos requisitos exigidos por la justicia del Padre. El reino de Dios tiene sus propios principios, más estrictos aun que los de la antigua Ley mosaica, la practicada por los escribas y fariseos. Dice en Mateo 5:20: "Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". Esta es nuestra justicia subjetiva, relacionada con nuestra íntima comunión con Cristo en nosotros. Quien quiera participar en el reino de los cielos, eso depende de su propia voluntad, que esté dispuesto a permitirle al Espíritu Santo que obre para que, una vez hayamos perdido nuestra alma aquí, podamos empezar a vivir la realidad del Reino desde ahora. Para participar en el reino futuro, es necesario estar participando de él desde ahora por obedecer sus principios. La vida religiosa de los fariseos aparece en las Escrituras revestida de apariencia de piedad. Se trata de meras vestiduras religiosas. La hipocresía se suele revestir de apariencia de piedad. La Escritura habla de la manifestación en los postreros tiempos de hombres amadores de sí mismos; y por cierto serán religiosos, porque 2 Timoteo 3:5 dice que "tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita". ¿Qué pasará con los creyentes con apariencia de piedad? Eso lo contesta Mateo 7:21-23: "21No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartáos de mí, hacedores de maldad".
Nótese
que para entrar en el reino de los cielos hay que hacer la voluntad
del Padre celestial; no una mera apariencia. Si no obedecemos, o
simplemente nos deleitamos en hacer nuestra propia voluntad, no
seremos aprobados en el día del Señor. Hay un afán desmedido por
crecer en muchas cosas, pero el verdadero crecimiento espiritual lo
experimentamos en la medida en que menguamos.
¿Por qué nos ha escogido Dios? Dice la Escritura: "Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad" (2 Tes. 2:13). "4Según nos escogió en él (Cristo) antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 5en amor habiéndonos predestinados para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad" (Efesios 1:4-5). ¿Elige Dios a personas porque encuentra en ellas algo especial? No; en nuestra elección lo que entra en juego es la voluntad y la gracia soberanas de Dios. Dios es amor, y ese amor se pone en acción por su misericordia, viendo al hombre perdido, y se manifiesta su gracia en Cristo produciendo nuestra salvación. Dios tiene misericordia del que quiera tener misericordia; Él es soberano. Primero elige a Isaac en vez de Ismael; luego a Jacob en vez de a Esaú; y el Señor escoge a Jacob a sabiendas de que iba a ser una persona supremamente egoísta; y sin embargo, le da las promesas, lo perfecciona (Filipenses 1:6) y hace de él un instrumento espiritual (Juan 6:39).
A nosotros nos conoció en forma especial desde el principio, y nos predestinó; llegado el momento nos llamó, nos justificó por Su Hijo y por último nos glorificó. Ahora vive en nosotros y quiere engrandecerse en cada uno de nosotros. Cuando Cristo se engrandece en ti, es porque tu vida es iluminada por Dios, y empiezas a ver las cosas como Dios las ve.
La quinta promesa
"El
que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su
nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi
Padre, y delante de sus ángeles"
(Ap. 3:5).
El
versículo anterior hace parte de la carta a la iglesia local de
Sardis. Como profecía que es, Sardis representa el protestantismo,
es decir, un cristianismo de sistemas muertos (Apocalipsis 3:1b),
donde hay que vencer una muerte que no concluye, donde abunda la vida
artificial, y eso es debido a que en el protestantismo los miembros
del Cuerpo de Cristo tienen sus funciones anuladas porque no hay
vida. Los miembros que son ojos, no ven; los que son pies, no
caminan, están atrofiados. Tú puedes observar una congregación
denominacional, y por grande y numerosa que sea la membresía, la
gran masa se contenta con asistir a la reunión dominical, como quien
asiste a misa; sólo son activos el pastor y unos pocos allegados. Al
haberse oficializado el nicolaísmo en Tiatira, posteriormente Sardis
heredó que sólo el pastor y sus invitados especiales pueden hablar
en las reuniones; los demás están restringidos porque son laicos; y
todo miembro del cuerpo que no se usa, se va atrofiando y sus
funciones se van aniquilando, y se experimenta una muerte que jamás
termina. Es necesario vencer la muerte espiritual. Dentro de los
sistemas religiosos del protestantismo prevalece un estado latente de
muerte organizacional. Las organizaciones son sectarias, pues rompen
la expresión de la unidad del Cuerpo de Cristo, entonces, de hecho
nacen muertas, sin la vida de Dios, pero individualmente los
cristianos que ahora hacen parte de las mismas, pueden vencer esa
situación y andar de acuerdo con la voluntad de Dios. Al ser
vencedor, al tener la disposición
permanente de obedecer y serle fiel al Señor,
el creyente será objeto de un premio en el reino venidero. De
acuerdo con el andar en esta era de la gracia, con la obediencia al
Padre, con el sufrimiento por causa de Cristo, con el renunciar al
mundo y sus deleites, con la fidelidad al nombre del Señor
Jesucristo y no a otro nombre, así será la retribución en la era
del reino. Aquí aparecen tres recompensas para los vencedores de
Sardis, los del período que representa el sistema denominacional:
(1) Vestiduras blancas, (2) no serán borrados sus nombres del libro
de la vida y (3) serán confesados sus nombres delante del Padre
celestial y Sus ángeles.
Vestiduras blancas
Algunas
personas en Sardis no han contaminado sus vestiduras; eso significa
que su andar y su vivir lo han hecho en la apropiada aprobación del
Señor; no hay contaminación de muerte en sus vestiduras. Si tú
vives ahora en la vida de Cristo, y no contaminado con la muerte de
las organizaciones protestantes, tienes parte con Él en Su reino.
Puede que en este momento hagas parte de una organización religiosa
con nombre, pero tu espíritu esté en una disposición de comunión
del Cuerpo de Cristo, en vela, de fidelidad y obediencia en tu andar
con el Señor. Las del cristiano son dos
vestiduras diferentes.
La vestidura del verso 4, representa
al Cristo que nos salvó,
Cristo
como justicia nuestra,
que nos reviste de Su justicia, que recibimos y que viene a nosotros
dándonos la vida de Dios, siendo hecho para nosotros justificación,
redención y salvación en forma objetiva; de manera que es una
vestidura
objetiva
"Mas
por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho
por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención"
(1 Co. 1:30). Al ser justificados recibimos una vestidura de justicia
objetiva: "Pero
el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y
poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies"
(Lucas 15:22), la cual es diferente de nuestras acciones justas
determinadas por la vida de Cristo en nosotros.
La vestidura de Apocalipsis 3:5 representa al Cristo que mora en nosotros, que vivimos en nuestro andar, nuestra justicia subjetiva, por la cual podamos decir como Pablo: "21Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. 9Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fi. 1:21; 3:9). Tengamos en cuenta que en nosotros no hay justicia propia, pues fuera de Cristo, ninguna persona humana es justa por sí misma. Cristo "nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo" (Ti. 3:5). Las vestiduras de lino fino de Apocalipsis 19:8, son las acciones justas de los santos, subjetivas, lo que refleja la vida de Cristo en nosotros; pero eso no se debe confundir con la justicia que recibimos cuando fuimos salvos, que es Cristo (1 Co. 1:30), y que es una justicia objetiva.
La vestidura de Apocalipsis 3:5 representa al Cristo que mora en nosotros, que vivimos en nuestro andar, nuestra justicia subjetiva, por la cual podamos decir como Pablo: "21Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. 9Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fi. 1:21; 3:9). Tengamos en cuenta que en nosotros no hay justicia propia, pues fuera de Cristo, ninguna persona humana es justa por sí misma. Cristo "nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo" (Ti. 3:5). Las vestiduras de lino fino de Apocalipsis 19:8, son las acciones justas de los santos, subjetivas, lo que refleja la vida de Cristo en nosotros; pero eso no se debe confundir con la justicia que recibimos cuando fuimos salvos, que es Cristo (1 Co. 1:30), y que es una justicia objetiva.
Dice
Mateo 22:11-14: "11Y
entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que
no estaba vestido de boda. 12Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste
aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. 13Entonces el
rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las
tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
14Porque muchos son llamados, y pocos escogidos".
En
la parábola de las bodas encontramos a alguien que asistió a las
bodas, en su calidad de salvo que era, pero no estaba vestido con el
vestido de lino fino, bordado, limpio y resplandeciente propio de los
vencedores;
de manera que fue atado y lanzado temporalmente a las tinieblas de
afuera. Como salvo que era, ya tenía el vestido de la justicia
objetiva de Cristo; tan es así que logró entrar a las bodas, pero
no permaneció en ella gozando y disfrutando del reino de los cielos,
porque no estaba vestido con su vestidura de justicia subjetiva, el
bordado mencionado en el Salmo 45:14, el de su andar en vida con
Cristo. Leemos en Romanos 8:30 que a
los que Dios predestinó para ser salvos, a éstos llamó, o sea que
todo salvo es llamado; pero no todos los llamados son escogidos para
recibir la recompensa en el reino.
No
serán borrados los nombres de los vencedores.
Muchos
maestros de la Biblia enseñan que ser borrado el nombre de alguien
del libro de la vida significa que esa persona era salva y pierde la
salvación. Ya hemos leído en las Escrituras que el que cree en el
Señor Jesucristo tiene vida eterna, sin que tenga que hacer nada
para ganarla o perderla, pues es un regalo (Juan 3:16; Romanos 6:23;
Efesios 2:8,9), y su nombre fue incluido en el registro divino de
todos los predestinados para ser salvos desde antes de la fundación
del mundo (Efesios 1:3,4). El
nombre del vencedor no será borrado del libro de la vida. ¿Y el de
los demás salvos qué?
Para entender esto es necesario saber que existe un libro en los
cielos en donde han sido escritos los nombres de todos los santos
escogidos por Dios y predestinados para participar de las bendiciones
que Dios ha preparado para ellos, las cuales son dadas en la era de
la Iglesia, luego durante el milenio después que el Señor regrese,
y por último en la eternidad, en el cielo nuevo y la tierra nueva.
Entonces, ¿qué pasará?
Sus nombres serán confesados delante del Padre celestial y delante de Sus ángeles. En el protestantismo hay diversidad de nombres de organizaciones, misiones, ministerios y doctrinas; y muchos han preferido rotular su cristianismo con tales nombres, aun por encima del nombre del Señor. Muchos prefieren llamarse católicos, anglicanos, adventistas, bautistas, presbiterianos, metodistas, wesleyanos, pentecostales, carismáticos, cuadrangulares. Al respecto dice Watchman Nee:
"Al
comienzo del reino, frente al tribunal, los ángeles de Dios llevarán
a los cristianos delante de Dios. El libro de la vida estará allí.
En el libro de la vida están escritos todos los nombres de los
cristianos. Habrá muchos ángeles y muchos cristianos. El Señor
Jesús también estará allí. Uno o más ángeles leerán los
nombres del libro de la vida, y el Señor Jesús confesará algunos
de los nombres. Aquellos nombres que Él confiese, entrarán en el
reino. Cuando los nombres de otros sean leídos, el Señor no dirá
nada; en otras palabras, Él no confesará sus nombres. Entonces los
ángeles marcarán estos nombres; por lo tanto, los nombres de los
vencedores estarán limpios en el libro de la vida. Un grupo no tiene
sus nombres inscritos en el libro; otro grupo tiene sus nombres
escritos, pero sus nombres están marcados; y el tercer grupo, en la
edad del reino, tiene sus nombres preservados en la misma forma en
que fueron escritos la primera vez".
(Watchman
Nee. El Evangelio de Dios. LSM. 1994, pág. 476).
"Regocijaos
de que vuestros nombres están escritos en los cielos"
(Lc. 10:20b). No es necesario que nuestros nombres estén registrados
en los libros de las organizaciones eclesiásticas. Debemos estar
seguros de nuestra salvación en Cristo Jesús. ¿Estás tú seguro
de tu salvación? En caso de que no estés seguro de tu salvación,
¿a qué se debe eso? El Señor nos da la seguridad de nuestra
salvación. "27Mis
ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, 28y yo les doy
vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi
mano"
(Jn. 10:27,28). Si tu nombre está escrito en el libro de la vida,
ahora eres objeto de muchas bendiciones, tales como la redención, el
perdón de los pecados, la vida eterna, la regeneración, la
naturaleza de Dios, la santificación, la renovación, la
justificación y otras. Si durante el tiempo de la gracia, mientras
vives en esta tierra, tú creces en tu vida espiritual, maduras, cada
día es fortalecido tu hombre interior, y el
Espíritu te da testimonio de que eres un vencedor,
si tu andar es con Cristo y tu yo experimenta cada día la acción de
la cruz, y va menguando, entonces el Señor no borrará tu nombre
durante el juicio de la Iglesia, sino que como premio el Señor te
permitirá participar con Él en el reino milenario, incluyendo las
bendiciones de Su gozo y reposo, y serás vestido de vestiduras
blancas de acuerdo a como hayas andado en esta era. "Y
su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido
fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor"
(Mt. 25:21).
El
Señor ha venido a vivir dentro de nosotros, en nuestro espíritu,
para Él poder vivir Su vida y realizar Su obra. Nosotros somos sus
colaboradores; pero en esta era de la Iglesia, en medio de este
llamativo mundo, uno como humano necesita de ciertos incentivos para
poder cooperar con la gracia de Dios y hacer la correcta y verdadera
obra del Señor en la construcción de la Iglesia; y el único que
nos puede incentivar es el Señor. Por eso es necesario ver esto con
toda la seriedad. Dice la Escritura: "12Ocupaos
en vuestra salvación con temor y temblor, 13porque Dios es el que en
vosotros produce
así
el querer como el hacer, por su buena voluntad"
(Filipenses 2:12b-13). Se refiere a la salvación diaria del alma, no
a la eterna; es Cristo viviendo en nosotros, operando en nosotros por
Su Espíritu, y esto incluye obediencia; porque el
Señor pone dentro de ti el querer, y fuera de ti el hacer; es algo
de adentro hacia afuera; de tu espíritu hacia tu alma, donde está
tu mente, tu voluntad, tus emociones, y luego de tu alma a tu cuerpo,
para que todo tu ser entre en acción;
pero si tú no avanzas con Él, si te contentas de pronto con ser un
creyente más del montón, un niño en lo espiritual; si no te
interesa vencer sobre lo que ocurre en tu entorno religioso, si
niegas el nombre del Señor por exaltar el nombre de alguna
organización religiosa o de algún prominente líder religioso, o el
énfasis de una doctrina en especial te ha sectarizado, entonces tu
nombre es borrado del libro de la vida durante la dispensación del
reino y no tendrás participación con el Señor en el mismo, ni
recibirás las bendiciones para ese tiempo. ¿Significa
eso que pierden la salvación? De ninguna manera; sino que durante
ese tiempo, los que no hayan vencido en este tiempo, serán
disciplinados como el siervo malo que fue lanzado a las tinieblas de
afuera, y de ese castigo no saldrá hasta que haya alcanzado la
madurez necesaria para participar de las bendiciones que Dios ha
prometido para la eternidad en la Nueva Jerusalén, cuando sus
nombres serán escritos nuevamente en el libro de la vida.
¿Cuáles son esas bendiciones eternas? El reinado eterno con Dios en
la Nueva Jerusalén, el sacerdocio eterno, el árbol de vida, el agua
de vida.
"3Y
no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará
en ella, y sus siervos le servirán, 4y verán su rostro, y su nombre
estará en sus frentes. 5No habrá allí más noche; y no tienen
necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor
los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos.
14Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al
árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. 17Y el
Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que
tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida
gratuitamente"
(Ap. 22:3-5,14,17).
No todos serán vencedores. Parece ser que los vencedores son una minoría. Hay personas que dicen que andan en la luz, pero la realidad demuestran que andan en tinieblas (1 Juan 2:8,9). ¡Sorpresas se darán! Los nombres de los vencedores también serán confesados por el Señor delante del Padre y de Sus ángeles en la era del reino milenario en la tierra. La experiencia nos dice que es agradable para muchas personas que sus nombres sean confesados delante de altas personalidades y figuras de cierto prestigio. ¿Eso tiene algo que ver con el estado en que se encuentra la cristiandad? Desde sus raíces la historia del protestantismo se ha visto relacionada con la vinculación de altos personajes, emperadores, reyes, príncipes, electores, prelados, dignatarios políticos y religiosos, quienes se han ido abriendo paso y escalando ciertas posiciones a veces por medios no bíblicos, como el de la política y las contiendas belicosas. Pero la casa construida por los hombres, y usando métodos humanos, será dejada desierta (cfr. Mateo 23:38). La clave es Dios en nosotros en Cristo y por Su Espíritu. Un creyente no tiene ningún motivo para gloriarse; no importa que sea muy sabio o muy ignorante; no importa la posición que ocupe en el mundo religioso; si todo lo ha hecho el Señor, si en algo debemos gloriarnos es en el Señor.
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