“EL PELIGRO DEL EGO NO CRUCIFICADO”
Watchman Nee
(TRANSCRIPCIÓN DEL VÍDEO https://youtu.be/VbxsseshgP8?si=GVfk0HnQBSGw-5dH)
No hay enemigo más sutil persistente y disfrazado que el ego. No hablamos del yo natural como parte de nuestra identidad humana, sino del yo caído centrado en sí mismo, resistente a la cruz celoso de su propia gloria y enemigo de la vida del Espíritu.
La Escritura no dice que debemos mejorar ese yo ni domesticarlo ni educarlo ni siquiera disciplinarlo; dice que debe ser crucificado. El ego no se reforma, se entrega al madero, porque es en la cruz y sólo en ella donde el yo pierde su poder. Pero pocos creyentes entienden esto profundamente. Muchos piensan que la vida cristiana consiste en tener un mejor comportamiento, una moral refinada o una conducta religiosa más estricta; sin embargo, lo que Dios busca no es una mejora del ego sino su muerte. Ni enseña que la vida cristiana verdadera comienza no cuando Cristo entra en el creyente sino cuando el creyente deja de vivir para sí mismo. El apóstol Pablo lo dijo sin rodeos en la carta a los Gálatas capítulo 2 versículo 20;
“Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo más vive Cristo en mí”.
Esta no es una metáfora poética ni una declaración simbólica, es una realidad espiritual que debe ser experimentada, y lo que impide esa experiencia no es la ignorancia sino el orgullo del yo que busca mantenerse vivo a toda costa. El ego quiere participar de la vida cristiana como protagonista, quiere servir a Dios sin rendirse a Dios, quiere ser espiritual sin morir, pero el Espíritu no coopera con el ego. El Espíritu solo respalda a Cristo. Todo lo que no es Cristo será confrontado incluso si parece piadoso. Por eso muchos creyentes sufren crisis espirituales profundas; no por falta de conocimiento, sino porque el ego al no ser crucificado comienza a estorbar la obra del Espíritu. El ego quiere ser reconocido, usado, honrado; quiere ministerio, visibilidad, poder. Pero la cruz lo detiene, la cruz lo desnuda, la cruz lo silencia, y muchos al llegar a ese punto retroceden, dicen que Dios los ha abandonado, que el fuego se apagó, que ya no sienten nada; pero lo que ocurre no es abandono, sino confrontación. No es ausencia de Dios sino presencia de la cruz. Es el momento donde Dios dice: "Ya no más tú ahora solo Cristo".
Y si el alma no se rinde no podrá avanzar, porque el crecimiento espiritual no se mide por cuanto sabemos, sino por cuanto hemos sido quebrantados. El ego crucificado no es una teoría doctrinal sino una experiencia interior. Es algo que se revela en la práctica diaria cuando el Espíritu Santo nos lleva a situaciones donde debemos negarnos a nosotros mismos. No se trata sólo de resistir tentaciones visibles, sino de ceder en lo invisible cuando queremos tener la razón, cuando queremos ser vistos, cuando deseamos el reconocimiento, cuando nos sentimos heridos por no ser apreciados. Todo eso no es más que el clamor del ego
por seguir con vida, pero quien ha sido crucificado con Cristo ya no necesita justificar su, nombre defender su imagen, proteger su prestigio.
El crucificado ha muerto, y un muerto no pelea, no se ofende, no reclama; simplemente descansa en Dios. Esta verdad es tan elevada como simple. No requiere de un entorno perfecto ni de una vida libre de conflictos para ser vivida. De hecho es en medio de los conflictos donde más se prueba si el ego ha sido realmente crucificado.
Watchman Nee enseña que la cruz no es un evento puntual, sino un principio que debe operar cada día. No es algo que sucedió sólo en el pasado cuando creímos, sino una obra progresiva que se manifiesta en cada ocasión en que el yo quiere resucitar. Por eso el Señor dijo en el evangelio de Lucas capítulo 9 versículo 23:
"Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame".
Negarse a sí mismo no es autodesprecio ni una falsa humildad que dice “no valgo
nada”, mientras espera aprobación. Es un reconocimiento claro de que el YO en
su estado natural está contaminado por el pecado y necesita ser reducido a nada. Es comprender que sólo Cristo es digno de ocupar el centro y que mientras el YO siga ocupando el trono del corazón Cristo será marginado.
Esa es la batalla del alma, no contra el mundo exterior, sino contra el mundo interior, no contra enemigos visibles, sino contra la autoexaltación disfrazada de espiritualidad y esa batalla sólo se gana en el Gólgota, no con fuerzas humanas, sino con rendición total.
Allí, en ese lugar de muerte, comienza la verdadera vida. Cuando el ego es crucificado nace una libertad nueva, una libertad que no depende de las circunstancias ni del trato de los hombres ni del éxito ministerial. Es la libertad de aquel que ya no vive para sí, como escribió el apóstol Pablo en 2ª Corintios 5: 15:
“Y por todos murió para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.
¿Qué significa vivir para Él?
Significa que toda nuestra voluntad, nuestras decisiones, nuestros anhelos y
reacciones, deben pasar por la cruz. No hay verdadera vida cristiana sin este
fundamento.
Cristo no vino a mejorar nuestro YO, vino a sustituirlo, y para que eso ocurra el YO debe morir. Cuando el YO es dejado en la cruz el alma entra en una paz que no depende de la comprensión ajena ni del reconocimiento humano. Ya no necesitamos defendernos cuando somos malinterpretados ni preocuparnos por perder una posición ni resistir el olvido de los hombres, porque quien está unido a Cristo en su muerte ya no vive para los ojos humanos, sino para el juicio de Dios.
Watchman Nee enseñaba que una de las señales más evidentes de que una persona no ha sido crucificada con Cristo es su constante necesidad de afirmarse, de hablar de sí, de ocupar el centro. El que vive en la cruz no necesita ocupar el centro, porque ya ha visto que sólo Cristo es digno de ocuparlo.
La cruz trata con lo que nosotros consideramos natural: nuestras reacciones espontáneas, nuestras ideas sobre cómo deberían ser las cosas, nuestra forma innata de responder a las injusticias; todo eso que creemos legítimo por ser humano, debe ser sometido a la muerte de Cristo, porque lo natural, aunque no sea moralmente malo, es contrario al Espíritu.
En la carta a los Gálatas 5: 17 está escrito,
"Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne y estos se oponen entre sí”
y allí mismo, en Gálatas 5: 24 el apóstol declara,
“los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”.
Esta crucifixión no es mística, es práctica; no es emocional, es espiritual. El verdadero trabajo del Espíritu Santo en nosotros no se trata primero de dones, sino de muerte, no se trata de experiencias gloriosas, sino de reducir el YO para que Cristo pueda vivir su vida en nosotros.
Watchman Nee lo decía con claridad. La cruz es el instrumento por el cual Dios impide que vivamos por nuestra vida natural y permite que vivamos por Cristo. Por eso el ego crucificado no es una enseñanza dura, es una puerta a la libertad; no es un mensaje que condena, sino que redime, porque no hay mayor esclavitud que vivir centrado en uno mismo y no hay mayor descanso que haber sido liberado del YO y cuando el YO deja de gobernar el alma puede amar de verdad, puede servir sin buscar aplausos, puede callar sin amargura, puede perdonar sin necesidad de que el otro cambie, puede dar sin esperar nada a cambio.
Ese es el fruto de la cruz, no es simplemente que el creyente cambia su conducta
exterior, sino que ya no tiene la necesidad de sostener su antiguo YO. Ya no lucha por ser, porque ha sido crucificado y en esa muerte encuentra una vida que ya no le pertenece, como lo expresó el apóstol Pablo en Gálatas 2: 20.
"Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo más vive Cristo en mí".
El ego crucificado no es una doctrina que se entiende con rapidez ni un concepto que se memoriza. Es una realidad que se revela cuando hemos sido suficientemente quebrantados. Mientras conservemos una imagen elevada de nosotros mismos, aunque sea disfrazada de espiritualidad, la cruz aún no ha
hecho su obra completa.
Watchman Nee lo señalaba con una claridad impresionante. El hombre que no ha sido quebrantado aún tiene una confianza secreta en su propia capacidad. Esta confianza aunque no sea visible para los demás se manifiesta en la forma en que reaccionamos cuando somos ignorados, cuando no se nos tiene en cuenta o cuando nuestras ideas no son tomadas como las mejores. Allí se revela si el EGO ha sido crucificado o si aún reina la vida cristiana no comienza con el EGO mejorado, sino con el EGO ejecutado.
El Espíritu Santo no vino a ayudar al YO o a mejorarlo, sino a sustituirlo por Cristo; por eso las pruebas, las crisis, las humillaciones, no son obstáculos para
nuestro crecimiento espiritual, sino herramientas de Dios para poner fin al viejo hombre.
En 2ª Corintios 4: 10, el apóstol declara:
"Llevando siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos".
Esta no es una muerte simbólica, es una experiencia diaria, donde cada situación
difícil se convierte en una oportunidad para negar el YO y permitir que Cristo
se exprese. Muchos creyentes buscan poder espiritual pero rehuyen de la cruz; anhelan autoridad espiritual pero no aceptan el quebrantamiento; desean ser usados por Dios pero no están dispuestos a ser vaciados primero; sin embargo, Dios sólo puede llenar lo que ha sido completamente despojado.
Watchman Nee enseñó que la unción no reposa sobre la habilidad natural del hombre, sino sobre la vida que ha pasado por la cruz. Por eso todo intento de servir sin primero morir es inútil. El ministerio verdadero no es la extensión del YO cristiano sino la manifestación de Cristo a través de un YO crucificado.
El mundo espiritual no es impresionado por nuestros talentos ni por nuestro conocimiento ni por nuestras palabras correctas. Lo único que impacta las regiones celestiales es la vida de Cristo fluyendo a través de vasos quebrantados.
En Filipenses 2: 5-8 se nos presenta el modelo perfecto:
“Haya pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, que se despojó a Sí mismo y se humilló a Sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.
El camino de la cruz no es opcional. Para quien desea seguir al Señor es el único
camino. Muchos creyentes se sorprenden cuando descubren que el mayor obstáculo para el crecimiento espiritual no es el, ni el mundo ni siquiera el pecado
más notorio sino su propio YO; el YO que quiere tener razón, el YO que busca
reconocimiento, el YO que se resiste a ceder. Este YO no siempre se manifiesta en lo escandaloso, a veces aparece en lo piadoso, puede disfrazarse de celo por la
obra, de fervor en la oración, de entrega aparente. Pero si la raíz no ha sido tocada por la cruz, ese YO no ha sido verdaderamente crucificado.
Watchman Nee decía que Dios no puede usar a un hombre sin antes haberlo herido profundamente. ¿Por qué? Porque la herida es el medio por el cual el YO pierde su dominio y Cristo comienza a vivir en nosotros.
Pablo lo expresó de manera contundente en Gálatas 2: 20,
“Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo más vive Cristo en mí”.
Esta es la declaración de una vida completamente rendida, una vida que ha dejado de luchar por su propia justicia, que ha soltado el deseo de controlar y se ha entregado al gobierno de otro: Cristo.
La cruz no es sólo un evento del pasado, es una experiencia continua. Cada día somos llamados a tomar nuestra cruz y seguirle, como lo enseñó el Señor en el Evangelio de Mateo 16: 24,
“Si alguno quiere venir en pos de Mí niéguese a sí mismo tome su cruz y sígame”.
Negarse a uno mismo no significa autodesprecio, sino desposeerse de todo derecho sobre nuestra propia vida. Es renunciar a ser el centro para que Cristo sea el todo.
En el mundo natural la cruz fue un instrumento de muerte. En el reino de Dios la cruz es el instrumento de liberación; la liberación del dominio del EGO, de la tiranía del YO. Sólo cuando el YO ha sido crucificado el alma puede descansar; sólo cuando el YO ha sido crucificado el alma puede amar sin reservas; sólo cuando el YO ha sido crucificado el alma puede obedecer sin condiciones.
El alma no regenerada puede intentar imitar a Cristo, pero sólo el alma quebrantada puede expresar a Cristo y esto no se logra con esfuerzo humano, sino con revelación y rendición; la revelación de que nada bueno hay en mí, esto es en mi carne, como afirma Romanos 7: 18, y la rendición a la operación del Espíritu que aplica la cruz en lo más profundo de nuestro ser.
Watchman Nee advertía que el alma que no ha sido quebrada estorba el fluir del Espíritu. El EGO no crucificado siempre interrumpe la comunión, siempre opaca la gloria, siempre se interpone entre Dios y el hombre. Cuando el EGO no ha sido
crucificado incluso en las cosas de Dios buscamos aprobación. El creyente canta, predica, sirve o incluso sufre, no por amor puro a Cristo, sino porque su YO necesita ser validado. Esta es una obra sutil pero real.
El YO puede disfrazarse de humildad y aún así buscar ser admirado por su supuesta humildad; puede aparentar mansedumbre, pero esconde una herida de orgullo no sanada; por eso la cruz es tan necesaria, no para los impíos solamente, sino para los discípulos; no para los que están lejos, sino para los que están cerca, porque la cruz no es el fin del camino es la puerta al camino y quien quiera conocer a Cristo en profundidad debe conocerlo en el lugar donde el EGO es sepultado tras morir en la cruz.
En Juan 12: 24 el Señor dijo,
"De cierto de cierto os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo, pero si muere lleva mucho fruto”.
Ese grano es figura de nuestra alma. Mientras permanezca viva en su voluntad, en su orgullo, en su deseo de autonomía, quedará sola, no podrá producir vida, no
podrá reflejar a Cristo; pero si muere, si verdaderamente muere, entonces se
liberará una vida que no proviene del YO sino del Espíritu.
Es ahí donde la Iglesia comienza a ser edificada en realidad, porque la Iglesia
no se edifica con talentos ni con carisma ni con fuerza de personalidad, sino con vasos quebrantados que han sido vaciados de sí mismos.
Watchman Nee enseñaba que el mayor ministerio de un siervo de Dios es permitir que su alma sea quebrantada, para que el Espíritu que habita en él tenga libre curso, y esto no se logra en conferencias ni con información bíblica acumulada, sino en la escuela del quebranto. Allí donde Dios permite que las circunstancias nos humillen, allí donde otros nos malinterpretan, nos rechazan o nos olvidan, allí donde se apagan nuestros sueños y se expone nuestra fragilidad.
No es un castigo, es una poda; no es una derrota, es una purificación, porque sólo el EGO crucificado puede producir fruto verdadero. Cuando el YO muere Cristo vive no como una teoría, sino como una expresión palpable; no como una doctrina, sino como una persona viva y activa. Y esta es la meta de Dios no simplemente tener creyentes informados, sino tener hijos conformados a la imagen de su Hijo, que puedan decir como dijo Pablo en Filipenses 3: 10,
“A fin de conocerle y el poder de su resurrección y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejantes a Él en su muerte”.
La cruz no es un símbolo decorativo ni una metáfora religiosa ni una experiencia emocional. Es una sentencia de muerte. Y el evangelio no nos llama simplemente a admirarla sino a cargarla, porque quien ha sido crucificado con Cristo ya no se pertenece a sí mismo. El EGO que antes gobernaba desde el centro del alma ha sido removido y en su lugar Cristo toma el trono. Por eso no se trata de mejorar el YO ni de domesticarlo ni de adornarlo con buenas intenciones. Se trata de sentenciarlo, de crucificarlo, de renunciar a sus derechos. Como escribió el apóstol Pablo en Gálatas 2: 20,
“Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo más vive Cristo en mí”.
Ese yo que fue crucificado no es nuestra individualidad sino nuestra independencia. Dios no anula nuestra personalidad sino que somete nuestro YO autónomo a la obediencia de Cristo y esto no ocurre en un instante, sino que se trata de un proceso profundo y progresivo. Morimos cada día; morimos al orgullo, a la autopromoción, a la necesidad de controlar, a la búsqueda de gloria personal, a la autojustificación, al deseo de ser reconocidos o validados por los hombres. Morimos para que otro viva en nosotros, morimos para que el Espíritu tenga plena libertad de expresar a Cristo a través de nosotros.
Watchman Nee mostraba con claridad que esta cruz no puede ser impuesta por otros, ni siquiera por Dios, si no hay una disposición interna. El Señor dijo en Mateo 16: 24,
"Si alguno quiere venir en pos de Mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
El que quiere, el que se niega, el que toma. Cada verbo exige una decisión voluntaria y esa decisión sólo puede nacer de la revelación profunda de que nada de lo que proviene del EGO puede agradar a Dios.
El YO puede obrar religiosamente, puede orar, puede predicar, puede aparentar una piedad admirable; pero si no ha sido crucificado todo es falso, todo es carne, todo es ruina. Por eso el camino del evangelio verdadero es tan estrecho, porque no deja espacio para el EGO, no hay lugar para el orgullo espiritual, ni para la ambición disfrazada de celo, ni para el control disfrazado de liderazgo. Todo eso debe ir a la cruz. Sólo así la Iglesia puede ser expresión del Reino, sólo así el Espíritu puede tener libertad de obrar y solo así el creyente puede experimentar la verdadera libertad, la que proviene de no vivir más para sí,
sino para Aquel que murió y resucitó por él.
Si has escuchado atentamente esta reflexión sabrás que el llamado de Dios no es a una vida mejorada sino a una vida sustituida. No se trata de corregir el ego ni de convertirlo en algo útil para la causa de Dios. Se trata de llevarlo al madero, a la cruz. No es un evento del pasado ni un símbolo religioso. Es la puerta estrecha por la cual debemos entrar cada día.
El YO con sus derechos, sus opiniones, su justicia propia y sus ambiciones debe ser entregado no como un acto heroico, sino como una respuesta obediente al amor del Cordero que fue inmolado. Si Cristo murió, nosotros también debemos morir con Él y si Él resucitó también nosotros debemos caminar en novedad de vida, en una vida que ya no gira en torno a nosotros, sino en torno a Él. No temas a esta crucifixión, no es un castigo es una liberación.
El YO que tanto defiendes es en realidad tu mayor prisión. Mientras más lo proteges más esclavo eres, pero cuando lo entregas, cuando lo rindes, cuando permites que Cristo viva en ti, entonces conoces lo que es la verdadera libertad.
No la libertad de hacer lo que quieres, sino la libertad de ya no necesitar hacerlo. La cruz libera, purifica, transforma y en ese proceso de muerte y resurrección interior el carácter de Cristo empieza a formarse en ti. Ya no reaccionas igual, ya no buscas lo mismo, ya no dependes de lo mismo, porque el EGO ha sido crucificado y una nueva vida ha nacido.
Hoy te invito no a una emoción religiosa sino a una decisión profunda. Ponte delante del Señor y ora como oró Jesús en el huerto, “no se haga mi voluntad sino
la tuya”. Entrega tu EGO, tu viejo YO, tu orgullo disfrazado de nobleza. No lo justifiques, no lo suavices, no lo maquilles. Entrégalo y confía que Dios hará lo que tú no puedes. Te dará un corazón nuevo, un espíritu quebrantado, una mente renovada. El camino de la cruz no es popular, pero es el único que lleva a la plenitud. No es ancho pero es seguro y no está lleno de aplausos, pero está lleno de gloria eterna.
Si esta palabra te ha tocado, te animo a hacer una pausa ahora mismo. Ora, rinde tu vida, habla con el Señor y dile que quieres ser crucificado con Cristo; que no quieres vivir más en tu fuerza, sino en su gracia; que no deseas seguir alimentando un YO que Él ya ha sentenciado en la cruz; que estás dispuesto a perderlo todo con tal de ganar a Cristo.
Y si esta palabra te ha edificado te ruego que no la guardes sólo para ti. Comparte este vídeo y su transcripción con un hermano o hermana que lo necesite. Quizás
alguien está luchando en silencio cansado de sí mismo y necesita oír que hay esperanza más allá del YO, que hay poder en la cruz, que hay vida después de la muerte del EGO.
Que el Señor te use como canal para bendecir, restaurar y llevar a muchos a la libertad gloriosa de los Hijos de Dios.
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