EL FILET MIGNON DE LA PALABRA - Parte 8: IGUALDAD Y JUSTICIA, Dr. Stephen Jones (GKM)

 



Fecha de publicación: 18/11/2024
Tiempo estimado de lectura: 8 - 11 minutos
Autor: Dr. Stephen E. Jones

https://godskingdom.org/blog/2024/11/the-filet-mignon-of-the-word-part-8-equality-and-justice/

Existe una tendencia entre las naciones y los imperios a tratar a las personas de manera desigual. La desigualdad genera una injusticia fundamental, porque crea una clase privilegiada de personas que los demás no disfrutan. El privilegio tiene su raíz en el interés propio. Cuando el privilegio se arraiga como principio religioso, no cumple con el mandato abrahámico de ser una bendición para todas las naciones y para todas las familias de la Tierra.

La mayoría de los habitantes de Israel y Judá no parecían comprender su responsabilidad de bendecir a todas las naciones. Su conquista de Canaán bajo el Antiguo Pacto hizo que la mayoría de la clase religiosa despreciara a los idólatras en lugar de mostrarles la luz de la revelación divina. En tiempos de Cristo, esta actitud estaba profundamente arraigada en la cultura de Judea y Galilea.

En cambio, el ministerio de Jesús cumplió la profecía de una gran luz que se vería en Galilea de los gentiles (Isaías 9: 12). El propósito y resultado de esta luz era multiplicar la nación (Isaías 9: 3 NASB) y, de ese modo, extender el gobierno de Cristo. Isaías 9: 7 dice:

7 Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en justicia y en rectitud desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará esto.

Esta no es una profecía acerca de aumentar el número de esclavos de Israel, sino de iluminar a los idólatras para que puedan llegar a ser ciudadanos iguales de Israel bajo Cristo. Lo que se está estableciendo es justicia y rectitud, no opresión. El ejemplo de Jesús prueba este punto, porque Él estaba igualmente interesado en la iluminación de samaritanos, romanos, fenicios y griegos.

Cuando Judá no cumplió el pacto abrahámico, Dios los despojó del Mandato de Dominio y se lo dio a cuatro imperios sucesivos en Daniel 7. No es que Dios esperara que esas naciones lo hicieran mejor, por supuesto, pero mostró el principio de justicia igual para todos.

Los cuatro imperios de Daniel 7 fueron descritos como Bestias, como depredadores. Incluso, el rey Nabucodonosor de Babilonia fue juzgado cuando Dios lo hizo enloquecer. Comió hierba como las bestias durante un período de siete años. Toda carne es hierba (Isaías 40: 6). Las Bestias devoran a la gente. Esto caracteriza a los imperios carnales, ya que conquistan a sus vecinos para obtener comodidad personal, riqueza y poder. Los imperios conquistan por la fuerza, porque de lo contrario otras naciones no querrían ser dominadas por Bestias.

El Reino de Dios es diferente. Está regido por el amor y la justicia. Cristo no conquista a las naciones por la fuerza, sino que les da un ejemplo de justicia que le gana respeto y admiración, y les hace desear ser gobernados por un Rey tan justo. Lamentablemente, muchos cristianos no parecen entender esto, pues su visión escatológica sugiere que Cristo vendrá por segunda vez como conquistador militar para obligar a las naciones a someterse a su gobierno.

Pero Jesucristo no es una Bestia, ni su Reino es otro imperio bestial. Él conquista los corazones de los hombres y de las naciones por el amor y haciendo el bien. Se ganó su derecho a gobernar demostrando su amor al mundo, como escribió Pablo en Romanos 5: 7-10:

7 Porque difícilmente morirá alguno por un justo; con todo, tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. 8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores , Cristo murió por nosotros… 10 Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida.

¿Cómo se desarrollará esto en la historia? Juan vio una visión del fin en Apocalipsis 5: 910 y 13.

9 Y cantaron un cántico nuevo, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación. 10 Y nos has hecho para nuestro Dios un reino y sacerdotes, y reinarán sobre la tierra… 13 Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todo lo que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el dominio, por los siglos de los siglos.

Los gobernantes son los Vencedores, el Remanente de Gracia, aquellos escogidos (Romanos 11: 7) para cumplir con las responsabilidades del pacto abrahámico. Los Vencedores forman una muestra representativa de la humanidad en su conjunto. Vienen de toda tribu y lengua y pueblo y nación. El rey de Babilonia empleó el mismo principio al tomar a unos cuantos de cada una de las naciones conquistadas, entrenándolos (como en el caso de Daniel y sus tres amigos) para que hicieran de enlace entre su propio pueblo y el gobierno babilónico.


Igualdad de justicia y amor

Números 15: 14-16 dice:

14 Si un extranjero mora con vosotros, o uno que esté entre vosotros por vuestras generaciones, y quiere presentar una ofrenda encendida como aroma agradable al Señor, lo hará como vosotros. 15 En cuanto a la congregación, un mismo estatuto tendréis para vosotros y para el extranjero que mora con vosotros, estatuto perpetuo por vuestras generaciones; como vosotros seréis, así serán los extranjeros delante del Señor. 16 Una misma ley y un mismo estatuto tendréis para vosotros y para el extranjero que mora con vosotros.

Las Leyes de Dios se aplican por igual a todos los ciudadanos del Reino. Tal igualdad fue ordenada en el tiempo de Moisés y no solamente por Jesucristo. Los judíos en los días de Jesús no creían esto. Y cada vez que los cristianos modernos afirman que los judíos son el pueblo elegido de Dios debido a su supuesta conexión genealógica con Abraham, demuestran que ellos también carecen de entendimiento. En los días de Elías había solamente 7.000 israelitas que fueron elegidos (Romanos 11: 3-5). Su estatus no se basaba en la genealogía sino en su fe.

La Ley anterior fue dada por medio de Moisés, y Jesús la creyó, a pesar de haber sido criado en la ciudad ultranacionalista de Nazaret, que fue precursora del moderno “movimiento de colonos” que hoy existe en Palestina. La Ley de Dios exige justicia igualitaria. No hay lugar para que dos leyes gobiernen a diferentes etnias en el Reino de Dios.

Levítico 19: 33-36 reafirma esta Ley de Igualdad de una manera diferente.

33 Cuando un extranjero [forastero] resida con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. 34 Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que resida con vosotros, y lo amaréis como a vosotros mismos, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios.

No sólo se debía tratar a los extranjeros con igual justicia, sino que esta Ley era la base del segundo gran mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 19: 19). Los extranjeros debían ser amados tanto como los nativos, es decir, los compatriotas israelitas.

Dios refuerza este mandato recordando a los israelitas cómo habían sido maltratados cuando eran extranjeros en la tierra de Egipto. La implicación es ésta: Ustedes saben lo que es ser tratados de manera desigual como extranjeros en Egipto, así que no sigan ese ejemplo. Recuerden la regla de oro: traten a los demás como quisieran que los demás los trataran a ustedes.

La Ley continúa en Levítico 19: 3536,

35 No haréis injusticia en el juicio sobre medida de peso ni de capacidad. 36 Tendréis balanzas justas, pesas justas, efa justo e hin justo. Yo Yahweh vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto.

Esta es la Ley de Pesos y Medidas Iguales, que Jesús citó en Mateo 7: 2,

2 Porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís se os medirá.

No se trata simplemente de pesos y medidas en el comercio, sino de un modo de vida en el que juzgamos todas las cosas con el mismo rasero. Los hombres tienden a juzgar a los demás por sus acciones, pero a sí mismos por sus intenciones. Esta Ley viene inmediatamente después del mandamiento de amar al extraño como a uno mismo. Esta Ley procede de la naturaleza misma de Dios, y en la medida en que la practicamos reflejamos la imagen de Dios.


El buen samaritano

La mayoría de los cristianos están familiarizados con la parábola de Jesús del Buen Samaritano. Jesús eligió usar el ejemplo de un samaritano porque los judíos no se tratan con los samaritanos (Juan 4: 9). En Lucas 10: 27 leemos acerca del mayor mandamiento de amar a Dios, y el segundo que es similar: y a tu prójimo como a ti mismo. Un escriba (abogado) le pidió entonces a Jesús que definiera al prójimo. En lugar de responderle directamente, Jesús contó la parábola del Buen Samaritano, concluyendo con una pregunta en Lucas 10: 36:

36 ¿Quién de estos tres piensas que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

¿Fue el sacerdote o el levita, quien no hizo nada para ayudar al hombre que fue robado o golpeado? No, fue el samaritano quien lo ayudó, alguien a quien los judíos despreciaban y consideraban un extranjero en la tierra. Esto nos dice que el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo no se refería principalmente a amar al prójimo judío o israelita, sino a amar a extranjeros como los samaritanos. Hoy podríamos sustituir la palabra palestino por samaritano.


La revelación de Pedro

En Hechos 10 y 11 leemos cómo le pidieron a Pedro que fuera a Cesarea para ministrar a Cornelio, un centurión romano, y a sus amigos. Durante la reunión, el Espíritu Santo descendió sobre ellos (Hechos 10: 44), lo que tomó a Pedro por sorpresa. Leemos en el versículo 45:

45 Todos los creyentes de la circuncisión que habían venido con Pedro estaban asombrados de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los gentiles.

Cuando informaron este acontecimiento a la iglesia de Jerusalén, leemos en Hechos 11: 1718,

17 «Si, pues, Dios les concedió a ellos el mismo don que a nosotros después de creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder estorbar a Dios?» 18 Al oír esto, se callaron y glorificaron a Dios, diciendo: «Pues bien, también a los gentiles Dios ha concedido el arrepentimiento que conduce a la vida».

Parece que el informe de Pedro había causado una considerable controversia al principio, y que sólo al oír cómo Dios había enviado el Espíritu sobre esos romanos "se calmaron y glorificaron a Dios. No obstante, el problema de la desigualdad siguió siendo una opinión minoritaria en la iglesia de Jerusalén y especialmente entre los judíos de fuera de Jerusalén que no escucharon el informe de Pedro. Por esta razón, muchos siguieron oponiéndose a Pablo cuando defendió la igualdad de derechos de los no judíos.

¡Uno se pregunta por qué no se opusieron también a Pedro!


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