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Autor: Dr. Stephen E. Jones
La carne de la Palabra se introduce en Hebreos 4: 8-9,
8 Porque si Josué [o Jesús, KJV] les hubiera dado el reposo, no hablaría de otro día después de aquel. 9 Así que [todavía] queda un reposo sabático para el pueblo de Dios.
Aquí se nos presenta a Jesús como el que completa la tarea que Josué fue llamado a hacer para llevar a los israelitas a la Tierra Prometida, el lugar de “reposo”. Josué mismo sólo podía llevar este manto hasta cierto punto, porque estaba atado por las limitaciones del Antiguo Pacto. Por lo tanto, se requería otro Josué para completar la tarea bajo un pacto mejor.
Para digerir la carne de la Palabra, uno debe entender y asimilar los tipos y sombras del Antiguo Testamento y cómo se relacionan con nosotros bajo Cristo y el Nuevo Pacto.
Hebreos 5 presenta a Jesús como el sumo sacerdote. Josué no era un sumo sacerdote, pues ese puesto lo ocupaba Eleazar, después de que su padre Aarón muriera. Este llamamiento, como todos los llamamientos, no fue algo que fue conferido por los hombres, sino por decisión exclusiva de Dios. Hebreos 5: 4 dice:
4 Y nadie toma para sí la honra [del sumo sacerdocio], sino cuando es llamado por Dios, como lo fue Aarón.
Para digerir la esencia de la Palabra, uno debe entender la soberanía de Dios, especialmente en lo que se refiere a los llamamientos. El liderazgo de la Iglesia no debe ser conferido por los hombres, sino sólo por Dios. La voluntad de Dios debe ser discernida por los hombres, pero cuando los hombres ordenan ministros, simplemente deben dar testimonio del llamado de Dios en sus vidas. No se trata de obtener un título de un seminario, aunque la educación es ciertamente útil si se enseña la Palabra de Dios.
Hebreos 5: 5-6, continúa,
5 Así también Cristo no se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo [en Sal. 2: 7]: Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy, 6 como también en otro pasaje dice: [Sal. 110: 4] Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.
Aquí el autor cita una revelación dada al rey David, que era de la tribu de Judá, no de Leví. En el Salmo 2: 7 leemos que “mi Hijo” fue “engendrado” por Dios. Esto se cumplió en Cristo, donde leemos que “lo que ha sido concebido [o engendrado] en ella [la virgen María] es del Espíritu Santo”. Mientras que Adán fue “formado” (Génesis 2: 7), el último Adán, Cristo, fue “engendrado”. Adán fue formado de la tierra [heb., adama]; Cristo fue un Hijo engendrado.
Esto también es parte de la esencia de la Palabra. Aquellos de nosotros que fuimos criados en la doctrina cristiana no tenemos problemas en aceptar el nacimiento virginal de Cristo, pero en el primer siglo, eso era radical. Era una sustancia fuerte que ahogaba a la mayoría de los judíos.
El Salmo 110: 4 fue una promesa profética a David. Él era un sacerdote, no de Aarón y Leví, sino de un orden más antiguo, el de Melquisedec (Génesis 14: 18). Hebreos 5: 10 dice de Él:
10 siendo designado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.
Como sumo sacerdote, Jesús ha entrado en el Lugar Santísimo del templo celestial como “precursor nuestro” (Hebreos 6: 20). Un precursor es alguien que va por delante para preparar el camino para que otros lo sigan. Así que todos los que son hijos de Dios tendrán acceso a la ciudad celestial y a su templo. Durante su vida en la Tierra, pueden entrar en el reino celestial en visiones o sueños, mientras que su cuerpo permanece en la Tierra. Pero llegará el día, cuando se cumpla la Fiesta de los Tabernáculos, en que harán lo mismo que Jesús hizo en Lucas 24: 36. La persona entera va al Cielo o viene a la Tierra, apareciendo y desapareciendo a voluntad.
Éste es el destino de los hijos de Dios, aquellos que son engendrados por el Espíritu mediante la semilla de la Palabra. Esta promesa apenas fue entendida ni siquiera por los mejores rabinos. Su concepto de la Fiesta de los Tabernáculos era que los hombres debían morar en cabañas durante una semana mientras leían el libro de Deuteronomio. No veían que sus acciones eran meros tipos y sombras de bendiciones mayores que aún estaban por venir. Esta bendición era dejar la propia “casa” (cuerpo), hecha de madera muerta, y recibir un cuerpo nuevo hecho de cosas vivas (ramas verdes).
La Fiesta de Tabernáculos lleva consigo la promesa de un cuerpo nuevo, inmortal e incorruptible (1ª Corintios 15: 53 KJV). Pero la promesa sólo puede cumplirse mediante un sacerdote de Melquisedec. En el primer siglo, esto era un alimento sólido (¡y todavía lo es!).
No más requisitos genealógicos
Hebreos 7 comienza mostrando cómo Melquisedec era un tipo de Cristo. En Génesis 14, Melquisedec aparece de repente en las Escrituras sin exponer su genealogía. Vino “sin padre, sin madre, sin genealogía” (Hebreos 7: 3) y no dice nada de su nacimiento o muerte ni de cuánto tiempo vivió.
Esto no significa que Melquisedec literalmente no tuviera padre ni madre, sino que esos detalles no se incluyeron en el texto. Hebreos 7: 6 explica más adelante: “Pero aquel cuya genealogía no se ha trazado”; es decir, su genealogía no está registrada en Génesis 14. Sabemos, por supuesto, a partir de fuentes históricas, que se trataba de Sem, el heredero de la primogenitura de Noé. Era el legítimo rey de la Tierra, cuyo trono había sido usurpado por Nimrod.
Sem fue el constructor de Jerusalén y su rey-sacerdote.
El autor señala que Melquisedec no tenía ningún requisito genealógico registrado, y, por lo tanto, Jesús vino a la Tierra de la tribu de Judá. Hebreos 7: 12-14 dice:
12 Porque cuando se cambia el sacerdocio, es necesario que se haga también un cambio de la ley. 13 Pues aquel de quien se dicen estas cosas es de otra tribu, de la cual nadie ha servido al altar. 14 Porque manifiesto es que nuestro Señor era descendiente de Judá, tribu de la cual nada habló Moisés tocante a los sacerdotes.
Nosotros también podemos ser sacerdotes de Dios, aunque no seamos descendientes de Leví y Aarón. ¿Por qué? Porque el sacerdocio de Melquisedec no tiene requisitos genealógicos para el cargo. Todos tienen la oportunidad de seguir al gran Precursor hasta el templo celestial como hijos de Dios.
Para entender esto, también debemos ver el contraste. El sacerdocio aarónico era un sacerdocio temporal que fue llamado a ministrar durante el tiempo del Antiguo Pacto. Este sacerdocio cambió, porque la Ley cambió para reflejar este sacerdocio mayor. El principio del sacerdocio permaneció igual, pero las formas cambiaron para conformarse al Nuevo Pacto.
Uno sólo puede imaginar cómo esto asfixió a los sacerdotes de Jerusalén en el primer siglo. Esta verdad tenía el poder de perturbar e incluso abolir el orden religioso existente. Sorprendentemente, muchos sacerdotes de esa época lo aceptaron, porque leemos en Hechos 6: 7:
7 Y la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; y también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.
También podemos notar que un mayor número de sacerdotes permanecieron fieles al sistema del Antiguo Pacto y rechazaron el cambio de sacerdocio que Dios había instituido. Éstos basaron su llamado en su genealogía, remontándose a Aarón.
De nuevo, hoy en día existe la opinión generalizada de que cuando concluya la Edad actual, entraremos en una Edad Judía, con lo que quieren decir que los sacerdotes aarónicos volverán a tomar el relevo del orden de Melquisedec y ofrecerán sacrificios de animales en un templo reconstruido en la Jerusalén terrenal. En otras palabras, afirman que habrá otro cambio de Ley y sacerdocio, volviendo al sistema del Antiguo Pacto.
Si así fuera, se podría decir que el Nuevo Pacto era meramente temporal y que el Antiguo Pacto era el pacto “eterno”. Eso, por supuesto, es absurdo. Quien crea eso no está preparado para comer carne fuerte.
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