DE FE EN FE - Parte 4, Dr. Stephen E. Jones (GKM)



Fecha de publicación: 12/07/2024
Tiempo estimado de lectura: 8 - 10 minutos
Autor: Dr. Stephen E. Jones

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La mayor parte de nuestro crecimiento espiritual de fe en fe ocurre durante el cumplimiento de Pentecostés. Nuestra experiencia de justificación en la Pascua es una iluminación momentánea, muy parecida al día en que Israel salió de Egipto. Nuestra experiencia de glorificación en Tabernáculos también será corta, en un abrir y cerrar de ojos (1ª Corintios 15: 52), así como Israel sólo necesitó un día para entrar a la Tierra Prometida. Todo lo intermedio, sus lecciones, revelaciones y experiencia al seguir la columna de nube durante el día y la columna de fuego durante la noche (es decir, ser guiados por el Espíritu) es nuestro crecimiento espiritual diario.

Tal es la importancia de Pentecostés. Por definición, todos los creyentes han experimentado la Pascua, sin la cual aún permanecerían en “Egipto”, pero no todos han experimentado el Bautismo del Espíritu. Muchas denominaciones no ven la necesidad de ir más allá de la Pascua y llegar al Pentecostés. Una vez “salvados” (es decir, justificados por la fe), ven su futuro eterno como seguro. Han sido liberados de la esclavitud del pecado y esperan viajar directamente desde Egipto a la Tierra Prometida.


El viaje primero nos lleva al Sinaí

El viaje, según el modelo de la Iglesia en el Desierto, invariablemente debe conducirlos primero al Sinaí para el Bautismo del Espíritu y la revelación de la naturaleza de Dios en la Ley. La Pascua en sí misma, aunque absolutamente necesaria, es insuficiente para recibir la herencia. Dios requiere crecimiento espiritual después de la justificación. Dios requiere que aprendamos obediencia para que no entremos a la Tierra Prometida como creyentes sin Ley.

Vemos esto más claramente en la amonestación de Jesús en Mateo 7: 21-23:

21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino que entrará el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23 Y entonces les declararé: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad(anomia, iniquidad).

Esto parece estar dirigido principalmente a aquellos que han recibido el Bautismo del Espíritu durante Pentecostés, pero se aplica igualmente a aquellos que permanecen en el ámbito de la Pascua. Poder decir “Señor, Señor” es una señal del Espíritu Santo, como nos dice Pablo en 1ª Corintios 12: 3, nadie puede decir 'Jesús es Señor' sino por el Espíritu Santo”.

Por lo tanto, aquellos que Jesús dice que nunca conoció (o reconoció en el Tribunal Divino en el versículo anterior) parecen haber sido justificados e incluso llenos del Espíritu. Han producido evidencia de ser guiados o llenos del Espíritu por la obra de milagros y quizás otros dones espirituales. Sin embargo, tales milagros, aunque importantes, no son lo que Dios realmente busca ni en un creyente de la Pascua ni en un pentecostal. Su criterio en ese día será si una persona ha absorbido o no la naturaleza de Dios (Cristo) a través de la revelación de la Ley.

No se trata de fe sin obras, que nos justifica mediante la Pascua. Se trata de hacer la voluntad de nuestro Padre celestial —fe-obediencia— que es el segundo nivel de fe (Pentecostés). Jesús implica así que no todos los pentecostales son pentecostales, así como “no todos los que descienden de Israel son Israel (Romanos 9: 6). De hecho, he observado que a la mayoría de los creyentes, tanto los del tipo de la Pascua como los pentecostales, se les ha enseñado a despreciar la Ley de Dios como si no fuera espiritual. Dicen que Dios dejó a un lado su Ley, como si de alguna manera pudiera negar su propia naturaleza y eliminarla como estándar justo para su Creación.

Pablo escribió en Romanos 7: 14: "Porque sabemos que la ley es espiritual". Quizás su audiencia lo sabía, pero hoy muchos creen lo contrario. Nuestro problema no es la Ley sino nuestra propia carne, que es incapaz de alcanzar el estándar de medida de la Ley. David afirmó que la ley del Señor es perfecta (Salmo 19: 7) y es más deseable que el oro (Salmo 19: 10). Esto fue cierto, aunque hubo algunos cambios en la Ley cuando el sacerdocio pasó de Aarón a Melquisedec (Hebreos 7: 12).


Un cambio, no un repudio

Un cambio en la Ley no es un repudio de la Ley; es una alteración para adaptarse a una nueva situación que vino a través de Cristo. Entonces, cuando Cristo vino como el Cordero de Dios (Juan 1: 29), el sacrificio pasó de los animales a Cristo mismo, quien fue ofrecido como el verdadero sacrificio por el pecado. Dios ya no habitaría templos hechos de madera y piedra, porque se estaba construyendo un Templo más grande, donde Cristo es la principal piedra angular, los profetas y apóstoles son sus cimientos (Efesios 2: 20-22), y los creyentes son sus piedras vivas (2ª Pedro 2: 5).

Tampoco abogamos para que la Jerusalén terrenal sea la madre del Reino, porque es “Agar” y sus defensores son sus hijos (Ismael), como enseña Pablo en Gálatas 4: 25-26,

25 Ahora bien, esta Agar es el monte Sinaí en Arabia y corresponde a la Jerusalén actual, porque está en esclavitud con sus hijos. 26 Pero la Jerusalén de arriba es libre; ella es nuestra madre.

También por esta razón nuestro padre Abraham buscaba una ciudad celestial (Hebreos 11: 10) y una patria mejor, es decir, celestial (Hebreos 11: 16). Aquellos que no han podido asumir estas modificaciones, ya sean judíos o cristianos, están depositando sus esperanzas en la ciudad equivocada y en el país equivocado.

¿Y qué podemos decir sobre el cambio en la manera en que ahora se deben guardar los días festivos? ¿Necesitamos matar corderos en la Pascua, como ordenó Moisés en Éxodo 12: 6? ¿Necesitamos ofrecer las primicias de la cosecha del trigo en Pentecostés (“Fiesta de las Semanas”), como ordenó Moisés en Éxodo 34: 22? ¿Construiremos cabañas en la Fiesta de Tabernáculos (Levítico 23: 42) para estudiar la Palabra durante una semana?

No, todas estas eran conveniencias carnales diseñadas por Dios para señalar cosas mayores en una Edad venidera. Pero los principios morales de la Ley permanecieron sin cambios, porque “Yo, el Señor, no cambio (Malaquías 3: 6). Por lo tanto, si queremos evitar ser creyentes sin Ley, debemos saber cómo cambió la Ley cuando la llegada del Nuevo Pacto dejó al Antiguo Pacto obsoleto (Hebreos 8: 13).


El Antiguo Pacto repudiado

Si bien se cambiaron algunas Leyes, fue el Antiguo Pacto el que se dejó de lado en favor de un pacto mejor. Un pacto es una promesa. Quien hace una promesa es el responsable de cumplirla. El Antiguo Pacto es la promesa del hombre a Dios (Éxodo 19: 8); el Nuevo Pacto es la promesa de Dios al hombre (Jeremías 31: 33). Cada uno define una manera diferente en la que se debe cumplir la Ley. El Antiguo Pacto fracasa debido a su dependencia de que hombres pecadores cumplan su palabra. El Nuevo Pacto tiene éxito porque Dios es capaz de cumplir sus Promesas.

Ambos pactos conservan la Ley misma. El primero exigía que los hombres obedecieran una Ley externa para poder recibir la vida (inmortalidad). Requería que los hombres mortales y corruptibles sean obedientes sin darles el cambio de corazón que era necesario para tener éxito. El segundo requiere que Dios escriba sus Leyes en nuestros corazones para que nuestra naturaleza se alinee con la Suya y así nos capacite para ser obedientes hasta que lleguemos a un acuerdo total con Él.


La fe es un don de Dios

La fe-obediencia de Pentecostés debe basarse en la fe del Nuevo Pacto, es decir, la fe en que Dios es capaz de cumplir lo que ha prometido (Romanos 4: 21). Si se basa en las promesas de los hombres y en la voluntad de los hombres, entonces esos pentecostales seguirán fracasando y seguirán luchando con la culpa cuando vean sus imperfecciones.

Yo mismo luché con eso cuando era joven. Habiendo tomado la decisión de seguir a Jesús a una edad temprana, rápidamente descubrí que todavía pecaba todos los días. Razoné que si continuaba pecando, significaba que no fui verdaderamente sincero cuando fui salvo antes. Así que tuve que ser salvo una y otra vez durante varios años, hasta que Dios me reveló que no tenía que ser perfecto para ser salvo. Esta fue sólo una revelación parcial, pero cambió mi vida y fue suficiente hasta que tuve edad bastante para recibir una revelación más profunda.

Más tarde supe que mi decisión de seguir a Cristo no inició mi salvación. Mi decisión fue instigada por el Espíritu de Dios quien estaba cumpliendo su promesa en mí y haciendo que me volviera a Él. Juan 1: 12-13 entonces cobró vida para mí,

12 Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, 13 a los que nacieron [fueron engendrados], no de sangre [linaje], ni de la voluntad del carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios.

Llegué a darme cuenta de que creía en Él porque Él primero se había revelado a mí y me había atraído por su Espíritu. Su decisión precedió a la mía. Entonces Jesús dijo en Juan 6: 44,

44 Nadie puede venir a Mí si el Padre que me envió no lo arrastra [helkuo, “arrastra”], y Yo lo resucitaré en el día postrero.

Si nuestra salvación no se inicia por la voluntad del hombre, entonces no tenemos razón para jactarnos (Efesios 2: 9). Cuando me di cuenta de que Dios mismo había iniciado mi fe como un don (Efesios 2: 8) para cumplir la promesa del Nuevo Pacto de Dios, se convirtió en una revelación fundamental en mi propia vida. Nunca más diría: "Fui salvo porque tomé la decisión de seguir a Cristo". En cambio, ahora digo: “Sólo por gracia, Dios me llamó y me dio el don de la fe, para que pudiera creer que Él es capaz de cumplir lo que ha prometido”.

Mi propio caminar con Dios ha sido un viaje para comprender la naturaleza de Dios y su Divino Plan de salvación. Las tres fiestas nos dan el bosquejo básico de ese Plan, pero cada fiesta debe entenderse adecuadamente mediante un estudio profundo de su Palabra. Mi viaje comenzó en la ignorancia infantil y progresó gradualmente a lo largo de los años. Dios no tenía prisa, pero me atrajo continuamente por su gracia a las cosas profundas de Dios. Es mi esperanza y mi oración que mis lectores se beneficien de las cosas que he aprendido, para que su fe aumente hasta que el Reino les sea completamente revelado.

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