MIQUEAS, EL PROFETA DEL AMOR INMUTABLE - Parte 6, Dr. Stephen Jones (GKM)


¿Cuál prevalecerá, la Vieja o la Nueva Jerusalén?

Fecha de publicación: 03/04/2024
Tiempo estimado de lectura: 4 - 5 minutos
Autor: Dr. Stephen E. Jones

https://godskingdom.org/blog/2024/04/micah-the-prophet-of-unchanging-love-part-6/

Desde Miqueas 4: 1 a 5: 15 se nos da la visión de esperanza del profeta mediante la venida de Cristo al final del tiempo del juicio en los primeros tres capítulos. Miqueas 4: 1-2 dice,

1 Y sucederá en los últimos días que el monte de la casa del Señor será establecido como jefe de los montes. Se elevará sobre los montes, y a él correrán los pueblos. 2 Vendrán muchas naciones y dirán: Venid y subamos al monte del Señor y a la casa del Dios de Jacob, para que Él nos enseñe sus caminos y caminemos por sus senderos. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor. 3 Y juzgará entre muchos pueblos y tomará decisiones para naciones poderosas y distantes. Entonces convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; nación no alzará espada contra nación, y nunca más se entrenarán para la guerra.

Esta profecía se repite en Isaías 2: 2-4. Dado que Miqueas e Isaías eran contemporáneos, es probable que se conocieran y leyeran los escritos uno del otro. No sabemos quién tomó prestado de quién, pero uno de ellos pensó que esta visión era lo suficientemente importante como para repetirla.

El monte de la casa del Señor en aquellos días era el Monte del Templo. Llegar a ser “el jefe de los montes” indica su prominencia y prestigio entre las naciones. De hecho, los israelitas parecen desvanecerse en la oscuridad a medida que la profecía extiende la Palabra de Dios a todas las naciones. Quizás Miqueas también había leído Isaías 56: 6-8, donde el profeta insiste en que el templo acogía a los extranjeros. Dios dice: "Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos".

Como es habitual, los profetas del Antiguo Testamento no hacen una distinción clara entre la Vieja y la Nueva Jerusalén. Hay que mirar el Nuevo Testamento para saberlo. Yerushalayim tiene la terminación dual (-ayim), que significa dos Jerusalén-es. Pablo nos dice en Gálatas 4: 25 que estas dos ciudades representan los dos pactos y que la ciudad terrenal (carnal) está representada por Agar. Agar es incapaz de dar a luz a Isaac, el hijo de la promesa. El fin final de esta ciudad terrenal está declarado en Gálatas 4: 30,

30 Pero ¿qué dice la Escritura? “Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque el hijo de la esclava no será heredero con el hijo de la libre”.

Jerusalén es la esclava en cuestión. Dios no pretende cambiar la naturaleza de la Jerusalén terrenal, sino “echar fuera” la ciudad en favor de la ciudad celestial. El mismo principio se aplica a todos nosotros. Dios no tiene la intención de reformar nuestra carne para que pueda heredar el Reino. La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios (1ª Corintios 15: 50). Nuestra carne, heredada de Adán, fue condenada a muerte cuando Adán pecó, y por mucho que lo intentemos, esa sentencia no puede ser vencida excepto mediante la muerte y la resurrección.

Pablo habla del bautismo como símbolo de muerte y resurrección, donde nos convertimos en nuevas criaturas (2ª Corintios 5: 17), nuevas entidades, destinadas a través de la promesa del Nuevo Pacto a recibir cuerpos glorificados. Debemos convertirnos en nuevas criaturas para escapar de la sentencia de muerte impuesta a los cuerpos carnales que heredamos a través de Adán.

Por lo tanto, el mismo principio es válido, ya sea que lo apliquemos a las dos Jerusalén-es o a nuestras dos naturalezas (almática y espiritual). En ambos casos, lo carnal debe morir para dar a luz lo espiritual y celestial. Desafortunadamente, pocas personas parecen enseñar esto con claridad. El resultado es que muchos cristianos dedican sus esfuerzos a tratar de perfeccionar la carne, en lugar de aprender cómo transferir la identidad del viejo hombre de carne al nuevo hombre que es espiritual.

Entonces la profecía de Miqueas habla de “Jerusalén” sin especificar la ciudad precisa. ¿Será la Jerusalén terrenal (“Agar”) la madre (capital) del Reino? ¿La Edad venidera estará dominada por el Antiguo Pacto? ¿Gobernará Jesús desde una ciudad carnal con un templo físico, sacerdotes levitas y sacrificios de animales? En la progresión del Reino, ¿terminará la llamada Edad de la Gracia y volveremos a los rituales carnales de la adoración del Antiguo Pacto? ¿Peregrinarán personas de muchas naciones a la Jerusalén terrenal? Si es así, ¿qué aprenderían? ¿Serán enseñados por rabinos levíticos expertos en judaísmo? ¿Tendrán que traer sacrificios de animales? ¿Aprenderán los principios del Antiguo Pacto? Desde la perspectiva del Nuevo Testamento, la respuesta es un rotundo NO. Uno no puede aprender sus caminos sin aceptar a Cristo como el Mesías-Rey y adoptar su Nuevo Pacto.

Es gracias al Nuevo Pacto que cesarán las guerras. Cristo viene como Juez justo para resolver disputas entre las naciones. Él juzgará imparcialmente como lo exige su Ley (Santiago 2: 9). Ni los israelitas ni los judíos tendrán el privilegio de pecar con inmunidad. Números 15: 16 dice,

16 una misma ley y un mismo decreto habrá para vosotros y para el extranjero que habita con vosotros.

No habrá un sistema de justicia de dos niveles, como vemos tan a menudo hoy en día. La justicia igual para todos traerá credibilidad y respeto por Cristo y su Ley.


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