Sionismo Cristiano - Cap. 2: EL ENGAÑO DE JACOB, Dr. Stephen E. Jones y John Tyler

 


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Aquellos que creen que la Biblia es la Palabra de Dios entienden que Dios es el Creador y posee todo lo que creó. La llamada “Tierra Santa” no es el único territorio que Dios posee. Él es el Dios de toda la tierra (Isaías 54: 5). Lo que hizo especial a la tierra de Canaán fue su importancia como tipo profético de todas las naciones, que serían la herencia de Dios al final de los tiempos. Por lo tanto, no existe un lugar llamado “Tierra Santa”: todas las naciones serán su herencia, burlando el énfasis, fuera de lugar, otorgado a Canaán (“Israel”) hoy.

Muchas religiones enseñan que su camino es el correcto y creen que Dios favorece a los seguidores de su religión. Para los judíos, esto significa que Dios les dará dominio sobre la Tierra. El Talmud afirma que cada judío tendrá 2.800 esclavos (gentiles). Incluso los cristianos tienden a estar de acuerdo en que Dios ha “elegido” a los judíos para gobernar la Tierra, basándose en su genealogía. Sin embargo, los cristianos también creen que ellos mismos “reinarán con Cristo (Apocalipsis 20: 4), basándose en su fe. Este es un claro caso de disonancia cognitiva. ¿Cómo se puede “elegir” para gobernar tanto a los cristianos como a los udíos no creyentes?

En 2ª Cor. 6: 14-15 Pablo escribe:

No os unáis con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tienen la justicia y la iniquidad, o qué compañerismo la luz con las tinieblas? ¿O qué armonía tiene Cristo con Belial, o qué tiene en común un creyente con un incrédulo?

Todos los incrédulos deben ser tratados con el mayor respeto y bondad en la medida de lo posible. Pero honrar a los judíos en particular, no sólo es cuestionable, sino también insultante para la humanidad en general. Asignarles la autoridad del Reino basándose en una supuesta confesión de fe de último momento al final de los tiempos, contradice completamente el concepto bíblico del Vencedor que persevera hasta el fin.

El Reino de Dios, sin embargo, establece la igualdad y prohíbe la noción de que la genealogía de uno lo califique como “elegido”. El apóstol Pablo deja muy claro en Romanos 11 que en los días de Elías, los únicos “elegidos” en Israel eran un remanente de 7.000 hombres (Rom. 11: 4, 7). Dice que la nación de Israel buscó obtener la promesa de Dios, pero sólo un pequeño remanente la obtuvo. La genealogía nunca fue el problema; su fe fue el factor determinante, y lo mismo ocurre con otras etnias. Es la fe –no la biología– lo que se cuenta como justicia. Esto es cierto para todos los pueblos.



La Primogenitura

En la gran rivalidad fraternal entre Jacob y Esaú, encontramos que eran gemelos, pero que Esaú nació primero. Por lo tanto, la Ley le daba a Esaú prioridad sobre Jacob, a pesar de que la profecía afirmaba —incluso antes de que nacieran— que Jacob era la elección de Dios para recibir la Primogenitura (Rom. 9: 11). Entonces, leemos en Génesis 25: 23:

El mayor servirá al menor”.

Es decir, Esaú debería estar subordinado a Jacob.

En la historia, su padre Isaac envejeció y quedó ciego y creyó que tal vez no viviría mucho más. Entonces, decidió bendecir a Esaú con la Primogenitura, pareciendo haber olvidado la profecía anterior. Pero la Ley de Dios protegía el derecho del hijo mayor. La Ley del Hijo Aborrecido de Deut. 21: 15-17 especificaba que nadie podía negar el derecho del primogénito, a menos que ese primogénito primero demostrara que no era digno.

Por ejemplo, Rubén era el hijo mayor de Jacob:

Pero por haber profanado el lecho de su padre, su primogenitura fue dada a los hijos de José” (1º Cr. 5: 1).

No había ninguna Ley que dijera que la Primogenitura debía transmitirse al siguiente hijo mayor. Por lo tanto, Jacob decidió dársela a su undécimo hijo, José.

1º Cr. 5: 2 dice:

Aunque Judá prevaleció sobre sus hermanos, y de él surgió el líder, la primogenitura pertenecía a José.

En ese momento, Isaac no tenía ninguna causa legal para despojar a Esaú de la Primogenitura en favor de Jacob. Si Isaac hubiera esperado un poco más, la situación habría cambiado y en ese momento le habría dado la Primogenitura a Jacob sin violar la Ley.

Resultó que Jacob utilizó el engaño para aprovecharse de su padre ciego, haciéndose pasar por Esaú. De esta manera, esencialmente robó la Primogenitura mintiéndole a su padre. Génesis 27: 18-19 y 24 dice:

Entonces él [Jacob] vino a su padre y le dijo: “Padre mío”. Y él dijo: “Aquí estoy. ¿Quién eres, hijo mío?” Jacob dijo a su padre: “Yo soy Esaú, tu primogénito…” Y él [Isaac] dijo: “¿Eres realmente mi hijo Esaú?” Y él dijo: “Yo soy”.

Sin duda, Jacob justificó su mentira aferrándose a la profecía dada antes de que él naciera. Pensó que su padre estaba a punto de frustrar la promesa profética de Dios. Pero el hecho es que le faltaba fe para creer que Dios podía cumplir su Palabra sin su ayuda. Por tanto, cumplió la profecía inherente a su propio nombre, Jacob, que significa engañador o usurpador [manipulador].

Jacob ciertamente era creyente en ese momento y disfrutaba de cierto nivel de fe. Dios le habló muchas veces a lo largo de los años. Sin embargo, no creía verdaderamente que Dios fuera capaz de cumplir su Palabra sin ayuda humana. Dios tuvo que entrenarlo durante muchos años hasta perfeccionar su fe. Cuando finalmente entendió la soberanía de Dios, recibió un nuevo nombre, Israel, "Dios gobierna".

Los nombres hebreos que terminan en “-el” (Dios) muestran a Dios realizando la acción [que señala el nombre, Isra = gobierna]. Por lo tanto, Israel no significa que Jacob estaba “gobernando con Dios”, como comúnmente se cree. Significa que Dios gobierna. Jacob-Israel se convirtió entonces en un testimonio vivo de esta gran verdad de la soberanía de Dios.



¿Quién es un israelita?

Jacob recibió su nuevo nombre a los 98 años. Había vivido dos ciclos jubilares de 49 años cada uno. Viviría otros 49 años y moriría cuando tuviera 147. Entonces, dos tercios de su vida los vivió como Jacob, el engañador. Dios decidió no darle el nombre de Primogenitura, Israel, hasta que su fe fuera perfeccionada y perdiera toda confianza en la carne (Fil. 3: 3).

Israel es un título/nombre dado a aquellos cuya fe se perfecciona de la misma manera. Jacob no nació siendo israelita. A los ojos de Dios, nadie más lo es. Por supuesto, uno puede referirse a los israelitas con una definición menor (un descendiente de Jacob-Israel), pero Dios ha establecido un estándar más alto para aquellos a quienes Él mismo llama israelitas.

Por ejemplo, leemos en Juan 1: 47:

Jesús vio a Natanael que venía hacia Él y dijo de él: He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño.

Mucha gente pensaba de sí mismo que era israelita, pero Jesús reconoció que Natanael era un VERDADERO israelita en contraste con ser un jacobita (engañador). Jesús mismo hizo esta distinción y de ese modo sugirió una verdad más profunda sobre quién es realmente israelita y quién no. Jesús reconoció que la fe de Natanael era de mayor calidad que la de sus otros discípulos [fe del Mar Rojo versus fe del Jordán, en el primer caso primero ocurre el milagro de las aguas que se abren y luego se cruza; en el segundo se empieza a cruzar y entonces ocurre el milagro]. Por lo tanto, era un verdadero israelita, según la definición más alta del término.



El juicio nacional sobre Israel y Judá

Moisés le dijo a la nación de Israel en Levítico 26 que si eran obedientes a sus Leyes (como habían jurado obedecer en Éxodo 19: 8, Dios los bendeciría (Levítico 26: 3). Pero si fueran desobedientes, Dios traería juicio sobre ellos (Levítico 26: 14). Si el pueblo persistiera en la desobediencia a sus Leyes, Dios prometió expulsarlos de la tierra y ponerlos bajo la autoridad de hombres malvados, para enseñarles los horrores de los gobernantes injustos.

De hecho, Dios dijo que los expulsaría de la misma manera que había expulsado a los cananeos, y por la misma razón. Deut. 8: 20 dice:

Como las naciones que el Señor hace perecer delante de vosotros, así pereceréis vosotros; porque no quisisteis escuchar la voz del Señor vuestro Dios.

Dios lo declaró claramente en Lev. 26: 21-24:

Si, pues, actuáis con hostilidad contra Mí y no queréis obedecerme, aumentaré sobre vosotros la plaga siete veces según vuestros pecados… Y si por estas cosas no os volvéis a Mí, sino que actuáis con hostilidad contra Mí, entonces actuaré con hostilidad contra vosotros; y Yo también os heriré siete veces por vuestros pecados.

Nuevamente, Dios dijo en Lev. 26: 32-33:

Desolaré la tierra para que tus enemigos que se establezcan en ella queden horrorizados por ella. A ti, en cambio, te esparciré entre las naciones y desenvainaré espada en pos de ti, mientras tu tierra queda desolada y tus ciudades quedan asoladas.

La solución, por supuesto, es el arrepentimiento y estar de acuerdo en que Dios fue justo en sus juicios. Tendrían que cesar en su hostilidad contra Dios y su Ley antes de que se les permitiera regresar. Lev. 26: 40-42 dice:

Si confiesan su iniquidad y la iniquidad de sus padres, en la infidelidad que cometieron contra Mí, y también en su hostilidad contra Mí (Yo también actué con hostilidad contra ellos para introducirlos en la tierra de sus enemigos); o si su corazón incircunciso se humilla para luego enmendar su iniquidad, entonces me acordaré de mi pacto con Jacob, y también me acordaré de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham, y me acordaré de la tierra.

Algunos siglos más tarde, los juicios de Dios alcanzaron un clímax, cuando Dios expulsó a las 10 tribus de la Casa de Israel del norte (745-721 aC) y las envió cautivas a Asiria (2º Reyes 17: 6). Nunca regresaron.

Aproximadamente 120 años después, los babilonios conquistaron Asiria (612-607 aC) y poco después, los babilonios capturaron Jerusalén (604 aC) y llevaron cautiva a Babilonia a la Casa de Judá del sur. Así se cumplió el juicio de la Ley de Levítico 26. Sin embargo, a Judá se le permitió regresar después de un cautiverio de 70 años, porque el Imperio Babilónico duró sólo 70 años, hasta el 537 aC, cayendo en manos del ejército persa, liderado por el rey Ciro el Persa y su suegro, Darío, el rey de Media.

Darío quedó a cargo durante los siguientes tres años (Dan. 5: 31) mientras Ciro continuaba con sus conquistas. Cuando Ciro finalmente regresó para gobernar personalmente su reino, Darío regresó a Media y Ciro emitió su famoso edicto en el año 534 aC, que permitía al pueblo de Judá regresar a la vieja tierra. Judá permaneció bajo el dominio persa durante aproximadamente dos siglos, y terminó cuando el Imperio Griego bajo Alejandro Magno conquistó Persia y asumió también el poder sobre Judá.

Los gobernantes griegos finalmente fueron reemplazados por los romanos en el año 63 aC, por lo que Jesús nació durante la era romana. Daniel había profetizado acerca de estos cuatro Imperios “Bestias” que se levantarían uno tras otro. Dios los había levantado a todos ellos como parte del juicio profetizado sobre la tierra por su “hostilidad” contra Dios.

Cuando Jesús entró en escena, la gente tuvo la oportunidad de demostrar que ya no eran hostiles a Dios. Se les dio la oportunidad de tratar con respeto a Aquel a quien Dios había enviado y de recibirlo como el Mesías-Rey. Si lo hubieran hecho, habrían recibido la verdad, y la verdad los habría hecho libres (Juan 8: 32). Sin embargo, no le recibieron (Juan 1: 11), y por eso permanecieron bajo el dominio de Roma.

Más tarde, al intentar liberarse por su propia fuerza, sin arrepentirse primero, sólo empeoraron su situación. Roma destruyó Jerusalén y su templo y dispersó a los judíos por muchas naciones. Jesús predijo esto en Mateo 24. Su parábola en Mat. 22: 1-14 ilustra cómo los judíos habían rechazado su “invitación”. El versículo 7 nos dice el resultado de rechazar su invitación:

Pero el rey [Dios] se enfureció y envió sus ejércitos [los romanos] y destruyó a esos asesinos y prendió fuego a su ciudad [Jerusalén].

La ciudad fue posteriormente reconstruida y existe hasta el día de hoy, a la espera de su destrucción final según la profecía de Jer. 19: 10-11:

Entonces tú [Jeremías] romperás la vasija delante de los hombres que te acompañan y les dirás: “Así romperé a este pueblo y a esta ciudad, como se rompe una vasija de alfarero, que no puede volver a repararse…”

Jerusalén fue destruida por el ejército babilónico en el 586 aC y nuevamente por los romanos en el 70 dC, pero cada vez fue “reparada”. Por lo tanto, queda un cumplimiento final de esta profecía en el futuro. [En vista de la reciente guerra en Gaza, que comenzó en octubre de 2023, nos preguntamos si esto conducirá eventualmente al cumplimiento de la profecía de Jeremías. El tiempo lo dirá].

Además, aún queda la pregunta de si los “israelíes” se arrepentirán y cumplirán el requisito de Lev. 26: 40-42.

Muchos cristianos creen que se arrepentirán y luego aceptarán a Jesús como el Mesías. Sin embargo, Jeremías 19 no dice nada de tal arrepentimiento, y sabemos que Dios siempre se mueve por el arrepentimiento. Entonces, ¿eso es una posibilidad, o la profecía de Jeremías sigue estando grabada en piedra?

Responderemos a esta pregunta en el Capítulo 11 – “Conclusiones”.


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