APROBANDO LA PRUEBA DE FE, Tim Challies

 


No estamos seguros si el oro es puro o aleado hasta que se prueba en el fuego. No sabemos si el acero es rígido o quebradizo hasta que se somete a una prueba de tensión. No podemos estar seguros de que el agua es pura hasta que pasa por un filtro. Y, de la misma manera, no sabemos de qué está hecha nuestra fe hasta que nos enfrentamos a las pruebas. Es la prueba de nuestra fe lo que demuestra su autenticidad, dice Pedro, y es el pasar por la prueba lo que resulta en alabanza, gloria y honor (1ª Ped. 1: 7).

Aunque no deseamos soportar las pruebas y no las provocamos deliberadamente, sabemos que tienen un propósito y significado en la Providencia de Dios, que son medios divinos para hacernos «perfectos y completos, sin que nos falte nada» (Stg. 1: 4 LBLA).

Hay muchos que se enfrentan a pruebas y no pasan la prueba. Algunos se enfrentan al dolor físico y, a través de él, se enojan con Dios y determinan que no pueden amar a un Dios que les permite soportar tales dificultades. Algunos se enfrentan a la posibilidad de la persecución y descubren que prefieren huir de la fe que sufrir por ella. Algunos tienen hijos que se entregan a prácticas sexuales aberrantes y prefieren renunciar a Dios que dejar de afirmar a sus hijos. Algunos ven sufrir y morir a seres queridos y determinan que un Dios que permite tales cosas no es digno de su amor, confianza y admiración. De esas maneras y muchas más, algunos son probados y, a través de la prueba, se demuestra que tienen una fe que es fraudulenta.  

Sin embargo, hay muchos otros que enfrentan tales pruebas y salen de ellas con su fe no solo intacta, sino fortalecida. Se enfrentan al dolor físico y a través de él, crecen en sumisión a Dios y confianza en sus propósitos. Se enfrentan a la posibilidad de la persecución y descubren que prefieren sufrir a negar al Dios que los ha salvado. Tienen hijos que recurren a prácticas sexuales aberrantes y, aunque siguen amando a sus hijos, se niegan a afirmarlos. Ven a sus seres queridos sufrir y morir y dicen, con mansedumbre, que el Dios que tiene derecho a dar es el Dios que tiene derecho a quitar (Job 1: 21).  Lo que me fascina es lo malos que somos al predecir quién pasará la prueba y quién no. A veces miramos a personas que han acumulado grandes reservas de trivia bíblica (las trivias son juegos de preguntas y respuestas que ponen a prueba los conocimientos de los participantes sobre diversos temas) y un gran conocimiento de la doctrina cristiana y suponemos que son esas personas las que necesariamente pasarán sin sufrir ningún daño por el fuego. Sin embargo, a veces son ellos los que se alejan al primer calor. A veces nos fijamos en las personas que sólo tienen una reserva rudimentaria de trivia bíblica y poco conocimiento de la doctrina cristiana y suponemos que son los primeros en vacilar, tropezar y caer. Sin embargo, a menudo estos son los que se aferran con más tenacidad. No somos tan sabios ni tan perspicaces como pensábamos.  

Todo esto demuestra que lo que importa no es el tamaño de la fe de una persona, sino su objeto. Lo que nos asegura en nuestras pruebas no es la magnitud de nuestra fe, sino el poder de Aquel en quien la hemos depositado. La más pequeña porción de fe en Dios vale infinitamente más que la más grande porción de fe en nosotros mismos, o la más fuerte medida de fe en la fe misma. La fe no vale nada a menos que su objeto sea Jesucristo.  Así, cuando el fuego arde, para nuestra sorpresa, aprendemos que algunos pueden haber tenido una tremenda fe en sí mismos, pero ninguna fe en Jesús. Cuando las inundaciones crecen, para nuestro asombro, nos enteramos de que algunos podrían haber tenido fe en la fe, pero no fe en el Señor de todo el Universo. Sin embargo, cuando otros pasan por las llamas, nos da alegría aprender que aunque su fe podría haber sido un poco más grande que una semilla de mostaza, su objeto era el Dios eterno, inmortal. Cuando las aguas crecen a su alrededor y parece como si pudieran hundirse, nos da satisfacción aprender de nuestras almas que aunque su fe haya sido muy pequeña, era la fe en Aquel que es la Roca. Aprendemos, con alabanza en nuestros corazones, que han sido sostenidos por Aquel que es el glorioso objeto de su fe inquebrantable.


(Gentileza de Esdras Josué ZAMBRANO TAPIAS)

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