Apocalipsis 20: 13 dice:
13 Y el mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.
Las opiniones rabínicas variaban mucho en la época de Juan. La Enciclopedia Judía nos dice en su artículo sobre “Resurrección,”
“Según R. Simai (Sifre, Deut. 306) y R. Hiyya bar Abba (Gen. R. xiii. 4; comp. Lev. R. xiii, 3), la resurrección espera solo a los israelitas; según R. Abbahu, solo a los justos (Ta'an, 7a); algunos mencionan especialmente a los mártires (Yalk. H. 431, según Tanhuma). R. Abbahu y R. Eleazar limitan la resurrección a los que mueren en Tierra Santa; otros lo extienden a los que mueren fuera de Palestina (Ket. 111a)”.
Como vemos en esto, algunos “limitan la resurrección a los que mueren en Tierra Santa”. El punto de vista se basaba en ciertas Escrituras que hablaban de heredar la Tierra. El mismo artículo en La Enciclopedia Judía continúa,
“Por lo tanto, se creía que la resurrección tenía lugar únicamente en Tierra Santa… Solo Jerusalén es la ciudad de la cual los muertos florecerán como la hierba (Ket. 111b, después de Sal. Lxxii. 16). Los que están enterrados en otro lugar, por lo tanto, se verán obligados a arrastrarse a través de las cavidades de la tierra hasta llegar a Tierra Santa…”
De nuevo, dice,
“La principal dificultad… es descubrir qué implicaba o comprendía realmente la creencia de la resurrección, ya que los mismos rabinos antiguos diferían en cuanto a si la resurrección debía ser universal, o un privilegio del pueblo judío solamente, o de los justos solamente”.
Aparentemente, Juan estaba familiarizado con estas diferentes creencias, por lo que nos asegura que esta resurrección es universal e incluye incluso a aquellos que se habían perdido en el mar. Nadie debe ser olvidado o dejado en la muerte perpetua. Todos serán resucitados para juicio, y todos serán restaurados.
La Segunda Muerte
Apocalipsis 20: 14-15 continúa,
14 Y la muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda, el lago de fuego. 15 Y si el nombre de alguno no se hallaba escrito en el libro de la vida, era arrojado al lago de fuego.
Una “segunda muerte” implica, ya sea más de una muerte (posible por la resurrección de la primera muerte) o dos tipos de muerte. Una opinión común es que ambas muertes son del mismo tipo. Sin embargo, el Nuevo Testamento en particular habla de dos tipos distintos de muerte. El primero es el tipo de muerte que es el resultado de la mortalidad que vino por el pecado de Adán. La segunda es la muerte de “la carne”, que Pablo experimentó cuando dijo en 1ª Cor. 15: 31, “cada día muero”.
Pablo a menudo habla de hacer morir la carne, o de crucificar al “viejo hombre”. Este tipo de muerte da como resultado una vida renovada, no una muerte real. Se logra principalmente al dejar de lado la voluntad de la carne para seguir la voluntad del Espíritu. Pero negar la carne (o la voluntad del hombre viejo) debe hacerse momento a momento, porque no muere completamente hasta que la mortalidad reclama su presa. Por eso, la muerte segunda es un modo de vida, no la condición de un cadáver.
Pablo nos dice más en Rom. 6: 6-7 (La Diaglot Emphatic),
6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Él, para que el cuerpo de pecado quede sin poder; para que ya no seamos esclavos del pecado; 7 porque el que murió ha sido justificado del pecado.
La justificación se logra solo a través de la muerte. Por lo tanto, todos los que son justificados han muerto la Segunda Muerte incluso antes de haber muerto como resultado de ser mortales. La Segunda Muerte, entonces, es el último antídoto contra la Primera. O morimos mientras aún vivimos en este cuerpo mortal, o deberemos morir después de la resurrección. De una forma u otra, todos morirán la Segunda Muerte, porque todos serán justificados en algún momento de la historia. Así dice Pablo en Rom. 5: 18,
18 Así que, como por la transgresión de uno [Adán] vino la condenación a todos los hombres, así también por un acto de justicia [de Cristo] vino la justificación de vida a todos los hombres.
Dado que ningún hombre puede ser justificado sin la Segunda Muerte, es decir, la muerte del hombre viejo, se sigue que todos los hombres darán muerte al hombre viejo para que resulte en la "justificación de vida a todos los hombres". Esta Segunda Muerte se llama “el lago de fuego”.
Juan no dice nada sobre el origen de este “lago”. Para comprender su origen, hay que remontarse a Dan. 7: 9-10 donde el profeta vio el juicio final en términos del “Anciano de Días” sentado en el Trono. Leemos,
9 … Su trono ardía en llamas, sus ruedas eran un fuego abrasador. 10 Un río de fuego fluía y salía de delante de Él...
El “río de fuego” fluía del Trono del Anciano de Días para formar el “lago” que vio Juan. El Río formó el Lago, pero el Río se originó en el Trono de Fuego. Los tronos representan la autoridad, que es el derecho de mandar y administrar leyes. Por lo tanto, cuando un monarca se sienta en un trono, gobierna por ley. El fuego que brota de su Trono, entonces, representa la administración de la Ley y el Juicio sobre todos los que están siendo resucitados de entre los muertos.
Moisés fue en realidad el primero en vislumbrar el Trono de Fuego y el Juicio Final, diciéndonos en Deut. 33: 2-4 (KJV),
2 Y él dijo: “Yahweh vino del Sinaí, y de Seir se levantó hacia ellos; Resplandeció desde el monte Parán, y vino con diez mil santos; de su diestra salía para ellos una ley de fuego. 3 Sí, amó al pueblo; todos sus santos están en tu mano; y se sentaron a tus pies; cada uno recibirá de tus palabras. 4 Moisés nos mandó una ley, una herencia para la congregación de Jacob”.
La “ley de fuego” vino de “su diestra”, y al mismo tiempo “todos sus santos están en tu mano”. El fuego es la única forma en que Dios se nos presenta (Deut. 4: 12), porque representa su naturaleza expresada en su Ley. Pero Moisés también vio a los Santos en la mano de Dios. Esto nos muestra que los Santos también tienen la misma naturaleza que Dios mismo, ya que la Ley está escrita en sus corazones. Esta naturaleza de Dios es “la herencia de la congregación de Jacob”.
El hecho de que estos Santos estén en la mano de Dios también sugiere que ellos son los administradores de la Ley de Fuego. El juicio de Dios no tiene lugar sin los Santos. Más bien, los Santos son parte del “río de fuego” así como del “lago de fuego”, es decir, el proceso de juicio y el resultado a largo plazo.
Está claro para todos que el fuego es el juicio de Dios. Sin embargo, muchos han pasado por alto el hecho de que los juicios específicos (sentencias) se decretan de acuerdo con la Ley de Dios. Todas las cosas están sujetas al estándar de la naturaleza divina. Cualquier cosa inderior a eso debe ser juzgada para ser corregida y reconciliada. En ninguna parte la Ley ordena o incluso permite el tormento eterno como juicio por ningún pecado. El juicio justo siempre es directamente proporcional al delito. Ningún hombre puede cometer tanto pecado en una sola vida como para justificar un juicio ilimitado.
A menudo se dice que Dios debe juzgar todo pecado para ser justo y santo. Eso es ciertamente verdadero, pero es igualmente cierto que Dios debe juzgar con justicia para permanecer siendo justo y santo. Si el juicio es muy poco, es injusto. Si es demasiado, es injusto. La cuantía de la sentencia debe ajustarse con precisión al delito. Por lo tanto, si un hombre roba $1.000, debe devolver a su víctima $2.000, o una restitución doble (Éxodo 22: 4). Sentenciar a tal hombre a pagar $999 o $2,001 no alcanzaría la gloria y la naturaleza de Dios mismo.
Además, la misma Ley Divina pone límites al juicio. Para los delitos menores, la Ley limita los azotes, diciéndonos en Deut. 25: 3, “lo golpeará cuarenta veces, pero no más”. Incluso si más de cuarenta azotes parecen estar justificados, la gracia prohíbe el azote número cuarenta y uno. Para los delitos graves, la Ley limita la esclavitud a un máximo de 49 años o cuando llegue el año del jubileo (Lev. 25: 10). Incluso si al finalizar el periodo se debe más deuda, Dios extiende gracia al deudor.
Estos son ejemplos de la gracia de Dios incorporada en la Ley. La gracia no contradice ni anula la Ley, sino que limita la cantidad de juicio que se puede imponer. Tal es el juicio de un Dios amoroso. Muestra que el propósito final de la Ley es corregir y restaurar a los pecadores, no destruirlos o castigarlos para siempre.
La Ley de Fuego de Dios nos muestra, entonces, que la verdadera justicia no se hace hasta que se haya pagado la restitución total a todas las víctimas de la injusticia. No se trata de castigo; se trata de justicia. A lo largo de la historia, los hombres han pecado contra sus prójimos, y muchos de esos pecados nunca fueron juzgados. Muchos pecadores se salieron con la suya con sus crímenes, especialmente aquellos que eran lo suficientemente ricos o poderosos para permanecer inmunes al enjuiciamiento. Por lo tanto, muchas de las víctimas de la historia nunca vieron justicia en su vida.
El propósito del juicio del Gran Trono Blanco es recordar a todos los muertos y administrar verdadera justicia por cada crimen (pecado) no resuelto que se haya perpetrado a lo largo de la historia. Solo cuando todo pecado ha sido juzgado según la Ley, se puede decir que se ha hecho justicia.
Este simple principio de la Ley de Dios nos muestra que aunque la pena de muerte es uno de los juicios divinos, nunca puede traer justicia a todos en la escala requerida por la naturaleza de Dios. Los que creen que el Lago de Fuego aniquila a los incrédulos, no entienden la Ley ni la exigencia de justicia.Si se mata a un ladrón, ¿cómo se recompensa a su víctima por su pérdida? No, al ladrón se le debe exigir que pague restitución, y una vez que esto se logra, la Ley perdona su pecado y no tiene más interés en su caso. Los libros están cerrados. El perdón es obligatorio. Se hace justicia, y dar muerte al ex pecador es un castigo excesivo e injusto, violando la naturaleza de Dios.
La pena de muerte fue instituida cuando Dios juzgó a Adán imponiéndole la mortalidad a él y a su descendencia. Este fue en realidad un acto misericordioso, ya que retrasó su muerte real, dándole tiempo no solo para arrepentirse, sino también para experimentar la Segunda Muerte mientras aún vivía. Todos nos beneficiamos de la misma manera, excepto aquellos que mueren jóvenes.
Más tarde, cuando Dios dio legislación a través de Moisés, algunos pecados estaban más allá de la capacidad de los tribunales terrenales de juzgar adecuadamente. El asesinato premeditado, por ejemplo, no tenía solución, porque los hombres no podían restaurar a sus víctimas resucitándolas de entre los muertos. Si un hombre robó a otro hombre (secuestro), ¿cómo podría devolverle dos hombres como lo exige la Ley? La violación de una mujer comprometida o casada no se podía deshacer en un tribunal de justicia, porque los decretos de los jueces terrenales nunca podían deshacer la violación de una mujer. Todos estos pecados requerían la pena de muerte, a menos que el pecador fuera perdonado por la víctima de acuerdo con la Ley de Derechos de las Víctimas.
En tales casos, la pena de muerte no estaba diseñada para castigar, sino para apelar el caso ante el Tribunal Superior, donde se escucharía en el Gran Trono Blanco al final de la Era. Solo ese tribunal es capaz de administrar justicia en estos casos “difíciles”. De hecho, estos casos no son tan difíciles como para que Dios deba dar muerte a los pecadores de forma permanente.
La pena de muerte no resuelve el problema de la injusticia. Nunca es el final de la historia. No es la solución final al problema del pecado, ni es permanente. La meta final de la historia es que Dios reclame todo lo que es suyo por derecho de Creación, reconciliar todo lo que Él ha creado (Col. 1: 16-20), y poner todas las cosas bajo los pies de Cristo, para que Él puede ser “todo en todos” (1ª Cor. 15: 28).
La Segunda Muerte es un tiempo de corrección, donde los hombres pagan a sus víctimas o son vendidos como esclavos para pagar su deuda hasta el Jubileo. En el Jubileo, todos los pecadores vuelven a su herencia perdida, y Cristo mismo recibe la herencia plena que siempre fue suya desde el principio.
Por tanto, el Lago de Fuego, que describe la Segunda Muerte, es el juicio de Dios con el fin de restaurar el orden lícito de acuerdo con los juicios de la Ley. Se nos exhorta a “morir diariamente”, pero si no lo hacemos en esta vida, lo haremos en la Era siguiente al Juicio del Gran Trono Blanco.
Esta es la naturaleza del “fuego” en el Lago de Fuego.
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