Cada vez que le hacían una pregunta a Watchman Nee, su respuesta era práctica, iba al grano y estaba llena de claridad, unción y luz. El era completamente normal, afable y muy accesible. El era muy talentoso y tenía un gran corazón. En asuntos espirituales, él subía a las alturas y tenía una gran capacidad de penetración en los temas más profundos; tenía una comprensión y experiencia ricas en cuanto a los principios de Dios y su propósito.
En muchas ocasiones se interpretaba mal lo que compartía, y debido a eso hablaban mal de él, pero él nunca intentó dar explicaciones ni justificarse.
Una vez le preguntaron por qué no daba explicaciones para evitar que lo interpretaran mal. El contestó: “Hermanos, si la gente confía en nosotros, no necesitamos dar explicaciones; y si desconfían de nosotros, nada ganamos con dar explicaciones”. No daba explicaciones de lo que hacía o decía, ni se justificaba a sí mismo cuando lo injuriaban; tampoco argumentaba cuando lo reprendían públicamente.
El menospreciaba las riquezas. Por sus manos pasaba mucho dinero. Le confiaban sumas considerables, las cuales distribuía en la obra del Señor, y además ganó mucho dinero en la empresa que creó. No obstante, lo que recibía, lo distribuía de inmediato. En una ocasión, él dijo: “Creo que entre los que laboramos en China, soy el que con más frecuencia ha gastado el último dólar que le quedaba”. Eso era muy cierto. Quienes lo conocían más de cerca sabían que a menudo se encontraba sin un centavo, ya que no guardaba nada para sí. Aun así, lo daba todo para la obra del Señor y para las necesidades de la iglesia.
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4. ALGUIEN QUE ESTABA CERCANO A ÉL
A continuación incluimos el testimonio de una persona que conoció de cerca a Watchman Nee, el doctor Chang Yu-lan, un hermano que estaba en el liderazgo en la iglesia en Taipei, Taiwán:
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Mi impresión acerca de Watchman Nee
Watchman Nee llegó a Chungking el 6 de marzo de 1945, y tres días más tarde asistió a un banquete de amor al cual lo invitó la iglesia en Chungking. Se hospedó en mi casa durante diez días, y seguimos viéndonos durante más de un año. Más tarde, él se mudó a un lugar cercano, llamado la Pequeña Lung-kan. Algunos solíamos ir a su casa una vez o dos veces por semana para conversar con él. Lo hicimos durante más de seis meses. Yo siempre llevaba una serie de preguntas, las cuales le formulaba en ráfaga. Sus respuestas fueron la solución de muchos problemas.
El siempre dejaba una impresión agradable, pero no perdíamos el sentido de respecto ni de solemnidad. Era amable y manso, y sus palabras estaban llenas de unción. Al conversar con él, no había ninguna sensación de distancia, sino de ser reconfortados y abastecidos. A menudo siete u ocho hermanos y hermanas lo rodeaban, hablando con él y haciéndole preguntas por varias horas, pero él no se cansaba. La impresión que dejaban sus palabras era inolvidable.
Con respecto al adiestramiento espiritual
El nos dijo que cuando estaba estudiando iba cada semana a casa de la señorita Margarita Barber, donde era exhortado constantemente. Cuando no había motivo de reprensión, ella le hacía preguntas hasta encontrar alguna falta; y entonces lo reprendía. El comentó que aquello fue un excelente adiestramiento espiritual.
En una ocasión, Watchman Nee fue reprendido por un empleado. Este lo señalaba con el dedo y agitaba su puño mientras lo regañaba, lo cual se prolongó casi cuatro horas. En cierto momento un vecino trató de intervenir, porque vio que el empleado estaba siendo injusto. Pero Watchman Nee se sentó tranquilamente en su silla a leer un periódico, e imperturbable, como si nada hubiera sucedido. A veces asentía con la cabeza mientras lo reprendían, lo cual yo no podía entender. Ahora sé que él lo recibía como una reprensión de parte de Dios, y se sometía a aquello Dios había permitido.
Frecuentemente Watchman Nee levantaba los ojos al cielo y decía: “¡El es Dios!” Dando a entender que toda circunstancia fue dispuesta providencialmente por Dios, y que estaba dispuesto a recibirla y a someterse
Cuando le lastimaban, él no reaccionaba como los demás. En una ocasión, él dijo: “Los hermanos que caen en algún pecado son como pequeños niños que han caído en el lodo. Su ropa y su pelo quedan sucios, pero si uno les da un baño, quedan limpios de nuevo. En el futuro, todos los hermanos y las hermanas serán piedras preciosas y transparentes en la Nueva Jerusalén”.
En Chungking los hermanos lo invitaron a la reunión de la mesa del Señor. Pero él, aunque asistió, no tomó el pan ni bebió la copa; sólo se sentó y oró en silencio. La razón que dio fue ésta: “El problema que tenemos en la iglesia en Shanghai no se ha solucionado; por tanto, no puedo partir el pan aquí”. Le pregunté cuándo reanudaría su ministerio, y él contestó: “No hay posibilidad alguna de que eso pase”.
En cuanto a la dirección del Señor en la obra, Watchman Nee tenía un discernimiento muy agudo y tomaba decisiones sin titubear. Afirmaba: “Si estoy equivocado, el Señor usará la pared y el asna para detenerme, como lo hizo con Balaam”. Esta actitud indica que Watchman Nee siempre obedecía a la disciplina del Espíritu Santo.
En cuanto a la vida cristiana
En una ocasión, Watchman Nee nos dijo algunos de nosotros: “Los creyentes deben salir del sistema del cristianismo. Uno debe salir de ese sistema a fin de consagrarse. Es inútil consagrarse estando dentro del sistema”.
Cuando le preguntaron si uno podía jugar a las cartas sin apostar dinero, él contestó: “Para el creyente no existe nada que sea correcto ni incorrecto. Lo que es lícito para uno puede ser ilícito para otro. Lo que el creyente hace o deja de hacer depende del nivel de vida que tenga, y éste se refleja en la cantidad de cosas que no puede hacer”.
La oración y la comunión con el Señor
Watchman Nee oraba despacio; profería una o dos frases. Cuando estuve en Chungking, inconscientemente empecé a imitar su manera de orar. Al hacerlo, sentí la presencia del Señor en mí. Las palabras estaban dirigidas al Señor y brotaban de mi interior. Más adelante, un hermano que estaba en el liderazgo me reprendió por esto y me dijo que no debía copiar la manera de orar de otros; así que, dejé de orar así. Pero hasta la fecha, en mis oraciones personales, sigo orando de esa manera, derramando sobre Dios una o dos frases y haciendo una pausa. Al orar así, resulta más fácil tocar la unción.
En cuanto a la manera de mantener la comunión con el Señor, Watchman Nee usó el ejemplo siguiente: “Supongamos que un tren viaja de Szechuan a Kunming. Debe pasar por muchos túneles. A veces viaja en la oscuridad, a veces en la luz. Así es la comunión que uno experimenta con el Señor. Si uno está en tinieblas, primero debe confesar sus pecados. Si percibe algún pecado, debe utilizar su voluntad para seguir en comunión con el Señor”.
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Madurez en la vida espiritual
En cuanto a madurar en la vida espiritual, Watchman Nee dijo lo siguiente:
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Se requiere tiempo para madurar. Aunque los jóvenes pueden acumular mucha información, en realidad no pueden alcanzar la madurez, ya que ésta depende del ensanchamiento de su capacidad. Debemos permitir que Dios nos dé tiempo para padecer más allá de lo que podemos soportar, puesto que entonces nuestra capacidad se ensanchará. Algunos pueden soportar la pérdida de cinco dólares, pero no resistirían la de cinco mil. Algunos pueden perdonar dos o tres veces, pero a la quinta vez sus manos temblarán. Uno descubre lo maduro o lo inmaduro de una fruta comiéndola. La fruta inmadura tiene un sabor agrio o amargo, y es dura. Sólo las frutas maduras tienen un sabor dulce y un olor agradable.
La señora Guyón tenía el sabor de la madurez. Ella enseñaba a los de edad avanzada y era amiga de los niños. La vida cristiana crece de manera normal. No se trata de desarrollar cierta madurez artificial, como hacen con los plátanos utilizando calor y humedad.
El Hijo del Hombre vino comiendo y bebiendo. El comer y el beber de algunas personas ponen en evidencia su verdadera condición. La vida no es el resultado de perfeccionarnos espiritualmente. Si uno tiene el Espíritu, no necesita tratar de ser espiritual, y si no lo tiene, es imposible perfeccionarse espiritualmente. Los lirios florecen, y las plumas de los pájaros crecen de manera espontánea. Ellos no necesitan tratar de perfeccionar esos rasgos. El esfuerzo por perfeccionarse sólo puede producir “un santo” según el concepto del mundo; no puede producir un creyente verdadero.
Por un lado, basta con tener el sello de la cruz; no tenemos que esforzarnos por llevar fruto, ya que los esfuerzos sólo demoran el crecimiento de la vida y no pueden acelerarlo. Es importante someterse a lo que Dios dispone en nuestras circunstancias, pues esto es la disciplina del Espíritu Santo. Escaparnos una sola vez de lo dispuesto por Dios es perder una oportunidad de ensanchar nuestra capacidad, lo cual prolongará el tiempo necesario para que la vida madure en nosotros y nos obligará a volver a tomar esa lección para llegar a la madurez.
Un creyente no puede ser el mismo después de pasar por los sufrimientos. En dado caso, su capacidad será ensanchada o él se endurecerá. Por esta razón, cuando los creyentes padecen, deben estar atentos y conscientes de que la madurez en la vida espiritual es la suma la disciplina que reciben del Espíritu Santo. Se puede ver si una persona ha madurado en la vida espiritual, pero no se ve la disciplina del Espíritu Santo que esa persona ha recibido secretamente día tras día en el transcurso de los años.
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