EL SEÑOR MI SALVADOR, Octavius Winslow


#Mateo 1:21 #RVR60 @ibcrd | El versículo del día


"Llamarás su nombre JESÚS, porque Él salvará a su 
pueblo de sus pecados".
Mateo 1:21

Es de este frasco de alabastro de bálsamo precioso que la fragancia más dulce y santa se respira en la Iglesia y en todo el mundo, en cualquier sitio y por quienquiera que invoca el nombre de Cristo, que es como un ungüento derramado, para quien lo proclama. Pero, ¿De dónde radica el gran encanto, poder y dulzura de este Nombre Único? Está en el hecho de que Él: SALVA. 
“Llamarás su nombre JESÚS, porque Él salvará ...”. 
De todos los puntos de luz en los que el Señor, nuestra porción, es contemplado, no hay ni uno igual a este —el Dios encarnado— mi SALVADOR. Todas las otras visualizaciones gloriosas y preciosas se engullen en este nombre.

Si Jesús no fuera el Salvador, Él no sería nada para nosotros. Pero si podemos pronunciar Su nombre JESÚS, aunque sea con la lengua más  balbuceante y los acentos más vacilantes de la fe, podemos presentar una declaración personal y segura a todo a lo que Jesús es, y a todo a lo que Él ha hecho. Existen muchos de cuyos labios este precioso nombre habitualmente y musicalmente susurran, pero quienes, aunque se inclinan de rodillas ante ese nombre, siguen siendo siervos del pecado y esclavos de Satanás sin haber nunca experimentado en sus almas el poder salvífico que este nombre comprende, o de la emancipación (liberación) que fue planead que confiriera. Ellos conocen el nombre de Jesús de manera histórica, intelectual y teórica; pero nada de manera personal, espiritual y salvadora. Multitudes le vieron, le oyeron, conversaron con Él, le siguieron, y vociferaron sus “Hosannas” cuando Él estuvo sobre la Tierra, y quienes, a pesar de todo, lo menospreciaron y rechazaron, y murieron una muerte sin Cristo, sin gracia y sin esperanza, y que no tuvieron ninguna otra prospección que la del impío Balaam: “Lo veré, mas no ahora; Lo miraré, mas no de cerca” (Núm. 25:17). 

Pero, oh alma mía, que gran deudor le eres a la gracia divina, libre y discriminatoria; para ti el nombre de Jesús es vida, gozo, paz, y esperanza; sí, es “todo nombre precioso en uno”, el más estimado y dulce nombre en la Tierra o en el Cielo. Tú no has escuchado solo de oídas, sino que has sido atraído hacia Él con cuerdas de amor, o impulsado por una sensación abrumadora de tu condición caída como un pobre pecador, encontrando salvación en ningún otro nombre sino en el de Él. Pero, si atraído o impulsado, Jesús es precioso para ti, señalado entre diez mil, todo Él codiciable; si, Él es para vuestra fe, esperanza, y amor “el todo, en todos” (Col.3:11) vuestro Alfa y Omega, vuestro primero y último, vuestro jubileo resonante e interminable. 

Pero, ¿Qué hace exactamente Jesús por nosotros?

Él nos salva de la culpa del pecado. Esto lo consigue por el derramamiento de Su sangre preciosa. “Esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados” (1 Cor. 6:11). “El que está lavado” (Jn. 31:10). “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7). Camina, oh alma mía, en la constante realización de esto, por una aplicación diaria de la sangre a la conciencia. No retengas la culpa del pecado ni por una hora, sino que, el momento en que la mancha angustie, la nube oscurezca, la herida se inflame, ve inmediatamente a la Fuente abierta, y lávate y serás limpio.

Jesús nos salva, también, del poder del pecado. “Él … sujetará nuestras iniquidades” (Mi. 7:19 RVA). Esto es lo que el alma verdaderamente salva jadea: la liberación de la tiranía del pecado. No podemos ser felices mientras un pecado permanezca sin someterse, mientras una corrupción tenga predominio. Pero, por Su gracia conquistadora Jesús nos salva del dominio del pecado, rompiendo su cuello, sometiendo su principio, debilitando su poder, capacitándonos para gritar: “A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús” (2 Cor. 2:14).

Jesús nos salva también de la condenación del pecado. Se condenó a Sí mismo como nuestro fiador por el pecado, condenó el pecado en la carne, para que, “ninguna condenación haya para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1). ¡Oh, qué salvación completada, aceptada y gloriosa es la nuestra! Pero no solamente somos salvados de la condenación del pecado, sino que, somos salvados para la vida eterna. Jesús no dejará la obra que ha emprendido incompleta, ni estará satisfecho hasta que haya traído, de manera segura, a todo el pueblo que Su sangre compró, lavó, y salvó, a Casa : La Gloria. 

(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)

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